La importancia del relato: Metegol

La importancia del relato: Metegol
«Metegol» (2013)

Por Nicolás Cerruti

Toda vez que vemos algo que nos conmueve la palabra está dispuesta a caérsenos de los labios, es este el caso luego de ver la película Metegol. Tal vez por escribir esto un día domingo –luego de un hermoso partido de fútbol–, o de haberme encontrado con ese fantástico juego (el metegol) en las vacaciones, la pasión que esta película inspira me lleva mucho más allá del fútbol.

La película tiene desde ya al fútbol como protagonista, en sus diálogos, en el planteo de su historia, pero mucho más en sus elogiosas jugadas. Y ahí es donde entra todo lo que está por fuera de la mesa donde se juega el partido, sea esta la del metegol, o el mundo donde  montemos la escena de nuestros fantasmas. Quiero detenerme en una de las jugadas que ha realizado Campanella a la hora de retratar esta pasión: Laura.

La inclusión de la mujer en la historia no es sólo determinante, sino que causa todo el juego. Cuando el protagonista es desafiado, cuando lo que hay es el lazo masculino, cuando lo único que hay es la batalla especular, él no está motivado para jugar al juego que es la pasión de su vida. Pero si Laura puede realizar sus jugadas, si puede ir convenciéndolo es porque, como me encontré hace poco explicitado por una excelente analista (Carmen Táboas): La mujer es la que trenza para que el hombre pueda ver el agujero.

Con esto Amadeo (tal el nombre del protagonista, lo que nos sumerge en la resonancia de la palabra “amor”) hace no tanto los goles necesarios, sino un lazo posible de amor. “Del lado femenino se goza de la palabra y del decir de amor, mientras que del lado hombre se puede gozar sin palabras y sin amor. Se ve el desencuentro… y la posibilidad.” (Carmen Táboas). El amor corre fiel al costado de su pasión (el fútbol en el metegol), o a la hora de dotar de vida a sus increíbles muñequitos; también cuando desea que su hijo vea lo que no puede enseñarle a ver, más que con el lazo de amor.

Podríamos pensar que el fútbol es el motivo de todo, pero Campanella nos muestra desde el inicio que no, que lo importante es el relato. Son imperdibles cada uno de los diálogos entre los muñequitos, todos como grandes jugadas de la palabra a la hora de nombrar cosas indecibles: esas cosas que no nos animamos a decir los hombres a nuestros contrincantes (a nuestros compañeros además) de cancha.

Si Lacan nos enseñó que hay dos lados para gozar (en las fórmulas de la sexuación, para el discurso), un lado hombre, donde prepondera el goce fálico, goce del sentido, un goce que se quiere universal (para todos) y un lado mujer, goce del no todo, lo abierto, que se escapa, que se nos cuela como una jugada que no vimos, es también para no hablar más de hombres y mujeres, damas y caballeros, sino de goces. Tanto el hombre (que se reconozca en esa semblanza) como la mujer, poseen la posibilidad de los goces, del lado hombre o mujer. Esto lo encontramos en aquellos muñequitos cuando hablan por fuera de la cancha.

 

 

Se ve perfectamente que eso del fútbol es goce del órgano, quien la tiene más larga, quien hizo la mejor jugada, más goles, etc., pero que eso del fútbol es también sentimiento, poesía, barrilete cósmico; uno con el universo (que no es el uni-verso), como dice el personaje El loco: seremos los tres en el universo, bueno, con el universo cuatro (todo cuenta, pero no cuenta como todo cuando el motivo es el chiste).

No quisiera relatar la película porque mucho más potente es el relato que en ella nos encuentra; porque hay muchos guiños hacia la actualidad, y más de un gesto valiente.

Cuando se habla de fútbol cada vez se entiende menos que éste es un deporte, y no sólo negociados, violencia, etc. Que sea un deporte lo nutre de muchos menos significantes que los medios puedan explotar, pero con el agregado de que los medios tienden a usar los mismos significantes para todo. No nos extrañemos de encontrarnos con la inseguridad en el fútbol, o la problemática de los dólares en los pases de los jugadores. Pero cuando los pases son los de las jugadas, tal vez un Campanella pueda contarnos una historia; y cuando una historia quiere dotar de vida las cosas, merece que nos desconectemos por fin de toda nuestra senda tecnología (como le ocurre al hijo del protagonista).

Que una película de animación (de la mejor calidad) esté basada en un hito como es el metegol (un juego de mesa, porque es una mesa en sí mismo) no nos tiene que hacer retroceder a la hora de rescatar una vez más el lazo que la palabra nos trae. Aunque esa palabra simplemente sea un grito, y ese grito un desgarro que le hacemos al silencio ruinoso del mundo: ¡Gol! Porque “gol” parece venir del inglés “goal” (meta, objetivo, pero también del británico como “límite”, o del inglés arcaico -golean- como obstáculo) que, más allá de su significado es una palabra que carece de sentido, aunque no de sentimiento. La repetía mi hijo una y otra vez (como todo niño lo hace cuando no sabe las reglas) con una pasión que no distinguía equipos, y una potencia que hacía temblar los límites de lo sabido.

Esta película se llama Metegol, lo que es un gol que vale doble, o dos veces gol, porque la palabra que más nos sorprende es nuestra risa.

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Fuente: Cerruti, N. (2013, agosto 7). Metegol. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/metegol/12610

Nicolás Cerruti
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