El fútbol a sol y sombra: la violencia en el deporte

El fútbol a sol y sombra: la violencia en el deporte
Foto: Ramiro Quesada

Por Pablo Ferreira

Si hablamos de violencia en el fútbol debemos saber que no se trata de un fenómeno con pocas variables en juego. Más bien se trata de un fenómeno multicausal, tanto en su etiología como en su mantenimiento.

Si hay un autor que ha logrado un muy buen retrato del fútbol es Eduardo Galeano en su libro “El fútbol a sol y sombra”, libro recomendable no solo por su abundante información de la historia del fútbol sino también por su transferencia de aprendizajes del fútbol a la vida.

En mi opinión, la práctica del deporte tiene como principal aporte dicha transferencia de aprendizajes, el sentido del compañerismo, la solidaridad, el trabajo en equipo, el desarrollo de la comunicación y de normas de comportamiento, por nombrar solo algunos beneficios de la práctica de tan hermoso deporte.

Pero el fútbol también tiene sus sombras. El excesivo énfasis en el éxito, el deportista tratado como maquina, los padres problemáticos que sueñan con su hijo “el salvador”, dirigentes poco preparados para su función que más que formación buscan resultados inmediatos que respalden su gestión, periodistas y entrenadores que se suman a esa filosofía de ganar de cualquier forma, sin importar los medios por los cuales se logra el resultado.

No hay que ser un gran conocedor del ambiente del fútbol para saber del excesivo énfasis que se realiza en el ganar o ganar como única meta, filosofía sumamente negativa y muchas veces fomentada por distintos actores del entorno del deporte.

Dicha filosofía, entraña no solo una conducta que puede conducir al juego violento, sino que también genera estrés y desmotivación en el deportista, demostrando así la ignorancia de quienes realizan énfasis exclusivo en el resultado, más que en el proceso de aprendizaje.

El ganar implica todo un proceso de aprendizaje y una cantidad de variables, que no siempre dependen del o de los deportistas, ya que como se dice en la jerga futbolística “el otro también juega” y el rendimiento del otro que puede ser superior no es una variable que se pueda controlar.

Quienes hemos trabajado en divisiones formativas del fútbol Uruguayo, sabemos que es falso que todo entrenador que trabaje en divisiones “formativas” sea un “formador”, en el más amplio sentido de la palabra, tanto en los aspectos personales como en los deportivos.

Afortunadamente muchos entrenadores saben que hay “otra forma de ganar”, que no solo importa el resultado sino los medios para llegar a lograrlos, que es importante centrarse en los procesos de aprendizaje, en el rendimiento, sin dejar de lado un profundo conocimiento de pedagogía y de psicología del deporte, imprescindibles para la formación integral del deportista.

Pero también existen entrenadores que confunden “garra charrúa” con pegar patadas, utilizar conductas antideportivas o amedrentar al rival mediante distintas conductas agresivas. La “garra charrúa” nada tiene que ver con esos aspectos, se trata de vencer situaciones de adversidad, de nunca darse por vencidos, de dar el máximo de los esfuerzos por lograr las metas. De hecho las estadísticas del partido histórico de Maracaná, dan cuenta de un porcentaje mucho mayor de faltas por parte de la selección de Brasil.

Por otra parte, no podemos aseverar desde una mirada muy simplista que la violencia en el fútbol es de carácter “social”. Repito, se trata de un fenómeno multicausal donde lo social juega su rol pero también participan, el exitismo, la industria de la violencia y la lógica del fanático, que tan bien la ha explicado Galeano: “La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.”

La industria de la violencia tiene todos sus engranajes bien aceitados. En las radios algunos periodistas hablan de la “batalla”, del ganar “a como dé lugar”, de la “guerra”, de un partido donde se juega “la vida”, algunos entrenadores también se animan a hablar de los deportistas como “gladiadores” o “guerreros” y luego se manifiestan contra la “violencia” como si nada tuvieran que ver con ella. Es el doble discurso, tan común en el fútbol.

Se genera entonces lo que parece ser una maquinaria de la industria de la violencia, la violencia que se trasmite y se normaliza, se difunde y se comercializa como un objeto de consumo.

El nivel académico tampoco parece ser un inmunizador y en las tribunas del glorioso Estadio Centenario, el barra brava y el doctor se funden en un abrazo cantando “ya te matamo a uno, te vamo a matar a dos”, como si se tratara de un cántico más sin ningún tipo de connotación.

Mientras el doble discurso continúe y el que se manifiesta en contra de la violencia sea el mismo que la genera, mientras algunos encuentren su sentido de vida en ser los representantes de la violencia en los escenarios deportivos, mientras los temerosos y los sin escrúpulos sigan alimentando los bolsillos de los violentos, mientras un juego sea planteado como una cuestión de vida o muerte, mientras lo único que importe sea ganar a cualquier precio, la violencia continuará.

Pablo Ferreira

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