Factores que inciden en el filicidio materno. Parte II: masculinidad hegemónica versus feminidad

masculinidad hegemónica versus feminidad
«The Others»: Miramax (2001)

Por Natalia Olivera González

Factores que inciden en el filicidio materno

Pasaje al acto

Con el propósito de indagar en los factores desencadenantes del filicidio para intentar dar luz a dicho fenómeno, resulta pertinente traer en primer lugar, el concepto de Pasaje al Acto. Éste se da cuando hay una escena fantasmática en la cual el sujeto se encuentra aprehendido, constituido en el ámbito de esa escena, y el mundo natural queda prescindido. El pasaje al acto es específicamente la salida de esa escena, salida al mundo, cuando fracasa el llamado al Otro.

Una de las formas en que se expresa el pasaje al acto, para interés de este trabajo, es mediante el acto violento de los hombres agresores, donde estos sujetos agreden a las personas con las que mantienen un vínculo estrecho y con quienes conviven: su mujer y sus hijos. Como su violencia se manifiesta únicamente en el ámbito familiar; otra forma de ésta es rtla de las madres que asesinan a sus hijos, cometiendo así un pasaje al acto homicida.

El pasaje al acto está determinado por dos factores: Embarazo y Emoción. Para Lacan, el término Embarazo refiere a Embarrado, es decir, cuando el sujeto se encuentra atravesado por la barra, esa barra implica una dificultad máxima.

El sujeto que queda bajo la barra, se encuentra en una dimensión intensa de división subjetiva, más intensa que la del síntoma. Entonces la situación de embarazo es un momento pre- pasaje al acto, con fenómenos muy próximos a la angustia. En el momento del pasaje al acto, el sujeto desaparece borrado al máximo por la barra.

La Emoción por su parte, es un momento de agitación que irrumpe en el sujeto, invadiéndolo a través de la pulsión. Provoca que la coordinación de sus movimientos sea desordenada, como un impulso.

Enfoquémonos por un momento en la mujer. Del Edipo en Freud, tenemos que el primer objeto de amor es la madre, pero ese objeto de amor está castrado. Ante la carencia de la madre, la niña re-dirige la investidura de objeto de amor hacia el padre.

Es decir, el primer objeto de amor en la vida de una mujer (según el Edipo en Freud), no la colmaría completamente y debe buscar otro objeto que sí lo haga.

Esto se asemeja a lo que menciona Lacan, cuando al hablar sobre la Angustia, expresa que el sujeto busca en el Otro la satisfacción total de su deseo, pero al no encontrar su demanda plenamente satisfecha, emerge la carencia de ser y con ella la angustia.

Para borrar esa carencia el Sujeto, comienza a desear el deseo del Otro, obteniendo placer pero no la absoluta satisfacción de su deseo.

Resumiendo, podríamos especular que el sujeto demanda del Otro la satisfacción plena de su deseo, así como la niña lo demanda en su madre que es su primer objeto de amor. Al no encontrar su demanda satisfecha, el Sujeto re-dirige su deseo para suplir esa carencia, al igual que la niña al ver la carencia de la madre, busca un nuevo objeto de amor que la colme como el anterior no pudo hacerlo.

Esa carencia, a pesar de re-dirigir el deseo para suplirla, deja su impronta para la vida adulta, lo que haría que la angustia que la acompaña, se manifieste ante una cierta situación determinada de la adultez como angustia automática remitiendo a la mujer a la angustia experimentada en la fase edípica.

En cuanto a la relación del pasaje al acto con la angustia, ésta se da a través de la duda (lo que engaña) y de la certeza de la acción (lo que no engaña). La tensión entre ambas es lo que conduce al sujeto a actuar, ya que el actuar propiamente del pasaje al acto, le quita la certeza a la angustia. (Lacan, 2012)

Otros aportes

Luego de exponer estos aportes, que intentarán ser una primera base de análisis, interesa posar la mirada en la figura de la mujer filicida. Figura socialmente invisibilizada, no se reconoce la naturaleza agresiva materna.

Varios autores han indagado acerca de la génesis de la agresión femenina u odio femenino (según se prefiera), desde líneas heterogéneas.

Una primera línea explicaría la raíz de la violencia ubicándola en épocas tempranas de la infancia, siendo sus dinámicas intra-psíquicas su determinante.

Comenzando con Freud, éste ubica la génesis del odio femenino en el vínculo edípico, mencionando tres fuentes: las frustraciones a las que la niña es sometida por parte de su madre, sus propias fantasías referentes a la castración, y la frustración de aquellos deseos dirigidos al padre. (Miraldi, 2010, p.10)

Para Melanie Klein se trata de un Superyo más severo y rígido que en el varón. Todo comienza con el temor que la niña siente respecto al interior de su cuerpo, originado en una fantasía de represalia materna cuando la niña comienza a idealizar el pene paterno en lugar del pecho materno.

Chasseguet-Smirgel plantea que el padre (con su pene), sustituye como objeto de amor a la madre y su pecho, debido a una relación conflictiva entre ambas por la identidad sexual. Entonces rechaza y combate las pulsiones agresivas que posee. (Miraldi, 2010, p.11)

En otra línea, la génesis de las tendencias destructivas estaría ubicada en los instintos de vida y de muerte. La existencia de un sano equilibrio entre ambos, es fundamental para vivir. Pero cuando se presenta el impulso de destruir a sus hijos, se debería a tendencias esquizoparanoides arcaicas reactivadas. Como lo explica el médico-pediatra y psicoanalista argentino Rascovsky: “el sujeto regresa a fases primitivas que implican relaciones sádico-canibalísticas con sus objetos. (…) en esta regresión los objetos vuelven a ser tratados como partes y no como totalidades” (2000, p.254).

Para entender de qué se está hablando, cabe aclarar que lo anterior se remite a Melanie Klein y su concepto de posición esquizoparanoide, que refiere “a las angustias y defensas propias de la primera fase del desarrollo posnatal del niño” (Rascovsky, 2000, p.250).

Y continúa explicando Rascovsky (2000):

En primer lugar, considera la ansiedad que surge de la amenaza de aniquilación del yo por las tendencias de muerte a raíz del nacimiento, y señala la aparición de una relación parcial con el pecho. Se refiere luego a la disociación entre lo frustrante y lo placentero, y menciona, como mecanismos sobresalientes o característicos de la posición esquizoparanoide, a la disociación, la idealización, la negación y la omnipotencia. Para comprender la regresión canibalística resulta esencial la concepción del objeto. (p.250)

Una tercera línea, es la que traen Anthony y Kreitman (1983), quienes relatan la experiencia recogida en un estudio realizado en 40 madres. Se trata de madres que poseen deseos conscientes de asesinar a sus hijos, deseos que merodean en su mente y las perturba al punto de solicitar ayuda terapéutica. Estas madres se horrorizan de los pensamientos que poseen, ya que se consideran madres tiernas, atentas y protectoras, que jamás pondrían en peligro a sus hijos.

En este grupo de madres, se diagnosticó a 18 de ellas con reacción fóbica-compulsiva, 14 con reacción depresiva, y 8 con reacción neurótica mixta. En el primer grupo, el deseo filicida, expresado como síntoma obsesivo-fóbico, variaba desde una representación absurda hasta un impulso muy cercano a concretarse. (p.480)

Según lo indagado por estos autores, la mayoría de estas mujeres coincidían en los siguientes precedentes:

  • Actitudes negativas o ambivalentes hacia la propia madre.
  • Padres que durante la infancia habían sido poco demostrativos, rechazadores o físicamente crueles.
  • Más de la mitad de esos padres eran recordados en escenas de riñas con posterior separación o divorcio.
  • Mujeres que se sentían frustradas sexualmente, aunque fuesen satisfechas en el acto sexual, no lo eran en su vida íntima. (pp.484-485)
  • El embarazo o los primeros seis meses posteriores al parto, desencadenaban los sentimientos agresivos.
  • Dichos sentimientos también podían manifestarse luego de atravesar por un embarazo y un parto que generaran estrés, sumándose a una aversión previa hacia la propia madre.

Los autores proponen, según lo observado en su estudio, que existe una relación entre haber querido mal al padre y querer mal al hijo varón, así como una relación entre haber querido mal a una hermana y querer mal a la hija mujer. Es decir, que basados en esta experiencia, se produce una identificación del hijo mal querido con alguno de sus propios padres o hermana. Hecho más frecuente en las mujeres con respecto al padre y el hijo varón. (pp.486/489)

La modalidad más común en que se produce esta identificación, es la identificación directa del hijo con uno de los progenitores o hermano mal querido, en donde los aspectos y emociones negativos sentidos por ese familiar, se transfieren en forma directa al hijo.

Por último, dentro de esta línea, los autores identifican cinco factores determinantes en el vínculo agresivo. El primero de ellos es el hecho de que la mujer no se sintió amada en la infancia por alguno de sus progenitores, lo cual haría que se instalara una carencia afectiva.

El segundo factor es la ausencia de un modelo materno con el cual identificarse, lo que conduce a no comprender el rol materno, e incluso rechazarlo.

El tercer factor es la presencia de una fuerte ambivalencia afectiva dirigida a los progenitores, los que, a pesar de ser recordados como buenos padres, no brindaron la satisfacción de las necesidades afectivas durante la infancia.

El cuarto factor es el haber presenciado la agresión entre los padres, por lo que percibirían que en todos los vínculos habría aspectos agresivos.

El quinto y último factor, es un inadecuado sistema de defensas yoicas, en donde el hijo representa una amenaza para los mecanismos de defensa primarios, que estructuran la personalidad.

Es decir, la mujer desarrollaría sobre el hijo/a víctima, una identificación paterna, materna o fraterna. En el caso de un hijo varón, la identificación sería, desde el complejo de Edipo, la del padre terrible, castrador, privador y frustrante del segundo tiempo del Edipo según Lacan; al asesinar a ese hijo, la mujer se estaría liberando de ese padre castrador que él representa. Y según el vínculo conflictivo o ambivalente que haya tenido con su padre en la infancia, sería una identificación directa de los aspectos negativos del vínculo originario, transferidos al hijo. En el caso de la hija mujer, se produciría una identificación de esa hija con la propia madre rechazando el rol materno personal; o con una hermana con la cual se mantenía un vínculo sumamente negativo.

La última línea viene de la mano de DeMause (2000), quien a partir de lo que postula el Psiquiatra Joseph Rheingold en 1964, menciona que las madres filicidas, a pesar de su deseo previo de ser madres, viven la maternidad desde un lugar negativo debido a que se sienten amenazadas por sus propias madres, ya que ser madre implica realizarse como mujer, y el hijo representa satisfacción sexual, independencia, competencia con la propia madre y triunfo edípico, aspectos considerados ofensivos e imperdonables. Cabe aclarar que dicha amenaza existe únicamente en su imaginario, pero es tan fuerte que buscará anular su propia maternidad. Así lo expresa Rheingold (como se cita en DeMause, 2000): “[El castigo de la propia madre] es ineludible, (…) Para salvarse, ella debe deshacer la maternidad destruyendo al niño” (p.107).

Por su parte, DeMause (2000) propone que:

El principal mecanismo psicológico que opera en el infanticidio es el mismo que el de todos los casos de abuso infantil (…) Implica el uso del niño como lo que yo denomino recipiente de veneno, un receptáculo en el cual se pueden proyectar partes repudiadas de la propia psique. (p.108)

Este autor formula el término niños-recipiente, de los sentimientos y características inaceptables e insostenibles de sus padres. Ante las demandas naturales de un hijo, a juicio del autor, el adulto puede tener alguna de las tres siguientes reacciones (p.6):

  1. Reacción Proyectiva, utiliza al niño para proyectar los contenidos de su inconsciente.
  2. Reacción de Inversión, sustituye con el niño a una figura de importancia de su infancia.
  3. Reacción Empática, satisface en forma correcta las necesidades del niño, pues siente empatía para con éste.

Tomando en cuenta lo propuesto por este autor, el filicidio se explicaría a través de una reacción proyectiva dirigida en dichos niños-recipiente.

Los autores trabajados en esta segunda parte, nos brindan cuatro líneas heterogéneas que explicarían cuales son los factores que determinan la violencia femenina, desencadenando en una posterior violencia materna.

La primera línea se basa en el desarrollo intra-psíquico de la infancia temprana, donde interviene el vínculo edípico y la formación del Superyó.

La segunda línea, se basa en un retorno a una fase primitiva cuyas tendencias esquizoparanoides se reactivan.

La tercera, tiene como base un vínculo conflictivo con alguno de los padres durante la infancia, que lleva en la vida adulta, a una identificación negativa del hijo con el propio padre o al rechazo del rol materno, atravesado a su vez por variables como: estrés durante el embarazo o posterior al parto, recuerdo de haber presenciado situaciones agresivas, o ambivalencia afectiva que aún persiste hacia los padres; como las más comunes.

La cuarta y última, explicaría el acto del filicidio por una reacción proyectiva dirigida a los denominados niños-recipiente.

Masculinidad Hegemónica versus Feminidad: otra dimensión en la que se inscribe la dinámica de la violencia.

Dinámica relacional que puede conducir a la violencia

La violencia doméstica se encuentra inscripta en la interacción de dos modelos. Lamentablemente, dicha interacción se ha producido por un ejercicio de poder desigual de uno de los modelos sobre el otro: masculinidad y feminidad. Al hablar de modelos en este caso, se piensan como modelos conductuales, que se transmiten de padres a hijos, enseñando cómo comportarse, cómo sentir, cómo pensar y qué decir según el género al que se pertenece.

Dicha desigualdad no queda reducida al ámbito doméstico cuando ese poder es ejercido, sino que implica una inequidad en el reconocimiento y en el ejercicio de los derechos, inequidad que se establece tanto en ámbitos privados como públicos, naturalizándose que la mujer ocupa un lugar inferior por su condición de “sexo débil” y por lo tanto debe obediencia al “sexo fuerte”, porque es proveedor para la subsistencia familiar, pero es además, un ejemplo de modelo masculino dentro de su propio género. Estas inequidades conducen al surgimiento del concepto de masculinidad hegemónica planteado por parte de Connell (1995) quien lo expresa así: “La masculinidad hegemónica no es un tipo de carácter fijo, el mismo siempre y en todas partes. Es, más bien, la masculinidad que ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género (…) (p.11)”

En este mismo sentido, López Gómez & Güida (2000) señalan la existencia de una categorización jerárquica dentro de las masculinidades, presente en cada cultura, donde se ubica un modelo hegemónico que “opera como vehículo de poder de género”. Sumado a esto, también instituciones y grupos, “generan y sustentan diferentes formas de masculinidad” (López Gómez & Güida, 2000).

No es nuevo que esta inequidad estructural entre ambos géneros, ha determinado a lo largo de los años el comportamiento social e individual de las personas (comportamiento que es pasible de ser influenciado además, por modelos familiares de crianza violenta), y aún hoy se mantiene, reproduciendo formas de actuar, pensar y ser, a pesar de los cambios sociales surgidos con el feminismo.

Cuando hablamos de masculinidad, no hablamos de un modelo único sino de distintas formas de masculinidad que ocupan diferentes posiciones de poder, quedando algunas, subordinadas. Esto se conoce como Hegemonía Interna, mientras que la Hegemonía Externa, refiere a la dominación masculina ejercida sobre las mujeres, oprimiéndolas.

A lo largo de los años, la masculinidad hegemónica más visible ha sido la de tipo externa, ejercida por los hombres. Pero, como la misma Connell sostiene, “la hegemonía es una relación históricamente móvil” (p.12), lo cual podemos ver en el empoderamiento femenino en las últimas décadas, pues ha cambiado el «modelo de mujer ideal» de antaño (ama de casa dedicada a la crianza de los hijos, a atender al marido y las labores domésticas, sumisa, obediente, dependiente, etc.).

En la actualidad, el modelo de mujer ideal ya no apunta tanto a ser una ama de casa dedicada a sus hijos, al marido y las labores domésticas como sus mejores cualidades, sino que ahora se inscribe en un modelo de mujer que más allá de cumplir o no, con un rol preestablecido de esposa y madre dedicada, además cumple con sus propios deseos y expectativas personales de mujer emprendedora, que estudia una carrera y se supera como profesional, que ya no necesita del sostén económico y afectivo de un hombre, porque su independencia y desarrollo profesional le otorgan la autonomía y la satisfacción de sus necesidades. Necesidades que no están determinadas por el deseo de otros, sino por los deseos propios.

Una vez planteado esto, es pertinente vincularlo al ámbito de la violencia intrafamiliar. En la hegemonía de un género sobre el otro, o incluso en la propia hegemonía interna de un género, existe ya un nivel implícito de violencia (psicológica y patrimonial sobre todo), pues el concepto mismo hace referencia a la supremacía ejercida (por la posición masculina privilegiada), en desigualdad de condiciones a través de variados mecanismos sociales creados y administrados por hombres.

Dicha supremacía implica mensajes como que la autoridad es masculina o que el honor se limpia con sangre, y a pesar de que han habido cambios notorios, el bagaje de esta ideología aún hoy influye en la dinámica relacional entre ambos géneros, que encuentra su expresión en la violencia doméstica.

Algunos estudios, como el de Duarte, Gómez y Carrillo (2010), han investigado si existe una relación entre lo que entienden hombres y mujeres acerca de la masculinidad, y la generación de violencia doméstica. Entre las conclusiones de dicho estudio, se encontró que las mujeres creen que la violencia en los hombres es algo intrínseco, y por lo tanto naturalizan esta creencia. Por su parte los hombres asocian la causa de la violencia en ellos mismos, a factores externos desencadenantes. En ambos casos, la existencia de la violencia masculina estaría justificada, lo cual contribuye al mantenimiento del ciclo de la violencia. (Duarte, Gómez y Carrillo. p.28).

En este sentido, debido a la aceptación de la violencia masculina, las situaciones de violencia en el seno familiar serían bastante frecuentes, y con ello también, no sería extraño que se produzca la repetición del vínculo violento. De este modo, lo que comenzaría en un nivel más general, siendo la supremacía de un género sobre el otro, con todas las significaciones que implica; descendería al plano de la violencia doméstica por herencia de lo anterior, y este punto finalmente desencadenaría a nivel más particular, en casos de filicidio por herencia de bagaje sociocultural y repetición de vínculo violento.

En otro sentido, tomando como punto de referencia lo que algunos autores, como Ruth Teubal (2010), establecen acerca de la reacción paralizante de ciertas madres en los casos de violencia sexual infantil. Se puede entender que ciertas reacciones maternas frente a la confirmación del abuso, se deben a que la revelación del hecho implica para algunas mujeres una crisis personal, enfrentarse a sí mismas, sentir que han fallado en su rol materno de protección y cuidados, etc. Su autoimagen de «buena madre» sufre una ruptura. Lo mismo podemos suponer que sucede en los casos de violencia doméstica, en donde los hijos, aunque muchas veces no sean víctimas directas de dicha violencia, son víctimas secundarias. La mujer puede encontrarse en forma involuntaria, en una posición pasiva ante la violencia padecida, que le impida tomar acciones para auto defenderse y defender a sus hijos.

Si uno toma en cuenta esto, se puede plantear que, la mujer experimenta así una fragmentación de su imagen de buena madre y por lo tanto estaría fallando también en lo que se espera de ella como mujer, además de fallar como madre, ya que el mandato social es doble. Esto se explica porque se posiciona dentro de un modelo de feminidad, con el cual “no cumplió».

Si sumamos por un lado, el peso social que implica no cumplir con ese estereotipo de feminidad-maternidad, peso que le es depositado pero que la propia mujer muchas veces asume; por otro lado, la fragmentación que experimenta de su propia imagen; a su vez la impronta de violencia que contiene la dinámica relacional entre los dos géneros; además de una ambivalencia afectiva hacia alguno de los padres con el cual identificarían negativamente a su hijo/a asesinado/a; y por último, como postula DeMause (S/F), el proyectar en el/los hijo/s los sentimientos más negativos, inaceptables e insostenibles, como si el hijo fuera el recipiente de ellos; sería bastante perceptible el advertir cómo todos estos factores (o varios de ellos) sumados devienen en el acto del filicidio.

Antecedentes legales

Vale la pena detenerse para visualizar cómo se ha penalizado el filicidio en otros países y en el nuestro, ya que la normativa ha obedecido a una concepción patriarcal. Se desea dirigir la mirada a los países del Cono Sur, por ser con quienes compartimos no sólo una región geográfica sino también un pasado histórico y político.

En el actual Código Penal de Brasil de 1940, la figura penal es la de Filicidio, tipificada en el artículo 123. A modo de reseña histórica, en la época del Imperio de Brasil existían dos artículos que tipificaban el Infanticidio: el artículo 197 que se refería al asesinato de un recién nacido cometido por cualquier persona, y el artículo 198 que ser refería al asesinato de un recién nacido cometido por su madre para ocultar su deshonra. En este último caso, la pena era reducida a prisión con trabajo entre uno a tres años (Dornelles, F., 2012).

En 1890, se modifica la tipificación del Infanticidio, que a través del artículo 298, se introducen causas psicológicas relacionadas a la deshonra, a la vez que la pena aumenta a entre tres a nueve años en forma general, los cuales podían ser reducidos si se comprobaban dichas causas psicológicas.

En el Código de 1940, el decreto 2.848 incorporó la novedad del estado puerperal, es decir, que a partir de este decreto se consideraba infanticidio el asesinato de un recién nacido cometido por la madre bajo la influencia del estado puerperal. Además se disminuyó la pena a entre dos a seis años.

Por último, en 1969, el decreto 1.004 retiró el punto referente al estado puerperal, manteniendo igual el resto de la tipificación hasta la actualidad (Dornelles, F., 2012).

En el Código Penal de Argentina de 1921, ha existido como Infanticidio (con penas de entre seis meses a dos años de prisión), pero ha sido derogado tres veces, siendo la primera vez en 1967 y la última vez en 1994, bajo los argumentos de que el infanticidio por deshonra significaba un concepto sexista y arcaico (Morabito, M., 2013), y también debido a la ratificación en 1990, de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, en donde el derecho a la vida (derecho fundamental en dicha Convención), estaba por encima del derecho de la mujer de protección de su honra (Folino, J., Almirón, M., Domenech, E., Ricci, M. y López Ramos, M., 2006).

En 2010 hubo un intento de restituir la figura penal del Infanticidio, pero el proyecto de ley sólo obtuvo media sanción en la Cámara de Diputados de la Nación, por lo cual no se concretó (Gastiazoro, M.E., 2015).

En el Código Penal de Chile de 1875, aparece la figura penal de Infanticidio en el artículo 394, entendido como el asesinato del niño dentro de las primeras 48 horas de vida por el padre, la madre o demás ascendientes legítimos (Rodríguez Manríquez, R., 2013, pp. 179).

En el Código Penal de Paraguay de 1997, con apenas diecinueve años de existencia, la figura penal de Infanticidio no existe. El artículo 105 tipifica este delito como Homicidio doloso, con hasta 25 años de prisión si el asesinato es cometido contra un hijo, madre, padre o hermano.

Finalmente en nuestro Código Penal de 1934, la figura penal del Infanticidio Honoris Causa existió a través del artículo 313 hasta el 12 de julio de 1995, fecha en la que es derogado por el artículo 23 de la Ley Nº 16.707. Actualmente se penaliza a través de los artículos 310 y 311 como Homicidio con agravante especial por el vínculo (Código Penal, 2013).

A lo que se apunta con este breve recorrido histórico legal, es a visualizar qué lugar ha tenido y tiene el fenómeno del Filicidio para la Ley en nuestra región. Como se puede apreciar, la legislación de la región evidencia que ha estado presente a lo largo de varias décadas, obedeciendo sus modificaciones y derogaciones, a los paradigmas socioculturales de su momento. Pero no por ello ha dejado de producirse este fenómeno tan censurable socialmente. Más aún, en las últimas décadas en nuestro país, son varios los casos difundidos por la prensa, sobre madres particularmente, que asesinan a sus hijos, y muchas se suicidan posteriormente o lo intentan.

La legislación vigente y los estudios académicos nacionales, parecen no acompañar la ocurrencia del fenómeno del filicidio materno en la sociedad.

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