Síndrome de alienación parental: ¿rótulos necesarios?

Síndrome de alienación parental: ¿rótulos necesarios?
Foto: Tookapic

Por Carolina Noble

La primera sensación a quien desea acercarse a la temática seguramente sea de desconcierto.

Antes de poder visualizar diferentes lecturas y miradas, mi primer preocupación fue la de entender si podríamos hablar de un síndrome, y de cuánto pesaba este título para aquellos niños, niñas y adolescentes que atraviesan un proceso de separación de sus padres. Y… ¡sí! atraviesan un proceso de separación, ya que indefectiblemente los cambios surgen, y habrá que disponerse a transitarlos. El propósito de este trabajo será entonces la de pensar el lugar de los niños en este entramado.

Tengamos presente que un síndrome es un conjunto de síntomas y signos que usualmente se encuentran asociados a un cuadro psicopatológico, puede tener diferentes causas, y devenir en diferentes formas.

En este caso, el Síndrome de Alienación Parental (SAP) se explicaría por una situación adversa de relacionamiento parental que resultaría en un proceso por el cuál uno de los progenitores transformaría la conciencia del niño o niña con el objeto de destruir u obstaculizar el vínculo con el otro progenitor. Por tanto, los signos y síntomas estarían asociados a la respuesta del niño frente a la relación parental. Algunos autores resaltan: conductas de odio, racionalizaciones frívolas o absurdas, así como falta de reconocimiento de aspectos positivos frente a uno de los progenitores; apoyo a un progenitor, ausencia de culpa por el rechazo generado hacia el otro, así como la extensión del rechazo hacia la familia del progenitor.

Si hablamos de un óptimo desarrollo psicológico para niños y niñas podríamos considerar que éste debería estar dado por un buen entorno afectivo. Sin embargo, la primera interrogante será ¿a qué le llamamos un buen entorno afectivo?

A menudo solemos pensar en respuestas de polaridad. Seguramente un buen entorno tendrá amor, también se compone de una educación en límites, en el reconocimiento y exploración de sus potencialidades, en la escucha de sus necesidades, entre otros aspectos.

Una de las respuestas a las que acudo a menudo es que nuestra capacidad de autoconocimiento, de como sentimos, hacemos y pensamos, nos brindará la capacidad de sostener entornos saludables. Esto se reflejará en la forma en que podremos educar. Mucho de lo que deseamos educar está en nosotros mismos. Por ejemplo, la forma en cómo resuelva un padre alguna diferencia con un compañero de trabajo, podrá ser la forma en que resuelva el niño o niña sus diferencias con su compañero en la escuela, o será, en suma, nuestra educación a proporcionar.

Para aproximarnos a la idea, una relación sana con los padres le otorgará herramientas para obtener una buena relación con sus compañeros y comprender, respetar y cuidar así sus propias emociones y las del otro.

De todos modos, y cada día con más frecuencia nos encontramos con parejas que se separan y padres que deben afrontar sus roles desde nuevos lugares. Como todo cambio implica una readaptación, el proceso de separación de los padres no es una excepción. Supondrá para los adultos generar nuevas formas de relacionamiento e implicará grandes cambios para niños, niñas y adolescentes. Cambios que van desde los sociales y económicos, a los psicológicos.

En este sentido dependerá de la forma en que se desarrolle este proceso de cuánto afectará a éstos y de qué forma. Lo que debemos tener presente es que es corriente que exista una reacción a dichos cambios.

Cuando éstos cambios se dan con múltiples desequilibrios, discusiones constantes, incluso desequilibrios emocionales, el factor de riesgo para sus hijos será el del advenimiento de una gran inestabilidad, comportamientos de agresividad, u otro tipo de sintomatología. Teniendo en cuenta el lugar en el que ha sido colocado, es la forma que encuentra de dar cuenta de lo que sucede en su mundo interno. En este punto la forma de afrontar la situación es lo que estará aprendiendo, sus introyectos dependerán de estas imágenes, por tanto también la forma de interactuar en otras relaciones.

 

 

Si tomamos aquellos aspectos considerados para pensar un síndrome, uno de los puntos que parece no tenerse en cuenta en el desarrollo de su defensa es la condición de respeto y cuidado con el que se aborda la situación, en tanto, se deja de lado la posición del niño, mirado como un mero objeto portador de inducciones y manipulaciones. Sería fundamental, antes del juicio, cuidar y respetar al niño o niña.

Una “terapia” donde se obligue al niño a interactuar con el progenitor con el que no desea tener contacto es una propuesta violenta y aberrante.

En palabras de Gadner, propulsor del SAP: “La única salvación para el hijo es el cambio de tenencia. El carácter definitivo de esta medida depende del comportamiento del progenitor alienador. Esta medida debe ser acompañada con un tratamiento psicológico que se complica aún más porque el hijo no quiere cooperar” (GARDNER).

“Para que una desprogramación tenga éxito, el hijo debe ser separado de todo contacto con el autor del adoctrinamiento. Finalmente, ordenar una terapia tradicional da al progenitor alienador una ventaja, ya que el tiempo juega en su favor” (GARDNER).

El grado de afección que exista podrá ser determinado por un profesional sin que deba recurrir al mencionado síndrome. Podemos pensar juntos el vínculo construido con los progenitores anteriormente a la separación, ya que al reconstruir vínculos sanos podrá apelarse a éstos.

Considerando algunos planteos, lo que parece preocuparnos en determinar un síndrome es la necesidad de responder a una demanda del marco legal.

Los planteos generados para pensar en estos casos como un SAP, no parece generar mayores aportes para lo profesional. Parece no tener en cuenta al niño, descuida cualquier idea de restablecer vínculos, su respuesta es aún más violenta que la afección producida por el supuesto síndrome. Por otra parte el rechazo puede explicarse y trabajarse sin recurrir a este presupuesto de un SAP, generar una mirada sistémica y holística seguramente colabore a una forma más saludable de visualizar y abordar la situación.

Y agrego, siendo una problemática que preocupa, sería bueno pensar propuestas que apuesten a un modelo preventivo. Podría pensarse en nuevas herramientas para colaborar en el proceso familiar, cuidar y sostener en especial a los niños, niñas y adolescentes, cuidando así la salud mental de éstos mediante charlas y talleres en diferentes ámbitos institucionales. También desde los mismos juzgados generar algunos diagnósticos de las situaciones más complejas y realizar diferentes formas para un acompañamiento.

De hecho los niños que llegan a nuestros consultorios vienen con síntomas y signos, asociados a que algo no está pudiendo resolverse de la mejor forma, no para ellos, y no por su responsabilidad. El hecho es que nuestra mirada se focalice en una forma sana de ir transitando este proceso, de ayudar a los papás a contribuir con el crecimiento y educación de los niños. Hay algo que no podemos perder de vista y es la mirada hacia ellos.

Una mirada holística nos permite ver cómo funcionan y no agregar etiquetas innecesarias para responder… ¿a qué?

Sería bueno propiciar un ambiente donde los niños puedas hablar de sus emociones y pensamientos, otorgarles herramientas para ser considerados como sujetos en este proceso.

Carolina Noble
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