Los conflictos del deseo

Los conflictos del deseo
Foto: StockSnap

Por Daniel A. Fernández

Siempre se ha hablado de la importancia de reconocer nuestro deseo, de hacer algo por él. Sin embargo, un refrán popular asegura: “si te gusta el durazno, aguanta su pelusa”. ¿Esto significa que el deseo tiene un precio? ¿Genera malestar? Ocurre que, en la mayoría de nosotros, existe un conflicto entre el deseo y el temor a las consecuencias de que dicho deseo se torne realidad. De hecho, este es el típico conflicto neurótico. Y aprovecho para aclarar que, al hablar de neurosis, no me refiero a una patología sino a la estructura normal y esperable en los seres humanos. De ahí que Freud mencionara que todos somos neuróticos. Por cierto, no se puede carecer de estructura. Quien no es neurótico, habrá de ser psicótico o perverso. Pero, desde luego, dentro de las neurosis se podría hablar de grados, por lo cual hay formas más y menos saludables de ser neurótico, dependiendo de los conflictos en cuestión y de la historia particular.

Podríamos decir que ya sea que desconozcamos nuestro deseo porque fue reprimido o que logremos extraer hacia la consciencia dicho deseo, puede que tengamos frente a nosotros un problema. ¿Qué es mejor entonces? Definitivamente lo segundo, puesto que toda decisión que tomemos debe estar basada en un auténtico conocimiento y no en la ignorancia de la inconsciencia. De otra manera, habríamos de vivir en el engaño, sin ser quienes somos en realidad. No importa qué conflicto surja tras reconocer determinado deseo, ya que será a partir de nuestra capacidad consciente de reconocerlo que podremos luego reflexionar y evaluar si el precio a pagar por el mismo es aceptable o no. En otras palabras: ¿Nos gusta tanto el durazno como para soportar su pelusa o detestamos tanto la pelusa que preferimos renunciar conscientemente a ese durazno, sacrificándonos y conformándonos con una fruta menos complicada?

 

 

Evidentemente, dependiendo de qué simbolice para cada uno de nosotros ese durazno y su pelusa, cada quien habrá de responder a la pregunta anterior de la manera que más lo satisfaga. Pero sólo se puede elegir a partir de que se tiene plena consciencia de qué es lo que verdaderamente está en juego.

Así como en la típica caricatura en la cual, sobre uno de los hombros de una persona reside un angelito y sobre el otro un diablillo, disputando entre sí la decisión de ese sujeto que no sabe qué hacer, de igual manera muchas veces nos vemos confundidos ante la disyuntiva de escoger entre seguir nuestro deseo o detenernos por temor a sus posibles consecuencias.

También es indudable que los mandatos familiares y sociales, esos que todos llevamos incorporados en mayor o menor medida, pueden tener tal peso que, en ocasiones, optar por el deseo implica inevitablemente tener que enfrentarlos.

Cada vez que el deseo está en conflicto, nos vemos obligados a pagar cierto costo. Si elegimos por avanzar hacia dicho deseo, en ocasiones pagaremos con culpa o perdiendo algunas comodidades o padeciendo ciertas situaciones. Si optamos por renunciar a ese deseo, el costo a pagar será resignarnos a la infelicidad. Siempre el precio implicará cierto grado de angustia. Pero en quien renuncia definitivamente a su deseo, la angustia habitará de modo permanente.

Daniel A. Fernández
Últimas entradas de Daniel A. Fernández (ver todo)

Comentarios

comentarios

Post Comment

*