Una cuestión de límites

"Nexus": Miguel Ugalde
«Nexus«: Miguel Ugalde

Por Javier Grotiuz

Tradicionalmente los padres imponían las normas, corregían, castigaban y premiaban. Ni el poder ni la autoridad se compartían con los hijos y era el papá o la mamá en definitiva, quien tenía la última palabra, porque en él residía la responsabilidad socioeconómica y moral de la familia. Así han funcionado las cosas durante décadas, pero en los últimos años esto ha ido cambiando.

Por muchas razones que no se analizaran aquí, se ha pasado progresivamente de una actitud muy rígida y estricta frente a la conducta de los niños a una actitud muy flexible y por momentos muy débil. Esto genera efectos que se pueden observar en el aumento de quejas de padres que no saben qué hacer con sus hijos porque no les hacen caso o no hay manera de controlarlos, llegando al punto de amenazar con contarle a la maestra que se está portando mal para que sea ésta quien los rezongue.

¿Qué son los límites?

Hablar de un límite plantea la idea de un tope, a la vez que indica una dirección y una orientación, o sea un porqué y un para qué.

En su libro “Hay límites que matan”, el psicoanalista Claudio Jonas realiza un interesante aporte, que comparto. Habla de tres tipos de límites, que se relacionan entre sí durante el crecimiento y desarrollo infantil.

1) Límites como espacios diferenciados: se refiere al proceso por el cual el bebé, a través de los cuidados maternos, paternos y familiares se irá constituyendo como un ser único. Se trata de que pueda construirse un espacio psíquico, un Yo, reconociéndolo desde muy temprano en sus diferencias, aceptando sus ritmos y gustos. En la medida en que puedan respetarse sus particularidades, él va a ir incorporando a los demás con sus necesidades, deseos y posibilidades.

Para que este espacio psíquico se vaya creando es vital que el niño tenga un espacio propio, (darle su lugar como integrante de la familia y no como simple extensión de mamá o papá) tenga su cuarto, (en la medida de lo posible) su cama, (y duerma en ella desde bebe) que tenga un lugar de la casa que sienta como propio (diferenciado del espacio de los padres) en donde pueda jugar a su antojo. Todo esto hace a la diferenciación de espacios y roles, además que preserva la intimidad de los padres (estén juntos, separados o con otra pareja).

2) Límites como metas o fines: hay necesidades que, si no son satisfechas, plantean al niño un aumento de tensión, debiendo intervenir el adulto para poder aliviarla y aplacarla. Especialmente en los primeros meses de vida en que se encuentra en un estado de indefensión e inmadurez tal que requiere de un auxilio externo para lograrlo. Saciada el hambre, cobijado el frio, siempre va a haber algo más que no se puede saciar: la demanda. Aquí opera la capacidad de la mamá para aceptar o no los requerimientos del niño, y ella tiene que interpretar lo que él necesita más allá de la alimentación y el abrigo. En la medida en que se va complejizando el aparato psíquico por el proceso de desarrollo, la agresividad, la tristeza, la sexualidad, así como la angustia, requieren ser aceptadas por el adulto para ayudar al niño en su procesamiento y asimilación. Tiene que haber un buen soporte y sostén para que se pueda expresar esa gama de sentimientos.

Los adultos son en los primeros tiempos los reguladores del equilibrio y el humor, son quienes  le proporcionan un soporte que hace de homeostasis para que no se sobrexciten, se abrumen o se angustien de más frente a estímulos excesivos. Para esto es necesario que los adultos tengan cierto equilibrio frente a las situaciones difíciles demostrando paciencia y autocontrol, educando con el ejemplo.

3) Límites como obstáculos: se relaciona con el establecimiento de un reto o una palabra que impidan que el niño vaya más allá. Esta es la forma conocida de poner límites (“esto no se dice”, “no se hace”, “no se toca”). Si bien es necesaria en los distintos momentos del desarrollo, su utilización repetida en exceso y muchas veces arbitraria, la pueden volver ineficaz.

Estos obstáculos deben tener un sentido y una razón de ser para el niño y ni que hablar para el adulto, que no sea el “porque no”, que remite a una ausencia de argumentos y deja en la impotencia a quienes lo sostienen como única herramienta. La mayoría de las veces al explicársele por qué no se lo deja hacer algo (generalmente por su propio bien) se le está demostrando afecto y al darle una explicación acorde a su edad seguramente dejará de insistir (si los argumentos son válidos, se sostienen y mantienen en el tiempo).

¿Los límites son necesarios?

Los límites son necesarios y beneficiosos, tanto para quien los recibe como para quien los pone, ya que plantean una posición desde la cual alguien se podrá decir padre y alguien hijo, sin que esto implique una relación de sometimiento de uno al otro. Los límites son una forma práctica de trasmitir normas de convivencia, y como tales son posibilitadores, aunque en algunos momentos puedan generar frustración, ésta puede funcionar favoreciendo el desarrollo, haciéndolos responsables de sus actos. Si bien los límites son necesarios, esto no implica que los niños sean conscientes de ello, sino que lo irán aprendiendo con el tiempo.

Es importante que los adultos acepten que ellos mismos tienen límites y aprendan a aceptar los de otros, teniendo en cuenta que ese otro, a veces, puede ser su propio hijo.

Los límites siempre deben darse dentro de un marco de afecto y estímulo y no desde la agresión o la prepotencia.

Dar un elogio verbal, una sonrisa, un abrazo o algún tipo de premio adecuado por una conducta positiva, es algo que debería hacerse habitualmente. Los que no lo hacen quizás consideren a la conducta positiva como algo esperable y por lo tanto no merecedora de un reconocimiento o valor especial, (por ej. que le vaya bien en la escuela), sin embargo, cuando una conducta positiva o apropiada es seguida de un premio o recompensa, no necesariamente material, por ejemplo: un elogio verbal, quince minutos más de juego, etc. (lo que no requiere inversión monetaria alguna) esa conducta se fortalece y es probable que se repita en el futuro. El elogio hace que el niño se esfuerce más y responda mejor en lo sucesivo. Ni hablar de lo bueno que resulta en  la autoestima del niño en cómo se vea y valore a sí mismo, actuando con una mayor confianza y seguridad en el futuro ya que cuenta con la aprobación de los padres.

¿Para qué sirven los límites?

Los límites contribuyen a la maduración psicológica del niño. ¿Por qué? Porque todos somos limitados, no somos omnipotentes, no vamos por la vida haciendo a nuestro antojo y capricho. Y aprender eso desde pequeños puede ayudarnos mucho de adultos.

La realidad no es tan manipulable como los niños imaginan desde su pensamiento mágico omnipotente y centrado sobre sí mismo (egocéntrico). Por eso hay que enseñarles a aceptar un no, a entender que no todo saldrá siempre como lo desea, que no siempre va a lograr lo que se propone y que no es el fin del mundo si esto sucede. De esta manera va a ir desarrollando tolerancia a la frustración, un rasgo fundamental de la personalidad adulta. Esto no quiere decir fomentar el conformismo, sino ayudarlo a manejar situaciones adversas y salir adelante con mayor impulso.

De esta manera, cuando un papá dice “eso no”, “basta” o “no hay más” está funcionando como un representante de lo real para ese hijo: le está adelantando situaciones que tarde o temprano deberá experimentar y por tanto lo está ayudando a crecer. Algunos podrán pensar que esto es trasmitirle preocupaciones o angustias por adelantado “que ya va a vivir”, pero no es así, porque si no se lo prepara cuando lleguen los “verdaderos” problemas más adelante, el niño no va a saber responder frente a  esa experiencia nueva y esa excesiva frustración seguramente lo dejará indefenso para dar una respuesta eficaz. Se puede observar en estudiantes (incluso universitarios) lo devastador que puede llegar a ser perder un examen por primera vez, y lo difícil que les resulta recuperarse de esa caída.

Claro que no hay recetas, pero los límites no se ponen a los gritos ni a los golpes. Basta con decir no y sostenerlo. Basta con sostener por un rato, ser “el malo de la película”. Vivimos una era de padres “culposos” por el “poco tiempo” que pueden pasar con sus hijos debido a los extensos horarios laborales, y cuando llegan de noche cansados quieren recuperar el tiempo perdido y reafirmar el cariño permitiendo muchas cosas que en otras circunstancias no se aceptarían. Y si en situaciones “normales” no se aceptarían ¿por qué aceptarlas?

Hoy día los niños pasan gran parte del tiempo con sus abuelos (por suerte cuando están) u otros familiares, pero esto también genera dificultades  para establecer parámetros claros de lo que se puede o no hacer.

Un aspecto  a conversar entre padres y familiares dejados a cargo es que los criterios pautados por los  padres sean respetados aun en su ausencia, para no generar superposición de mandatos que crea confusión en el niño por no saber a quién tiene que obedecer. Es común que aprovechando esta disparidad  se vuelquen hacia un lado u otro según la conveniencia del momento, generando roces entre padres y abuelos (entre los propios padres también) e incluso con tíos y tías que cumplen un rol importante en el cuidado de los niños.

Hay que tener en cuenta que no tener límites puede resignificarse cuando el niño crece y se hace grande, como una especie de abandono por parte de los adultos ya que la excesiva libertad genera un sentimiento de soledad y culpa por actuar a su antojo sin la intervención de ningún adulto que lo contenga y regule.

Dejar que un hijo crezca con absoluta libertad no es criar sino malcriar. La crianza tiene que ver con una limitación, y no poner límites es dejar al niño a expensas de buscar sus propias limitaciones. Cuando los niños provocan o se portan mal, están pidiendo desesperadamente a alguna autoridad que les quite la responsabilidad de auto limitarse.

 

 

¿Qué hace que un niño transgreda, no acepte límites ni reconozca autoridad?

Un niño internaliza la ley, las normas, los limites, desde muy pequeño si tiene un adulto que lo vaya ordenando internamente. Es un proceso que se va dando de a poco y acorde al grado de maduración y desarrollo que va adquiriendo. Y si tomamos el concepto de límites que se interrelacionan entre sí que nos propone Jonas[1], es claro que desde muy chiquitos los van interiorizando independientemente de su capacidad de comprensión, expresión o posibilidades de llevar a cabo lo que se le pide.

Lo que se observa últimamente es una declinación de la función de autoridad. Los padres esquivan el no, no ejercen la autoridad, y el niño luego tiene dificultades para incorporar normas sociales. Esto se observa claramente en los ámbitos escolares en donde los niños tienen dificultades al encontrarse con restricciones y limites que no están acostumbrados a  tener en su casa, lo que genera una mayor dificultad en la adaptación a la institución escolar y un gran desgaste para las maestras que tienen que estar continuamente llamándole la atención porque no reconocen reglas, y todavía no interiorizaron que hay un tiempo y espacio para todo y que el otro también cuenta con sus particularidades diferentes.

Para algunos niños la atención negativa (que se les esté rezongando continuamente) puede resultar preferible a la falta de atención por parte de sus padres, corriendo el riesgo de fortalecer o alimentar la conducta inapropiada. Si esto sucede hay que revisar la dinámica familiar y volver a empezar siguiendo otro camino.

Algo muy común es que frente a las demandas de los hijos se los tapa de regalos y objetos, invalidándose cuando se utiliza como única forma de poner límites: “si te bañas te compro algo”, “si haces los deberes te llevo al cine” etc. Se ve incluso una inversión de esta situación, siendo los niños quienes negocian: “como la comida si me compras un alfajor” y un sin fin de situaciones similares. De esta manera se entra en una negociación permanente con el hijo, que probablemente va a ser un trasgresor de las normas y  reglas, porque no incorpora la norma sino la negociación para terminar siempre consiguiendo algo.

Un buen ejemplo es ver frecuentemente la mirada escrutadora del niño al adulto, seguida de la pregunta “¿me trajiste algo?” generando un berrinche a la salida del jardín o la escuela si la respuesta es negativa, obligando a salir presurosos hasta el quiosco más cercano a comprarle algo para que pare de llorar.

La tarea de poner límites requiere de mucha paciencia, tenacidad,  equilibrio y ecuanimidad, además de buena memoria. Los niños nos ponen a prueba constantemente, nos desarman con sus actos espontáneos provocando grandes carcajadas así como caras largas y gritos descontrolados. Son capaces de conmovernos en nuestro interior sacando lo mejor pero a veces también lo peor.

No debemos olvidarnos que son los adultos quienes elegimos traerlos al mundo y por lo tanto somos responsables de lo que les pasa, así como de lo que son: el reflejo de la educación que reciben en sus casas, los valores que les inculca su familia, los afectos que reciben y son capaces de dar siempre en más.

Ellos son como esponjas que van absorbiendo todo lo que sucede a su alrededor, sumamente perceptivos y dispuestos a complacer a sus padres (así como a adultos importantes en su vida) como eterna demostración de cariño.

Algunas pautas que pueden ayudar a la hora de poner límites

Estas pautas no deben ser tomadas al pie de la letra, ni vienen con garantía de efectividad, solo pretenden ser una posible ayuda que luego cada uno implementará acorde a las singularidades de cada caso.

Para empezar hay que lograr un clima de empatía en el cual su hijo lo escuche y decir lo que quiere una sola vez (a lo sumo dos para asegurarse que lo escuchó) por ejemplo: “ahora tenés que juntar tus juguetes” o “ahora tenés que hacer tus deberes, para que después puedas mirar la tele” u otra actividad recreativa.

Generalmente se tiende a repetir que “deje de portarse mal” y se advierte sobre las consecuencias de lo que ocurrirá si no lo hace, pero en la reiteración de la advertencia radica la pérdida de manejo de la situación.

No repetir la orden hasta el cansancio, hay que pasarle el problema al niño dándole a elegir, mostrando las consecuencias de su elección, o sea, recompensa o limitación según la conducta elegida; por ejemplo: “te pedí que juntaras tus juguetes, si guardas tus juguetes podes quedarte mirando la tele, (u otra actividad recreativa) de lo contrario hoy no vas a mirar tu programa preferido, vos elegís”. De esta forma desde muy pequeños se le va transfiriendo e inculcando el sentido de responsabilidad y compromiso con las actitudes que tiene. Si los adultos no hacen las cosas que él puede hacer (y tiene que hacer) acorde a sus capacidades y competencias propias de la edad, lo están ayudando a crecer.

Es importante ser coherente y tener constancia para aplicar la consecuencia lógica que fue advertida previamente o en alguna otra oportunidad pasada, si no se lo hace, el adulto perderá credibilidad ante el niño, y en el futuro las advertencias de castigos deberán ser de mayor intensidad y sin conseguir resultados favorables ya que el niño sabe que no lo va a cumplir. Es recomendable en este sentido poner restricciones o castigos razonables que sepan que son posibles de llevar a cabo y mantenerlo sin que esto genere angustia o culpa, lo cual llevará a no cumplirlo o a levantarlo enseguida, con el consecuente fracaso en la pulseada por ver quien domina la situación.

En este sentido, hay que decir que es un trabajo casi imposible poner límites si el adulto fracasa al limitarse a sí mismo. No le pidan a su hijo que realice algo que ustedes no pueden sostener. Su hijo hará lo que ustedes hagan, más que lo que ustedes digan. Si quieren que obedezca las reglas, revisen primero sus propias contradicciones y controlen su enojo, luego sólo quedará brindarle buenos ejemplos a la hora de poner un límite. Si la obediencia viene por miedo a evitar un castigo en definitiva no es por respeto a una norma o regla que entienda sino que será por temor, y cuando pierda el miedo ya no habrá ningún respeto.

Recuerden siempre que las reglas las establecen ustedes, aunque por momentos y fundamentalmente con los niños de mayor edad, en algunas circunstancias se pueda “negociar las reglas del juego”, como así también las consecuencias lógicas: es decir los premios y sanciones. Pero la última palabra la tienen ustedes como adultos responsables a cargo.

Poner límites no es nada fácil pero se puede, y espero que este material los ayude en esta tarea.

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Referencias:

  1. Jonas, Claudio, Hay límites que matan

Javier Grotiuz
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Comentarios

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  1. He escuchado insistentemente que se deben respetar los derechos de los niños siempre, las obligaciones se darán paulatinamente cuando sea el momento, pero esto implica «no limites» que puedan afectar sus derechos… los cuales son muy amplios como el derecho a jugar, a ser feliz, a ser libre, etc. ¿como cumplir con ambas premisas? poner limites sin que esto acote sus derechos….

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