Psicoanálisis y género: acerca de la teoría clásica de la sexualidad femenina

Psicoanálisis y género
Foto: Pixabay

Por Stefanía Molina

El psicoanálisis como praxis y como cuerpo teórico, ciertamente diverso, aunque arraigado a la ideología dominante, asume con naturalidad (porque muchas veces no se-cuestiona) la condición de desigualdad social/cultural/política entre mujeres y varones (cis). Generalmente ciego a los entramados socio-históricos de la producción de subjetividades y educado por un sistema patriarcal (término resignificado por Kate Millet, 1970) que asume “sin pienso”.  No siempre, claro está.

Parafraseando a Ana María Fernández (1997), la inclusión del género ha permitido problematizar los efectos de la verdad del dispositivo psicoanalítico; cuestionar la producción conceptual del psicoanálisis, por ejemplo, acerca de la teoría clásica de la sexualidad femenina (en singular) y a vislumbrar qué de la escucha psicoanalítica está a la orden del control social. Asimismo, ha facilitado la detección de los binarismos con los que se han manejado y reducido las intervenciones psicoanalíticas clásicas.

Con la inclusión de las teorizaciones de género en ámbitos psicoanalíticos, ha quedado en evidencia que: la feminidad y/o la masculinidad no están sujetas con exclusividad a la elección de objeto (identificación sexual); que la anatomía femenina propuesta por Freud aparece contaminada por la cultura y su ordenamiento simbólico (androcéntrico); que existen fantasías específicas femeninas, que no tienen que ser pensadas en clave fálica; que hay otras zonas rectoras en las mujeres (la positividad de la sexualidad de la niña). La introducción del género permite pensar en el establecimiento de la identidad de género como precoz, estableciéndose la feminidad primaria (Dio Bleichmar), mientras que el varón experimenta la fase protofemenina (Stoller)

En líneas generales, se podría decir que, la introducción del género como categoría analítica, se ha convertido también en una categoría del psicoanálisis, en tanto da cuenta de la producción de subjetividad de niñas/mujeres, y de varones. Dio Bleichmar (2010) dirá que: lo que convierte a la sexualidad en humana es el par femenino/masculino. Desde la autora, el género, pasa a ser parte de la estructura intrapsíquica y es organizador de la subjetividad entera (el narcisismo juega un papel fundamental): Yo, Superyó y deseo sexual. El género deja de ser entendido como un elemento ajeno al sujeto. Con este punto se cuestiona todo un entendimiento que la teoría clásica psicoanalítica habría invisibilizado y por qué no, generando mucho daño e iatrogenia en sus intervenciones, ubicando al varón y a su subjetividad – sexualidad (en singular) como “medida de todas las cosas”.

Bleichmar (2010) trabaja sobre el concepto de feminidad primaria de Freud e intenta establecer algún contacto con la perspectiva contemporánea de género, preguntándose ¿cómo se puede pensar un sentimiento primario de “ser mujer” si no es a través de las condiciones socio – políticas que habiliten tal emergencia? Cuestionamiento de base que motiva el debate y la inclusión de aspectos culturales intrínsecos desde los cuales se producen la (s) subjetividad (es).

Por otro lado, pensar en clave de género y psicoanálisis es invitar a los/as psicoanalistas a diferenciar identidad sexual de identidad de género. Tal como dirá Stoller (1968), la identidad de género es anterior al conflicto edípico (¿seguimos hablando de edipo?), por lo tanto, su resolución determinará la identidad sexual (orientación sexual) pero no la identidad de género. Parafraseando a Laplanche, al momento de nombrar al niño/a se está denominando a su género y a lo que se espera de él o ella, enmarcadas en las expectativas de género edificadas a nivel simbólico y material: “Hablar del pequeño ser humano así es poner en primer lugar al género» (Laplanche, 2007, p. 212)  

Vaya diferencia si pensamos/escuchamos/miramos en la clínica que una mujer podrá sufrir gran parte de su vida por lo que no-tener (pene), que comprender que la mujer tiene algo diferente: una vulva. No hay porqué convivir con un sentimiento eterno de incompletud, en todo caso, ese sentimiento es motivado por una cultura que ubica a las mujeres como sujetos débiles que deben completarse con hijos/as, maridos, etc. Como nos dirá Ana María Fernández, el desafío actual del psicoanálisis es pensar a la categoría de poder como organizador psíquico y ya no al tan mencionado complejo de edipo. No basta comprender las diferencias sino se visualizan las desigualdades sociales y estructurales entre mujeres y varones.

La inclusión del género viene a ubicar a las mujeres como sujetos con diversos deseos (no como sinónimo de madre), a la mujer como diferente (características propias), aunque -la diferencia- es vivida como amenaza para el pensamiento dominante. La dimensión de género en el psicoanálisis, descentra a la mujer de la posición de “eunuco” y, por otra parte, corre también a la figura de -la histérica- como equivalente de “mujer”.

_______________

Referencias bibliográficas:

  • Allegue, R., Carril, E., Badel, P. C., Cordano, P. B., Dondo, P. G., Mendy, P. A. M.& Vaeza, P. R. (2000). El género en la construcción de la subjetividad. Femenino-Masculino. Perspectivas teórico clínicas, 1-13.
  • Bleichmar, E. D. (2010). Otra vuelta más sobre las teorías implícitas del psicoanalista sobre el género. Aperturas Psicoanalíticas, Nº 36. Recuperado en:http://www.aperturas.org/articulos.php?id=679&a=Otra-vuelta-mas-sobrelas-teorias-implicitas-del-psicoanalista-sobre-el-genero
  • Fernández, A. M. (1997). La diferencia como problema: Género y psicoanálisis. Nómadas (Col), (6).1

Stefanía Molina

Comentarios

comentarios