Un héroe en blanco y negro: Sin City

"Sin City"
«Sin City» (2005)

Por Ernesto Anzalone

De un tiempo a esta parte, el cine norteamericano ha vuelto a una práctica que le es común, intentando suplir su falta de inventiva, tomando ideas de otros géneros o incluso de otras latitudes, para convertir el éxito de otros, en propio.

Resulta una obviedad decir que el cine siempre se ha nutrido de la literatura, sin embargo el vuelco actual parece dirigirse hacia otros textos: el cómic.

Si bien algunos personajes ya habían sido explotados (vale la pena recordar al Superman de 1978, interpretado por Christopher Reeve, con guión de Mario Puzo, y en la que actuaba nada menos que Marlon Brando), aún existía un amplio arsenal de personajes para explotar.

A partir del éxito de Spiderman (2002), el cine nos ha traído una verdadera avalancha de películas basadas en cómics, las cuales han tenido distintas suertes, la mayoría de personajes de Marvel Cómics: “Spiderman”, “Hulk”, “Daredevil”, “Blade”, “X-men”, “Electra”, “Punisher”, “Cuatro Fantásticos”, que parecen orientadas a un publico infantil.

Por otro lado han aparecido otras, menos taquilleras, que han introducido personajes más oscuros, en un intento de acceder al publico adulto: “Hellboy”, “La liga extraordinaria”, “Hellblazer”, “Batman Begins” y  “V de Vendetta”. Dentro de esta línea aparece “Sin City” (ciudad del pecado), dirigida por Robert Rodríguez y escrita por Frank Miller.

Miller es considerado uno de los escritores más influyentes del mundo del cómic, habiendo trabajado con personajes “famosos”, como Batman y Daredevil. También se ha permitido la realización de proyectos propios, marcados por una óptica mas “adulta”: Ronin, Dark Knight y 300 (narrando la historia de los espartanos que combatieron en la batalla de las Termópilas).

Con “Sin City”, Miller introduce un cambio en la narrativa clásica del cómic, introduciéndonos en un mundo de imágenes en blanco y negro, en un constante juego de luces y sombras, donde los toques de color resaltan el efecto dramático, junto a una narrativa densa, realizada siempre en primera persona. El éxito del cómic y su homenaje al policial negro, llevo a los libros recopilatorios, novelas gráficas y finalmente al cine.

La película recoge no sólo el ambiente oscuro del cómic (Miller la codirigió junto Rodríguez), sino que toma, casi sin cambios, tres de las historias más importantes de la colección: «That Yellow Bastard», «The Hard Good-Bye» y «The Big Fat Kill».

De las tres historias, la primera es en mi opinión, la más interesante, pues es donde está mejor definida la esencia de la película y de los personajes que la actúan: el sacrificio en nombre del otro.

Este sacrificio se expresa en el tono de algo que sirvió como soporte tanto a Freud como a Lacan para pensar la relación de la acción con el deseo que la habita: la tragedia. Teniendo en cuenta lo reducido del texto que es posible extraer del film, mi interés es analizarlo no como un caso clínico, sino desde donde la ficción toca algo de la verdad. Pues al decir de Lacan ”la verdad no progresa más que a partir de una estructura de ficción”(1).

Ese bastardo amarillo

Dividida en dos partes, la historia nos presenta a Hartigan (interpretado por Bruce Willis), un policía de 60 años al que le queda una hora antes de jubilarse.

En ese punto, él decide salvar a Nancy Callahan, una niña de once años que se encuentra a punto de ser asesinada por Roark Junior (léase “el malo”: asesino en serie que disfruta de torturar a los niños antes de matarlos). La salvación tiene su costo, Hartigan tiene que enfrentarse no sólo a los malos de turno, a Roark Junior y a sus problemas del corazón, sino también a su propio compañero policía. Detiene al asesino, y lo “desarma” disparándole a la mano que sostiene el arma y a los genitales.

Hartigan encuentra su final provocando (casi forzando) que su compañero le dispare varias veces, en un intento de salvar a la niña. Al sentirse morir, sentencia: “el hombre viejo muere, la niña vive…un buen trato”. Parecería que este es el final, y eso hubiera querido Hartigan, pero el final no llega.

En la segunda parte de la historia, retomamos a Hartigan, que no sólo no ha muerto, sino que además ha sido curado de su problema cardiaco. Se halla en una especie de limbo, una jaula en la cual lo retienen para que se confiese autor de los asesinatos realizados por Roark Junior. En este limbo su único contacto con el exterior son las cartas de la pequeña Nancy, que envía bajo el seudónimo de Cordelia.

Ocho años pasa Hartigan en esa jaula, ocho años en los que no envejece, sólo se mantiene recibiendo semana a semana las cartas. Hasta que finalmente las cartas dejan de venir… ¿Lo habrá olvidado Nancy?

En su lugar, un día, llega un sobre con un dedo humano.

Hartigan pierde el control, lo que lo sostenía en esa jaula cae y él claudica. Y por vez primera comprende que lo que lo sostenía, lo que lo mantenía vivo, eran esas cartas.

Extrañamente para salir de esa jaula, de ese limbo, lo que tiene que hacer es confesarse culpable, y lo hace. De qué es culpable Hartigan? Lacan en su seminario sobre la ética nos da la punta del hilo, que nos permitirá pensarlo más adelante: “Hacer las cosas en nombre del bien y, más aún, en nombre del bien del otro, esto es lo que está muy lejos de ponernos al abrigo, no sólo de la culpa, sino de toda suerte de catástrofes interiores.”(2).

Afuera le espera un mundo al cual él renunció hace ocho años, un trabajo perdido, una ex mujer, un ex compañero y Nancy Callahan.

Aquí comienza la búsqueda para Hartigan, la búsqueda de esa niña de once años, que ahora debe tener diecinueve. Esa búsqueda lo lleva a un bar, en el cual baila nada menos que Nancy (interpretada por Jessica Alba), la tímida niña se ha convertido en una atractiva joven mujer, que no sólo sale a su encuentro, sino que lo besa y le dice que lo ama. Esto lo lleva a un punto sin retorno, a encontrase con lo que él mismo siente.

En este punto, reaparece Roark Junior, convertido en un extraño ser amarillo (al parecer un efecto secundario del tratamiento para devolverle los genitales), que interviene buscando su venganza y concluir lo que comenzó hace ocho años.

Nuevamente surge el héroe: salvando a Nancy y, como forma de retomar el ciclo, vence al villano, y lo “desarma” (otra vez le destroza los genitales).

Pero este ciclo es diferente, ya no es el héroe desinteresado que salva a la niña indefensa, sino a una mujer que lo ama, y lo que es más difícil de sobrellevar, que provoca que él sienta.

La salida final se impone, es necesario forzar la resolución. La inmolación produce el cierre, salvar a la chica tiene un costo, y ese costo es su vida. Nuevamente al final sentencia: “el hombre viejo muere, la mujer joven vive…un buen trato”.

 

 

El Héroe

¿Por qué se sacrifica?. ¿A quién salva?. Estas son preguntas que surgen inevitablemente, y que nos permiten pensar un poco más esta historia.

Un policía a punto de jubilarse, decide “sacrificarse” e intentar salvar a una niña a costa de su vida. ¿Es su “deber” hacer el bien o está en juego algo más? Nuevamente el seminario sobre la ética nos permite una guía: “si hay  que hacer las cosas por el bien, en la práctica lisa y llanamente uno tiene que preguntarse por el bien de quién” (3).

¿Quién es Hartigan? El “bueno”, en un mundo en blanco y negro, él es el policía honrado en la ciudad del pecado, que está a punto de jubilarse y dejar de ser lo que ha sido siempre, enfrentándolo al cuestionamiento de quién es.

La muerte, el sacrificio, lo ubica en el lugar del héroe trágico y ese es el buen trato, el triunfo del ser-para-la-muerte.

La salvación de Nancy tiene un costo. El costo de la salvación es la muerte de Hartigan como sujeto. Es este el verdadero sacrificio ante el Otro, el sacrificio del él mismo en cuanto sujeto deseante. Sacrificio que lo “salva” de  su propio deseo.

La segunda historia intenta repetir la primera, pero el interludio es fundamental para comprender el movimiento: ocho años en el limbo, años que paga por una culpa que no le pertenece, años en los que recibe las cartas de esa niña que intentó salvar, años en los que vive pero está “muerto”. Él recibe las cartas pero no las lee, porque lo que importa no es su contenido, sino lo que expresan. Expresan su posición como objeto: es el Otro el que desea.

¿Qué ocurre cuando las cartas dejan de venir? Hartigan se angustia, pues no tiene más remedio que admitir algo de lo que ha escapado siempre, algo le falta y por lo tanto desea: las cartas.

¿Qué es lo que termina confesando? Confiesa que precisa de esas cartas, que son lo que lo sostiene. Esa es la verdadera confesión, la que toca la verdad pues lo reencuentra como sujeto deseante. Y ese es el punto fundamental  para pensar a Hartigan, lo que él busca es posicionarse como objeto y no como sujeto. El fin de las cartas lo reubican como sujeto y provocan lo hasta ahora evitado: el sufrimiento.

Busca a Nancy, pero ante todo busca poder volver al punto abandonado, volver al lugar de objeto. Busca a una Nancy de once años, una niña que lo toma como protector, pero no lo interroga como hombre.

Infelizmente (para él), es una mujer lo que encuentra, que no lo busca como “salvador” sino como hombre. Y cuando una ducha fría no alcanza, su salida, su única salida, es nuevamente el rol del héroe y su sacrificio.

Salvar a Nancy es su manera de retomar el lugar de objeto, es lo que él conoce, y su forma de volver a lo que perdió en el limbo. Se enfrenta a un Roark amarillo que lo persigue (por momentos hasta parece ser una alucinación de Hartigan), y que intenta terminar lo que empezó hace ocho años.

Dentro de la simetría que nos propone el film, la segunda parte de la historia nos lleva a un punto en el cual ambas partes (el “bueno” y el “malo”) buscan terminar lo que comenzaron. Por un lado Roark busca matar a Nancy y por el otro Hartigan busca retomar al héroe trágico, desde el cual su sacrificio “salva”. En las historias del cómic, el héroe necesita del villano para dar sentido a lo que hace, resultando una condición indispensable para  afirmar dicha condición de héroe. Y este Roark amarillo reaparece en el momento justo, llamativamente justo (4), para reubicarlo a Hartigan en la posición que conoce.

Es ese lugar reencontrado el que le permite a este héroe volver a poner velo a lo que esta Nancy mujer le cuestiona. El problema se suscita porque ese lugar dura poco, y el vencer a Roark no incluye el sacrificio, situación que finalmente lo lleva a enfrentarse nuevamente a esta Nancy mujer. Y allí reside la decisión final de Hartigan, llevar a cabo el sacrificio, bajo la excusa de que, de esta forma, Roark no pueda encontrar a Nancy.

Su inmolación permite llevar a Nancy a un lugar donde no pueda ser tocada, no pueda ser deseada, no por Roark, sino por él mismo. Este sacrificio, ya no forzado sino voluntario, lo deja nuevamente a cubierto, reubicándolo ante el Otro. Pues es este sacrificio el que eleva a ese Otro y lo reubica a él.

La frase final, reitera el buen trato, en el punto donde toca su fantasma: el hombre viejo muere en cuanto deseante, la mujer joven es inalcanzable…un buen trato para Hartigan.

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Bibliografía:

  1. Lacan, «Seminario 18: De un discurso que no sea del semblante», clase 8, Inédito
  2. Lacan, «Seminario 7: La ética del psicoanalisis», clase 24, Ed. Paidós, Bs.As.
  3. Ídem
  4. a propia estética de “Sin City” nos lleva a preguntarnos por la aparición de este bastardo “amarillo/cobarde” (se lo ha traducido de ambas formas). Pues en un film realizado esencialmente en blanco y negro, la aparición de color implica necesariamente el resalte de un elemento.
Ernesto Anzalone

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    Muy bueno el artículo!!! Articulando producción cinematográfica y psicoanálisis!!! Invita a recrear el escenario desde la mirada psic…. Gracias por compartir.

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