La alcantarilla y sus hijos

La alcantarilla y sus hijos
Foto: gratisography.com

Por Roberto Santiago Casas

Las palabras que aquí se presentan ya hace mucho tiempo fueron cosechadas, aun hace más tiempo fueron sembradas. Es el caso expuesto como El hombre de las Ratas lo que permitió construir nuevas direcciones a los análisis elaborados a partir de la escucha de los discursos de niños en situación de calle.

El hombre de las Ratas nos invita encontrar una relación entre rata e hijo, rata y excremento, hijo y falo, etc., ecuaciones lógicas que nos permiten construir múltiples significaciones, una de las cuales nos lleva a la teoría de la cloaca, es por ello que el menor hace la ecuación bastante elocuente de que si las heces son expulsadas por el ano, y los niños son expulsados por el cuerpo: el niño ha de nacer por el ano.

El hábitat de las ratas son basureros o ambientes cuya higiene es cuestionable, deambulan en las alcantarillas, por debajo de nuestra sociedad organizada por la razón, razón que cubre con pavimento la mierda y la muerte que ha sembrado; y, si el feto se desarrolla en un ambiente tan deplorable como el intestino, entonces la rata-hijo es producto de un resto que regresa. Del cuadro de la razón nacen los deshechos, lo cual permanecerá como una huella que tendrá una significación retroactiva. El hecho de ser la alcantarilla un medio donde se desembocan los deshechos fecales, siendo intestino de la ciudad, hace de la imagen del menor callejero el producto-deshecho de la sociedad. En las alcantarillas deambulan las ratas, así como el feto dentro del intestino materno, es el lugar de los deshechos, el ser que nace de ahí es la mierda que ha de ser cubierta, enterrada, devuelta a su origen. Pero la alcantarilla que ha construido la ciudad ya ha sido tapada de basura, de diagnósticos, de infancias asesinadas, eso no puede permanecer oculto. Ser producto del intestino también tiene sus implicaciones.

En México es usual el término coladera, con lo cual el prefijo cola permite vincular una idea central, la coladera ofrece la idea menos forzada del hábitat en relación con la cloaca de la ciudad.

Un cortometraje que hace tiempo observé me posibilitó una reflexión, éste trataba sobre un niño en situación de calle, que no sabiendo de su origen, se asomó a un salón de clases para observar un video de educación sexual que explicaba la concepción. Niño que se asoma por la ventana para atrapar algunas de las palabras de la maestra, del video y de la escuela, regresa a la vía pública para confirmar que en la ciudad no hay lugar para él. Se emocionó de repente al creer reconocer su procedencia cuando vio a un hombre alcoholizado masturbarse sobre la acera: Un hombre que se masturbaba en la calle dejó caer su semen en la alcantarilla, de ahí ha nacido él. La alcantarilla fue el vientre, la fuente del calor maternal, el representante materno de la procreación.

Anécdota risoria, dramática, burlesca. Un hombre ha abandonado un esperma quizás por efecto de alguna borrachera sin saber que de ahí ha partido un niño que busca hallar su lugar. No es que los demás niños no se interroguen por el deseo del Otro, pero los significantes que se hallan en la prehistoria dirigen el modo en que se conducen para buscar el reconocimiento.

Recordemos al flautista de Hamelin, quien por un pago del pueblo logra alejar a las ratas, llevándolos al agua. La gente decide no pagarle y entonces aquel decide llevarse a los niños al agua. El agua, así como se describe en Moisés y la religión monoteísta, ha sido comparado al líquido amniótico, por lo que llevarse a las ratas y niños del pueblo bien dan la idea de la reincorporación del niño al vientre, se ha regresado a él. Sabemos que el horror a ser enterrado vivo es la presencia del unheimlich. El callejero se vuelve lo ominoso que al Amo cuestiona su razón. Su presencia se vuelve ominosa, se le deja en los rincones, en los basureros, donde no ha muerto, respira y deambula por las tuberías del discurso, incluso algún Amo ha regido su desaparición como mandato. Negar su existencia es negar la falta del Amo, es no decir al Rey que pasea desnudo por el pueblo, porque no se puede hacer saber al Rey que él no sabe. El Amo no sabe que no sabe.

El acto de expulsar y retener las heces, acompañado de satisfacción, se vuelve posibilidad de procrear un hijo, de pujar algo que en el cuerpo es un deshecho, idea que acude en las fantasías del varón, haciéndolo posible madre. Imagen horrorosa, pues hace nulificación de una coordenada de la diferencia.

La alusión de reincorporar el hijo al vientre intestinal se observa cuando los niños toman a las alcantarillas como su casa, aún más la misma ciudad se vuelve alcantarilla. El deshecho tirado fuera de casa, ha sido tanto que se ha conseguido rodearse de eso. Se vuelve lo repugnante como el asco que las mujeres sienten ante la presencia del eructo o flatulencias del hombre.

Esa alcantarilla donde se aloja el niño brinda calor como un seno materno, el niño se encuentra bajo la madre Tierra, aquella que en un tiempo fue considerada la mater de la humanidad. La alcantarilla también se considera un espacio cerrado, de donde se emerge hacia la vorágine del mundo urbano, siendo cada amanecer un nacimiento.

El hábitat donde nace es un espacio con falta de higiene, tierra fértil de enfermedades respiratorias y digestivas, más para los niños de la calle que para los niños en la calle. [1]

Pero, ¿cómo ha nacido este niño?, ¿de un esperma olvidado en la alcantarilla? La decisión de partir de casa es un “acto fuera de sí”. Si entre las fantasías de los niños se halla el abandonar a los padres, e incluso algunos niños lo planean, ¿por qué algunos lo llevan a cabo? A pesar de que podamos hallar distinciones en cada caso, del mismo modo que podamos elaborar distintas construcciones analíticas, sólo partiremos de las que surgieron por el caso del Hombre las Ratas, siendo estas sólo unas reflexiones que aún sigo pensando.

La singularidad es fundamento en el análisis, y hay claras diferencias entre los niños que deciden partir de casa y quienes son expulsados de ella, no obstante, hay una constante en los casos que no se puede negar. Se observa una diferencia de quienes todavía toman como refugio las paredes de sus tutores, razón por la que las siguientes palabras sólo nos conducen a expresar la vida de quienes viven en las calles con pobre o nulo contacto de los progenitores.

Particularmente, los niños de la calle manifiestan un discurso que haría dichoso al imperativo categórico. Lo que nos conduce a abordar el lugar del padre que Freud marcó en sus textos del Edipo y el Tótem.

Padre, ley y deseo son concepciones inseparables pero de articulación lógica diferente cuando se aborda al padre primordial y al del Edipo. El lugar del padre hereda un lugar en su descendencia. Edipo cultiva el reproche de poseer una ley que no alcanza a significar todo, es el padre imposible, pero cuyo deseo ofrece la promesa de un lugar frente a los hombres. Padre que viene a descubrirse cuando el padre primordial deviene tótem.

El padre del Complejo de Edipo es el padre de la promesa, pactada por la genealogía, por la historia de una diacronía al que se le reconoce un origen, aunque éste se pierda en el abismo del pasado. Da lugar a los significantes de la cultura, que permite al hombre no enfermarse-de-nada. Enfermarse-de-nada es apropiarse de la nada en la historia.

El padre primordial es un padre de la no-promesa, no hay cargo ni encargo. No hay cargo, pues se muestra indiferente al lugar que ocupa frente a su descendencia. No hay encargo por parte de la genealogía que le muestre los artificios para ser padre. Es un padre voraz que exige goce, goce de todas las mujeres dejando al hijo la herencia del destierro. El lugar del hijo es el lugar fuera del deseo. Para que el hijo ocupe un lugar era menester el parricidio, pero muerto, ¿qué lugar le corresponde ahora?

Edipo es el padre del deseo, el padre primordial es el padre de la exigencia de muerte, exigencia devenida en acto, y es que la exigencia, antes que del hijo devino del padre.

El padre del Hombre de las Ratas es uno que no sólo se le deseo la muerte, sino que efectivamente está muerto. “Su voluntad sigue haciendo ruido” dice Helí Morales, sigue haciendo ruido precisamente porque está muerto.

Padre                                      Deseo
Edipo primordial                        Goce

El padre del callejero es uno primordial que no deviene tótem. Ha muerto pero nada ha ocupado su lugar, por ende, es un padre aún-no-muerto.

Exigencia de “no te es permitido ser como el padre, pero tampoco te es lícito ser hijo. No hay mujer para ti, todas son mías y sólo te queda el destierro”.

 

 

Se ha matado al padre pero resulta no estar muerto del todo, se aloja en un superyó, lleno de pasión por el dolor. Ese padre ejecuta, goza, exige la deuda impagable, con el cuerpo deshecho ha de responder a la razón del Amo.

El niño es arrojado no solo al mundo, sino del mundo, es la sombra del desorden que la razón busca cubrir bajo el tapete, bajos sus alcantarillas. Pero Foucault ya nos lo había advertido, que la razón no acepta su locura

El destierro para no desnudar la locura del Amo, si has visto desnudo al Rey, del palacio debes ser desterrado, aunque jures estar ciego a la locura de la autoridad, tu sola presencia desnuda al Rey.

Ante tal demanda, el menor callejero responde con lealtad, una lealtad a la autoridad, aunque ella resulte incomprensible. Y responde con lealtad porque no le queda más. El discurso de aquellos menores se encuentra matizado de una conciencia rígida, autoritaria, de una moralidad heterónoma.[2] Expresan una necesidad de satisfacer la demanda plena de los padres. No es raro que al preguntar sobre cómo debía ser la educación de los padres, reconocieran su autoridad, aunque en ocasiones para nosotros fuera irracional e injusta. Cada entrevista con un niño recaía en el castigo como siempre merecedora, cada palabra del progenitor como incuestionable.

Padre de la fantasía es el deseado, padre del trauma es el que goza, padre que, más que portavoz de cultura es Ley pura. El padre del trauma es aquel que ha ejecutado algo, ha violado o transgredido el cuerpo de la niña, es decir es un padre gozante, que ha poseído a la mujer, en tanto el padre del fantasma es aquel que ha despertado el deseo de la mujer. La niña del padre del trauma es pasiva pues ha sido poseída por aquel, la niña del padre del fantasma es activa pues es deseante de deseo.

El trauma es la falta de un discurso que permita un decir de la experiencia, de ahí que quien lo padece no cesa de decir, pero tampoco cesa de no hablar, porque no existe discurso que hable de su dolor. Es la experiencia que no puede transmitirse con el Lenguaje. ¿Cómo se trasmite? Se retorna como espectro en una casa o en pueblo para horrorizar a quienes se acercan; el tiempo del fantasma se detiene, como un tiempo paralizado, la experiencia queda suspendida en un abismo, solo se transmite el dolor de la experiencia haciendo que los otros lo vivan.

El niño callejero le es ilícito ser espectro. No hay herencia de un discurso que permita apalabrar su experiencia, pero tampoco puede retornar como espectro, sólo es deshecho que deambula por las tuberías-callejones de la ciudad. De ahí su cercanía al trauma. Es trozo de real que busca hablar.

En los niños de la calle, es decir, aquellos que han roto todo vínculo con su familia, expresan una experiencia de goce: maltrato, violación o incesto, aunque al mismo tiempo una culpa por no satisfacer las demandas de la autoridad, pareciera gobernar un padre imaginario, no obstante, en ellos parece ser que el hecho de habitar en la vía pública es una forma de hacer presente al padre que goza, como si eso fuera la deuda que se ha adquirido. Rodríguez fundamenta esto, observa el sentimiento de culpa que se infunde dentro de la familia de estos menores, al que el menor responde con el acto de partir de casa como forma de venganza hacia sus progenitores y hacia sí mismo.

El niño que es expulsado como un deshecho, en verdad es defecado por un padre gozador, impotente de establecer una ley pacificadora. En tanto el niño que se retira voluntariamente, es un acto que tiene como llamado, la exigencia de lo simbólico en el padre. Recordemos un dibujo animado de los ochentas: Remi. Su historia parte de un padre, que ante la necesidad económica, se lleva a su hijo a escondidas de la madre, para venderlo con un vagabundo. Ante tal compra, Remi se vuelve un actor callejero, siendo su nuevo progenitor el señor Vitalis, quien lo cuida ahora, al mismo tiempo que lo expone ante los peligros de la calle.

La fantasía de partir de casa surge cuando los progenitores han desnudado su impotencia, han sido los frustradores de su deseo, un enojo ante la presencia del padre edípico, aquel que se desea su muerte una vez que ha establecido su ley impidiendo el goce, generando en su lugar un goce otro de la imposibilidad del cual se mantiene molesto el niño. No obstante, no puedo evitar pensar una incongruencia con los niños callejeros, pues pareciera que el salir de casa es precisamente para escapar de un padre imaginario y buscar lo simbólico en él, hay un padre imaginario no asesinado del todo. La cultura, con sus arrebatos da la posibilidad de posicionarse en la ley simbólica, tal como Remi lo encontró en el señor Vitalis. No obstante, también falla, pues la cultura también rechaza al niño, y es más, sostiene la culpa al mostrarle la mancha que hace al panorama urbano.

Rechazar al niño en situación de calle es ser portavoz del Amo, también es denegar la falta, sabemos que existe…, pero aún así…

Lo que al niño se le niega es jugar. La violencia más grande cometida contra el hombre es no dejarlo jugar.

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Referencias:

  1. Se ha de aclarar que los niños de la calle son aquellos menores que comen, duermen y trabajan en la calle, mientras que los niños en la calle, a diferencia de los anteriores, tienen un hogar donde dormir, incluso familia, quienes suelen explotarlos exponiéndolos al trabajo marginal.
  2. Piaget hace un estudio sobre la moralidad en los niños, la moralidad heterónoma corresponde a un momento inicial en que el niño se somete a una autoridad incuestionable, es decir, la moral es desigual en que el menor se somete a otro; en cambio, la moral autónoma, el menor piensa en una moral que rige tanto al adulto como al menor, en un respeto mutuo y donde se permite cuestionar las acciones de sus padres.

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Bibliografía:

  • Freud, S. (1909). A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El «Hombre de las Ratas»). Obras completas. Amorrortu editores.
  • Morales, H. (2008). Sujeto en el Laberinto. Historia, ética y política en Lacan. Ediciones de la Noche. Pp. 437-447.
  • Rodríguez G., L. (1993). Metodología Participativa, Infancia Callejera y Programas de Atención. Editorial Paspartú. México. Pp. 85-107.
  • Rosenbluth, D. (1992). Su Hijo de 3 Años. Editorial Paidós. México.
  • Santiago Casas, R. (2003) Comparación del Autoconcepto entre niños en situación de calle y niños escolares. UNAM, Facultad de Estudios Superiores Zaragoza. Tesis de Licenciatura.

Roberto Santiago Casas
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