Sobreprotección y paternidad: ¿qué efecto tiene en nuestros hijos?

Sobreprotección y paternidad: ¿qué efecto tiene en nuestros hijos?
Foto: Dominique Feldwick-Davis

Por Lourdes Zícari Rivero

Tener un hijo, independientemente que sea biológicamente propio o no, conlleva a los padres o adultos referentes a desarrollar una serie de conductas que tienden al mejor crecimiento y desarrollo integral de ese niño o niña.

Tanto es así, que desde que ese pequeño/a está en el hogar, en el seno de la familia, se ponen en práctica actos, algunos de ellos tan obvios y hasta automáticos, como el alimentarlos, bañarlos, cuidarlos cuando se enferman, llevarlos a los correspondientes controles en salud con su Pediatra tratante, integrarlos a ámbitos curriculares como lo son el jardín preescolar, el club y otros tantos como las inquietudes, creatividad y posibilidades de los padres o adultos referentes existan.

Por supuesto que el amor, es un sentimiento que está casi siempre muy presente. El amor por ese individuo, que nos cambió la vida, que transformó a la pareja en familia, que nos convierte en personas plenas, y que también nos ilustra de alguna manera que nuestra responsabilidad ahora es mayor.

El amor que sentimos por un hijo nos conduce incondicionalmente a protegerlos, en la salud y en la enfermedad. Nos conduce a acompañarlos en cada una de las etapas de su desarrollo, a prevenir situaciones de peligro, a educarlos y habilitarlos a que transiten las diferentes etapas de su vida en la forma más integralmente feliz y saludable.

Para lograr eso, debemos ser adultos los más integralmente felices, saludables y trabajar diariamente en ello. Porque los referentes somos los adultos, somos los que trasmitimos con nuestros actos y nuestras palabras, o con la falta de ellos; somos los que habilitamos a nuestros hijos a tener una vida plena, a ser niños, adolescentes y adultos plenos y felices.

La plenitud y felicidad está íntimamente vinculada al amor que les brindamos a nuestros hijos, no específicamente a los recursos materiales que desplegamos en su crianza.

La adecuada comunicación, una escucha empática, la calidad de tiempo compartido, el trasmitirles que pueden contar con nosotros, el compartir juegos, lecturas, anécdotas, así como el establecimiento de oportunos límites, son todos actos de amor.

Son actos de amor que habilitan a nuestros hijos a crecer en sociedad, a tolerar frustraciones, a esperar turnos, a compartir con pares, a una sana sociabilización. Pero también los habilitan al cuidado de sus cuerpos, al desarrollo de la autonomía necesaria en cada etapa de sus vidas, a generar una adecuada autoestima y seguridad en sí mismos.

Cada etapa de la vida de un hijo tiene sus características así como una mayor o menor dependencia de los padres.

 

 

En la etapa de la pubertad, que es la etapa más temprana de la adolescencia, se crean una serie de cambios, tanto físicos, como emocionales, psicológicos y espirituales, que generan inquietudes, interrogantes y muchas veces angustia tanto en padres como en los jóvenes.

Hay que tener presente que los adolescentes ya no son niños pero tampoco son adultos. Entonces, muchas veces se generan tanto en padres como en jóvenes cierta dicotomía de interrelacionamiento funcional en el hogar. Hay una clara necesidad de independencia por un lado, pero también de atención y cuidado por otro.

En la pubertad se dan los cambios más sustanciales en el cuerpo de los jóvenes. Esa pubertad iniciada en las jóvenes por la menarca (primera menstruación) y en los jóvenes por la espermarquia o espermarca (primera eyaculación), y que se da en un rango de edad entre los 10 y 14 años, se caracteriza por francos cambios en los genitales externos, los que aumentan de tamaño, cambian su color, la presencia de vello púbico y facial, acné, sudoración olorosa, cambios en el timbre y tono de voz, entre otros. Todos aspectos que cualquier individuo puede visualizar fácilmente.

También, se empiezan a evidenciar aquellos cambios vinculados a la forma de pensar, de sentir, de interrelacionarse con pares y adultos de su entorno familiar y académico, la necesidad de preservar su intimidad, de estar más tiempo con pares, los primeros sentimientos románticos, ya sea hetero u homosexuales, y muchas veces las primeras decepciones amorosas.

El empezar a conocer o frecuentar personas que consumen alcohol, cigarros, marihuana u otro tipo de sustancias, igualmente se da en esta etapa de la vida de los jóvenes.

La necesidad de autonomía, de respeto por sus ideas y pensamientos, de marcar presencia, de búsqueda de su identidad, de tener un comportamiento cuestionatorio y crítico sobre los adultos, son características en esta etapa de la vida de nuestro hijos.

Y es, de alguna forma, obligación de los padres y adultos referentes, acompañar saludablemente estos procesos de cambios, que definitivamente tienen que estar presentes en esta etapa de sus vidas. De lo contrario, seguramente se pongan de manifiesto a destiempo, con las consecuencias en sus vidas que eso puede generar.

Y cuando me refiero a acompañar, estoy hablando de jerarquizar la comunicación, las manifestaciones de afecto, protección y cuidado. Definitivamente no me refiero a SOBREPROTECCIÓN que de alguna manera va de la mano del ABSOLUTO CONTROL y se podría interpretar aunque suene duro como una forma de MALTRATO.

Cuando los padres nos tornamos sobreprotectores, creyendo que les hacemos un gran favor a nuestros hijos, porque les evitamos sufrir frustraciones, les solucionamos todo, actuamos por ellos y para ellos todo el tiempo, empiezan a aparecer varios riesgos para todos los componentes del binomio (padres e hijos). Los roles se desdibujan de alguna forma y en algún momento se empiezan a generar crisis en los integrantes de la familia.

Algunos de estos riesgos pueden generar mucha infelicidad e insatisfacción en la vida de los protagonistas.

 

 

Algunos ejemplos:

  • Tácita rebeldía y pérdida de autoestima, debido a la sensación de falta de reconocimiento de los padres, así como de las crecientes capacidades y necesidad de autonomía que se experimenta en esta etapa de sus vidas.
  • Incapacidad de manejar con solvencia y seguridad en sí mismo situaciones cotidianas debido a un creciente sentimiento de temor o de no estar a la altura de los acontecimientos.
  • Franca dificultad de enfrentar retos y asimismo superarlos, lo que de lograrse sin dudas fomenta una maduración psicológica y emocional con el correspondiente sano desarrollo de autoestima e independencia.
  • La incapacidad o enlentecimiento en el desarrollo de sus propias capacidades personales. Del equivocarse para aprender, de que pueda identificar por sí mismo sus propias señales físicas, emocionales y espirituales.
  • Como corolario de todo lo antes mencionado, sin lugar a dudas la sobreprotección parental genera jóvenes dependientes, ya que nunca le hemos enseñado a tomar sus propias decisiones y hacerse cargo de lo que esas decisiones generen. Esto trae como consecuencia un comportamiento dependiente a lo largo de sus vidas, por no sentirse capaces de lograr exitosamente las cosas por sí solos. Marca también la manera en que esos adolescentes desarrollarán sus vínculos futuros, los que probablemente estarán siempre definidos y determinados por terceros y no por ellos mismos.
  • En cuanto a los padres sobreprotectores, de alguna forma se postergan tácitamente por sus hijos, en la creencia de que su actuar es el correcto. También a ellos en algún momento esto les generará infelicidad tanto personal como conyugal, ya que toda la atención está centrada en el hijo y se dejan de lado aspectos que construyen la plenitud personal y de pareja.

Conclusiones

  • El amor y la franca comunicación son elementos esenciales en el adecuado crecimiento y desarrollo de cualquier individuo.
  • El establecimiento de saludables límites es un acto de amor.
  • Habilitar a los hijos a que sean adultos felices y adecuados referentes en el futuro, es la obligación de los padres como parte del proceso de crianza y educación.
  • No sobreproteger es el mejor regalo que cualquier padre le puede hacer a su hijo/a.
  • Fomentar el empoderamiento a lo largo de las distintas etapas de la vida de un hijo, seguramente lo habilitará a cuidarse integralmente, a establecer vínculos saludables, a poder manifestar sus inquietudes e insatisfacciones en forma respetuosa pero firmemente, así como a vivir más plenamente.
  • El respeto por los tiempos de los padres, ya sea de intimidad, recreativos o de cualquier otro tipo, es una señal por demás estructurante para los hijos, ya sea como individuos, como amigos, como pareja o como cualquier otro rol social que vayan a desempeñar en algún momento de sus vidas

Lourdes Zícari Rivero
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