¿Por qué algunas personas viven fijadas a la pena?

¿Por qué algunas personas viven fijadas a la pena?
Foto: BrookLorin

Por Daniel A. Fernández

Existen aquellas personas que viven penando por lo perdido. No importa cuántos años hayan transcurrido, ellos siguen hablando de sus antiguas pérdidas. No han procesado duelo alguno y permanecen fijados a la pena. Suelen ser personas que, además, encuentran gran dificultad para relacionarse con los aspectos positivos de la vida y carecen de capacidad de disfrute. Miren hacia donde miren, todos los vasos los ven medio vacíos. Sólo te hablarán de enfermedades que tuvieron, o tienen, o podrían tener. Se quejarán de cuanta cosa sea posible. Deambulan de aquí para allá con una nube oscura sobre sus cabezas, todo lo perciben como negativo y viven aferrados a la tristeza. ¿Por qué ocurre tal cosa? Porque estas personas son dominadas por un impulso mortífero, un impulso inconsciente que se satisface al regodearse de más en el dolor.

En todos los seres humanos habitan dos impulsos. Uno de ellos, al que llamaremos “impulso de vida”, nos lleva a buscar situaciones placenteras, las cuales desde luego están en conexión con nuestros deseos. El otro impulso, al que llamaremos “impulso de muerte”, es descripto en 1920 por Sigmund Freud en su texto “Más allá del principio del placer”. Freud advierte la existencia de este impulso mortífero a partir de la observación de determinados casos clínicos, en los cuales era notoria la búsqueda de situaciones que no eran ni habían sido nunca placenteras. Se trata, por cierto, de un impulso inconsciente, por lo cual la persona no está advertida de que existe. Y se satisface en cierto modo en el sufrimiento, en penar de más, en regodearnos en lo displacentero.

Como antes mencioné, el impulso mortífero habita en todo ser humano. De ahí que una persona que haya tenido, por ejemplo, una discusión callejera con un extraño, puede que luego recuerde una y otra vez aquella discusión. Tal vez incluso se cruce en su camino con algún conocido y no dude en narrarle la desafortunada experiencia. Y alguien muy obsesivo es probable que ni siquiera duerma bien aquella noche, dado que recreará mentalmente las escenas del suceso. Claro que esta persona no puede evitar pensar en ello, pero cada vez que lo hace sólo se angustia más. ¿Por qué lo hace entonces? Porque, a nivel inconsciente, ese impulso de muerte halla cierto grado de goce. Sin embargo, lo más probable es que al día siguiente esta persona haya superado la situación y vuelva a conectarse con sus deseos y a perseguir los placeres de la vida. Es decir que, en una persona saludable, el control está dado siempre por el impulso de vida. En cambio, en las personas que describimos anteriormente, que pareciera que siempre viven penando, el control está dado por el impulso de muerte.

 

No está de más aclarar que, por supuesto, todo aquel dominado por su impulso mortífero no lo reconoce. Estas personas eternamente angustiadas no mienten al asegurar que no quieren sufrir. Su sufrimiento es auténtico. Pero aun así, en dicho sufrimiento, el impulso inconsciente mencionado halla un grado de goce significativo, debido a lo cual a la persona le resulta de suma dificultad escapar de su dominio.

Dijimos recientemente que, en toda persona sana, el dominio lo tiene el impulso de vida. También hemos afirmado que dicho impulso se vincula a la búsqueda de situaciones placenteras y que, a su vez, estas se relacionan con el deseo. Pues bien, eso significa entonces que, para lograr que estas personas dominadas por el impulso de muerte puedan pasar el control nuevamente al impulso de vida, debemos procurar que entren en contacto con sus deseos, que los reconozcan, que hagan algo por ellos.

Para poder tener una vida plena, debemos ser una mente equilibrada. Y este equilibrio sólo será posible mientras demos control al impulso de vida. Por ello la importancia del deseo en Psicoanálisis. El deseo debe ser un faro a seguir, del cual no deberíamos apartar la mirada. En tal sentido, debemos tener presente que el deseo es nuestra herramienta fundamental para no ser presas del impulso de muerte. Y vale aclarar que, desde luego, debemos tener cuidado de no confundir nuestros deseos con los mandatos familiares o sociales, que no son otra cosa más que el deseo de los otros. Ten presente además que, si no estás haciendo realmente lo que quieres, tal vez se deba a que simplemente estás haciendo lo que pretenden de ti los demás. Y ese es un camino que sólo te conducirá al padecimiento.

Daniel A. Fernández
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