(Extracto del libro “Sapos y Cenicientas – Una mirada psicológica acerca de las problemáticas del amor”, de Daniel Fernández. Ediciones Urano Argentina).
Todos sabemos que no es fácil encontrar a la persona indicada, a ese ser que consideramos especial y con quien deseamos construir una pareja. Es una tarea ardua que consume tiempo y una búsqueda escabrosa entre relaciones fugaces, las que a veces se esfuman sin dejar una huella y otras veces nos marcan con sinsabores y desengaños difíciles de superar. Muchas veces nuestra autoestima se resiente y no nos creemos aptos para volver a amar, pero pasado un tiempo recuperamos el valor y nos lanzamos a la vida nuevamente. Entonces un día, quizá cuando menos lo esperamos, vemos que hemos hallado a esa persona con quien recomenzar y decidimos arriesgarnos. Y luego de un tiempo de estar juntos, cuando estamos seguros de nuestros sentimientos y de que el otro en verdad llegó para quedarse, solemos cometer el grave error de dejar de alimentar la relación y empezamos a conducir en piloto automático. Este es sin duda el error más frecuente, el que lleva muchas veces a un final inesperado. Creemos que algo que nos costó tanto tiempo construir no puede desmoronarse de la noche a la mañana y nos dejamos estar. Olvidamos que un edificio también demora mucho en ser construido pero se puede derribar en un instante.
Sin duda alguna, la forma más común en que se manifiesta ese “dejarse estar” que finalmente aniquila a una relación, suele ser la rutina. Creemos que la pareja ya tiene cimientos suficientemente sólidos y enfocamos nuestra atención en cuestiones secundarias: factores económicos, laborales, la escuela de los hijos, etc. Perdemos de vista que la base de la familia es la pareja y que la base de esa pareja es el amor romántico. Es así que los cimientos se debilitan y el edificio cae, dejando ante nosotros un montón de escombros. ¿Cómo evitar entonces que esto ocurra? En principio fortaleciendo el romanticismo de la pareja. Es decir, recuperando momentos para volver a estar a solas compartiendo sentimientos, tal como en los primeros tiempos de esa relación. Es preciso crearse espacios para dejar a un lado los problemas cotidianos, para volver a apostar a la conquista del otro. Claro que nadie puede vivir abstraído del entorno y de sus dificultades, pero sí puede y debe rescatar momentos para compartirlos y disfrutar a solas con su pareja.
En ocasiones, también suele ocurrir que uno de los miembros de la pareja pasa a vivir, pura y exclusivamente, a través del otro. Esto se da en aquellas personas que dejan de lado su propia individualidad y que pretenden con el otro una especie de simbiosis, por cierto nada saludable. Una persona sin intereses y proyectos personales, puede caer presa de esta tendencia de vivir a partir de los logros y proyectos del otro. Esto la llevará a estar demasiado pendiente de las actividades de su pareja, tanto que podrá llegar a ser incluso una carga pesada para ese otro que empieza a sentirse asfixiado. Se debe tener en cuenta que una pareja está compuesta por dos personas, pero eso no significa perder la individualidad. Por eso es que para que una relación se nutra y fortifique, no basta con escapar de la rutina. También es preciso contar con tres proyectos: un proyecto en común (compuesto por las metas y anhelos compartidos) y dos proyectos más (que serán propios de cada uno de los miembros de esa pareja y que dependerán de sus deseos individuales). Estar con otro ser y compartir y aspirar a un propósito en común, no debe implicar dejar de lado metas individuales. De hecho, son esas mismas metas las que oxigenan muchas veces una relación.
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Felicitaciones por el artículo!!! que brinda elementos para pensar la clínica y los vínculos coodependientes