Avatares de pareja: buscando a la media naranja

Avatares de pareja: buscando a la media naranja
Foto: Seemann

Por Daniel A. Fernández

(Extracto del libro “Sapos y Cenicientas – Una mirada psicológica acerca de las problemáticas del amor”, de Daniel Fernández. Ediciones Urano Argentina).

Es sabido por todos los psicólogos que la problemática más común que lleva a una persona a hacer una consulta profesional suele estar vinculada, de un modo u otro, a la vida a morosa. Están aquellos que aman y se angustian porque no son retribuidos de igual forma, están los que sienten que han perdido el amor y les duele poner fin a una relación antes prometedora, están los que pese a amar y ser correspondidos encuentran diversos obstáculos por los cuales es difícil sobrellevar la relación y están aquellos otros que, contra viento y marea, buscan anhelantes a ese otro ser que los complete para poder así de nuevo enamorarse y alcanzar la tan esquiva felicidad. Sin embargo… ¿es posible hallar a alguien con tales características? ¿Es factible dar con ese alguien que complete nuestro ser? ¿Es acaso justo pretender que otro sea el responsable de nuestra felicidad?

El antiguo y romántico mito de Aristófanes hablaba de aquellas almas que habían sido separadas en un origen y que luego se buscaban a través de la vida y del tiempo para volver a unirse y así completarse. Se trataba de volver a ser uno gracias a un otro, a un otro que nos completaba y gracias al cual perdíamos nuestra falta. Pero este romántico pensamiento de Aristófanes, que hoy en día bien podríamos llamar el “mito de la media naranja”, poco tiene de posible si lo abordamos desde un enfoque psicoanalítico. Pero… ¿por qué es tan atractivo dicho mito? ¿Será quizá que es más fácil delegar en otro, en ese imposible otro, la ardua tarea de hacernos de felices? ¿Será que de este modo eludimos la penosa tarea de hacernos cargo de nosotros mismos, de nuestros deseos, de nuestra fiel e ineludible falta?

El ser humano arrastra consigo un malestar estructural, una falta sutil tan agobiante como imprescindible. Es gracias a esa falta que somos sujetos deseantes, pues no deseamos sino aquello que aún no hemos encontrado. Y es dicho deseo, el que subsiste en la falta, el que nos motoriza para seguir buscando, para seguir viviendo. ¿No es entonces la falta imprescindible? ¿Qué oscura angustia sobrevendría si ya no nos habitara nuestra falta, nuestro deseo? Por tal motivo es que siempre habrá un resto entre lo buscado y lo anhelado, siempre habrá algo que no conformará del todo una vez que alcancemos aquello que otrora perseguimos, siempre algo faltará y no habrá nunca un otro que logre completarnos.

 

 

Ahora bien, justamente porque todos tenemos una falta en ser es que, para Lacan, amar es “dar lo que no se tiene a quien no es”. Damos lo que no tenemos porque nunca tenemos aquello que completa al otro y, a su vez, el otro tampoco tiene aquello que pueda completarnos. Y de persistir en nuestro afán irracional de dar con aquella tan soñada media naranja, chocaremos con la infalible certeza de que el otro nunca será exactamente lo que buscamos ni seremos nosotros exactamente lo que el otro buscó. De allí que nos quede vivir en un fantasioso engaño o asumir nuestra falta y la del otro.

Todos somos apenas naranjas incompletas, desgajadas de tal modo que jamás hallaremos nuestra pieza faltante en algún otro y viceversa. ¿De qué se trata entonces? ¿Qué buscar? Quizá de lo que se trate sea simplemente de asumir que nuestra felicidad no depende del otro, que somos nosotros los únicos responsables de nuestra propia felicidad. Quizá solo se trate de buscar a aquel otro a quien podamos amar más allá de las faltas. Quizá solo se trate de recorrer la vida de la mano de un otro que nos haga más fácil y hermoso el camino, tal como dos cítricas mitades que pese a no engarzar con exactitud logran amarse igual profundamente, sin esperar el uno del otro lo imposible.

Daniel A. Fernández
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  1. Muy claro y actual de la clínica.

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