Perfil del abusador sexual infantil

Perfil del abusador sexual infantil
Foto: Kat

Por Álvaro Morales

Interrogante

El abuso sexual infantil es un problema humano de todas las épocas. La violencia sexual contra los menores parece que siempre ha sido la misma; lo que luce diferente es el conjunto de concepciones de la cultura de cada tiempo en relación con esta violencia, el paquete de ideas, más o menos concatenadas, y la relación de estas ideas con las personas.

Cada época está signada por paradigmas, por modelos para la realidad, el cristal a través del cual creemos ver el mundo. Muchas de estas ideas han cambiado con el tiempo, como por ejemplo la de crimen y la de justicia (Foucault, M., 1989) Hasta hace poco se consideraba que la relación entre la justicia y el crimen estaba condicionada por el status social. No es algo para escandalizarse: no hace mucho que creemos otra cosa. E incluso esta creencia, la de que todos los seres humanos somos diferentes y que tenemos merecimientos diversos, se nos filtra día a día en todo lo que hacemos.

Cualquier tipo de crimen, en este caso la violencia sexual, era graduado en función de las condiciones sociales de los implicados. Un esclavo que violaba a su ama podría recibir el peor castigo, mientras que la situación inversa tal vez no sería considerada un crimen. En este contexto, mujeres y niños (así como otros hombres) eran una propiedad privada del hombre adulto. Si la consideración del crimen estaba determinada por la relación entre víctima y victimario, y se consideraba que el hombre adulto podía poseer a otras personas, entre ellas su esposa y sus hijos, puede entenderse que su violencia casi nunca fuera considerada un crimen. Esta concepción de justicia y de crimen perduró durante milenios y casi hasta la actualidad: hoy debe tomar otros disfraces para pasar inadvertida.

Sin embargo, en el momento en el que la medicina del siglo XIX tuvo la necesidad de catalogar las enfermedades humanas también debió hacerlo con los padecimientos llamados «mentales». El término pedofilia es esgrimido por primera vez en 1886 por el psiquiatra vienés Richard von Krafft-Ebing. La necesidad de catalogar también a los abusadores sexuales infantiles es muy anterior, pero recién encuentra un asiento en un cambio de paradigma en esta época, en la ilustración y en sus valores humanistas. El movimiento que explota durante la Revolución Francesa, y que genera una nueva visión del ser humano, más democrática e igualitaria, llega hasta nuestros días aun batallando contra los baluartes del modelo anterior.

La neurología pujante de fines del siglo XIX inicia la interrogante moderna sobre un posible perfil de abusador sexual. Hoy en día, casi 150 años más tarde, esa interrogante aún no ha sido respondida de forma contundente. Abundan las clasificaciones de abusadores sexuales, tanto como las recomendaciones de los especialistas de no operar en base a estas clasificaciones. Entonces, para comenzar debemos hacernos esa interrogante. ¿Por qué es que no existe un perfil único del abusador sexual? Y también: ¿por qué los que saben del tema eluden hablar de perfil y recomiendan tener cuidado con las estadísticas?

Encuesta

A modo de encuesta, y como herramienta para determinar cuánto coincide lo que cada uno imagina como un típico abusador sexual con lo que dice la estadística, complete el siguiente formulario. Marque una única respuesta por ítem y al final traslade la respuesta al segundo cuadro y sume los puntos.

El promedio de abusadores sexuales:

1

a- Es casado
b- Es soltero y solitario
c- Es divorciado
d- Es soltero, lleva una vida sexual promiscua

2

a- Universitario
b- No tiene estudios secundarios completos
c- No tiene estudios primarios completos
d- No terminó sus estudios terciarios

3

a- Tiene un buen trabajo
b- Trabaja informalmente
c- Trabaja
d- No tiene trabajo

4

a- Es ateo
b- Tiene educación religiosa pero no profesa
c- Acude cada tanto a un templo religioso
d- Es muy religioso

5

a- Es asiático
b- Es afrodescendiente
c- Es caucásico
d- Es hispano

6

a- Es un desconocido de la víctima
b- Es alguien que conoce de vista a la víctima
c- Es un conocido regular
d- Es alguien que conoce muy bien a la víctima

7

a- Es un niño o adolescente sexualmente curioso y en etapa de experimentación
b- Tiene problemas médicos o mentales
c- Es un oportunista sin sentimientos, sin empatía
d- Tiene un deseo sexual activo orientado hacia los niños

Traslade las respuestas marcadas al siguiente cuadro y sume los puntos.

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Puntaje:

Lectura de la encuesta

Sepa lo siguiente: la escala de puntajes va de 7 a 28 puntos, cuantos más puntos haya obtenido más cerca está su imagen de un abusador sexual de lo que dice la estadística al respecto. De hecho, la gran mayoría de los abusadores sexuales ingresa en el rango entre 21 y 28 puntos.

8 de cada 10 abusadores sexuales es casado, 9 de cada 10 se considera muy religioso y practica su creencia con regularidad, casi la mitad tiene estudios universitarios y de la otra mitad un 30% tiene estudios secundarios, 7 de cada 10 tiene un trabajo bien remunerado, 8 de cada 10 es de raza caucásica, 9 de cada 10 conocía muy bien a su víctima. El 60% de los abusadores son familiares de la víctima, otro 30% son conocidos cercanos, y sólo un 10% son desconocidos. La motivación de los abusadores sexuales, en un 95% de los casos, responde a un deseo sexual activo orientado hacia los niños.

Estas cifras son un estimativo mundial, variando en pocos puntos de porcentaje de región en región. Esta variable no es significativa (+/- 3%), lo cual parece indicar que el problema no es cultural, por lo menos no en el sentido de que las variables culturales de cada región condicionen la prevalencia o la incidencia del abuso. El problema parece ser supra-cultural, es decir común a todos los seres humanos.

De modo que podría resumirse de las estadísticas que la mayoría de los abusadores sexuales serían: casados y con un núcleo familiar bien constituido, religiosos practicantes, educados, con un trabajo bien remunerado, de raza caucásica y con una relación de cercanía a la víctima. Es decir: un individuo promedio, que cumple con los mandatos sociales del “buen ciudadano”.

En la mayoría de los casos, la familia del abusador se siente sorprendida cuando se lo encuentra culpable. El imaginario social general supone otra cosa de los abusadores. Esta suposición está errada, como mínimo es atrasada, y hasta nos permitiríamos decir que es cómplice del abusador y una de las razones que podría explicar el carácter pandémico del fenómeno. Las víctimas y sus abusadores existen por igual en todas las clases sociales y en todos los estratos. Suponer que hay una diferenciación de clase social entre abusador y víctima siempre ha sido usado con fines políticos e ideológicos y nada tiene que ver con la realidad. Es otro prejuicio.

Las estadísticas indican que el 95% de los abusadores son pedófilos. Entre las otras tres categorías posibles, niños o adolescentes en etapa de experimentación, individuos con problemas mentales o médicos, y psicópatas o personas con un desorden de personalidad antisocial, sólo suman el restante 5%. De modo que la idea de que el abusador es una persona “retrasada mental” o un psicópata, también es un prejuicio. Es decir que la inmensa mayoría de los abusadores sexuales cometen el abuso motivados por un deseo sexual activo hacia un menor de edad. En las otras tres categorías un tratamiento médico es posible, en la de la pedofilia no.

El 98% de los abusadores sexuales son hombres. En la región (Argentina y Uruguay), el 50% de los abusadores fue el padre o el padrastro de la víctima.

Definición de Pedofilia del DSM-IV (APA, 2002).

A- Durante un período de al menos 6 meses, fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican actividad sexual con niños prepúberes o niños algo mayores (generalmente de 13 años o menos).

B- Las fantasías, los impulsos sexuales o los comportamientos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.

C- La persona tiene al menos 16 años y es por lo menos 5 años mayor que el niño o los niños del Criterio A.

Ser pedófilo no es lo mismo que ser abusador sexual. Muchos pedófilos nunca tocan a un niño, viven su vida entera sumergidos en una fantasía sexual socialmente mal vista, pero no pasan al acto. Pero esto no inhabilita la relación inversa: el 95% de los abusadores son pedófilos. Esto agrava el problema: hay muchísimos más pedófilos que abusadores, es decir potenciales abusadores inactivos, que de darse las circunstancias propicias pasaran al abuso activo.

Las estadísticas expuestas resultan de la coordinación de tres fuentes: Estudio de prevención del abuso sexual infantil, de Abel y Harlow (2002); SIPIAV, INAU (2017); OMS (2013).

Imaginario vs estadística

Existe una gran diferencia entre lo que generalmente se imagina por abusador sexual infantil y lo que dice la estadística. O sea: lo que comúnmente se imagina como prototipo de abusador difiere en forma llamativa de lo que dice la estadística. ¿Qué ocurrió con la visión tradicional que se tiene sobre cómo es un abusador?

Los factores que más comúnmente identificamos como asociados a un supuesto perfil de un abusador sexual podrían ser los siguientes: consumo problemático de sustancias, personalidad antisocial, escasa educación, aceptación de la violencia como normal, pertenencia a una pandilla (asociación de cualquier tipo que permita el anonimato que ampara la masa), antecedentes de abuso sexual en la familia, exposición en la niñez a violencia intrafamiliar, múltiples parejas o infidelidad (promiscuidad), pobreza, etc. Sin embargo estos no son los factores de riesgo para el abusador sexual infantil, son los que la OMS (2013) identifica para que un hombre se convierta en violador. Y esta es una diferencia sustancial. Es posible que en nuestro imaginario confundamos los factores que inciden para que una persona se convierta en abusador sexual de menores y otro lo haga de adultos. O sea, creemos que un violador (de mujeres adultas) es lo mismo que un abusador sexual de menores. Y la diferencia no podría ser más abrumadora. Mientras que los principales factores que podrían incidir en que un hombre viole a una mujer podrían ser los arriba destacados, el principal factor para que un hombre abuse sexualmente de un menor es la pedofilia, el deseo sexual activo hacia un menor de edad. A la inmensa mayoría de los abusadores sexuales infantiles no le interesa tener relaciones con una mujer adulta, y mucho menos violarla. La relación que mantienen con el sexo opuesto se relaciona más a una necesidad de responder a determinada demanda social que al deseo sexual.

Cuando se buscan estadísticas sobre abuso sexual infantil las cifras se confunden con las de violación adulta. Esto se suma al gran desconocimiento general sobre el tema y aumenta la confusión.

La violación hace referencia a un episodio único, violento, en el que es común que se utilice la fuerza física de manera inmediata o la amenaza de vida (por ejemplo, a través del uso de un arma), para lograr el sometimiento instantáneo de la víctima y evitar o reducir la posibilidad de resistencia. En general es llevado a cabo por un desconocido y el contacto del violador con la víctima comienza y termina en la acción de violación” (Baita, Moreno, 2015).

En el caso de abuso sexual infantil estas situaciones son las menos corrientes, no alcanzando el 5% de los casos. El mecanismo del abuso sexual es distinto, es un proceso, llevado a cabo por el abusador sobre la víctima a lo largo del tiempo: casi nunca se trata de un episodio aislado. Para esto el abusador utiliza la manipulación, la coerción y la amenaza. Este proceso sólo puede ser llevado adelante por alguien cercano al niño, con un acceso casi ilimitado a su círculo íntimo. La finalidad última del abusador es acceder al cuerpo del niño para satisfacer su deseo sexual, pero no necesariamente utilizará la violencia física para conseguir su objetivo. La mayoría de las veces la violencia es emocional. El abusador no actúa de forma impulsiva, todo lo contrario: intenta no dar pasos en falso, «tantea» la situación, ensaya antes de actuar. Sólo pasa al acto cuando cree estar seguro de poder conseguir su objetivo y no ser descubierto.

¿Tal vez la confusión entre violador, psicópata y abusador sexual infantil se deba a que tienen patrones de comportamiento en común? En el caso de los psicópatas, como en el de los violadores, podría generalizarse en que no tienen empatía, que son individuos que nunca podrán ponerse en el lugar del otro, porque no hay otro, su experiencia personal en relación a la percepción del mundo implica ser el único sujeto en una inmensidad llena de objetos. ¿Pero esto ocurre así con los abusadores sexuales? Muchos abusadores sexuales se abrazan al discurso de que le hizo un favor al niño, para instruirlo sobre sexualidad, como parte de una forma de amor perverso, o como una forma de satisfacer el deseo del niño. Está claro que esto no es así, y que es parte de una estructura enferma. Pero no es tan nítido que los que se pliegan a este recurso mientan, que no lo sientan en su más íntima fibra. Es posible que realmente crean que estaban ayudando al niño, y que esa confusión sea una expresión sincera de una patología mental seria y peligrosa. La relación entre abusadores y abusados, en el sentido de que casi todos los abusadores fueron abusados de niños, ¿es una coincidencia? ¿No implica una relación empática y de identificación entre la víctima y el niño abusado que fue una vez el victimario? Podemos cruzarnos con abusadores infantiles para nada empáticos, tanto como podrían sí serlo. Pero esto no nos permite identificar en forma lineal la falta de empatía con el abusador, no en la forma en la que se hace con el psicópata.

No podemos responder estas interrogantes desde este espacio, pero sí evidenciar que la relación que comúnmente se hace entre violador, psicópata y abusador sexual infantil, está equivocada, confunde, y es contraproducente.

Existe un imaginario social que supone que la educación y el estatus social actúan como un escudo en contra de los sentimientos más bajos del ser humano. Por esto se asocia al abusador con una persona inculta y pobre. Esto por supuesto es falso. El abuso sexual infantil ocurre en todas las clases sociales y en todos los estratos. Lo que ha contribuido a soportar este imaginario es que justamente en las clases más pudientes es en donde menos se denuncia, donde el encubrimiento es cómplice de la vergüenza, de la concepción idiosincrática de clase, y de las influencias de pedófilos poderosos.

Otro imaginario social equivocado es el que supone a determinadas etnias o grupos culturales más o menos propensos al abuso sexual infantil. Hay abusadores en todos los grupos humanos. De hecho, si nos atenemos a la estadística, el 80% de los perpetradores son de raza caucásica, no entendiendo por esto ningún concepto de pureza racial, sino un conjunto de patrones étnicos generales. Pero el imaginario social supone lo contrario: que las personas más oscuras de piel son más propensas a cometer crímenes en general. En el caso del abuso sexual infantil esto no es así. Cabe suponer una razón a este prejuicio, uno profundamente racista y xenófobo, proveniente de los grandes movimientos sociales y políticos de todo el siglo XX. Al fin y al cabo es en este periodo de tiempo en el que se evidencian las grandes desigualdades raciales, herencia de las épocas anteriores, en las que el ser humano podía ser una propiedad privada. La propensión abrumadora de la estadística parece responder al origen de los estudios en los que se basa: el mundo de ascendencia cultural judeo-cristiano de preponderancia racial caucásica. Podríamos entonces complementar el dato, y decir que la gran mayoría de los abusadores (80%) pertenecen a la raza predominante en cada región.

Llegados a este punto, podríamos comenzar a responder la interrogante de la introducción, o por lo menos intentar dar un esbozo de respuesta.

Un perfil de abusador sexual confunde. La población general ha recibido tanta información contradictoria de diversas fuentes, todas claramente justificadas en sus propios intereses, que es casi inevitable que crea en una mezcla de cosas diferentes. Los perfiles confunden a psicópatas, violadores de mujeres y abusadores de niños.

Perfil incompleto

Perfil incompleto parece una contradicción, y lo es. Un perfil debe ser completo, de otra forma no es un perfil. Sin embargo cada perfil de abusador sexual es un recorte, nunca puede dar una idea fiable de dónde buscar.

Nótese que en la encuesta del principio no hay puntuaciones de 0. O sea, ninguna de las 28 categorías está excluida, todas son posibles: cualquiera podría ser un abusador sexual infantil. Si bien las estadísticas sirven para establecer un patrón probabilístico, esto no debe ser utilizado para excluir lo poco probable. Y es en este sentido que los especialistas consideran peligroso manejar la idea de un perfil de abusador sexual. Si generamos una imagen determinada, corremos el riesgo de dejar por fuera a potenciales victimarios. Es en este sentido que el principal trabajo no se centre en determinar un patrón de abusador, sino en el otro extremo: entender qué factores inciden en que determinados niños sean más vulnerables que otros.

Con respecto a los perfiles de abusador dice González, E. Martínez, V. Leyton, C. Bardi, A. (2004). “Conocer el perfil del abusador sexual ha sido una necesidad tanto de los profesionales de la salud como del público en general. Uno de los cuestionamientos que debe hacerse gira justamente en torno a la palabra ‘perfil’ y lo engañoso que puede ser formarse una idea única. Esto puede implicar un gran peligro, ya que al centrar nuestra atención a determinado perfil de individuos desatendemos a la gran mayoría que no responde a dicho perfil”.

La estadística nos da probabilidades sobre elementos, que pueden fundar nuestras sospechas. Pero no puede darnos certezas sobre un perfil de abusador. La realidad es que las evidencias de tal hecho solo se desprenden del niño, de su relato y de evidencias médicas en caso de que las haya.

El imaginario social, es decir determinado grupo de significaciones colectivas, esas cosas que muchas personas entendemos igual y que damos por obvias y evidentes tan solo amparados en la tranquilidad que da el cobijo de la mayoría, puede ser utilizado en forma política. Es decir, lo que muchas personas creen como evidente es un recorte de la realidad, resaltado por quien obtiene algo de ello. Esto tampoco es para escandalizarse: siempre ha sido así. Por ejemplo: cuando a determinadas personas les servía que la mayoría creyera que el color de piel era determinante de la calidad de la persona, la mayoría creía esto. ¿O no? Y era escandalosamente falso. Un perfil es un recorte. Dentro ponemos lo que nos parece y dejamos fuera lo que nos abarca y lo que no nos conviene. Por eso un perfil inevitablemente es político. Deja dentro lo que le conviene al que lo realiza. Hipocresía mediante, cada cual podrá negar en qué recorte se coloca a sí mismo.

Se han realizado mies de perfiles de abusadores sexuales desde que tener sexo con menores es considerado un crimen. Si los tenemos en cuenta a todos, no queda hombre en el planeta que no pueda ser considerado un abusador sexual. Por otro lado, la totalidad de los perfiles (o en realidad de los más prestigiosos, afamados y utilizados), incluye evidentemente a abusadores sexuales, pero también a pedófilos (lo cual podría ser un alivio si quisiéramos castigarlos en forma preventiva), y a psicópatas, (lo cual nos deja en una posición parecida pero menos incómoda). Pero si vamos más atrás en la historia y sumamos por ejemplo los perfiles de mediados de siglo pasado, deberíamos incluir homosexuales, y promiscuos. Y un poco más atrás, personas de piel oscura, y luego pobres, judíos, indígenas, cualquier minoría, y así podríamos seguir, hasta llegar a casi todo el mundo.

Por otro lado, ¿un psicópata puede tener una vida normal y pasar desapercibido? Digamos que, en orden, deberíamos afirmar primero y luego negar. Puede tener una vida “normal”, pero no pasar desapercibido. A la larga, siempre descubrimos al psicópata. Su solitaria visión del universo lo lleva a cometer errores en su acto de camuflaje. A la larga olvidará que esas cosas que se dicen personas y que pretenden tener iguales derechos que él tienen un poder similar, y se descuidará. Este descuido puede pasar desapercibido, una vez, dos, pero a la larga la adrenalina que le produce la invitación a burlarse del mundo lo llevará a la perdición. Por esto convivimos con psicópatas, claro que sí, pero a la larga son descubiertos. El problema es que esto no ocurre con los abusadores sexuales. La gran mayoría pasa desapercibido hasta que ya es tarde.

Ya dejamos claro que un abusador sexual infantil no necesariamente es un psicópata o un violador, y que por lo tanto no opera de igual manera. Sabe la diferencia entre correcto e incorrecto, por eso lo niega cuando es descubierto. Siente empatía, sabe que los otros son personas, en esto reside el potencial placer de su empoderamiento; por lo que tiene mucho más cuidado, es más hábil, estudia a la víctima y a su contexto, ensaya, planea, tantea, actúa sólo ante la seguridad de salir impune, siempre tiene una carta bajo la manga. ¿Un abusador sexual puede tener una vida normal y pasar desapercibido? Claro que sí. Por eso es que hay tantos.

Entonces, analicemos estos dos puntos. Un perfil es un recorte, que incluye y excluye. Y por otro lado el abusador sexual infantil se adapta, sabe pasar desapercibido. Inevitablemente un perfil dejará por fuera a muchos abusadores. Esto también podría ocurrir con otras patologías mentales peligrosas, pero no en la misma proporción. Un perfil de psicópata o de violador dejará afuera a potenciales victimarios, pero en una proporción tan ínfima que valida el recorte. Esto no ocurre con el abusador sexual. Cualquier posible recorte dejará afuera una proporción inaceptable y esto lo invalida.

Estrategias

Entonces, ante la idea de que el perfil de abusador sexual infantil confunde y es inútil, ¿qué podemos hacer? Podemos comenzar reflexionando sobre algunas estrategias de trabajo.

Las estrategias en contra del abuso sexual deben contemplar que hay muchos más pedófilos que abusadores. Es decir que la primera acción debe ser la preventiva; en prevenir que esos pedófilos que aún no se convirtieron en abusadores nunca lo hagan; en reforzar el rechazo social; soportar leyes con castigos ejemplares; darle visibilidad a problemáticas oscuras; ofrecer asistencia a todo aquel que quiera ser ayudado.

Toda posible estrategia debe contemplar los mecanismos con los que opera a nivel psicológico el abuso sexual. Este funcionamiento típico se caracteriza por el secretismo, y se ve reflejado en varios datos alarmantes.

En el 85% de los casos de abuso sexual infantil la víctima no lo develará o lo hará mucho tiempo después.

Un 30% de las víctimas no se lo cuenta absolutamente a nadie. Nunca.

El 80% de las víctimas niegan o son reacias a hablar sobre el abuso.

De las que si lo revelan, el 75% lo hace “accidentalmente”.

De los que lo revelan intencionalmente, más del 20% se retracta aunque el abuso haya ocurrido.

2% de los casos de abuso familiar se conoce al tiempo que ocurre.

Solamente entre el 10 y el 20% de los casos llega al poder judicial.

El lugar más habitual para el abuso es la casa de la víctima (70%). El segundo lugar es la casa del abusador (20%).

96% de los niños evaluados por sospecha de abuso sexual tendrá exámenes genitales y anales normales (El mundo de los ASI, 2016).

La estrategia debería contemplar una articulación tal que permita a la víctima denunciar lo sucedido, que no la re-victimice, que no la obligue a atravesar una pesada burocracia estatal, y que le brinde garantías de todo tipo para afrontar las consecuencias de la denuncia. Estamos muy lejos de esto: el sistema desmotiva al abusado y, por supuesto, en el mismo sentido motiva al abusador.

Casi todos los abusadores sexuales fueron abusados cuando eran niños. Esta relación parece confirmarse en varios estudios al respecto. La relación inversa no ocurre. Es decir, no todos los niños abusados cuando crecen se convierten en abusadores. Si la relación fuera proporcional, a largo plazo todos seríamos abusadores. Es necesario determinar cuáles son los factores que hacen que algunos niños abusados reencausen su vida hacia una sexualidad normal y socialmente admitida y otros se conviertan en abusadores. Hemos admitido la relación casi directa entre abusadores y pedófilos. Considerando esto, la interrogante anterior podría tomar otra forma: qué hace que un niño abusado, es decir que fue protagonista de una relación sexual con un adulto, ocupando el lugar menos privilegiado en esa asimetría de poder, cuando crezca desee una especie de revancha, ocupando ahora el lugar del poderoso, para someter a otros como una vez él fue sometido. ¿Qué tienen esos otros niños que se adaptan de otra forma y que acceden al placer adulto normal?

Las estadísticas indican que en el 90% de los casos el abusador conocía a la víctima, y que el lugar más habitual para que ocurra el abuso es la casa de la víctima. Podemos hacer múltiples lecturas de estos datos. Pero nos quedaremos con dos. La primera: una vez más el imaginario general parece alejado de los datos de la realidad. La segunda: el flagelo del abuso sexual infantil ya no parece ser un problema “externo”, es decir algo que le llega a la víctima de parte de un sector enfermo de la sociedad. No. Le llega desde dentro, desde su círculo de confianza y en la mayoría de los casos desde un familiar directo; y el sector enfermo de la sociedad parece ser la sociedad misma. Así, cualquier estrategia debe tener en cuenta la necesidad del establecimiento de una red social fuerte que garantice la seguridad de las víctimas.

Según Finkelhor, citado por Echeburúa y colaboradores (2000), se necesita una serie de precondiciones para el abuso sexual:

1. Motivación para tener conductas sexuales con niños.

2. Superación de las barreras de inhibición internas para cometer el abuso; los desinhibidores externos, como el alcohol, o internos, como las distorsiones cognitivas, colaboran en esta superación.

3. Eliminación de las barreras externas, es decir, lograr el aislamiento real y concreto del niño respecto de sus principales fuentes de contacto y eventual apoyo, y toda otra estrategia que le permita conseguir tiempo a solas con el niño o niña.

4. Superación de la resistencia del niño, niña o adolescente, lo cual logra a través de diversos mecanismos de seducción y coerción (p.105).

Sin estos cuatro elementos no se podría llevar a cabo el abuso sexual. Además, deben estar presentes determinadas características emocionales del niño que permitan al abusador estar seguro que el niño no dirá nada.

Recordemos estas cuatro precondiciones para el abuso sexual. Motivación sexual. Superación de barreras internas. Superación de barreras externas. Superación de la resistencia del niño. ¿Cómo puede intervenirse en cada una de ellas? Podemos hacer algunas sugerencias.En la primera puede reforzarse la imagen social negativa hacia el abuso sexual infantil. Esto no reducirá la intensidad de las motivaciones del abusador, pero le dará menos de donde elegir. Tendrá que esforzarse aún más para no ser descubierto, y esto, en un gran sector de pedófilos, sobre todo en aquellos que no han pasado de la fantasía al acto, puede actuar como un elemento coercitivo para mantenerse inactivos. Hace unas décadas se festejaba al “viejo verde”. Los muchachos se juntaban a tomar unas copas y se entretenían mutuamente con amenas historias de cómo se manoseaban a sobrinas, primas, hermanastras y un perverso etcétera. Hoy, por suerte, este tipo de actitudes recibe por lo menos un generalizado gesto de reprobación. El cambio es lento, y lleva su tiempo, al fin y al cabo llevábamos milenios de la otra manera, pero ocurre, y se ha llevado a cabo en forma paciente más que nada por los movimientos feministas de la segunda mitad del siglo XX, que visibilizaron las situaciones de desigualdad de la mujer en relación al hombre, pero también del niño en relación al adulto.

En la segunda precondición poco parece poder hacerse para hacer más fuertes las barreras de inhibición internas. Una fuerte educación en valores morales parecería una solución obvia, pero no lo es; y la historia está ahí para demostrarlo. Una educación en valores morales no parece ser escudo suficiente para que un adolescente fantasee con tener actividad sexual con un niño, ni que para luego, de adulto, intente llevar a cabo esa fantasía.

En la tercera es en donde parece que más puede hacerse. Podemos reforzar las barreras externas que protegen contra el abuso, elaborando políticas públicas que se metan de a poco en lo privado, que supongan protección integral para los menores de edad. Esto podría lograse modificando patrones culturales. Los niños no deberían pasar mucho tiempo solos o en compañía de un único adulto. Determinados adultos referentes (no de la familia) deben estar atentos a cambios conductuales de los niños; es necesario que esos adultos estén educados en relación al abuso. Hay que desarmar un imaginario social fuertemente arraigado que está equivocado.

En la cuarta precondición se puede educar bien a los niños, sin subestimarlos y con ideas modernas y acordes al tiempo en el que vivimos. Décadas atrás se educaba a los niños a no hablar cuando lo hacía un adulto, a no faltar el respeto, a obedecer lo que todo adulto decía. Es triste decirlo, pero un niño abusado es un niño obediente. Un niño bien informado, con conocimiento cabal del problema, que no está educado para obedecer sino para razonar, está mucho más protegido que otro que sigue órdenes a la perfección. La ignorancia y el desconocimiento, el prejuicio y la confusión, son los principales aliados del abusador. La información responsable y lógica puede ser una herramienta de protección eficaz, que eluda la sobreprotección y la subestimación, en el sentido de que el niño merece saber a qué mundo se enfrenta y tener herramientas para poder hacerlo.

Conclusiones

Uniendo datos. El sistema que se dedica a trabajar con el abuso parece estar diseñado por una mente perversa. Desmotiva a la víctima, y le da un sentido de seguridad al victimario. Activa el “consuelo de tontos” ya que hace unos años funcionaba peor, y hace unas décadas no existía: hoy ha develado un problema que lo sobrepasa. Ese sistema funciona en medio de un fuerte imaginario sobre el prototipo de abusador sexual que no se condice con las estadísticas de ninguna parte del mundo. Este imaginario confunde al abusador sexual infantil promedio con el violador y/o con el psicópata, lo cual es por completo contraproducente ya que si se busca a uno con las características del otro nunca se encontrará a ninguno de los dos. Sin embargo este imaginario es impuesto de una forma u otra a través de todos los medios de comunicación. Por lo menos resultan sospechosas estas coincidencias. En un mundo plagado de pedófilos, o sea de individuos que sienten un deseo sexual activo hacia menores de edad, muchos de los cuales satisfacen ese deseo, donde existe un sistema legal que no funciona como debería, que parece menospreciar el problema y que favorece al infractor, y donde la mayoría de las personas están confundidas ya que no han sido informadas de forma cabal por ningún medio de comunicación (y también un poco porque no quieren saber), parece lógico ponerse un tanto paranoico y comenzar a pensar en alocadas teorías conspirativas. ¿Podrá ser que un grupo de pedófilos muy poderosos maneje a otro grupo de pedófilos menos poderosos, que a su vez manejan gobiernos y, en general, a una sociedad pedófila e hipócrita, que esconde su vicio detrás de una concepción infantilizada de la belleza y de la salud?

¿Cuánto dinero mueve en el mundo la pornografía? Bueno, en realidad no se sabe con certeza, pero se supone cercano a los 4.000 millones de dólares por año, apenas unos cientos de millones por debajo del negocio de las armas. Sin embargo, nadie parece dispuesto a admitir que la consume. Se calcula que en España unas 400.000 personas se dedican a la prostitución, idéntica cifra a la totalidad de mujeres que ingresan por año en Europa para ejercer el antiguo oficio. Pero no encontraremos a nadie que diga que lo consume. De igual modo, por día se realizan unas 116.000 búsquedas en Internet relacionadas con la pornografía infantil. El realizador del estudio, el colosal motor Online MBA, aclara incluso que no se trata de búsquedas un tanto ambiguas, que podrán malinterpretarse, sino explícitas, donde lo que se busca es claramente ver a niños involucrados en situaciones sexuales. ¿Nuestra sociedad es pedófila? Bueno, si el cálculo expresa que 1 de cada 5 mujeres, y 1 de cada 13 hombres fue abusado durante la infancia; y si tenemos en cuenta que estas estadísticas están hechas en base a los casos denunciados, que son un porcentaje muy bajo de los que se supone el total, debemos creer que hay muchísimos abusadores sexuales, y aún más pedófilos. Y si comprendemos que están distribuidos en todos los estratos y clases sociales, y que se asemejan mucho a lo que entendemos por lo que aparenta ser “un buen ciudadano”, que las lógicas que los posibilitan eran las consideradas correctas hasta hace poco, y que son maestros en el arte de la manipulación, ya no puede considerarse este un fenómeno aislado. Hay algo en nuestra forma de vivir en sociedad que produce en masa abusadores sexuales. Tal vez suene exagerado decir que nuestra sociedad es pedófila, pero no que es una gran planta industrial que produce pedófilos, de todas las clases, en todos los tamaños y en todos los modelos.

Los especialistas no recomiendan la utilización de un perfil de abusador sexual infantil. Las razones de esto son principalmente dos: que un posible perfil es un recorte imperfecto, cuyos límites necesariamente son determinados de una forma poco científica; y que el manejo público de variados perfiles ha confundido a la población, y esa confusión es la principal cortina de humo que oculta a los abusadores

Las estadísticas deben utilizarse a otro nivel que el perfil, en el sentido de que ningún rasgo, por más cercano al total sea el porcentaje de la estadística, es un signo absoluto. La inmensa mayoría de los abusadores sexuales conoce a su víctima, pero eso no nos permite asegurar que se aplique en todos los casos. También pudo haber abusado un desconocido. Lo mismo se aplica a todos los posibles rasgos. Casi todos los abusadores sexuales infantiles son manipuladores pero eso no significa que todos los manipuladores sean abusadores. Es posible que el abusador en cuestión no sea tan manipulador. Entonces, ¿cómo aplicaríamos un perfil? Si todos y cada uno de los rasgos tiene su excepción, ¿cómo se vuelve útil una lista de los más probables? Aquí (como en cualquier otro lado excepto en el dicho) la excepción no hace a la regla, la invalida. El perfil no puede ser válido, como mucho podemos tomar la estadística como elemento de evaluación probabilística.

En nuestro caso, las estadísticas no nos sirven para crear un filtro de detección de abusadores sexuales infantiles. Pero nos sirven para otra cosa: evidenciar el desconocimiento de la población general sobre estos temas. Y esto nos permite un breve lapso en el que de forma espontánea se activan nuestros mecanismos paranoicos, que nos llevan a una sospecha como una flecha de luz: el desconocimiento, la desinformación, la confusión en relación a todo lo que se vincula con el abuso sexual infantil, ¿es involuntario o es cómplice?

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Bibliografía

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Álvaro Morales
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