Dejar de estar, ¿dejar de ser?: redes sociales, una breve mirada

Dejar de estar, ¿dejar de ser?: redes sociales, una breve mirada
Foto: Tookapic

Por Isela Segovia

Ciertas frases se han vuelto frecuentes en el decir de algunos analizantes. Hablan de su feliz o difícil relación con otros, que en ocasiones no ven o no conocen de manera directa, lo cual pareciera no importar en el mundo virtual.

“Me dormí a las 3 a.m.; estuve borrando del Face todas las fotos, todos los mensajes, videos y canciones de mi ex… lo bloqueé de todos lados… pero luego entré a su muro, desde la cuenta de mi amiga, para ver si había puesto la foto donde está con ella…”.

“Me metí a su Face sólo para stalkearlo[1], para ver si decía algo de mí…”.

“Mi novia me descubrió; hackeó mi otra cuenta de Face y vio que tengo relación con otras mujeres… era una cuenta alterna, donde no la tenía «agregada»… me siento culpable… no por haberla engañado sino porque me descubrió…”.

Es a partir de ahí que surge mi interés por el tema, el cual no está exento de polémica: los que están a favor o en contra de las llamadas redes sociales. Más allá de posturas extremas, es un hecho que están ahí y forman parte del acontecer social y cultural de nuestro tiempo; están incidiendo de diversas maneras las formas de relación entre sujetos y en algunas prácticas, como pueden ser el amor y el erotismo. Cómo hacen uso de ellas, cómo se inscribe cada uno de los usuarios, responderá a motivaciones inconscientes y concientes, al deseo que movilizan, a síntomas individuales. Son, de hecho, síntoma social…

Si el tema está ocupando un lugar significativo en la cultura actual, y tiene una presencia en la clínica, como analistas no podemos estar ajenos a lo que acontece en esos espacios, en vista de que para los analizantes, las redes sociales tienen gran importancia en su vida cotidiana.

Así como han recreado un mundo de relaciones, han generado igualmente nuevos significantes con los cuales nombrar la experiencia de interactuar en una realidad virtual. Y dada la actualidad, no podemos tomar la suficiente distancia, lo cual es siempre un riesgo. Conviene recordar lo dicho por Freud en 1927 en “El porvenir de una ilusión”: “En general, los seres humanos vivencian su presente como con ingenuidad, sin poder apreciar sus contenidos; primero deberían tomar distancia respecto de él, vale decir que el presente tiene que devenir pasado si es que han de obtenerse de él unos puntos de apoyo para formular juicios sobre las cosas venideras.”[2]

Van, por lo pronto, algunas ideas preliminares para pensar al respecto.

Para muchos jóvenes, y no tan jóvenes, las redes sociales se han convertido en una nueva forma de hacer lazo. Un espacio de encuentro, aunque también de desencuentro, con el otro. Hallar viejos y nuevos amigos, intercambiar ideas, imágenes, música, entablar conversaciones (chatear) entre dos o más participantes, lanzar frases enigmáticas al universo virtual que serán respondidas o no, o al menos distinguidas con un “Me gusta”, tiene ciertamente un valor subjetivo.

Las nuevas tecnologías de la información parecieran haber hecho más pequeño el mundo en que vivimos. La información y la comunicación se producen y se transmiten velozmente.

Podemos estar más informados, más cercanos en apariencia, aunque quizá más solos… Habitamos en la “aldea global”, término creado por McLuhan[3] en 1962, para dar cuenta del impacto de los medios audiovisuales como el cine, la radio, la televisión, así como también el teléfono, la fotografía y la prensa escrita, en la vida cotidiana de los sujetos. A esto se han sumado en los años recientes (finales de los años 80’s) Internet y, por supuesto, las redes sociales, tales como Facebook (2004) y Twitter (2006), por citar sólo algunas. Percibimos como cercanos hechos y personas que tal vez sean muy distantes en el espacio o incluso en el tiempo.

El uso de estos medios, la idea de cercanía, han dado paso al surgimiento de “comunidades virtuales”, cuyos vínculos, interacciones y relaciones tienen lugar no en un espacio físico sino en un espacio virtual como Internet. Rheingold  (1993) define las comunidades virtuales como “agregados sociales que emergen en la red (Internet) cuando suficientes personas llevan a cabo discusiones públicas por suficiente tiempo y con suficiente sentimiento humano, para formar nexos de relaciones personales en el ciberespacio.”[4]

El intercambio de mensajes entre sujetos, el afecto puesto en ello, crea lazos o los afirma y forja de esa manera un sentido de comunidad. Lazos libidinales que, aseguraba Freud a manera de premisa en “Psicología de las masas… “, las mantiene unidas: “vínculos de amor (o, expresado de manera más neutra, lazos sentimentales) constituyen también la esencia del alma de las masas.”[5]

Hay, por otra parte, información, acumulación de saber: aparentemente todo está en los sistemas informáticos, en la “nube”. Casi cualquiera puede tener acceso y apropiarse de ese saber. También puede reproducirlo, generarlo, manipularlo, controlarlo: “En ese conjunto de las computadoras interconectadas se encarna la memoria y el saber de la especie. Y cada uno está invitado —coaccionado— a tomar su lugar en él. Es allí, en ese sucedáneo del Saber Absoluto, donde se define el “ser social”.[6] No formar parte de este sistema es prácticamente ineludible, estamos incluidos, aun cuando no lo deseáramos, en “bases de datos”. Somos también fácilmente localizables a través de buscadores en la web.

En la relación con el otro, mediada por la computadora, se evita el contacto directo, el cual puede ser muchas veces complicado. Aun cuando al otro no pueda vérselo directamente, se establece una relación con él a partir de una imagen creada por el sujeto. Lo que nos atrae, nos enamora del otro es la imagen, creer que tiene lo que nos falta.

 

 

En una red social como Facebook, los sujetos se inscriben utilizando una imagen (avatar) y un nombre (nickname) con los que pueden ser identificados por sus contactos. Ambos pueden ser tan verídicos o tan ficticios como decidan. La posibilidad de relación con los otros se multiplica, de tal suerte que se va constituyendo una compleja red de conexiones. La información compartida (posteada) en forma de texto y de imágenes, fotografías, videos y música, puede ser potencialmente vista y leída por los amigos (contactos) y por los amigos de los amigos. Lo que importa es la interacción, es un medio en constante movimiento.

Los mensajes, las demandas (demandas de amor), se dirigen a un destinatario en ocasiones inespecífico. El mundo humano impone al sujeto demandar, encontrar las palabras que serán audibles para el otro. La demanda está vinculada, dice Lacan, “ante todo con algo que está en las premisas del lenguaje, a saber, la existencia de una llamada, al mismo tiempo principio de la presencia y término que permite repelerla, juego de la presencia y de la ausencia…”[7]. El deseo se articula necesariamente en la demanda, porque sólo podemos entrar en contacto con él a través de algunas demandas. Deviene demanda de amor, demanda de reconocimiento.

En ese espacio imaginario, el sujeto se encuentra con las imágenes de esos otros con los que tiene contacto, en una ilusión, narcisista, de ser visto y leído por todos. Ser parte de una red crea un sentido de pertenencia, un sentido de identidad al considerarse parte de la comunidad virtual. Por vía de la identificación se recrea la idea de comunidad; la identificación imaginaria, fuente de agresividad como de amor, valora una dimensión del otro donde la alteridad, en cierto modo, se borra, tendiendo los participantes a parecerse cada vez más. Es también como un “índice de popularidad”: es preciso tener la mayor cantidad de amigos posible, ser “seguido” por muchos, recibir comentarios, “likes”, ser “compartido”. La tenencia fálica. Estar en la red es un equivalente de existir… Y lo contrario…

El sujeto puede tener exposición sin estar “realmente” expuesto, la ilusión de ser seguido, incluido, aceptado, en el espacio virtual. También puede ser objeto de la agresividad de parte de otros que se sientan amenazados con lo que piensa, cree, sostiene, que se genera en la relación de tensión con ese otro, al ser un juego de espejos.

En algunas ocasiones, el anonimato permite al sujeto establecer una identidad ficticia, una creación fantaseada de lo que le gustaría ser y desde ahí poder relacionarse con otros. Y claro, en esa relación siempre hay algo de ficción. El “mundo virtual” posibilita la recreación de la fantasía. Para Freud[8], la insatisfacción sería el impulso para la fantasía, siendo cada fantasía un cumplimiento de deseo, una “rectificación” de la insatisfactoria realidad con la que hay que lidiar cotidianamente.

Ahí siempre habrá alguien. Y si no, poco importa. El sujeto accede a una inscripción en este espacio virtual a través de su palabra. Puede decir, y esto le da un lugar. El enigma ante la pregunta “¿Qué me quiere el Otro?” lanza a los sujetos a postear una gran cantidad de mensajes, esperando que, tal vez, tendrán una respuesta. Y el interrogante se haya asimismo dirigido al sujeto: no es sin importancia que la página de inicio y el muro de cada usuario en Facebook inicie con la pregunta “¿Qué estás pensando?”.

La red puede ocupar el lugar del gran Otro, al concentrar enormes cantidades de información, un referente casi único para muchos sujetos en su contacto con lo social y lo cultural. Si bien las imágenes tienen un predominio, el lenguaje siempre está presente;  los mensajes están hechos de significantes y las imágenes requieren de significantes para tener un sentido para quien las mira.

La red social es un universo de lenguaje donde el sujeto dice cosas pero también tropieza con su decir. El discurso, como organización del lenguaje, especifica las relaciones del sujeto con los significantes, y con el objeto, que son determinantes para el sujeto y que regulan las formas del lazo social. Mensajes cruzados, signados por lo inconsciente, significantes enlazados en cadenas discursivas con las cuales los sujetos establecen lazos sociales. Varios sujetos de manera simultánea, conectados. Aun cuando el mensaje tenga un destinatario, está dirigido al Otro…

Que el sujeto hable, que sea un sujeto de deseo, como sostiene Lacan, implica una relación con el objeto que no es inmediata. Esta no inmediatez es irreductible al acceso posible o imposible al objeto de deseo.

Para el psicoanálisis, el acento estaría en la compleja cuestión del goce, de la satisfacción, en particular en su relación con la sexualidad. El goce está irremediablemente marcado por la falta y no por la plenitud. Toda dificultad en el término goce viene de su relación con ese gran Otro no representable, ese lugar de la cadena significante. En las redes sociales, en su búsqueda de otros, el sujeto se topa con el Otro, con su goce y con el imperativo de goce. Al sujeto siempre le faltará algo y de alguna manera creerá encontrarlo en la comunidad virtual.

Y el mundo virtual ha impactado la sexualidad de los sujetos que forman parte de ella, ciertas prácticas amorosas y sexuales (como el cibersex), aunque no sustituyen el encuentro “real” con el otro, “resuelven” de alguna manera la dificultad de entablar relación con otro, aunque no la eliminan. No obstante, puede ser el puente para un posible encuentro, que siempre implica un riesgo y una aventura. Si bien existe un predominio de lo imaginario, es un espacio que permite simbolizar realidades que de otra manera no sería posible.

¿Y cuando el sujeto deja de importarle al otro? ¿Y cuando ese otro lo “borra”, lo “bloquea”, lo arroja fuera de su red social? Deja de “existir” en el espacio virtual, en el amor de ese otro; es la muerte en el otro. Se ha creado también una nueva terminología para la “inexistencia”: cambio de “estado”, “Ya no me gusta”, “no tiene una relación”. Basta un delete y desaparecen las imágenes, los mensajes, las historias. Y claro, las rupturas amorosas siempre se han producido, sólo que ahora puedes enterarte por medio de Facebook, junto con todos a los que “les gusta tu comentario”. Los duelos ahora pueden ser compartidos en “tu estado”. De la misma manera, el que es “desalojado” encontrará en su red a quien pueda acompañarlo en el dolor de la pérdida.

“El ideal del mundo moderno —ideal forjado por el desarrollo de la ciencia— exige que lo simbólico forme un todo, y esta pretensión de convertirse en un universo sin falta —sin límites— lo vuelve mortífero”[9], asegura Daniel Gerber. Este espacio de las redes sociales, de la realidad virtual, donde aparentemente se encuentra todo, donde los sujetos pueden “comunicarse” con facilidad y rapidez, tiene sus límites. No todo se puede decir, no todo se puede saber, ni termina con las dificultades en el tropiezo con el otro/Otro.

Como asegura Néstor Braunstein, hay algo que “no puede incluirse en la red, hay algo que la excede y que dibuja su límite, que no puede archivarse en su estructura de interconexiones, un objeto escandaloso, que tiene un nombre y una tradición que es y tendrá que ser más maldita precisamente por ser inasimilable: el inconsciente freudiano, no cuantificable, no calculable, impermeable a su inclusión en un sistema binario de unos y ceros.”[10] Y asegura, asimismo que “Nos encontramos ante un plus de saber —eso que no puede saberse— y ante un incalculable plus de gozar.”[11]

De las tres fuentes de sufrimiento señaladas por Freud en El malestar en la cultura[12], los vínculos con otros seres humanos es el más doloroso. La regulación de los lazos entre los sujetos es uno de los productos culturales más importantes. Las restricciones impuestas por la cultura generan malestar, insatisfacción. Aunque el logro de la felicidad es una meta difícil de alcanzar, no es posible renunciar a la idea de conseguirla. Con los avances en la ciencia y en la tecnología, los hombres se sienten muy orgullosos; con el uso de todos los aparatos creados, juegan a borrar la falta. Quizá las redes sociales sean una forma otra de hacer lazo, la ilusión de que esa falta puede ser llenada…

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Bibliografía:

  • BRAUNSTEIN, N., El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista, Siglo XXI, México, 2011.
  • FREUD, S., “El creador literario y el fantaseo”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. IX.
  • FREUD, S., “El malestar en la cultura”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXI.
  • FREUD, S., “El porvenir de una ilusión”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXI.
  • FREUD, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XVIII.
  • GERBER, D., El psicoanálisis en el malestar en la cultura, Lazos, Buenos Aires, 2005.
  • LACAN, J., El Seminario, Libro 5. “Las formaciones del inconsciente”, Paidós, Buenos Aires, 2003.
  • McLUHAN, M., Comprender los medios de comunicación, Paidós, Buenos Aires, 1996.
  • RHEINGOLD, H., The Virtual Community: Homesteading on the Electronic Frontier, MIT Press, Cambridge, 1993.

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Referencias:

  1. Del inglés to stalk, acechar. Diccionario Larousse, 1987.
  2. Cf. FREUD, S., “El porvenir de una ilusión”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XXI, p. 5.
  3. Cf. McLUHAN, M., Comprender los medios de comunicación, Paidós, Buenos Aires, 1996.
  4. Cf. RHEINGOLD, H., The Virtual Community: Homesteading on the Electronic Frontier, MIT Press, Cambridge, 1993.
  5. Cf. FREUD, S., “Psicología de las masas y análisis del yo”. En: Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, vol. XVIII, p. 87.
  6. Cf. BRAUNSTEIN, N., El inconsciente, la técnica y el discurso capitalista, Siglo XXI, México, 2011, pp. 27-28.
  7. Cf. LACAN, J., El Seminario, Libro 5. Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 338.
  8. Freud, Sigmund. “El creador literario y el fantaseo”. (1908 [1909]). Obras Completas, Bs. As. Amorrortu, 1976, Tomo IX.
  9. Cf. GERBER, D., El psicoanálisis en el malestar en la cultura, Lazos, Buenos Aires, 2005, p. 88.
  10. Cf. BRAUNSTEIN, N., Op. cit., p. 29.
  11. Op. cit., p. 29.
  12. Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura” (1930), en Obras Completas, Bs. As., Amorrortu, 1976

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Fuente: Segovia, I. (2014, agosto 27). Dejar de estar, ¿dejar de ser? redes sociales, una breve mirada. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/articulos-congreso/dejar-de-estar-dejar-de-ser-redes-sociales-una-breve-mirada/12821

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