¿Cómo superar la baja autoestima?

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Por Daniel A. Fernández

Muchas veces podemos perdernos a nosotros mismos en el intento de agradar a los otros y obtener así un lugar de pertenencia. Como seres humanos que somos, es cierto que requerimos de los demás. Somos seres sociales y esto conlleva una necesidad de vincularnos. No obstante, hay quienes en su afán de pertenecer a un grupo son capaces de aceptar cualquier rol dentro del mismo. Generalmente estas personas que, para acoplarse al resto, dejan de lado su real identidad y pasan a asumir la que les resulte más conveniente, terminan ocupando en un grupo el papel de chivos expiatorios. Esto significa que son utilizados por los otros, consciente o inconscientemente, para canalizar en ellos los aspectos negativos grupales. De este modo, se tiende a culparlos, a ridiculizarlos, a menospreciarlos. En definitiva, a usarlos. Si alguien tiene tal desesperación por ser aceptado por los otros, a punto tal que hace a un lado sus propios principios y acalla su verdadera personalidad, no hará más que desvalorizarse y en consecuencia quedará reducido del rango de persona para pasar a ser un títere. Pero ¿por qué motivo un ser humano haría tal cosa?

Para responder a la pegunta anterior, en primera instancia podríamos decir que quien obra de tal modo lo hace a la espera de una recompensa. ¿Cuál? Ser aceptado, ser valorado, ser amado. Es decir, recibir de los demás una reacción positiva que lo haga sentirse un poco más feliz. Desde luego esto no habrá de ocurrir. Una persona puede engañarse a sí misma por largo tiempo, pero no para siempre. El deseo individual pulsará por asomar a la consciencia y habrá de confrontarlo con la realidad, generándole frustración e insatisfacción. Tal vez, cuando eso ocurra, se dé cuenta que está pagando un alto precio por recibir una valoración que además no recibe. Estas moldeables personas, excesivamente dependientes y ávidas de obtener la aceptación ajena, acostumbran ser además las candidatas ideales de cuanto psicópata quiera manipularlas.

Si bien dijimos que estas personas suelen llevar a cabo estas acciones porque buscan, a modo de recompensa, ser aceptadas y valoradas por los otros, lo cierto es que esto no encarna en modo alguno la causa original. La pregunta entonces sería: ¿Por qué tal desesperación por la aceptación ajena? A todos nos gusta agradar, pero no al extremo de que para lograrlo quedemos reducidos a la categoría de un objeto. Quien tanto anhela algo es porque no lo tiene, tal vez porque nunca lo ha tenido. Dicho de otra manera: quien menos se estima a sí mismo es quien más requiere de la estima ajena. Y por cierto, para encontrar el origen de una baja autoestima habría que profundizar en la historia personal del individuo.

La falta de afecto, de aceptación, de valorización por parte de los primeros otros (los padres) en la historia infantil de cada individuo, suele ser con frecuencia las causa que determina su baja autoestima aun cuando ya es adulto. Y es precisamente esa mala autoestima la que se constituye, muchas veces, en un tenaz obstáculo que se interpone en el camino hacia la felicidad. ¿Cómo habrías de ser feliz si ni siquiera te valoras a ti mismo?

Claro que, muchas personas, son conscientes de su baja autoestima. ¿Cómo podrían mejorarla entonces? ¿Qué harán al respecto? Es evidente que nadie puede amar a otro a menos que antes lo conozca. Pues bien, cuando se trata de amarnos a nosotros mismos dicha condición sigue estando presente. Es decir que si quieres amarte, primero deberás conocerte. La base de la autoestima es el autoconocimiento. ¿Cómo habrás de conocerte? Comienza a cuestionar los mandatos que durante tanto tiempo rigieron tu existencia, cuestiona las expectativas que todos los otros depositan en ti. Empieza a interrogarte acerca de tus propios deseos y empieza a definirte por ellos.

Para saber quién eres, primero tienes que descubrir qué quieres. Por esto mismo, sin importar en qué momento de tu vida te encuentres ni qué estés padeciendo o planificando, antes de seguir hacia delante con un nuevo paso, deberías detenerte e intentar responder esta pregunta: ¿Estás haciendo con tu vida lo que realmente quieres o simplemente haces lo que supones que tienes que hacer? Nunca serás feliz mientras persistas en dar la espalda a tu deseo.

Es claro que únicamente al despertar la capacidad de conectarnos con nuestros deseos es que podremos apuntar a un cambio auténtico. Si nunca te cuestionas, no habrás jamás de hallar una respuesta. Primero debes descubrir qué quieres, después atreverte a perseguirlo. ¡Pregúntate quién eres! ¡Pregúntate también quién quieres ser! Tal vez sólo se trate de hacer algo con esa diferencia.

Daniel A. Fernández
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