El aspecto espiritual de la mente

El aspecto espiritual de la mente
Foto: Unsplash

Por Daniel A. Fernández

Es indudable que no somos una especie más en el planeta, sino una muy especial y caracterizada por ciertas particularidades. Evidentemente, una de dichas particularidades es ser poseedores de una inteligencia superior, la que nos permitió posicionarnos como especie dominante y hacer uso y desuso, para bien o mal, de las riquezas del entorno y evolucionar tecnológicamente. No obstante, si hay algo que además nos diferencia de las otras especies, es cierta predisposición a la religiosidad. Parecería que en nuestro código genético estaría inscripta nuestra necesidad de conectarnos con algo que podríamos llamar “divinidad”.

Haciendo un repaso por las más remotas culturas, incluyendo grandes civilizaciones arcaicas y pequeñas tribus distantes, es factible verificar que el ser humano siempre ha buscado vincularse con fuerzas superiores, a las que ha rendido adoración en diferentes formas. Incluso las culturas más distanciadas entre sí, física y cronológicamente, han coincidido en la creencia de que nuestro mundo físico es regido por un mundo invisible y espiritual. Algunos adoraban al Sol, otros a la Madre Tierra, otros a innumerables dioses, otros a un único dios, etc. Incluso hoy, en nuestro tiempo, existen diferentes creencias religiosas. ¿Acaso ser más inteligentes es lo que nos lleva a darnos cuenta que somos algo más que cuerpos físicos? ¿Acaso es esa misma inteligencia la que nos lleva a engañarnos y a inventar dioses para evadir tomar consciencia de nuestra insoportable finitud? Imposible saberlo. Lo único seguro es que, la mayoría de nosotros, parecería tener la convicción o, al menos, la esperanza, de que no estamos solos y que es posible trascender a un plano espiritual.

 

 

Es relevante en este punto diferenciar espiritualidad de religión, dado que no necesariamente van de la mano. Es importante no adherir ciegamente a ningún dogma, dado que de hacerlo estaríamos negándonos a la posibilidad de dudar y cuestionar. Y es a partir de la duda y del cuestionamiento que podemos adquirir un mayor grado de autoconocimiento. ¿Es necesario entonces separar a la espiritualidad de la religión? Quizás es imprescindible cuando una persona advierte que, en pos de adherir a determinado credo, solamente obedece mandatos impuestos que no hacen más que detenerlo cautivo en la misma caverna que describió Platón.

Posiblemente, nuestra necesidad de espiritualidad obedezca a la gran capacidad de razonamiento de nuestra especie y a la consecuente angustia existencial. Y sobrellevar y sobrepasar dicha angustia apenas es posible cuando le encontramos un sentido a nuestra existencia. Este sentido no puede ser impuesto por los otros, dado que no es el mismo para todos, y requiere de un trabajo individual para encontrarlo. Hay quienes hallan un sentido a sus vidas en educar y criar a sus hijos de la mejor forma posible, otros lo encuentran en vivir de acuerdo a elevados valores morales y éticos, otros en buscar la justicia en todas sus formas, otros en transmitir enseñanzas, otros en dejar algún tipo de legado, otros en ayudar y en ser solidarios, otros sencillamente en disfrutar de sus vidas y sus afectos, etc.

Nuestra mente (eso que somos), definitivamente alberga una necesidad espiritual y anhela conectarse con una entidad superior y divina. No está en mí, sin embargo, refutar o adherir a la creencia particular que cualquiera pudiese tener en divinidad alguna. Sí, en cambio, me arriesgo a aseverar que no se puede alcanzar el equilibrio sino a partir del vínculo que se tiene con los demás. Un vínculo gratificante nos estabiliza, así como un vínculo nocivo nos lleva a tropezar con la angustia. No es posible traspasar el vacío existencial y su angustia resultante, sin procurar trascender, al menos, más allá de nosotros mismos. ¿Hacia dónde o qué? En principio hacia los otros. ¿De qué modo? Esa respuesta dependerá de cada uno y obedece a un proceso individual.

Daniel A. Fernández
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