¿La Psicología como cuestión de fe?: confesiones de un psicoanalista

¿La Psicología como cuestión de fe?: confesiones de un psicoanalista
Foto: DTL

Por Daniel A. Fernández

Todo psicólogo o estudiante de Psicología, alguna vez, habrá tenido que soportar la agresión encubierta de quien le dice: “yo no creo en la Psicología”. Y quien no haya escuchado aún la nefasta frasecita, puede dar por seguro que, inevitablemente, en algún momento futuro habrá de percibirla como una cachetada de mal gusto.

En lo personal, reconozco que hacía ya tiempo que no escuchaba la ridícula frase. Sin embargo, otra vez, cuando menos lo esperaba, la oí brotar de boca de un consultante que venía a su primera entrevista en mi consultorio.

En ocasiones pasadas, con mucha más paciencia y con menos experiencia, no hubiera dudado en explicarle al susodicho la etimología de la palabra “Psicología”, aclarándole que derivaba de “psique” (alma) y de “logos” (conocimiento), por lo cual la Psicología era la ciencia o disciplina que se ocupaba del estudio del alma y que, por cierto, existía por sí misma sin la necesidad de que alguien creyera o no en ella. De hecho, cada uno de nosotros cuenta con un aparato psíquico, aunque algunos se comporten como amebas. En fin… ¡que no se trata de una cuestión de fe! ¿Por qué, entonces, confundir a la Psicología con una religión?

Además, podría haberle dicho que la Matemática también existía aunque tampoco se creyera en ella, incluso cuando el descreído en cuestión desconociera el resultado de 2 más 2 y aun cuando pensara que “logaritmo neperiano” es el nombre de una comida tailandesa.



También podría haberle dicho, incluso, que la Filosofía, como madre de todas las ciencias, también existía sin la necesidad de que alguien le encendiera unas velitas o le hiciera promesas. Podría, además, haberle explicado que su propio estómago existía aunque él decidiera no creer en él, salvo que se hubiera sometido a determinado tipo de bypass gástrico.

Pero lo cierto es que a veces las palabras están de más, la paciencia se agota con los años, se acumula experiencia, y por ello opté por ir al grano y preguntarle:

–Si no creés en la Psicología, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Te gusta perder tiempo?
–Vine porque me insistió mi mujer –contesto, con mirada desafiante y cruzado de brazos.
–¡¿Y siempre hacés lo que te dice tu mujer?!

De inmediato, el descreído se descruzó de brazos, me miró como quien siente que le arrojan un balde de agua fría al rostro y no supo contestar. Sin duda era un consultante que acababa de convertirse en paciente. Ya estaba comenzando su análisis. Sí, sin importar que él lo creyera o no.

Daniel A. Fernández
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