Mujeres y discursos

Mujeres y discursos
Ilustración: Laura Sandoval

Por Isela Segovia

El discurso feminista ha sido una vía de expresión para el planteamiento de demandas y para la discusión de diversos temas, a los cuales ha tratado de dar respuesta. Se trata de un discurso de reivindicación de derechos de una mitad del mundo que se ha sentido excluida y oprimida, en una estructura social, económica y política comandada por hombres. Se trata también de un discurso que aspira a la toma del poder desde un lugar de “no poder”. Ha dado voz, de alguna manera, al “malestar de las mujeres”.

Si bien se ha transformado a lo largo de su historia y se ha diversificado en cuanto a expresiones y requerimientos, me parece que en el discurso feminista puede encontrarse un tema común que enlazaría sus diferencias: preguntarse respecto al lugar de las mujeres en el mundo. Algunas feministas han tratado de reflejar, explicar, definir, lo que consideran no ha podido ser dicho adecuadamente por los hombres acerca de ellas mismas. Se han asumido, en algunos casos, como la voz de las mujeres en tanto portadoras de sus deseos…

Quienes se identifican con el discurso feminista posiblemente hayan encontrado ahí una bandera con la cual tener un sentido de identidad como sujetos.

Así como la “bandera feminista” otorga a quien la porta un sentido de pertenencia, que funciona como un emblema de identidad hacia “adentro”, hacia “afuera” opera como una marca de diferenciación con quienes no están de acuerdo con sus posturas. Situación, por lo demás, común a la conformación de todo grupo.

El discurso psicoanalítico ha sido objeto de críticas por parte de algunas autoras feministas. Los planteamientos freudianos sobre la sexualidad femenina, han sido fuertemente cuestionados, pues consideran que Freud no tomaba en cuenta el aspecto social, el cual determina la posición subordinada de la mujer dentro de esa estructura y que su visión es machista, falocentrista y patriarcal. Incluso, contrarrevolucionaria…

Para el psicoanálisis, la diferencia de los sexos, es la condición previa indispensable para ubicar en una dimensión adecuada el tema de la sexualidad, tanto masculina como femenina.

La cuestión de la diferencia de los sexos tiene un lugar importante dentro de lo que Freud denomina “el malestar en la cultura”. El descontento que produce esta diferencia, tiene que ver con la creación de la cultura, en vista de que organiza el deseo y abre así un camino para su construcción.

 

 

De acuerdo con Frida Saal, la clave de la polémica despertada a partir de que Freud habló de la existencia de una fase fálica en el desarrollo psicosexual, se encuentra en la elaboración del registro de lo imaginario por parte de Lacan. Es a partir de lo imaginario “…en que cada quien se alinea de uno u otro lado de la diferencia, esto es, como hombres o como mujeres.”[1] Por lo tanto, para hablar del tema, es necesario concentrar la discusión alrededor de lo que Lacan planteó con los registros de lo real, lo imaginario y lo simbólico. El psicoanálisis subvierte, además, un orden natural aparente.

Si bien Freud no pudo dar respuesta a todas las preguntas que le planteaba la sexualidad femenina, es cierto también que el psicoanálisis dio lugar a la palabra de las mujeres; logró ubicar a la histeria no como una enfermedad exclusiva de ellas y producto de una simulación, sino más bien como una formación psíquica cuyo origen se encuentra en la sexualidad. Con Freud por vez primera la sexualidad tuvo un estatuto de causa, de organizadora de la vida psíquica, de la diferencia sexual y de sus consecuencias psíquicas, a partir de su concepto de falo, que tiene un valor simbólico y no real. Hacia el final de su obra, el inventor del psicoanálisis da un giro respecto a su perspectiva de la sexualidad femenina, ya no como un desarrollo en todo paralelo al masculino, y reconoce que la posición femenina y masculina se sitúan distintamente frente a la castración: tener o ser, he ahí la cuestión.

El concepto lacaniano de goce apunta a hacer una diferenciación entre la posición masculina y femenina frente a la sexualidad y señala una imposibilidad de vinculación entre ambos sexos, al asegurar que “no existe relación sexual”. Se trata de posiciones, no de géneros, de goces distintos en su imposibilidad de ser compartidos con y por el partenaire. El discurso lacaniano permite, asimismo, colocar al goce femenino como no circunscrito al goce fálico, pues éste no puede dar cuenta del mismo: “…si la naturaleza de las cosas la excluye, por eso justamente que la hace no toda, la mujer tiene un goce adicional, suplementario respecto a lo que designa como goce la función fálica.”[2] LA mujer no existe pues no hay un universal para definirla. Es la singularidad lo esencial.

Tal vez el discurso feminista no logre abarcar completamente “lo que desean las mujeres” (ningún otro discurso podría hacerlo tampoco), cuando sus planteamientos caen en ciertas generalizaciones. Es en la particularidad en la que cada quien hallará su propia definición y se ubicará ante a lo social como sujeto. La discusión no ha concluido. Escribir al respecto implica asumir posturas frente a los temas que suscita hablar de las mujeres, la sexualidad, los discursos y la escritura. El psicoanálisis ha tomado un lugar en este debate como discurso y como escritura.

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Referencias:

  1. Anaya, Josefina (comp.). Frida Saal. Talila. Palabra de analista. Mexico, Siglo XXI, 1998, pág. 17.
  2. Lacan, Jacques. El Seminario 20. Aún. Bs. As., Paidós, 1991, pág. 89.

Isela Segovia
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