¿Para qué soñamos?

¿Para qué soñamos?
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Por Álvaro Morales

El hombre se ha preguntado por los sueños desde siempre. Pero la posición que favorece una dicotomía entre real y ficticio, y que ubica al sueño más cerca de lo segundo que de lo primero, es occidental y moderna. En occidente, hemos aprendido que los sueños no son reales. Nos han enseñado que son un derivado de la vigilia, un producto secundario que comúnmente subestimamos. Sigmund Freud sostuvo que los sueños eran la principal vía de acceso al inconsciente. Pero al concebirlo como la representación del cumplimiento de un deseo, lo posiciona como un artilugio secundario, subalterno de la realidad despierta, un producto. Para Alfred Adler los sueños, los recuerdos y las fantasías sirven como caminos equivalentes hacia el inconsciente. Los sueños no sólo representan deseos que no pudieron cumplirse durante la vigilia, sino un proceso que tiende a la elaboración y planificación de acciones futuras. Cada noche escenificamos en nuestros sueños lo que quisiéramos y lo que deberíamos hacer despiertos. Para la economía psíquica del ser humano los estados de sueño y de vigilia no representan instancias muy diferenciadas. La satisfacción conseguida en uno y en otro es equivalente.

En el correr de dos milenios, occidente se ha ido alejando de la concepción antigua de los sueños. Esta aún sobrevive en gran medida en el mundo musulmán, en las culturas orientales e indias, así como en los pueblos mal llamados “primitivos” de las Américas y de la Polinesia. En otras palabras: en el resto del mundo entero. Grunebaum (1964) sostiene que en occidente los sueños no son tan necesarios, gracias a la implementación de la ciencia, la cual ha llevado las fronteras de lo natural un poco más lejos. Al obtener mayores opciones y posibilidades para la satisfacción durante la vigilia, los sueños pierden importancia. Sin embargo, los pueblos “científicos” de la antigüedad, como los egipcios o los griegos, mantuvieron una relación completamente diferente respecto a los sueños (Meier, C. A., 1964).

En muchas de las culturas humanas, la línea entre la conciencia del sueño y la conciencia de la vigilia es muy delgada y oscilante. Para algunas culturas nativas norteamericanas, como los sihasapas (Pies Negros), la conciencia de los sueños es la realidad. Los antiguos celtas creían que los sueños nos transportaban a lugares donde el soñante estaba en contacto con la esencia de la realidad, donde habitaban los dioses (Bluestone, S., 2005). En líneas generales, se sostiene que los pueblos llamados “primitivos” confundían ambas realidades, la del sueño y la de la vigilia. Roger Callois (1964) sostiene que esta confusión no es tal y que por lo general estos pueblos distinguían sueño de vigilia, pero no atribuían menos realidad a lo soñado que a lo vivido. Sin embargo, en situaciones de conflicto, conferían mayor importancia a lo soñado. El debate es por completo obsoleto: el hombre, desde su posición perceptiva e intuitiva, no puede aventurarse en los recovecos de la definición de la realidad, como mucho puede desembarcar en el razonamiento de que lo que llamamos realidad apenas es una opinión, pocas veces una teoría (Watzlawick, P., 1995). Grunebaum nos dice que el hombre especula y deduce, y que los fenómenos psicológicos tienden a ser interpretados como representando la realidad exterior objetiva, sin tener en cuenta los complejos procesos internos en juego. Hoy, a principios del siglo XXI, donde la realidad misma (cualquiera de ellas) es de por sí virtual (Bayce, R., 1995), cualquier intento por parcializar un segmento de la compleja vivencia humana y categorizarlo parece inútil y hasta epistemológicamente incorrecto.

 

 

La naturaleza de lo imaginario parte del ámbito de la experiencia humana, difícilmente evaluable a partir de los criterios de validez y racionalidad encumbrados por perspectivas positivistas de la ciencia. En este sentido, Maffessoli, (1997) afirma que el racionalismo, al conferir exclusividad a la razón como motivo y fundamento de las relaciones sociales, la instituyó en un dogma; uno que se vuelve obstáculo para la producción de saberes y la comprensión de muchos aspectos de la vida cotidiana. La racionalidad instaurada en la época moderna y proyectada hasta la actualidad, trajo consigo una creciente cosificación del mundo en el que se fundamentan las subjetividades sociales. Los diferentes ámbitos de la vida social se vieron atravesados por una unidimencionalidad racional que desterró aquellos aspectos de lo social que eran reacios a suscribirse a la lógica instrumental y productiva. A raíz de ello la cultura moderna y occidental proscribe de la cotidianidad a la imaginación, a lo onírico y a la fantasía (Carretero, 2004).

La creencia de la irrealidad de los sueños se filtra en nuestro lenguaje. Cuando alguien tiene proyectos de difícil consecución le decimos «estás soñando». Si tenemos un mal sueño de tonos surreales que se aleja de nuestra comprensión, pensamos «fue sólo un sueño». Hermann Hesse (1991) hace una valiosa apreciación. Dice que si algo precioso e irremplazable desaparece, tenemos la impresión de despertar de un sueño. Ante algo desagradable pensamos: «ojala fuera tan sólo un sueño».

En la visión más difundida, el sueño escapa a la voluntad y a la responsabilidad del sujeto por la apariencia de que su dramaturgia nocturna es espontánea e incontrolada. A pesar de esto el sujeto vive el drama soñado como si existiese realmente fuera de su imaginación. Chuang-tse ya no sabe si es Chuang-tse quien ha soñado que era una mariposa, o si es la mariposa la que ha soñado que era Chuang (Borges, J., 2008). Escribe Pascal: «Si un artesano estuviese seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es rey, yo creo que sería casi tan feliz como un rey que soñase todas las noches, durante doce horas, que era artesano» (Pascal, B., 2003, p.45).

La idea de que el sueño es un incentivo para las acciones futuras del soñador, o sea una escenificación que debía realizarse en el futuro, lejos de ser moderna fue introducida por Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C).en la antigua Grecia. Otro filósofo, Artemidoro (S. II a. C.), produjo una verdadera revolución en la interpretación de los sueños. Sostenía la posición aristotélica de que todos los sueños eran juzgados en función de acontecimientos futuros y en relación de si tendrán consecuencias negativas o positivas. Creía que los dioses podían hacer prescripciones. Siempre que un dios hablaba por medio de enigmas, lo hacía para hacer meditar al soñador. Elaboró una lista de principios que aún se sostienen en las concepciones modernas. Dejó de lado las ideas de sus predecesores acerca de la multi-causalidad de los sueños. En cambio, consideraba que eran pocas las ecuaciones clásicas que podrían explicarlos. Naturaleza, ley, costumbre, capacidad profesional, arte, y nombre, eran elementos que podían encontrarse en todos los sueños. Lo que en el sueño se realiza en armonía con la naturaleza es un buen augurio; lo que se desvía es uno negativo. Un sol que ilumina, que calienta, es tan sólo un sol. Una luna que sangra, o que hace cualquier otra cosa innatural, tiene un sentido interpretable. Es el primer autor que le da una importancia crucial al contexto y a la opinión del intérprete. Sostenía necesario conocer todo acerca de la vida del soñador para poder interpretar un sueño. Conocer su carácter, sus costumbres, y su estado de ánimo real. Era necesario conocer el sueño entero y no interpretar fragmentos. Polaridad y ambivalencia caracterizan los motivos del sueño. Perder lo que se tiene es bueno para el pobre y malo para el rico (el pobre puede perder su pobreza). Sostiene que las personas tienen sueños más agradables cuanto peor viven. Los mendigos sueñas que son reyes; los reyes con magnicidios e intrigas palaciegas. Los sueños, en este sentido, como los hechos de la vida son ambivalentes. La interpretación más simple y que mayor relación tiene con la vida del soñante, es la más exacta (Meier, C. A., 1964).

El siglo pasado se caracterizó por el impresionante avance humano en todos los aspectos, equiparable tal vez, y en forma burda, al de los mil años anteriores. Este avance también se dio en lo referente a la interpretación de los sueños, y por consiguiente en la concepción moderna del mundo onírico. Desde Freud a principios de siglo, hasta los libros de la interpretación confuciana, egipcia o cabalística de los sueños en los anaqueles de las librerías modernas, nuestra concepción del sueño ha cambiado. Pero no se ha acercado a las ideas orientales o antiguas. Hoy, si seguimos las concepciones de Freud, creemos que los sueños son reales, tanto como el reflejo difuminado de la condición de real que presuponemos inherente de la vigilia. O sea que aún es un producto subalterno. Esta concepción es sostenible en el occidente moderno, pero no en el resto del mundo. Difícilmente, en nuestra cultura pueda ser visto el sueño como otro aspecto de lo real. La cultura occidental de los últimos cincuenta años se ha caracterizado entre otras cosas por una marcada tendencia al consumismo, es decir al consumo de bienes dispensables. En este marco, el hombre cada vez se vuelve dependiente de más cosas. Así, la concepción del psicoanálisis ortodoxo del sueño como una satisfacción sustituta de un deseo insatisfecho durante la vigilia, pero que se conecta con una insatisfacción antigua, de origen tempranamente infantil, se vuelve un placebo más. El hombre se postra frente a sus propios conflictos. La responsabilidad de nuestros defectos recae en la divinidad, el hado, la sociedad o el vecino. En cualquiera menos en uno mismo. Es necesaria en nuestra cultura contemporánea que el sueño sea tomado a tono de chiste, entre las omnipresentes interpretaciones fálicas del psicoanalista prototípico de turno, a las bizarras concatenaciones de horóscopos, cartas astrales, pseudo-ciencia y charlatanería. De otra forma el hombre occidental promedio tendría que admitir en el sueño un reflejo no de elementos que escapan a su voluntad y a su entendimiento, sino de sus conflictos diarios y cotidianos; de los cuales debería responsabilizarse. En la visión freudiana, la neurosis es el precio que pagamos por la civilización; mientras que en la adleriana la relación es diametralmente opuesta: la neurosis es el resultado de nuestra falta de civilización.

 

 

El sueño se confunde con la imaginación. ¿Dónde comienza uno y dónde termina el otro? Los proto-humanos que dominaron el fuego, debido al miedo que el elemento les provocaba, se imaginaron esta conquista mucho antes de realizarla. Y con seguridad también la soñaron. Los hombres se imaginaron caminando en la Luna desde miles de años antes de que Neil Armstrong lo hiciera. Pero fue necesario imaginarlo en incontables ocasiones para que luego se cumpliera. Hasta que cierto día, alguien imaginó algo que en efecto podía realizarse. Y el mismo rol, juegan los sueños, donde ensayamos las más adecuadas soluciones a los problemas que nos aquejan. En el lenguaje cotidiano imaginar y soñar son sinónimos, hasta el punto de que en ocasiones poco específicas se confunden. ¿No se dice que la realidad imita la ficción? El concepto de bomba atómica apareció en un libro de ciencia ficción: “El mundo liberado” (The World Set Free) de H.G. Wells. Fue publicado en 1914, dos décadas antes de que el húngaro Leó Szilárd teorizara el proceso. ¿Verne imaginó en 1865 al hombre sobre la luna, creyó verlo en el medio de un ensueño diurno, o fue durante el sueño que se le aparecieron los paisajes selenitas?

Mackenzie (1985) sostiene que las imágenes de los sueños son un producto de la fantasía. Su definición de fantasía coincide con la de sueño, haciendo la única salvedad de que una ocurre durante la vigilia y el otro mientras dormimos. En nuestros tiempos, esta idea está bastante difundida. Pero esta elaboración en apariencias simple (el sueño ocurre mientras dormimos y la fantasía cuando estamos despiertos), es transformada a través de la concepción clásica del psicoanálisis freudiano: somos dueños de nuestras fantasías, en tanto que los sueños son productos del inconsciente; y nuestra voluntad consciente no juega ningún papel relevante. Sin embargo Mackenzie es claro al respecto: los mecanismos que operan para la formación tanto del sueño como de la fantasía, son los mismos.

Jung define el sueño como una fantasía espontánea, que surge cuando el sujeto se halla dormido y que es recordada al despertar (Fierz, K., 1979). Los sueños, dice Jung, son a menudo anticipaciones que pierden todo su sentido al ser examinados desde un punto de vista puramente causal. A lo largo de su vida, sueño, fantasía, delirio y visión, parecen entrelazar sus límites. Con Jung, el mismo mundo de imágenes inconscientes que confunden al enfermo mental, constituye la matriz de la fantasía creadora del artista.

Según Jung, el sueño es una pieza teatral interna; donde el propio soñador es «el escenario, el actor, el autor, el productor, el apuntador, el público y el crítico» (Sharp, D., 1994). Este concepto da origen a la interpretación de los sueños a nivel subjetivo, donde las imágenes en ellos se consideran representaciones simbólicas de elementos de la personalidad del soñador.

Difiere con Freud en cuanto a la exclusividad del carácter sustitutivo del sueño. No es el sueño una imagen difuminada de otra cosa, sino que habla por sí mismo y está plagado de símbolos interpretables. Las fronteras entre consciente e inconsciente están mucho menos definidas.

Jung hace el razonamiento que si la concepción freudiana fuese correcta, o sea que nuestro inconsciente solo se basa en deseos frustrados o reprimidos, cuando se eliminara la represión gracias a la interpretación de cada sueño se detendría la producción del inconsciente y se dejaría de soñar. Observó que por más que el sujeto se libere de sus aspectos represivos, los sueños y fantasías persisten.

De Becker (1966) sostiene que la mayoría de nuestros sueños cumplen la función de preparar, planificar, orquestar u escenificar una acción que quedó pendiente durante la vigilia. En este sentido los define como sueños motores, sueños conducentes a una acción, realizaciones de una vocación. Y en este punto sueño y fantasía se confunden. ¿Y es que acaso la fantasía no opera también como una planificación? La similitud entre fantasía y sueño, ubica a ambos en el terreno de la irrealidad. Al fin y al cabo, la fantasía rara vez se realiza, su esencia reside en ser a primera vista irrealizable. En occidente, vemos el sueño, como la fantasía, proyecciones imposibles de la realidad que nunca verán su expresión en el plano de la vigilia. Así, con esta visión ortodoxa, nos volvemos víctimas de los monstruos que construimos para victimizarnos, somos el científico loco que debe las explicaciones que su monstruosa creación le reclama.

Mackenzie afirma que los mecanismos que operan en la formación de los sueños, son los mismos que lo hacen en la de las fantasías. Esto lo amplía Ernest Jones (1967) al respecto de las pesadillas, las supersticiones y las creencias religiosas. Stekel (1957) y Adler hacen lo propio en relación a los recuerdos. Titze (Hazán, Y., Titze, M., 2011)) sugiere que la técnica de las “Tematizaciones” puede realizarse a partir de un sueño, pero también de un recuerdo, una ocurrencia, un chiste o un sueño diurno. Víctor Louis (1979) nos recuerda a Adler y al valor de la simbolización, que opera destacando aquellas experiencias que se pueden emplear para la consecución de la finalidad personal, y al mismo tiempo prescindiendo de otras inútiles, y que es la base del mecanismo de construcción de recuerdos, que denomina “apercepción tendenciosa”. Hazán (2011) agregaba que la principal fuente de información sobre nuestro funcionamiento psíquico son los sueños diurnos, es decir nuestras fantasías. Esto obliga a reflexionar lo siguiente: todos los mecanismos básicos del psiquismo humano están evidentemente relacionados, y esta relación presenta un carácter teleológico. Sueños como fantasías, recuerdos, ocurrencias y pensamientos, operan bajo un mismo sentido, uno relacionado con el estilo de vida de cada individuo; están proyectados a futuro, para mantenerse consecuentes en relación a una finalidad.

Para Adler, los sueños no son la vía regia hacia el inconsciente, sino que todos los materiales son equivalentes. Elegimos qué recordar, es decir, resaltamos las imágenes útiles para la consecución de la finalidad personal y descartamos otras inútiles (con independencia de la realidad objetiva de dichas imágenes), pero también lo hacemos en otros aspectos con idéntico sentido. Elegimos las imágenes que constituyen el material tanto de nuestros sueños y fantasías, como de nuestros miedos y pesadillas; así como la estructura básica de nuestra personalidad y de nuestro “pensamiento”. «La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el ensayo de un camino, el boceto de un sendero”, dice Hesse (1991) en Demian. Para Adler (1984), cada sueño tiende a crear el ambiente más favorable para un fin lejano. Esta finalidad lo distingue del sueño premonitorio de los antiguos: no predice el porvenir, sino que revela y libera una energía que tiende a crearlo. Ésta es la diferencia entre lo profético y lo previsor, entre lo adivinatorio, y lo funcional y operativo. El sueño no sólo es una satisfacción sustitutiva de deseos insatisfechos, sino que desarrolla una función de estilo de vida en su conjunto, referido al futuro, y no al pasado.

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Bibliografía:

  • Adler, A. (1984). El carácter neurótico. Barcelona: Planeta-Agostini.
  • Bayce, R. (1995). «Las cuatro realidades: material-concreta, ideal-simbólica, hiperrealidad y virtual», en Medios de comunicación y vida cotidiana, compilación a cargo de Joaquín Rodríguez Nebot y José Portillo. Montevideo: Goethe Institut- Multiplicidades.
  • Bluestone, S. (2005). El libro de los sueños. Buenos Aires: Editorial Kier.
  • Borges, J., Ocampo, S. (2008). Antología de la literatura fantástica. Buenos Aires: Edhasa.
  • Callois, R. (1964). Problemas del sueño. En: «Los sueños y las sociedades humanas», traducción de Luis Echávarri. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • Carretero, A. (2004). La relevancia sociológica de lo imaginario en la cultura actual. En Nómadas. Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas: Universidad complutense de Madrid, Nº: 9.
  • De Becker, R. (1966). Las maquinaciones de la noche. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • Fierz, K. (1979). Los sueños en la psicología analítica de Jung. En: “Los Sueños”, de Raymond Battegay y Arthur Trenkel. Barcelona: Editorial Herder.
  • Hazán, Y., Titze, M. (2011). Fundamentos de psicología profunda teleológica. Montevideo: Psicolibros Universitario.
  • Hesse, H. (1991). Demian: Historia de Emil Sinclair. México: Editores Mexicanos Unidos.
  • Jones, E. (1967). La pesadilla. Buenos Aires: Paidós.
  • Louis, V. (1979). La interpretación de sueños y primeros recuerdos de la infancia en la psicología de Adler. En: “Los Sueños”, de Raymond Battegay y Arthur Trenkel. Barcelona: Editorial Herder.
  • Mackenzie, N. (1985). Los sueños. Barcelona: Biblioteca Universal Caralt.
  • Maffessoli, M. (1997). Elogio de la razón sensible: Una visión intuitiva del mundo contemporáneo. Barcelona: Paidós.
  • Meier, C. A. (1964). El sueño en la antigua Grecia y su utilización en las curaciones en los templos (Incubación). En: «Los sueños y las sociedades humanas», traducción de Luis Echávarri. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • Pascal, B. (2003). Pensamientos. Buenos Aires: Biblioteca Virtual Universal.
  • Sharp, D. (1994). Lexicón Junguiano. Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos.
  • Stekel, W. (1957). Progresos y técnica en la interpretación de los sueños. Buenos Aires: Ediciones Imán.
  • Von Grunebaum, G. E. (1964). Introducción. En: «Los sueños y las sociedades humanas», traducción de Luis Echávarri. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
  • Watzlawick, P. (1995). El sinsentido del sentido o el sentido del sinsentido. Editorial Herder: Barcelona.

Álvaro Morales
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