Miradas: el secreto de sus ojos

secreto
«El Secreto de sus ojos» (2009)

Por Hugo Dvoskin

Están Ricardo Darín, Soledad Villamil, las estupendas actuaciones y caracterizaciones de Guillermo Francella y Pablo Rago, la dirección de Campanella y el Oscar. Esta vez la recomendación de ver la película antes de leer el comentario es innecesaria. Todos la han visto y la han disfrutado. No nos privaremos de todos modos de volver a algunas escenas para detenernos en algunos detalles o para armar alguna serie entre ellas que correrá a nuestro criterio.

La película permite varios abordajes que iremos descartando para quedarnos con el que a mi criterio es pertinente a nuestro campo, el psicoanálisis.

En primer lugar, el marco político en el que va a tener lugar no sólo el crimen sino el “debido proceso”, como gustan decir los abogados. El subrayado que el propio Francella ha hecho en cuanto a que la dura represión comenzó antes del Proceso, en tiempos de Perón e Isabelita, con López Rega y la triple A, es absolutamente pertinente. “Solo una cosa no hay, es el olvido” dice Borges en Everness. Pero si algo sobra son las pequeñas modificaciones, los recuerdos encubridores, los falsos recuerdos y enlaces que nos hacen creer que quienes abusaron en forma nefasta del poder en el democrático período del 73 al 76 quedan a buen resguardo porque el Terrorismo de Estado habría empezado en el 76. Dejemos esto para políticos y sociólogos, pero no está demás, en este caso, tener presente lo que dicen los actores, los que actúan y los que vivimos aquellos días.

En segundo lugar, la cuestión moral. Según la versión de la película, que tiene sus diferencias con el libro, Benjamín Espósito (R. Darín) se encuentra al final del film con Morales y lo descubre perpetrando un delito que sería el de “justicia por cárcel propia”. Esta vez, como muchas otras, la moral nos tiene sin cuidado. Se trata de la ética. Morales ha hecho su apuesta, que se cumpla la justa condena y a ello le ha dado su vida. También está dispuesto a correr los riegos y no lo hace abusando de poderes estatales. No es una vendetta. Ya él mismo ha dicho que no habrá violación ni golpes. Se trata, en todo caso, de una denuncia sin contemplaciones de los efectos de una Argentina que padece en la Justicia el eterno estado de excepción y contingencia. Podría decirse que como denuncia no sirve porque nadie lo sabe y que Espósito se entera de casualidad. También es cierto que algún día alguno de ellos podría morir y, si fuera Morales, inevitablemente todo se sabría con la muerte de Gómez por inanición, con el olor de la putrefacción, preso en esa singular cárcel.

Podría abordarse, como de hecho surgió en los ámbitos en que la película fue discutida, si el Estado de Derecho, tal como se plantea en el actual capitalismo salvaje, es suficiente protección para los ciudadanos o si la diferencia con aquel período de la historia es simplemente una diferencia cuantitativa, que en la cualitativo no la hay y que la muerte y la injusticia golpea en la puerta de muchos sin que tengan medios de defenderse. Incluso si la impunidad de algunos poderosos no se mantiene perfectamente incólume tal como podría ejemplificarse en la impunidad en que permanecen la desaparición de Bru, de López, etcétera, zanjaremos la cuestión por un lado cómodo para justamente no abordar aquello sobre lo que opinamos pero no estamos en condición de sostener con rigor. Por un lado, no nos consta que esas desapariciones respondan al poder propio del Estado o si éste es ineficiente para resolverlo; por el otro, aunque discrepemos en si el cambio es cualitativo o sólo cuantitativo, todos acuerdan con que el cambio no es insignificante en la vida que nos toca vivir.

Abordaremos sí la cuestión amorosa y las pasiones que se desarrollan paralelamente al homicidio. Tengamos en cuenta que la película se inicia y concluye con un encuentro amoroso entre los protagonistas. Empieza con el recuerdo de la despedida en el tren que Benjamín está escribiendo, concluye con Inés (Soledad Villamil) diciéndole que será difícil la relación entre ellos. Esta vez, al final del film -por algún motivo que por ahora desconocemos- ella entiende que él va a hablar de la relación entre ellos. Ya ha habido en otras oportunidades situaciones en que él había propuesto hablar y ella, entusiasmada, terminó frustrándose porque el tema era siempre el crimen. Esta vez, él sólo dice “tenemos que hablar” y ella sabe que esta vez sí, va a hablar de ellos. En el ínterin algo ha sucedido. Benjamín ha hecho algún progreso subjetivo que produce que el comienzo de esa relación ahora sea inevitable y no haya lugar a más procastinaciones.

Podría plantearse que en rigor es al revés de como sea formulado más arriba. No sería una relación amorosa que acompaña al homicidio, sino que el homicidio acompaña y se cruza con esta relación amorosa. Es más que posible, digamos, probable. Algo ha sucedido, homicidio incluido, que ha producido que estas vidas, la de Benjamín y la de Isabel, hayan quedado detenidas en ese encuentro fallido.

La primera pista la entrega el comisario ahora devenido funcionario del gobierno fascista. Para él es sencillo porque la verdad que él dice -una verdad que hoy sería políticamente incorrecta- da en uno de los centros de la cuestión. Llegado el momento le dice a Benjamín: vos sos Espósito –con todas las connotaciones que tiene ese apellido, en los bordes de la falta de apellido- ella es Hastings –con las connotaciones que tiene un apellido inglés-; ella estudió en Harvard, vos no sos nadie; vos sos viejo, ella es joven; vos sos pobre, ella es rica; Benjamín es obviamente desaparecible e Isabel es “intocable” –con las implicaciones sexuales que tiene intocable. Aun cuando el comisario lo haya dicho sin esas intenciones en Benjamín hace touché. Con los riesgos que tiene para nuestro gremio, digamos que el comisario ha hecho de psicoanalista. Habría faltado que dijera “tendrán que ver que hacen con eso, si hay un deseo más allá de esas identificaciones que portan”.

En ese caso, se perdería el goce, la satisfacción con que lo dice y obviamente, no sería comisario.

Apuntemos entonces esta primera pista: Benjamín no está a la altura. Su encuentro con Morales (Rago) estará atravesado por esta cuestión. Morales, que se reconoce como un hombrecito gris de oficina, con poca personalidad y sin gracia, se animó con Juliana, esa mujer bellísima que fue su mujer. Nunca saldrá de su sorpresa, “todavía no sé cómo me animé a hablarle”. Benjamín sabe que ahí fracasa. Se lo dice explícitamente Sandoval (Francella) cuando luego de un cumplido a Isabel (ella está vestida de negro y él le pregunta si se murió un ángel porque hay otro que está de luto) le dice a Benjamín que para él es fácil porque no está enamorado.

Que Benjamín está enamorado, todos los saben, Isabel incluida. Que Isabel está enamorada lo saben casi todos, Benjamín excluido porque está demasiado preocupado por sus inhibiciones, por no poder pensarla más allá de los nombres que le ha hecho reconocer el comisario, motivo por el cual deja de hablarle a Isabel hasta que ella toma la iniciativa. El desencuentro que ellos tienen en la noche que muere Pablo es transparente. Isabel le insiste con que Benjamín cuente sus objeciones a su matrimonio, que se encuentren fuera de la oficina. Él propone una pizzería, ella propone una confitería elegante, la “Richmond”. Benjamín inmediatamente se defiende aduciendo que no pensó en un lugar fino, ella le retruca –con lógicas razones- que simplemente pensó en un lugar lejano al lugar de trabajo. Pero Benjamín tiene todo el tiempo en su cabeza las diferencias sociales y económicas. Es cierto que al espectador, particularmente argentino, no le resulta sencillo verlo a Benjamín y no pensar que es Darín. Les (nos) resulta muy difícil suponer que a Darín no le da para con una mujer. El actor será el galán argentino, pero aquí es Benjamín, alguien que, introvertido por las diferencias, no puede acceder a esta mujer. Casi ni puede pensar que esa mujer se interese en él. Se le presenta una diplopía, entre lo que ve y lo que no puede ver.

 

 

La segunda pista la dará Gómez. Entre tanta sangre, caos, violencia, honestos ciudadanos torturados hasta inculparse de un crimen no cometido, Benjamín entra a la escena del crimen y encuentra la aguja en el pajar. Una foto perdida en el álbum, unos ojos que miran de soslayo, la mirada deseante y libidinosa de alguien que mira estando muy cerca pero a la vez sabiéndose muy lejos. Isidoro Gómez se viste de Ricardo III y decide que si la naturaleza no lo ha hecho suficientemente dotado de imagen, posee otras armas con las cuales podrá tomar su objeto. Ricardo III ha hecho uso de su modo seductor de hablar, de conocer la debilidad ajena y del bélico uso de los caballos. Gómez abusa de la confianza de ser un conocido de Juliana para entrar a la casa y, si las palabras fracasan, cuenta con el resentimiento y la violencia.

Sherlock Benjamín Holmes esta vez se viste de Peter Falk en Columbo. No necesita de las pistas para encontrar al criminal sino que ya sabe de quién se trata. Sólo le falta poder encontrar al criminal y probar la evidencia. Los avatares de la búsqueda los dejaremos de lado. El avatar del encuentro que se produce en la cancha de Racing pero se pergeña en un bar de Tribunales con el aporte de Sandoval es un guión de antología sobre lo identitario: somos nuestras pasiones.

Volvamos a la mirada que sólo Benjamín ha podido ver y decodificar. ¿Cómo la ve? Ahora ya han pasado más de veinte años. Nos volvemos a encontrar con un álbum de fotos. No es la foto de la división del colegio. Es un acontecimiento, la fiesta de compromiso de Isabel. A la derecha, en el mismo ángulo en que Benjamín descubrió a Gómez, alguien mira de soslayo. Participa de la fiesta pero es ajeno, alguien “que mira estando muy cerca pero a la vez sabiéndose lejos”. Es Benjamín. Segunda pista. Benjamín mira igual que Isidro Gómez que, en sus cartas, entre tanto entusiasmo por los jugadores había hecho una referencia que amerita destacarse. Una sobre una tal Sánchez que siempre habría sido suplente. Gómez dice no querer seguir sus pasos. Violación mediante, juega su partido. El comisario descubre que tiene ángel y lo lleva a la selección de Isabelita. Morales lo condenará al ostracismo.

Si para Isabel la vida es mirar para adelante, para Benjamín es simplemente poder dejar de mirar como Gómez y llegar a mirarla a los ojos, de igual a igual; y autorizarse a pensar que una sonrisa irresistible de Isabel también podría ser para él.

Benjamín se encuentra fascinado por la valía que tuvo Morales para dar el salto y hablarle a “su belleza”. Benjamín se siente como Gómez aunque tampoco le da para cometer semejante crimen. “Querría animarme como Morales pero miro como Gómez”. Ha quedado doblemente inhibido. Su mirar “agomezado” le ha permitido descubrir el crimen pero le impide acercarse. Su fascinación “amoralizada” le hace idealizar el amor de Morales y Juliana pero le impide actuar.

Sandoval ha dado curso a sus pasiones: el alcohol, los bares y la amistad. Gómez, a su venganza a la vida, que le costó la vida a Juliana porque en ella encarnaba sus inferioridades subjetivas. Morales, a su amor por Juliana y a la de tener preso a Gómez de por vida. Irene, a la de casarse, pero tiene pendiente a Benjamín.

También para Benjamín se trata de llegar a ser titular de su propia pasión. No se animó a llevarla a Isabel en el tren. Jugó en otras ligas y no resultó. Vuelve jubilado, escritor, a hacer la recherche (la investigación y no la búsqueda) del tiempo pasado y encuentra que si quiere ser titular tendrá que ir más allá de la foto. Tendrá que hablar.

_______________

Fuente: Dvoskin, H. (2011). Miradas. El secreto de sus ojos. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/miradas-el-secreto-de-sus-ojos/12203

Comentarios

comentarios

Post Comment

*