La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay. Parte III: un fenómeno contemporáneo. Niños retardados y niños trastornados.

La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay. Parte III: un fenómeno contemporáneo. Niños retardados y niños trastornados.
Foto: «You Say Bitch Like it’s a Bad Thing» de Ed Polish y Darren Wotz

Por Fabricio Vomero

La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay

Partamos de entender el proceso de psiquiatrización como la construcción de los otros a partir de una narrativa y mirada en términos psiquiátricos. Nos hemos habituado a pensar y nominar muchos fenómenos humanos en términos psiquiátricos, hemos naturalizado un cierto modo de clasificar a las personas, de entender sus emociones, su pensamiento y su comportamiento. La psiquiatrización de la infancia y de la vida cotidiana es una de las formas que adoptó el problema de gobernar a los niños y las familias según la expresión de Foucault (2007) que se intensificó durante el novecientos.

El análisis de las pretéritas categorías de la psiquiatría conduce inevitablemente a situar el problema en el presente. No estamos ante una investigación profunda sobre lo que acontece en el Uruguay, sino más bien dando los primeros pasos en el planteamiento del problema.

Dos categorías están hoy omnipresentes en la clínica infantil: el llamado trastorno de déficit atencional e hiperactividad y sus variantes de tipo combinado, el más frecuente, en el que predomina la inatención y la actividad excesiva. De variada sintomatología que incluye actividad excesiva o inapropiada en clase, el niño habla mucho, camina por el salón, es ruidoso generando efectos sociales desagradables. Es intranquilo. La inatención produce un trabajo escolar pobre, es muy variable. Es impulsivo, no espera su turno, interrumpe, responde súbitamente, tiene tendencia a accidentarse. Dificultades en su rendimiento social, genera situaciones conflictivas, son rechazados por los demás niños. De todo esto se desprende que sumado a una autoestima baja el rendimiento escolar es muy pobre. Para la psiquiatría se trata de un trastorno neurobiológico crónico y de probable origen genético.

La descripción anteriormente realizada corresponde a lo que T. Szasz (1973, 2000) llama acontecimientos sociopsicológicos pero codificados por la psiquiatría como trastornos. Este autor fue el primero, siendo psiquiatra él mismo, en enfrentar las categorías de la psiquiatría y sus modos de pensar a las personas afirmando que se trataba de una verdadera mitología. En su larga obra estableció cómo la psiquiatría fue construyendo lo que llamó la enfermedad mental, a partir de una medicalización de las conductas.

En la actualidad muchos trabajos siguen y profundizan lo analizado por Szasz en tanto tener una visión crítica de las clasificaciones y diagnósticos de la psiquiatría como por ejemplo la del neurólogo norteamericano F. Baughman (2006) que directamente habla al referirse al déficit atencional e hiperactividad de enfermedades inventadas por los psiquiatras situando un proceso en el que transforman en pacientes y enfermos a niños “normales”. El autor analiza cómo la comunidad de psiquiatras mediante asambleas establecen nuevos criterios para establecer nuevos trastornos, lo que ha determinado un incremento muy alto en la cantidad de personas que caen en los diagnósticos psiquiátricos y en sus tratamientos farmacológicos. Denuncia también la presión que los laboratorios hacen sobre los psiquiatras y las relaciones de intereses que se establecen entre ambos.

Daniel Carlat (2011) psiquiatra norteamericano profundiza estas cuestiones y habla incluso de “sobornos” de la industria farmacológica a los psiquiatras estimulando la promoción de ciertas drogas a través de regalos, financiar viajes y el pago de dictar conferencias, etc. En su libro relata su propio recorrido como psiquiatra “normal” hasta decidir romper su relación con los laboratorios y denunciarla. Altamente recomendable leer su trabajo.

Al revisar las pretéritas creencias de los psiquiatras de la primera mitad del siglo XX, efectivamente momento fundacional de toda esta narrativa lo hacemos con la intención de revisar lo que sucede en la actualidad. En primer lugar se visualizan los inicios de modos de pensar e intervenir sobre los niños, especialmente sobre su comportamiento. Puede identificarse una continuidad desde las primeras y rústicas categorías de la psiquiatría del novecientos y sus métodos puramente disciplinarios, complemento de la escuela, al abuso identificado en el consumo de psicofármacos en niños, incluso en edades insólitas. Yo mismo pude registrar el caso de un niño de 3 años medicado con ritalina. Se trata antes y ahora del gobierno de los niños.

Si abandonamos la idea de pensar a lo que le sucede a ciertos niños como enfermedades y comenzamos a pensarlos en términos culturales y como acontecimientos sociopsicológicos podamos reflexionar que algunas de las cosas que les suceden tienen que ver con sus condiciones de vida y con sus medios culturales. Vastos ejemplos de la ignorancia del factor cultural se registran en la historia de la psicología y la psiquiatría, cuando por ejemplo se analizaban niños sin considerar el elemento cultural y así por ejemplo muchos caían bajo el diagnóstico de retraso mental o de enfermedad mental. Muchos indígenas e inmigrantes en muchos lugares en los años en los que estos test comenzaron a aplicarse cayeron en esas categorías.

Resulta igualmente curioso que una cultura que exacerba y exalta la movilidad, la actividad frenética de los padres y niños en el día a día, conceptualice como trastornos la incapacidad de quietud en el niño. Quizás sea hora de pensar la conducta de los niños, ya no como una enfermedad psiquiátrico-biológica sino como el resultado de las condiciones de vida actuales y las entendamos como metáforas de nuestra época.

La idea de reflexionar sobre categorías psiquiátricas antiguas es en primer término un intento de relativizarlas. Al leer lo que pensaban, argumentaban y proponían aquellos agentes de salud, podemos reconducirlos a la época, incluso puede parecernos disparates o aberrantes algunas de las cosas que se hacían y decían pero terminamos vinculando las concepciones de enfermedades con algunas de las metáforas que predominaban en aquellas sociedades.

¿Pero qué sucede cuando hacemos el mismo ejercicio sobre las categorías usadas hoy? Cada época naturaliza tan eficazmente los modos de pensar a los otros y los modos de actuar que nos parece imposible que pueda ser de otro modo. Podemos vincular rápidamente que una sociedad como la medieval conceptualizara a las mujeres alteradas como brujas o posesas del demonio o el siglo XIX a los tuberculosos como la imagen decadente de la debilidad en una sociedad que exaltaba el vigor y la fuerza.

Lo que puede señalarse es que se produjo un doble movimiento: se naturalizaron formas psiquiátricas de pensar a la infancia y se aceptaron formas farmacológicas de resolver las dificultades que de allí surgían, inculcando hasta el cansancio como algo de lo más natural y normal terminologías identificatorias para pensar a las personas y la farmacología como respuestas. Se naturalizó en definitiva la idea de que las dificultades en comportamiento de muchos niños tiene que ver con procesos biológicos que las causan y que pueden ser modificados mediante el uso de drogas legales.

 

 

Estas categorías actuales están además, ampliamente folcklorizadas y muchas veces es dudoso quién efectivamente diagnosticó al niño, si los padres, los maestros o el psiquiatra que lo estudia. Es registrable lo que podemos identificar como un pre-diagnóstico que se produce muchas veces en la familia pero principalmente en la escuela. Muchas veces el niño llega al psiquiatra pre-diagnosticado por el docente o por la institución a la que concurre, muchas veces sugiere la consulta psiquiátrica y la solución farmacológica.

Una vez que el niño es identificado con estos trastornos inicia el consumo de psicofármacos, pero por sobre todas las cosas asume una nueva identidad que le proporciona ese diagnóstico.

La psiquiatría siempre tuvo como noción eje la categoría cultural de norma: siempre la enfermedad o el trastorno se ubicaban en el exceso o la falta, ajuste o desajuste de una norma. Las categorías psiquiátricas siempre tratan de situar al niño en el mito del doble y de lo idéntico y de la normalización entendida como salud. La noción de déficit supone comprender al otro como dueño de una falta, en la desposesión de tener algo que debería tener y no tiene para ser plenamente humano, y la noción de exceso es su contracara, el atributo de humanidad plena sobra, desajusta lo esperado.

¿Las condiciones actuales de vida y de aprendizajes, los modos de sociabilidad, las formas de expresar y procesar las tensiones de la vida moderna no tendrán que ver con la sintomatología actual que la psiquiatría procesa, en adultos las depresiones y en niños las referidas? Muchas veces estas categorías son tan amplias que muchos pacientes caen en sus categorías con gran facilidad. Diagnóstico muchas veces difícil de enfrentar porque lleva el sello de la autoridad médica.

Es necesario formular la siguiente pregunta ¿No hemos aprendido a expresar el malestar en la cultura en términos médicos?

Lo que se debe subrayar es que se produce en estos niños muchas veces llamados brutal y discriminatoriamente como “psiquiátricos” un verdadero proceso de etiquetamiento social y de estigmatización que los descalifica y que los sitúan permanentemente en la anormalidad.

De ninguna manera queremos negar que existen comportamientos alterados en ciertos niños, solo que afirmamos que no se tratan de enfermedades ni de sucesos que deban resolverse en términos farmacológicos. Es necesaria otra complejidad conceptual para situar esos comportamientos llamados síntomas en la expresión de conflictos familiares y sociales.

En el último tiempo desde organizaciones internacionales se ha denunciado el excesivo consumo de metilfenidato en nuestro país, conocida comercial y socialmente como ritalina. Cierto totalitarismo al pensar estos fenómenos lo quitan de la discusión. Especialmente se denuncia una sobrediagnóstico y muchas veces una sobredimensión de ciertos hechos, de ciertos síntomas lo que conduce al niño al inicio de su medicación. Otros autores hablan directamente como vimos de enfermedad y diagnóstico inventado.

Inevitablemente debemos preguntar mirando al futuro qué efectos tendrán en unos años el consumo prolongado de estos medicamentos cuando exista una vasta población que desde pequeños están insertos en la red del consumo de sustancias legales.

El uso farmacológico abusivo es trivializado por muchos agentes de salud relativizando sus posibles aspectos adversos y posibles consecuencias negativas y en muchos casos también muchos docentes lo hacen. Anormalizan al niño y normalizan el uso de medicamentos.

Tanto a niños con problemas llamados “psiquiátricos” como a los que presentan “dificultades de aprendizaje” se los inserta en paralelo en una narrativa muy particular que produce estrictamente una clasificación altamente discriminatoria.

Las nociones de debilidad mental o la de trastornado mental deben ser comprendidas en su dimensión histórica y como productos culturales. Señala Bourdieu (2000) que estas concepciones funcionaron y funcionan como un racismo sutil, eufemizado, racismo de clase dominante, y los estudios y diagnósticos psiquiátricos o psicológicos funcionaron (¿funcionan hoy de este modo?) como textos que justificaban la existencia de individuos inferiores, o distintos, alterados, trastornados, frente a individuos normales, ajustados frente un grupo que se consideraba de una esencia superior. En términos de P. Bourdieu cuando se clasifica a la gente, porque lo que hace e hizo la psiquiatría y ciertas psicologías, fue clasificar, se hace siempre un clasamiento social pero: “…un clasamiento social que ya ha sufrido una censura, por tanto una alquimia, una transmutación que tiende a transformar las diferencias de clase en diferencias de –inteligencia-, de don-, es decir de diferencias de naturaleza. Nunca las religiones lo habían hecho tan bien. El clasamiento (classement) escolar es una discriminación social legitimada y que recibe la sanción de la ciencia.” (2000: 264).

El clasamiento escolar actual establece dos categorías bien claras: niños retardados y niños trastornados.

Racismo no habitualmente denunciado, invisible. Bourdieu sostiene que la clase dominante depende de su reproducción de la transmisión de capital cultural heredado y es propiamente un capital heredado, que aparece entonces como natural, entre otras cosas la inteligencia medida por los test. La distinción que tiene por efecto esta clasificación es un suceso pocas veces investigado.

Lo que afirmamos es que con la noción de debilidad mental y las nociones de trastorno se comenzó a operar este dispositivo de enclasamiento, de discriminación social legitimada, avaladas por narrativas científicas que encubren una discriminación social que aparece como legitimada. Las pericias, los psicodiagnósticos y las clasificaciones, los estudios sobre la inteligencia de las personas, se plantean como casos psiquiátricos o psicológicos, cuando en verdad primero que nada son casos sociales, y las tecnologías desarrolladas contribuyeron a que se transformen en casos naturales o psicológicos y fundamentalmente las diferencias sociales o culturales se traten como diferencias de orden psicológico o biológico y se intenten resolver problemas que son de orden social y cultural como si fueran problemas de orden mental o biológico. Lo psicológico (el trastorno, el retardo) tal como lo analiza Didier Fassin (1997) es entonces en este caso únicamente la expresión de un orden social de dominación que se inscribe en el cuerpo y en la mente. Quizás estemos ante otra de las expresiones o de las consecuencias de lo que Foucault llamó biopolítica, la administración de ciertos sucesos a través de lo biológico, la administración de los cuerpos.

Afirmamos que los test de inteligencia miden en mayor medida las predisposiciones sociales que exige la escuela.

Los test de inteligencia y las categorías psiquiátricas sobre las personas se sostienen sobre un pensamiento tan perimido que prácticamente son fósiles de los modos del pensamiento del siglo XIX. No existen en la actualidad desinteresadamente por supuesto porque una vasta industria y un complejo comercio se organizan a su alrededor.

¿No habrá llegado el momento de abandonar este pensamiento evolucionista, sustancialista y cosificador del hombre y todas las tecnologías asociadas a él?

Para terminar tomo esta cita de Bourdieu donde propone lo que debería ser un verdadero programa de investigación: Habría que estudiar el papel de los médicos en la medicalización, es decir, en la naturalización de las diferencias sociales, de los estigmas sociales, así como el papel de los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas en la producción de eufemismos que permiten designar a los hijos de subproletarios o de inmigrantes de una manera tal que los casos sociales se convierten en casos psicológicos, las deficiencias sociales, en deficiencias mentales, etc. (2000:265)

Todos estos temas esperan ser abordados en nuestra realidad concreta con mayor profundidad. Desde el Programa de Antropología y Salud, coordinado por la Dra. Sonnia Romero Gorski (FHCE-UDELAR) hemos considerado algunas de estas cuestiones. Ella misma es quien ha comenzado el estudio del campo de la salud en el Uruguay produciendo una vasta bibliografía y un trabajo sistemático y prolongado en el tiempo sobre temas de salud analizados desde la antropología. Todo ese material está disponible para aquellos que quieran profundizar en estos tópicos.

_______________

Bibliografía:

  • Baughman, Fred. 2006. The ADHD Fraud. How psychiatry makes “patients” of normal children. Trafford publishing.
  • Bourdieu, Pierre. 2000. Cuestiones de sociología. Istmos. Madrid.
  • Carlat, Daniel. Unhinged. The trouble with psychiatry. Free Press. New York.
  • Fassin, Didier. (1997). La patetización del mundo. Ensayo de Antropología política del sufrimiento. En: VIII Congreso de Antropología en Colombia. Universidad Nacional de Colombia. Santa Fé de Bogotá.
  • Foucault, Michel. 2007. Nacimiento de la biopolítica. FCE. BsAs.
  • Romero Gorski, Sonnia. (1997). Enfoques antropológicos aplicados al estudio del campo de la salud. En: Sociedad, Cultura y Salud. Seminario. Comp. Sonnia Romero y otros. Udelar. FHCE. Montevideo.
  • Szasz, Thomas. 1973. El mito de la enfermedad mental. Amorrortu. BsAs.
  • Szasz, Thomas. 2000. Ideología y enfermedad mental. Amorrortu. BsAs.

Fabricio Vomero

Comentarios

comentarios

Post Comment

*