De reivindicaciones y derechos: la discriminación hacia el paciente “psiquiátrico” y su invisibilidad

De reivindicaciones y derechos: la discriminación hacia el paciente “psiquiátrico” y su invisibilidad
Foto: Kat Jayne

Por Silvia Quinelli Viñán

“Oh, ¡hombres de juicio! Pasión, Embriaguez, Demencia.
Todo esto es letra muerta para vosotros, impasibles moralistas!
Condenáis al borracho y detestáis al loco con la frialdad del
sacerdote que sacrifica…”
Goethe – “Werther”

 

En la actualidad, asistimos como sociedad a una especie de auge en cuanto a acciones y fenómenos vinculados a defender, reivindicar y reclamar un conjunto de Derechos para varios colectivos; comunidad denominada LGBT, movimientos vinculados a cuestiones de género (colectivos feministas fundamentalmente) entre otros, los cuales han considerado, no sin razón, ver sus derechos vulnerados y no reconocidos durante tantísimo tiempo.

En un enfoque o visión llamada desde algunos sectores como “cambio de paradigma” que se estaría produciendo actualmente en nuestro país en relación a la contemplación, aceptación y respeto de las libertades y de la diversidad (incluyendo el tan mentado vocablo de moda, “Inclusión”) podríamos sin embargo preguntarnos, como Profesionales de la Salud Mental pero principalmente como seres humanos y empáticos, qué sigue sucediendo avanzado el siglo XXI con la estigmatización y discriminación hacia muchísimas personas que padecen algún tipo de patología psiquiátrica y se encuentran diagnosticados y recibiendo tratamiento.

Antes de avanzar hacia la especificidad a la que me propongo arribar en este artículo, cuya temática central será la correspondiente a su título, algunas consideraciones previas. Sabido es el papel trascendente que los medios masivos de difusión logran en la diseminación constante de la aparente conquista de derechos que los colectivos al principio mencionados han alcanzado. Si los han alcanzado verdadera y genuinamente, sería un debate que ameritaría un artículo aparte. No obstante, es imprescindible éticamente rescatar y dejar claro que, desde el anonimato y en lo cotidiano existen realmente organizaciones, grupos y personas que se encuentran abriendo verdaderos espacios de construcción y lucha para intentar terminar con segregaciones que deberían estar perimidas hace mucho. Sin embargo, también en esa divulgación se juega, a mi entender, mucho de lo “políticamente correcto”, principalmente desde ciertos espacios de poder gubernamentales que parecen jactarse de lo que alardean como objetivos conseguidos.

Algo muy diferente acontece, sin embargo, con muchas personas (sean mujeres, hombres, niños, jóvenes o adultos mayores) que se encuentran cursando algún tipo de padecimiento expresado en lo psíquico y que, en particular, concurren al Médico Psiquiatra y reciben o han recibido tratamiento de tipo psicofarmacológico.  Lejos de posicionarme en lugares rígidos o dogmáticos, puesto que no es mi propósito realizar ni una defensa a ultranza ni tampoco una especie de “cruzada” en contra de la Psiquiatría como disciplina médica, el objetivo principal que me propongo es realizar un análisis del cotidiano y constatable sufrimiento de muchas personas que experimentan una angustia adicional a la patología que puedan estar cursando: la de sentirse discriminadas por su condición de “Paciente psiquiátrico”,  hecho que aún continúa invisibilizado para mucha gente.

En este punto podríamos detenernos para preguntarnos de qué hablamos cuando hablamos de estigmatización, ya que muchas veces damos por sentado lo que una palabra puede significar. Erving Goffman, desde un enfoque y estudio sociológico acerca de esta temática, nos brinda una primera aproximación desde el Prólogo de su libro “Estigma: la identidad deteriorada”, conceptualizándola como la situación del individuo inhabilitado para una plena aceptación social.

Más adelante en su obra, el autor, hablando de cómo un estigma se vincula a la identidad social de una persona, señala que “… el término estigma será utilizado, pues, para hacer referencia a un atributo profundamente desacreditador…”

Desde mi experiencia laboral en el ámbito Clínico, y también en el área Educacional, he podido constatar situaciones, acciones y conductas de estigmatización experimentadas por personas que se encuentran en tratamiento psiquiátrico. M, consultante mujer de 36 años de edad, llega a nuestro primer encuentro centrando casi toda la entrevista en el siguiente discurso, el cual comienza a desplegar luego de las preguntas e intercambios inherentes a una primera consulta: “Vengo a que me ayude, ya no puedo más con este problema (…) Sucede que le comenté un día a una compañera de trabajo de la oficina, a veces uno necesita desahogarse con alguien, vió? sucede que le conté, porque desde el principio tuvimos afinidad, que estoy en tratamiento con una Medica Psiquiatra muy buena y que, por haber estado deprimida, tomo medicación para la depresión (…) resulta que luego de unos días supe que aunque le pedí ese día que no lo contara, muchos otros compañeros ya lo sabían,  y escuché una mañana al llegar que F. dijo, riéndose ‘ahí va la deprimida…”  Su relato hace que rompa en llanto al recordar el episodio, reciente en el tiempo. A lo largo de las siguientes sesiones, su demanda de ayuda continuaba focalizada en esta angustia que la paciente sentía profundamente, agregando en la segunda sesión que “si alguien toma medicamentos para la presión, o para diabetes o para lo que sea físico, ¿por qué no pasa nada?”.

En esta breve viñeta clínica podemos ver cómo M. se interroga y nos interroga acerca del porqué ciertas enfermedades “ancladas”, por decirlo de algún modo, en el cuerpo, en lo tangible y “certero” de la biología, no son objeto de segregaciones o estigmas de ningún tipo, así como sí lo es para ella, y para cómo lo vive,  el hecho de recibir una determinada indicación psicofarmacológica y cursar un episodio depresivo, o al menos estar diagnosticada de esa manera por su Médica tratante.

Otro tanto podemos constatar en otro contexto, esta vez en mi desempeño profesional en el ámbito educacional. Alicia, madre del menor C., es convocada desde la Dirección del Centro educativo dadas las reiteradas inasistencias del niño a clases. Una vez que se me solicita que la entreviste, tengo conocimiento de su situación actual; tan solo tres meses transcurrían desde su alta de una internación psiquiátrica, con todo lo que esto conlleva, y en donde además de la toma de medicación fue sometida a la tan cuestionable y arcaica “técnica” denominada ECT (Electro Convulso Terapia).

Luego de conocer su relato y su historia de vida, historia dura, compleja, de múltiples problemáticas pasadas y presentes, y de empatizar brindándole una escucha lo más contenedora posible, en pos de su beneficio pero también de la ayuda hacia su hijo (con quien por supuesto posteriormente trabajé)  pude saber cómo alguna maestra se quejaba y reclamaba, con expresiones tales como “¿Qué hace la loca acá en la Escuela?” “De C. se tiene que encargar su padre”.

Viendo y conociendo estas realidades, presentes en Uruguay en la época y sociedad actual, la interrogante se hace inevitable; ¿por qué?

Existe determinado grupo de hipótesis que algunos Profesionales del área se plantean: una especie de “miedo” al “contagio”, o temor a lo desconocido con su consecuente evitación, incluso “ignorancia” aunque parezcan hipótesis un tanto livianas o poco consistentes en cuanto a lo explicativo de la cuestión. Goffman nos asiste con claridad para intentar comprender el fenómeno, al expresar que “Un estigma es, pues, realmente, una clase especial de relación entre atributo y estereotipo”. Al hablar de estereotipo, ya nos ayuda a entender que quizás gran parte de los motivos estén vinculados a una especie de “norma” o “estándar” en los que se suele categorizar a los individuos, una especie de marco normativo que indicaría qué es lo normal y qué es lo patológico (categorización influenciada históricamente por la Psiquiatría más tradicional). Quienes consideramos el hecho humano desde una perspectiva psicoanalítica pensamos al ser humano como un ser en conflicto, y nos cuestionamos desde siempre qué significa “ser normal”.

Avanzando en su obra, y diferenciando tres tipos de estigmas posibles que sufren las personas, se refiere a uno vinculado a lo “mental”, expresando lo siguiente: “los defectos del carácter del individuo que se perciben como falta de voluntad, pasiones tiránicas o antinaturales, creencias rígidas, deshonestidad. Todos ellos se infieren de conocidos informes sobre, por ej., perturbaciones mentales, reclusiones, adicciones a las drogas, alcoholismo, intentos de suicidio y conductas políticas extremistas” (…)  valiéndonos de este supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo sin pensarlo, sus posibilidades de vida”.

Comenzar a hablar seriamente de determinados temas ayuda a visibilizarlos. La “enfermedad” o “patología” que un individuo se encuentre cursando, cualquiera sea, pero en particular cuando la conflictiva encuentra expresión en el psiquismo, no es sólo un fenómeno individual, sino que está estrechamente vinculada al entorno social, familiar, laboral y otras áreas de inserción, las que pueden actuar como agravantes o protectoras.

En nuestro país, el eminente y destacado Psiquiatra y Profesor Dr. Ariel Montalbán, referente del M.S.P. en sux Programa de Salud Mental, es uno de los principales profesionales del área que aboga permanentemente por los derechos de los pacientes. En sus apariciones en medios de difusión, Montalbán afirma categóricamente cómo el estigma y la discriminación son algunas de las principales barreras que existen, además, en la prevención del suicidio, por ejemplo, nada más ni nada menos (principal causa de muerte violenta en el país).  El sentir, por parte de la persona que se encuentra padeciendo un cuadro psicopatológico, esa vivencia discriminatoria, atenta además muchas veces contra la búsqueda de una ayuda posible y necesaria, estando la ambivalencia siempre presente. Pues bien, nuevamente la interrogante se hace imprescindible; ¿Cómo desterrar estos fenómenos que aún perviven y comenzar a andar un camino diferente?

Acciones psicosociales como tareas de Información, Promoción de Salud y Prevención serían un comienzo ya dado por algunas instituciones y organizaciones, aunque este tipo de actividades no son tan “redituables” en términos económicos para el sistema, y deberían brindarse con prioridad en ciclos vitales como infancia y adolescencia. Capacitar y sensibilizar en la temática a quienes trabajan desde el Primer Nivel de Atención sería una alternativa plausible. El énfasis en la rehabilitación de pacientes resulta ineludible, contemplando e interviniendo en su cotidianeidad para apuntar al logro de una adecuada reinserción en la comunidad, mediante la incorporación de acciones y recursos más accesibles y disponibles (territorialmente, económicamente; servicios de psicoterapia por ejemplo, de asistencia a actividades que redunden en un efecto beneficioso; deportes, actividades socio educativas, entre otras)

Superar el modelo tradicional discriminatorio, cautelar y asilogénico tiene que convertirse en la meta a lograr si verdaderamente lo que deseamos es una sociedad y un país justo, con igualdad de derechos y oportunidades para todos sus habitantes, sin distinción alguna y libre de prejuicios y discriminación. ¿Utopía?

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Referencias:

  • Goffman, Erving. “Estigma: la identidad deteriorada” Buenos Aires, Ed. Amorrortu. 2006
  • Google, Youtube – Dr. Ariel Montalbán, Psiquiatra. Montevideo, Uruguay.
  • MSP – Programa Nacional de Salud Mental

Silvia Quinelli Viñán

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