Factores que inciden en el filicidio materno. Parte III: relación entre filicidio y ambiente de violencia doméstica

Relación entre Filicidio y ambiente de violencia doméstica
Foto: Kandire

Por Natalia Olivera González

Factores que inciden en el filicidio materno

Se propone pensar que la relación entre filicidio y violencia doméstica, estaría dada en un primer momento a través del ciclo de la violencia (explicado en la primera sección), como debilitante del Yo. Se podría considerar a dicho ciclo el gestor de ulteriores estados de angustia extrema así como de estrés crónico experimentados por la mujer, lo que la llevaría a cometer el pasaje al acto homicida, es decir, el filicidio. Recordemos que dicho ciclo, es lo que lleva a la mujer a encontrarse atrapada en una situación en la que se le dificulta progresivamente visualizar una salida, pues la fase romántica del ciclo la embelesa impidiéndole ver la situación como un problema. Cuando el ciclo se cierra y la violencia doméstica se instala a largo plazo, acaba perturbando el sano equilibrio emocional de la mujer, debilitando al Yo, desequilibrio que se incrementa con la dinámica del ciclo de la violencia.

Para explicarlo un poco mejor: tomando en primer lugar, a Hirigoyen, M-F. (1999), la misma detalla las consecuencias psíquicas de padecer violencia. De las cuales interesa destacar lo que refiere al estrés y al desequilibrio.

Como ya es sabido según varios autores, lo cual Hirigoyen también sostiene, las víctimas de violencia, intentan buscar motivos que justifiquen lo que sucede y, al no encontrar esos motivos, con el tiempo se vuelven inseguras, irritables o agresivas. (p.121)

Lo que comienza comoh consecuencias inmediatas del estrés que se vive durante las fases del ciclo de la violencia, a largo plazo desencadena en un estrés crónico que termina generando trastornos permanentes.

Frente a una situación de estrés, el organismo reacciona adoptando un estado de alerta y produciendo sustancias hormonales, una depresión del sistema inmunitario y una modificación de los neurotransmisores cerebrales. Al principio, es un fenómeno de adaptación que permite afrontar una agresión (…) Cuando el estrés es puntual y el individuo consigue gobernarlo, el orden se vuelve a instaurar rápidamente. Si la situación se prolonga, o se repite a intervalos seguidos, y supera las capacidades de adaptación del sujeto, la activación de los sistemas neuroendocrinos perdura. La persistencia de altas tasas de hormonas de adaptación trae consigo trastornos que pueden instalarse de un modo crónico. (Hirigoyen, 1999, p.122)

Entre dichos trastornos, los más comunes son los de ansiedad generalizada, trastornos  depresivos, o psicosomáticos. En el punto donde la autora menciona la posibilidad de presentación del estrés en intervalos seguidos, lo podemos remitir a los altibajos experimentados durante el ciclo de la violencia doméstica, aunque al principio se enfoque en particular, a la fase inicial de acumulación de tensión y a la fase siguiente donde se produce el estallido violento. Dependiendo de las circunstancias, el desequilibrio puede conducir a reacciones violentas, que sumadas a “una sensación de inutilidad, de impotencia y de derrota” (pp.126-127), puede desencadenar en que la víctima de violencia busque salirse de esa escena y aquí cometa el pasaje al acto homicida.

En segundo lugar, Jiménez (2009) comenta que ciertos estudios muestran “cómo la violencia contra la pareja impacta en los hábitos y la capacidad de las mujeres en su rol materno. Algunas investigaciones encuentran niveles elevados de estrés asociado a la crianza de los menores” (p.266).

Las investigaciones que comparan grupos de mujeres víctimas de violencia doméstica con las que no lo son, sugieren que la violencia padecida genera niveles de estrés, ansiedad y depresión tales, que predispone a las mujeres víctimas a ser violentas a su vez con sus hijos (Ibid p.266)

Es decir, en algunas mujeres violentadas, se produce una repetición del vínculo violento, dirigido hacia los hijos, o un hijo en particular. En este sentido, Escobar Verdesoto y Rosero Rodríguez (2014) proponen que dicha repetición se produce por la influencia que los vínculos históricos tienen respecto a la conducta aprendida del sujeto.

Al constituirse un vínculo operan dos mecanismos, Proyección e Introyección, a partir de los cuales se van estableciendo relaciones con objetos internos y externos. A través de la proyección “los objetos internos van a influir en la constitución de un vínculo actual así como el mecanismo de introyección, ocasionará de una y otra forma que el mundo entero influya en la relación de vínculo interno.” (Escobar Verdesoto y Rosero Rodríguez, 2014, p.30)

Siguiendo esta línea, se podría pensar que tal vez la mujer que cometa filicidio, introyecte los aspectos más negativos de quien ejerció en ella violencia y los proyecte sobre el hijo o los hijos asesinado/s. Ya que al introyectar a quien sea su agresor, en ese instante, éste desaparece como realidad externa, a la vez que ella adquiere un poder que no tiene transfiriéndolo a quien en ese momento ocupa el lugar vulnerable: el hijo.

Para apoyar lo recién mencionado, cabe recordar los aportes formulados por Ferenczi respecto a las situaciones de abuso sexual infantil: Identificación con el Agresor. Recordemos brevemente cómo sucede esto. En el juego de amor entre el niño y el adulto, el niño sólo tiene fantasías a nivel de la ternura respecto al adulto, pero el adulto puede presentar inclinaciones eróticas a nivel psicopatológico, lo que se incrementa si su equilibrio y control se encuentran afectados por alguna adversidad. Malinterpretan los juegos infantiles con deseos sexuales y ello provoca seducciones y violaciones incestuosas.

El niño, cuya personalidad indefensa por estar en desarrollo, se encuentra física y mentalmente débil ante el adulto que lo somete no sólo a su voluntad sino también a un sentimiento de temor.

Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí e identificándose por completo con el agresor.

Por identificación, digamos que por introyección del agresor, éste desaparece en cuanto realidad exterior, y se hace intrapsíquico; (…) En cualquier caso la agresión cesa de existir en cuanto realidad exterior y, en el transcurso del trance traumático, el niño consigue mantener la situación de ternura anterior. (Ferenczi, 2011, p.4)

La única reacción que consigue su personalidad inmadura, es introyectar lo que la amenaza. Como consecuencia de dicha identificación, el niño en su división psíquica, “aprende” a anticiparse al deseo de su agresor, se hace cargo del Yo del agresor y además introyecta el sentimiento de culpa del adulto generándole desconcierto (p.4).

Si el niño se recupera de la agresión, siente una confusión enorme; a decir verdad ya está dividido, es a la vez inocente y culpable, y se ha roto su confianza en el testimonio de sus propios sentidos. A ello se añade el comportamiento grosero del adulto, aún más irritado y atormentado por el remordimiento, lo que hace al niño más consciente de su falta y más vergonzoso. (Ibídem)

Con este punto como antecedente, Montero (como se citó en Kalinsky y Cañete, 2007), sostiene que en situaciones similares como las situaciones de violencia en el hogar:

(…) al hacer propios los términos del abusador, los eventuales malos comportamientos de sus hijos, generados por una situación general de estrés, sumados a la violencia contra ellos de parte de él es una conjunción que abriría el camino para abusar ellas mismas de sus hijos con alguna justificación que no les es del todo clara. (Pp.9-10)

La mujer incorpora argumentos del agresor de forma inconsciente, y pasa de víctima de su agresor a victimaria de sus hijos, debido a que el binomio dueño-propiedad (propio de la violencia doméstica), se transfiere desde el par marido-mujer al par madre-hijo.

Por otro lado, Rascovsky (1981) también formula, a través del “hijo interno” que cada uno posee en su interior, y en el mismo sentido, que:

Seamos padres o no, indudablemente todos somos hijos y mantenemos endopsíquicamente la organización padre-hijo adquirida en los comienzos de nuestro desarrollo infantil. Ese «hijo interno» en cada uno de nosotros sufre el mismo impacto destructivo que el proceso socio-cultural ejerce sobre el vástago y que, internamente, provoca el deterioro total o parcial de nuestro propio yo por acción del Superyó. Además, el hijo interno, al sufrir pasivamente la agresión del Superyó tiende a identificarse con el agresor y a proyectar y perpetuar en los hijos la actuación filicida. (pp.234/235)

Lo recorrido en este capítulo, ha buscado considerar que la violencia doméstica se relaciona con el filicidio a través de dos elementos inherentes entre sí, primeramente el ciclo de la violencia doméstica, y en segundo lugar, como consecuencia del estrés y la angustia generados por dicho ciclo, posteriores estados de desestructuración experimentados por la mujer violentada, que la llevarían a la repetición del vínculo agresivo por medio de la introyección y la proyección.

Consideraciones finales

Lo trabajado aquí, no es un tema fácil de abordar, por varias razones. Primeramente, por el tabú social que representa hablar de madres que asesinan a sus hijos (objeto de amor y realización narcisista); y en segundo lugar, por ser un tema que, si bien cuenta con ciertos autores extranjeros que se han especializado en él, la bibliografía hallada es más bien escasa en comparación con otros temas de la Psicología, lo que conduce a un estudio escasamente visibilizado del tema.

Las dos primeras secciones del trabajo han sido puntuales a su temática, ya a partir de la tercera se comenzó a establecer una lectura de análisis desde de una mirada psicoanalítica, que como se pudo ver, contiene líneas heterogéneas muy interesantes, que vienen a dar luz al tema desde distintos lugares conceptuales. Lo que, en mi opinión, no es menor.

Pretendiendo dar respuesta a la pregunta central de este trabajo: ¿Qué factores inciden en el fenómeno del filicidio materno? Desde lo desarrollado, la misma buscó ser respondida en la tercera y la quinta sección; desde un marco propiamente psicoanalítico en la tercera sección con las líneas presentadas sobre la génesis de la agresión femenina, así como con la articulación realizada en la quinta sección entre el filicidio y la violencia doméstica.

Por otro lado, de los aportes planteados por los distintos autores en este trabajo, podemos pensar lo siguiente:

De las líneas desarrolladas en la sección tres, las cuatro me parecen sólidas pues sus conceptos son sustanciales. La heterogeneidad de las mismas me parece útil para poder explicar, comprender o analizar el fenómeno del filicidio en la particularidad de cada caso, ya que no todas las situaciones de filicidio y/o violencia doméstica obedecen a las mismas razones ni conllevan idéntico desenlace.

En lo personal, me inclino por las segunda y cuarta líneas, correspondiente a Rascovsky y DeMause respectivamente, debido a que sus aportes me parecen los más enriquecedores para la temática, desde el punto de vista psicoanalítico.

De los autores desarrollados en la sección cinco, que relaciona el filicidio con la violencia doméstica, a través de Hirigoyen se puede ver cómo el psiquismo de la mujer-madre que es víctima de violencia, se desestructura a tal punto que puede llevarla al filicidio. Lo cual es un aporte pertinente. Sin embargo, me parece más interesante el hecho de que mujeres violentadas desarrollen una repetición del vínculo violento, así como el hecho de que introyecten los aspectos más negativos de su agresor proyectándolos en su hijo. Lo cual se articula con lo planteado en la cuarta línea desarrollada en la sección tres acerca de los niños-recipientes. Creo que este fenómeno aplica más para las situaciones de violencia padecida cuando el desenlace implica un pasaje al acto filicida.

Pero por otro lado, pensando en dicha proyección, pienso que, a título de hipótesis, cabe interrogarse si acaso esa proyección no sería doble, es decir, por un lado la proyección de los aspectos negativos que introyectaron, y por otro lado una proyección de su propio padecimiento en el/los hijo/s asesinados. Recordemos la clasificación de filicidio desarrollada en el capítulo dos. El primer tipo de filicidio mencionado fue el de Filicidio Altruista, cometido generalmente por las madres con la intención de evitarle al niño un padecimiento mayor futuro o para culminar con un sufrimiento presente. Recordemos además que este tipo de filicidio suele estar asociado a los casos de violencia doméstica como consecuencia de ésta. ¿Y si, en parte ese altruismo materno no fuera más que la proyección del padecimiento que experimenta la mujer? ¿Si en realidad fuera su propio padecimiento lo que estaría aniquilando la mujer al asesinar a su hijo? Queda abierta la hipótesis.

Cabe destacar, que el médico y psicoanalista Arnaldo Rascovsky, co-fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1942, además de la literatura psicoanalítica que posee sobre la temática del filicidio, fundó en 1971 la organización Filium con la meta de estudiar y prevenir el filicidio. Dicha fundación fue la impulsora de otras que le siguieron en otros países, como la asociación Filium de España creada en 1977 para la prevención al maltrato al niño. Este autor ha desarrollado un muy buen trabajo en torno al tema, pero lamentablemente no pudo articular el concepto del filicidio con el de violencia doméstica, ya que éste último vino a cobrar vida y trascendencia (en lo que a América Latina refiere), alrededor de diez años después de sus trabajos sobre el filicidio, adquiriendo su mayor fuerza alrededor de la fecha en que fallece Rascovsky. De lo contrario, sin duda se hubiera visto iluminada aún más su labor, y el aporte teórico para éste y otros trabajos hubiera sido espectacular.

Por otro lado, pensando en un sentido más normativo, resulta llamativo cómo el término Filicidio “se esconde” detrás de Infanticidio incluso en la actualidad, ya que un delito que se venía penalizando en los distintos códigos penales desde las últimas décadas del siglo XIX (en la región al menos), se lo realizaba bajo la terminología de Infanticidio Honoris Causa, que refería al infanticidio cometido para salvar el honor de la mujer que había tenido un hijo soltera, fruto de una violación, o con un amante casado. Aquí se puede ver cómo cierto enfoque de género marcó hasta hace 22 años la concepción del delito del filicidio. Posteriormente se entendió que era una concepción obsoleta y sexista, y en el Río de la Plata se derogó el delito en 1994 (Arg.) y 1995 (Uy).

En lo personal, opino que hubiera sido más acertado retirar el Honoris Causa pero mantener el delito en el Código Penal. Ya que, teniendo en cuenta todos los casos de filicidio que ocurren anualmente en nuestro país, por lo pronto, sería más factible establecer políticas específicas al tema (preventivas e intervencionistas), si contáramos con cifras oficiales de este delito, y no como se tipifica desde 1995 a la actualidad: Homicidio con agravante por el vínculo, ya que esta tipificación es en realidad más amplia y abarca también al parricidio y al fratricidio, además del cónyuge. Resumiendo este punto: la tipificación actual impide u obstaculiza de manera importante, el crear e implementar políticas en esta temática, ya que al igual que en algunos Códigos el Infanticidio encubre al Filicidio, en nuestro Código Penal el Homicidio con agravante por el vínculo encubre al Filicidio.

Recién a mitad de la década de 1970 se comienza a hablar de Filicidio propiamente, como si evitando nombrar al demonio éste no existiera, hablando coloquialmente.

El por qué de que aún hoy ciertos códigos penales sean inespecíficos al momento de referirse a este delito, se debe a que persiste un peso social mayor en el filicidio que en el infanticidio, a causa de la participación materna en la comisión del delito. Lo que implica también la muerte social de la mujer que lo comete.

Retomando la mirada psicoanalítica de este trabajo, al final de la segunda sección realicé unas precisiones sobre el mito de Medea que quisiera ahora relacionarlo brevemente a la tan conocida pregunta de ¿Qué quiere una mujer? Desde Freud la respuesta que nos llega sería que la mujer quiere un hijo (si nos remitimos al Edipo en Freud, sería: un hijo del padre). Pero desde Lacan la respuesta sería que más que un hijo, una mujer querría ser el falo para el hombre, es decir, el objeto de amor del hombre, su objeto de deseo.

En el mito de Medea podemos ver claramente esto, ya que existe una primacía de ser mujer deseada (por Jasón), por encima de ser madre. Ser el falo es más relevante que tener hijos. De hecho, ella misma lo explicita al anteponer “los derechos de su lecho” (citado en Bentolila, 2004) que han sido transgredidos, como causa de sus actos posteriores.

Si bien existe cierta relación entre ser el falo como propio de la posición femenina, y tener el falo como propio de la posición masculina, me parece que en esta búsqueda de Medea -y de las mujeres en general- por ser el falo, está la impronta del primer tiempo del Edipo en Lacan (más precisamente el tercer momento del primer tiempo), y la de la salida del Edipo cuando la niña se identifica con el padre que le transmite qué busca un hombre en una mujer. En mi opinión, esos dos momentos, podrían determinar el hecho de que una mujer busque ser el falo de un hombre, como respuesta a la pregunta ¿Qué quiere una mujer? Siendo en algunas mujeres, más fuerte que la propia maternidad con la cual no se realizarían como mujer sino que dicha realización se produciría en esta clase de mujeres (las verdaderas mujeres según Lacan), siendo el falo deseado.

Y con este punto acerca de las verdaderas mujeres, paso a la siguiente reflexión.

En la Introducción mencioné que elegí este tema por ser difícil de reconocer por ser un hecho que genera un alto impacto y reproche social, ya que es inadmisible la idea de que una madre asesine a sus propios hijos, pues esto cuestiona la imagen materna idealizada e imperante social y culturalmente.

Pero como vimos al final de la segunda sección, esto que llamó mi atención al punto de elegir este tema, era a lo que se refería Lacan sobre ser una verdadera mujer, una mujer que va más allá de lo que se espera de ella, que no cumple con la imagen idealizada e imperante social y culturalmente, sino que es quien realmente es, sobrepasando los límites fálicos.

¿Transgresora? ¡Reivindicadora?¿Insurgente? ¿O simplemente alguien que a través del acto filicida encuentra la muerte social? Y con esto se podría pensar que cada mujer filicida vive su propia tragedia griega, y de esta manera, con este pasaje al acto, su historia (pensando en los vínculos y las situaciones que estructuraron su psiquismo y su forma de posicionarse ante determinada situación, atravesadas a veces por la violencia), adquiere voz y transcendencia  como si con esto lograra reivindicar su historia (valga la redundancia), por todo lo vivido.

Llegando al cierre de estas reflexiones, me parece sumamente relevante la necesidad de un profundo estudio en esta temática a nivel académico y social, quitando el velo del tabú que la misma representa. Un estudio que no sea sólo bibliográfico, sino que recabe información de corte cualitativo favoreciendo la elaboración de estrategias de intervención para la particularidad de cada caso, siguiendo un protocolo de intervención donde se reúna la colaboración de diferentes áreas sociales como el Derecho, la Psicología, la Medicina y la Comunicación para que el abordaje de este tipo de situaciones no quede restringido por una terminología jurídica limitante, ni perdido en notas de prensa como una tragedia más de las tantas que se producen, ni medicalizado como otro trastorno.

A nivel nacional para los casos de filicidio, carecemos de mecanismos de abordaje interdisciplinar como éste, ya sean políticas intervencionistas específicas al filicidio (porque delito o no, lo antecede toda una historia que lo forjó), o programas específicos conformados por un equipo multidisciplinario. En cuanto a esto, para la elaboración de dicho programa o protocolo se puede tomar como ejemplo y antecedente la Edinburgh Postnatal Depressión Scale (mencionada en Hatters Friedman y Resnick, 2007), una escala que se aplica durante el embarazo y período pos parto, que ayuda a identificar posibles indicadores filicidas. Y a partir de ella pensar en un plan de intervención para estos casos.

Igual de importante es generar una amplia difusión académica de trabajos como el recién sugerido, no sólo en textos sino además en Congresos, Encuentros, Seminarios y aulas de clase.

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