La frágil democracia en épocas de fake news

La frágil democracia en épocas de fake news
Foto: Wikipedia

Por Eduardo Velázquez

Considero que no somos instruidos para el correcto ejercicio de la ciudadanía.

Quiero ser claro y evitar una relación directa con el sistema educativo: si, la educación en todos sus niveles es responsable de transmitir conocimiento, pero también es un mediador social y la responsable de generar seres humanos en toda su dimensión (Chomsky, 2007).

Sin embargo, el ejercicio de la ciudadanía, de los derechos y deberes, trascienden al entramado institucional que el sujeto atraviesa, y se transforma en un problema más profundo, ontológico, visceral.

Observamos una nueva construcción de la identidad, una mediada por lo económico, por sus actos y no por sus ideas; la figura del “ciudadano” comienza a desvanecerse y da lugar a una forma nueva de habitar la realidad: aparece la imagen del consumidor (Lewkowicz, 2004).

El sujeto se materializa como un consumidor del discurso que ofrecen los medios masivos. En este escenario, lo fundamental son los mecanismos de recepción. No es tan importante el contenido de lo que se lea o mire, sino como se hace (Corea & Lewkowicz, 2004).

De esta forma, aquellos elementos clave asociados al ciudadano como sujeto activo, miembro de un estado, que habita entre lo individual y lo colectivo, comienzan a desaparecer. En su lugar, el consumidor apático, ausente y desinteresado gana terreno.

El pensamiento crítico es el punto más vapuleado de esta realidad. Somos capaces de consumir cualquier tipo de información disponible sin cuestionarios demasiado. Aquella máxima que debería guiarnos que dice “puedes tener tu propia opinión pero no tus propios hechos” es desgarrada; ahora no es necesario encontrar hechos, o al menos, no es necesario verificarlos.

Buscamos generar opinión desde la opinión.

La información, aquella que antes debía ser plausible, verosímil y verificable para escapar al fraude, es ahora consumida masivamente sin ningún atisbo de crítica por parte del usuario devenido en consumidor (Sibilia, 2012).

En esta línea, podemos gritar a los cuatro vientos – o en las redes sociales, que es lo mismo – casi lo que se nos venga a la cabeza sin necesidad de rendir cuentas a nadie. Por supuesto habrá detractores, habrá quien refute, cuestione e investigue, pero también siempre habrá un público que recepcione, uno que no habla pero escucha, ve, comparte, consume.

Las redes sociales son un elemento clave en esta realidad. Su uso conduce a los usuarios a agruparse en “islas digitales”, minando la pluralidad que el Internet de los 90 nos prometía. Nos vinculamos solo con opiniones que queremos escuchar, que legitiman nuestro propio discurso (Gozálvez, 2011).

El tsunami de datos que representa Internet no trae consigo un manual acerca de cuál es la dimensión ética para trabajar con la información. Esto nos lleva a ser las primeras víctimas de mecanismos dispuestos para alterar nuestra percepción e influir en nuestras acciones y actitudes.

No podría encontrar un mejor concepto para referirme a los tiempos que corren que hablar de posverdad. La RAE (2018) la define como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Entendamos que democracia no es únicamente el ejercicio del voto, sino que se extiende a la toma de decisiones a partir del correcto y cabal conocimiento de la sociedad que habitamos. La lectura crítica nos permitirá tomar mejores decisiones para nuestro contexto histórico, social y cultural.

Podemos diferir en opiniones, he ahí el punto clave de vivir en democracia, pero esas opiniones deben ser construidas desde una perspectiva histórica, a partir de hechos y datos, opuesto a creencias e imposiciones dogmáticas.

El “yo creo” no puede ser un punto de partida para tomar decisiones o impulsar políticas públicas.

Para Chomsky (2007), la comunicación es un elemento clave de control asociado a la crisis de la democracia. La desinformación, deliberada o no, ha existido y continuará existiendo en las épocas por venir, el punto clave es nuestra postura a la hora de trabajar lo que recepcionamos.

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Referencias

  • Chomsky, N. (2007). La (des)educación. Grupo Planeta (GBS).
  • Corea, C., & Lewkowicz, I. (2004). Pedagogía del aburrido: escuelas destituidas, familias perplejas. Paidós.
  • Gozálvez, V. (2011). Educación para la ciudadanía democrática en la cultura digital. Comunicar, XVIII(36). Retrieved from http://www.redalyc.org/resumen.oa?id=15817007016
  • Lewkowicz, I. (2004). Pensar sin Estado: la subjetividad en la era de la fluidez. Paidós.
  • RAE. (2018). Posverdad. Retrieved from http://dle.rae.es/?id=TqpLe0m
  • Sibilia, P. (2012). La intimidad como espectáculo. Fondo de Cultura Económica.

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