La angustia frente a la novedad en la obra de Bion

La angustia frente a la novedad en la obra de Bion
Foto: Andreina Ibarra

Por Bruno Cancio

Se ha convertido en un lugar común la caricaturesca crítica al psicoanálisis que sostiene que el mismo se ocupa exclusivamente del pasado, lo viejo, los recuerdos de infancia, en una suerte de intento de que el paciente acepte o se lleve mejor con sus “tiempos viejos” al decir de Romero y descuidando por ende, o al menos dejando de lado, el presente y el futuro. Esta crítica que, con un dejo de virulencia, podría calificarse de “burda”, se basa en una lectura superficial de la obra de Freud (tal vez con el énfasis puesto en su idea de llenar las lagunas mnémicas del pasado), así como en el desconocimiento más absoluto de autores posfreudianos tales como Bion, Aulagnier, Lacan y Allouch (1998) (quien propone que el fin del psicoanálisis sería “olvidar” y no recordar).

Para el presente trabajo me centraré en la idea de apertura a lo nuevo, noción que, a mi entender, atraviesa la obra de Bion.

A lo largo de los textos y seminarios bionianos, se podría llegar a vislumbrar lo que considero una propuesta de posicionamiento analítico que puede leerse como una búsqueda de un psicoanálisis lo más receptivo posible a las infinitas novedades que en cada única sesión viene a desplegar un paciente. Así como Freud propone la atención parejamente flotante como el posicionamiento que sería deseable adoptase el analista (1913), Bion desarrolla varias líneas que podrían pensarse como una forma específica de situarse frente al fenómeno clínico.

En “Aprendiendo de la experiencia” (1963) afirma que quien pretenda hacer psicoanálisis debería ser capaz de sostener la noción de “infinito”. Lo que a primera vista puede sonar casi “metafísico” aparece como elemento básico y pasa a tornarse “de sentido común” si uno se detiene a pensar en nuestra tarea clínica. Es sin duda la angustia que despierta lo desconocido lo que puede llevarnos a creer que ya “sabemos lo que le pasa a un paciente”. Resulta altamente estimulante que un psicoanalista de más de 60 años se encargue de recordarnos que el paciente es una fuente inagotable de novedades y que, sin lugar a dudas, la mayor dificultad se encuentra de nuestro lado, a la hora de poder recepcionarlas. Siguiendo esta línea, ubicaríamos el mayor riesgo en que el psicoanalista considere que ya conoce a su paciente, perdiendo en ese mismo acto su condición de tal.

La “tolerancia a la duda” se sitúa en la misma obra estrechamente asociada a lo antedicho, basada en un “activo” intento por no apresurarse a saber y en tolerar la incómoda e inevitable incertidumbre con la que debe convivir quien trabaje en clínica. La búsqueda de “comprensión rápida” es señalada en la obra bioniana como uno de los principales enemigos del trabajo analítico. Comprensión que resulta tranquilizadora para el clínico pero que suele producir como consecuencia la pérdida de escucha frente a lo que tiene para desplegar el paciente.

En sus seminarios de Brasil (1974), Bion llega a afirmar que, para que una sesión pueda calificarse de analítica, ambos participantes deben encontrarse “asustados” antes de la misma, con un miedo que sería producto de la inminencia de un encuentro en el que es imposible saber de antemano lo que va a acontecer. De no estar presente lo imprevisible la práctica no puede llevar el título de psicoanálisis.

En “Elementos de Psicoanálisis” (1963b) desarrolla una columna específica de su tabla, la columna 2 (en el eje horizontal), a la que define como la teoría usada como una barrera para protegerse frente a lo desconocido. En obras posteriores extiende la utilización de la columna 2 a todo lo que frena a analista o analizante al encuentro con lo nuevo. Saliendo por un instante del consultorio, es fácil encontrarnos con cientos de ejemplos de este tipo en nuestra vida cotidiana. Al enfrentarnos con un fenómeno nuevo, el primer movimiento que solemos realizar es el de neutralizar su novedad remitiéndolo a algo ya conocido. En el arte, este movimiento es más que patente en cada ocasión en la que una obra, sea del tipo que sea, presenta determinado nivel de innovación. Haruki Murakami, escritor japonés de narrativa, tal vez pueda servirnos como un paradigmático ejemplo reciente. Frente a una literatura que detenta determinado nivel de novedad, la primera acción que realiza la crítica es la de intentar compararlo con escritores que lo precedieron y que ya se encuentran “estudiados”. Así surgen los nombres de Kafka, Fitzgerald o Carver. El detenerse a intentar captar la porción de novedad que nos puede deparar su obra es la actitud menos frecuente.

Lo saturado y lo no saturado aparecen como un par constante en el pensamiento bioniano. Se podría llegar a leer una desesperada exhortación a no moverse con ideas saturadas, que cierren y coagulen la posibilidad de pensamiento. Lo que él denomina hipótesis definitoria (punto 1 del eje horizontal de la tabla) intenta nombrar una conjunción constante de hechos que posee el riesgo de saturarse, impidiendo un pensamiento móvil. Si determinado elemento surgido en clínica por parte del paciente es saturado por el analista, produciéndose una significación unívoca y permanente a lo largo del tiempo, es difícil que este accionar no produzca un daño no solo al trabajo analítico sino a la propia capacidad de pensar de ambos. El buscar siempre la no saturación de cualquier elemento que surja en el consultorio ya sea sueño, recuerdo, acto fallido, síntoma o un sinnúmero de etcéteras, surge como una postura que podría pensarse como “de método psicoanalítico”.

 

 

El par continente-contenido es trabajado por Bion tanto a la hora de pensar la génesis de la posibilidad de pensar (función alfa) como la cotidianeidad del trabajo en la sesión. Es frecuente la insistencia en permanecer como un continente, si bien integrado, siempre receptivo al contenido que el paciente tenga para desplegar, sea del tipo, calibre o intensidad que sea. Se vislumbra como riesgo, en todo momento presente, el cerrarse como continente (perder receptividad o “escucha”) o el contra-actuar un contenido depositado por el paciente, devolviéndolo de forma cruda o no procesada, en un intento por parte del clínico (por supuesto no volitivo ni conciente) de desembarazarse del mismo por ser vivido como intolerable. El antedicho proceso puede adoptar las más diversas expresiones fenomenológicas, desde el asentimiento automático a todo lo que afirma el paciente, el ataque, o incluso la ayuda “samaritana” directa. Psi sumado a Xi (1963), función psicoanalítica de la personalidad no saturada, aparece como la actitud mental idónea para la tarea analítica.

Si volvemos a “Elementos de Psicoanálisis” nos encontramos con lo que podría leerse como una apuesta a la “austeridad teórica”, con la propuesta de tomar pocos (los mínimos posibles) elementos teóricos que sean útiles para pensar y comunicar lo clínico, criticando la proliferación de teorías ad-hoc, hecho que parece tener un gran apogeo en el momento actual. Frente a un hecho puntual, la apuesta pasaría por pensarlo sin recurrir a cubrirlo de una avalancha de teorizaciones que lo pierdan. Un mínimo número de teorías producirían una mayor fineza en la escucha o receptividad a lo nuevo. En relación al uso de la tabla, plantea que sería exclusivamente para el momento posterior a la sesión, priorizando para la última lo que denomina intuición: “La sesión analítica es una oportunidad demasiado preciosa para que la observación resulte afectada por preocupaciones del tipo que mi descripción implica…” (101).

Basándose en un trasfondo epistemológico kantiano, en un momento posterior de su obra pasa a hablarnos de O, considerándolo como el hecho último de la realidad que resulta incognoscible e inaprehensible, un “infinito informe”. En “Atención e Interpretación” (1970), produce un giro introduciendo la idea de fe (a la que llama F en su álgebra) como el estado mental deseable para el psicoanalista. Estado mental basado en la convicción de que algo en relación a O puede modificarse, de que algo va a producirse en el espacio analítico. Para lograr tal estado propone una disciplina que se base en un intento activo por excluir del campo mental del analista la memoria y el deseo.

Bion considera que tanto memoria como deseo dañan la intuición y la receptividad. Llega incluso a afirmar que la propia avidez sensorial atenta contra la intuición: “Si la mente está preocupada por elementos perceptibles a los sentidos será, en la misma medida, menos capaz de percibir elementos que no pueden sentirse” (Bion 1970, pag. 43). Sostiene, a su vez, que el psicoanalista está en la búsqueda de algo diferente de lo que usualmente es conocido por “realidad”. En estos tramos más avanzados de su obra, F pasaría a ser más importante que K, la fe en que alguna transformación se va a producir desplazaría en importancia al conocimiento. Posición incómoda, difícil de sostener y que puede ser vivida como un ataque al yo: “el aumento disciplinado de F por supresión de K, o la subordinación de las transformaciones en K a las transformaciones en O, se siente por consiguiente, como un ataque muy serio al yo hasta que F ha quedado establecido” (Bion 1970, pag. 48).

Un punto que tendrían en común memoria y deseo sería el de “saturar” a través de sentido, alejando por consiguiente de O. La difícil apuesta sería la de escuchar en cada sesión a cada paciente sin recordar su historia, datos personales, episodios de infancia, o aspectos que seleccionaríamos como significativos; ni desear, ya sea la “mejoría”, la supresión del síntoma o el cese de un automatismo repetitivo. La propuesta pasa por no llenar nuestra mente de contenidos, sean de la índole que sean, y volverla lo más receptiva posible a la novedad.

No importa cuanto intentemos reasegurarnos teóricamente, todo paciente (hasta el que podría catalogarse como más “de manual”) siempre se encargará de hacer estallar cualquier teoría o entidad nosográfica, sea del grado de complejidad que la misma sea, y producirnos un descentramiento seguido de un acto de crecimiento (+y) de nuestro lado, siempre y cuando no realicemos el titánico esfuerzo de permanecer cerrados a la inagotable fuente de novedad y cuestionamiento que nos proporciona a diario la tarea clínica.
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Referencias:

  • Allouch; J. (1998). El psicoanálisis, una erotología de pasaje. Edlp, Córdoba.
  • Bion; W. R. (1955). Volviendo a Pensar. Ediciones Horme, Bs. As., 1990.
  • Bion; W. R. (1963a). Aprendiendo de la Experiencia. Paidós, Bs. As., 1980.
  • Bion; W. R. (1963b). Elementos de Psicoanálisis . Ediciones Hormé, Bs. As., 1988.
  • Bion; W. R. (1970). Atención e Interpretación. Editorial Paidos, Buenos Aires, 1974.
  • Bion; W. R. (1974). Seminarios de Psicoanálisis. Paidós, Bs. As., 1991.
  • Freud, S. (1913). “Sobre la Iniciación del Tratamiento”. Obras Completas T. XII. Amorrortu Editores, Bs. As, T. XII.

Bruno Cancio
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