Un anarquista en el Vilardebó. Parte III: La mitología psiquiátrica

"La extracción de la piedra de la locura" de El Bosco (1490). Obtenida en Wikipedia
«La extracción de la piedra de la locura». El Bosco (1490). Obtenida en Wikipedia

Por Fabricio Vomero

Un anarquista en el Vilardebó

La antropología aporta a través de una arqueología de las representaciones psiquiátricas  a la   de-construcción de la narrativa psiquiátrica y psicológica instalada en nuestras sociedades como una verdadera mitología, impuesta tras un largo proceso de difusión y de inculcación que funcionó para interpretar y significar las conductas de las personas pero a la vez justificar operaciones que se les realizaban a aquellos que eran considerados enfermos.

En primer lugar la antropología se ocupa de los otros y la psiquiatría, que también se ocupa de los otros, contribuyó a construir en las sociedades occidentales un otro muy particular.

Las representaciones culturales, materia fundamental de la antropología, sobre lo sano y lo enfermo tienen una historia que es necesario considerar. La singularidad de lo analizado aquí, es  que las sociedades occidentales construyeron una noción muy particular dentro del campo de la medicina: la de enfermedad mental basada en un criterio cultural, es decir considerada a partir del ajuste o desajuste a un conjunto normativo. Obviamente todas las sociedades  producen normas con las cuales ordenan  los comportamientos de las personas y a la vez  interpretan o permiten interpretar el conjunto de lo real, así como de las relaciones sociales, donde producen y reconocen individuos desviados o desajustados de esas normas, pero también cada sociedad construye formas diferentes de resolución de esas disidencias a los imperativos colectivos.

Señalamos que la construcción del otro-enfermo peligroso en su  constitución patológica, perturbador del logos y del pensamiento, de las costumbres y de la  vida,  fue un proceso paralelo a la  construcción del hombre normal que produjo occidente especialmente a partir del siglo XIX,  un hombre  al que era necesario preparar para el trabajo, al que había que hacerlo producir. Los grados de disciplina y de productividad se constituían en dos  criterios fundamentales en la valoración psiquiátrica.

La psiquiatría patologizó la relación con el otro, identificando hombres a quienes le faltaba algo para ser considerados  miembros de una humanidad plena.

La psiquiatría comienza con un mito: Philippe Pinel libera a los locos de sus cadenas en plena revolución francesa, acto fundacional que transforma al loco en un enfermo propiamente, y sitúa el problema de la ilusión de la libertad recobrada, del abandono definitivo de la violencia terapéutica. Lamentablemente para los enfermos nada más alejado de la realidad.

La experiencia psiquiátrica del novecientos y de ya bastante entrado el siglo XX, en nuestro país y en el mundo,  fue una experiencia de privación de libertad y de violencia sobre el “enfermo psiquiátrico”, pero una violencia que se justificaba técnica y científicamente. Los propios médicos nacionales que rechazaban el castigo de los cuidadores, o de los no-médicos, no dudaron en aplicar baños fríos, encierros animales, chalecos de fuerza hasta reventar a los pacientes, castrar enfermos o  utilizar la siniestra aplicación de la inyección de trementina en articulaciones y muslos para inmovilizar [2]. Todas esas prácticas se envolvieron de cientificidad y por lo tanto se legitimaban y justificaban como operaciones técnicas y sobretodo médicas. Eran médicos quienes  aplicaban todas esas tecnologías y por lo tanto podían hacerlo porque encontraban un sustrato científico de legitimación y además, cosa no menor, una autoridad.

Si la psiquiatría no hubiera sido medicina  ¿de dónde hubiera obtenido los poderes necesarios para encerrar, intervenir y operar con tal impunidad sobre  las personas?

Ese saber de la psiquiatría sobre las personas se folcklorizó y tiempo después todo el mundo empezó a creer en él  y a reproducirlo, colonizó todo el mundo social, cumpliéndose el designio de Santín Carlos Rossi [3], la psiquiatría no se dejó encerrar en el mundo del manicomio y salió a  conquistar, a convencer y a evangelizar a la sociedad toda, bajo la idea de la profilaxis social de la locura. Se volvió una forma naturalizada de mirar y pensar a los otros y de interpretar las conductas de las personas.

La mitología psiquiátrica se diseminó en una sociedad que ya estaba lo suficientemente medicalizada desde hacía unas décadas y de algún modo se valió de eso. A los primeros psiquiatras del país, les costó mucho trabajo que sus colegas los vieran como médicos plenos y en las primeras clases dentro de la facultad en cursos no obligatorios, las aulas estaban frías por la ausencia de alumnos [4].

T. Szasz (1973) [5] fue el primer autor en considerar el saber de la psiquiatría como mitología. Para  Szasz (2000) [6], lo que se realizó  fue una verdadera actividad de propaganda psiquiátrica que promovió el que la gente comenzara a pensar como enfermedades ciertos comportamientos, ciertas percepciones y  pensamientos. Mientras que  la enfermedad orgánica se formula  constantemente haciendo referencia a procesos orgánicos alterados o mecanismos de tipo  fisicoquímico, cuando se habla de enfermedad mental se habla más bien de conductas, pensamientos, afectos, lo que denomina acontecimientos sociopsicológicos sin un sustrato orgánico definitivo. Considerando el tiempo y la época de difusión, sostiene que el mito psiquiátrico vino a cumplir claramente una función heredera de la mitología cristiana:
“…es la auténtica heredera de los mitos religiosos en general, y de las creencias en las brujas en particular. La función de estos sistemas de creencia  fue actuar como tranquilizantes sociales, alentando la esperanza  de adquirir dominio sobre ciertos problemas mediante operaciones mágico-simbólicas sustitutivas.” (2000:32).

Mientras la psiquiatría del novecientos dividía tajantemente a enfermos y sanos, Lévi-Strauss (1965) [7] contrariamente insiste en que  no existe una diferencia fundamental entre los estados llamados enfermos o patológicos y los estados de salud y señala, haciendo referencia a los hombres sanos y a los llamados enfermos mentales: “…a todo lo más, entre unos y otros, la diferencia que se observa es la de una modificación en el desenvolvimiento de las operaciones generales que cada uno puede observar por su propia cuenta; y que, por consiguiente el enfermo es nuestro hermano, puesto que solamente se distingue de nosotros en virtud de una involución –menor en cuanto a su naturaleza, contingente en cuanto a su forma, arbitraria  por lo que respecta a su definición, y, de derecho al menos, transitoria- de un desarrollo histórico que, en lo fundamental es el de toda existencia individual. Y es que era más cómodo ver en el enfermo mental, un ser perteneciente  a  una especie rara y singular, que sería producto objetivo de los fatalismos externos o internos, tales como la herencia, el alcoholismo o la debilidad.” (Lévi-Strauss, C. (1965:10).

Concluye que estas operaciones ubicaban en el orden de la naturaleza, cuestiones sin duda del orden de la cultura y que al ser considerados los anormales y los enfermos mentales seres resultantes de particularidades biológicas precisas y determinadas, no cuestionaban el orden de la existencia, o en sus palabras: no exigían la revisión de un orden social, moral o intelectual aceptado (ídem: 11).

Barthes (2003) [8] afirmó que el mito es, primero que nada, un habla naturalizada y allí, en la aparente naturaleza, debe introducirse el análisis mitológico, en el punto en que esa habla se muestra como visión tranquilizadora del mundo: “…la suerte de los dementes va estrechamente ligada a las necesidades de la sociedad, en materia de trabajo, de economía; este vínculo no es forzosamente causal, en el sentido grosero del término: al mismo tiempo que estas necesidades, nacen representaciones  que las fundan en la naturaleza, y entre estas representaciones, durante mucho tiempo morales, está la imagen de la locura; la historia de la locura sigue sin cesar una historia de las ideas de trabajo, de pobreza, de ocio y de improductividad.” (Barthes, R. 2003:233)

Partimos de la base de que el vocabulario oficial de la psiquiatría, socializado ampliamente, constituye un lenguaje que opera una coincidencia clasificatoria entre las normas y los hechos. El análisis de Barthes con sus limitaciones y sus alcances,  fotografía de su tiempo, del mundo de la  mitad del siglo XX, permite pensar todo ese momento en el punto en que la mitología psiquiátrica se construyó y se diseminó por todo el mundo social y también las complejas relaciones con el orden que nacía.  Santín Carlos Rossi (1919) [9] lo expresó en sus trabajos para nuestra realidad de una manera magistral en el comienzo del siglo XX afirmando la profilaxis de la locura, con la intervención psiquiátrica mediándola y promoviéndola afirmaba se confunde con los ideales del siglo que nace.

El ejercicio psiquiátrico y su mitología, se correspondía con la puesta en práctica médica de los ideales burgueses de existencia que fueron promovidos incansablemente en el fin del  siglo XIX y en los primeros años del siglo XX: la salud se entendía como ajuste a los ideales de ese tiempo y enfermedad eran consideradas todas las conductas y comportamientos que eran inadecuados o desajustados. La medicina y la escuela fueron dos centros fundamentales de difusión de todas esas creencias e imaginarios. No en vano, Foucault señala que las primeras víctimas de la psiquiatrización fueron los niños.

Es necesario comprender la casuística, la teorización y el conjunto de la narrativa psiquiátrica como mitología producida para dar cuenta desde el campo de la medicina de los desajustes de ciertos individuos frente al orden que se imponía en la población que incluía modos de pensar, de sentir y de comportarse. La mitología psiquiátrica justificaba y explicaba esas intervenciones de un modo muy particular, y de algún modo se consideraba a la psiquiatría como una forma de defensa, según la expresión de Szasz.

Las representaciones y las formas de la llamada “enfermedad mental”, categoría histórica y cambiante como todos los actos fundamentales del hombre, deben remitirse a su relación con el orden cultural que las produjo porque toda “enfermedad” es un producto social.

El análisis de Barthes que tomamos en referencia aquí, nos permite comprender las complejas relaciones entre la mitología psiquiátrica dentro del contexto amplio de la mitología burguesa tal como él la describió y comprendió para esa mitad del siglo.  El mito en un mismo momento  ordena y significa el mundo, lo naturaliza.

Para F. Laplantine (1979) [10] lo que hizo la psiquiatría  fue introducir un nuevo lenguaje, ajustado y satisfactorio a ciertos sistemas simbólicos, sustituyendo viejas mitologías por una nueva: “…nuestra psiquiatría occidental contemporánea…no ha hecho si no traducir el lenguaje de los mitos a otros lenguajes más satisfactorios y menos angustiantes para nuestra mentalidad.” (F.Laplantine, 1979:92)

En definitiva la antropología aporta a  explorar esa nueva mitología que se constituyó en torno a los enfermos mentales, partiendo de la cuestión de que los síntomas de lo que en nuestras sociedades occidentales establecieron como constitutivos de la “enfermedad mental” son al decir de este autor: “…construcciones colectivas que evolucionan y se transforman con la evolución y la transformación socioeconómica del grupo.” (Ídem: 106)

Notoriamente siempre existieron locos, así como también en todas las culturas  etnográficamente se han registrado individuos alterados o que muestran episodios de locura, pero el pensarlos en términos de enfermedad fue algo distinto. La figura del enfermo mental, drásticamente considerado como un sujeto potencialmente peligroso aún sin haber cometido nunca un delito, planteó problemas muy serios a aquella sociedad que debió encerrar personas que no habían infringido la ley pero que ya no podían andar libremente. Eso fue posible al tomar esos seres humanos el estatuto de enfermos, adoptando una identidad descalificada, que les permitiera recorrer y permanecer en espacios de alta estigmatización. Pocas cosas en nuestras culturas poseen más estigmatización que diagnosticar a alguien como enfermo mental. En este sentido la obra de E. Goffman es reveladora.

El proceso de construcción del enfermo, disfrazado en muchos casos de humanismo médico, suponía una compleja construcción intelectual, en donde el loco era transformado en enfermo y por lo tanto en un objeto de la medicina.  La vía de este análisis es iniciada por los trabajos de Foucault (2000,2005) quien señala el hecho, no siempre considerado, que la psiquiatría ubica la noción de normalidad y desviación de la norma como el criterio de inclusión en el terreno de lo mórbido, enfermo o trastornado. Pero la propia noción de norma, demostrado hasta el cansancio por la antropología es una construcción histórica y cultural.   “…animalidad, saber, vicio, ociosidad, sexualidad, blasfemia, libertinaje, esos componentes históricos de la imagen demencial forman así complejos significantes, según una especie de sintaxis histórica que varía con los tiempos; estos son por decirlo así, clases de significados, vastos semantemas, cuyos significantes mismos son transitorios, puesto que la mirada de la razón solo construye los signos de la locura a partir de sus propias normas, y que estas normas en sí mismas son históricas.” (Barthes, R. 2003:234)

La posición de la psiquiatría de este modo se vuelve compleja al fijar  la “enfermedad mental” a partir de conjuntos normativos, establecidos por grupos de personas. ¿Cómo considerar  enfermedades a comportamientos que no son normales, siendo que lo que es normal o no es fijado por un grupo de personas? Peor aún si consideramos que una asamblea de personas decide qué tipo de comportamientos se consideran o no enfermedades o trastornos [11].

Toda la mitología psiquiátrica la comprendemos, para este contexto histórico, existiendo como representaciones colectivas, como expresiones culturales,  resultado  de un tipo de cultura que Barthes indicó como burguesa o pequeña burguesa, funcionó transformando a todo aquél individuo  que no se adaptaba a un conjunto de normativas, en particular en relación a la familia, el trabajo y la escuela, en enfermos, anormales o trastornados. Sujetos que rompían el mito del doble y de lo idéntico que funcionaba en aquella sociedad.

¿Qué tipo de pensamiento es el pensamiento psiquiátrico?  Primero que nada es  totalizador, todos los actos deben ser reducidos a causas y efectos preestablecidos. Tomamos la categoría utilizada por Lévi-Strauss (1964) [12] de pensamiento salvaje para representar al pensamiento psiquiátrico identificando que en primer lugar es lógico pero es absoluto, todo cobra sentido y todos los elementos que componen el cuadro tienen sentido; el pensamiento salvaje busca principalmente introducir un orden en el universo y  para ello la explicación debe ser total,  apremia una significación íntegra. Postula también una radical diferencia entre el yo y el otro y principalmente no distingue el momento de la observación de la interpretación, que son  en él actos instantáneos y simultáneos.

El diagnóstico y el informe psiquiátrico deben comprender totalmente al paciente, lo que fue, lo que es y lo que será.

El psiquiatra siguiendo este procedimiento, queda preso de una urgencia de significar, de una primacía del sentido o de lo que M. Pasternac (2002) [13] llama una omnipotencia interpretativa y de una celeridad de sentido.

La psicología también nació en este contexto, con la misión de medir, sopesar y cuantificar rigurosamente, que Barthes también sitúa como reflejo de la sociedad burguesa en la que el hombre debía ser medido como una mercancía, más o tratado como un objeto de comercio y en donde el mundo  entero se vuelve una enorme mercancía. La psicología nació contando y midiendo, y aún no ha dejado de hacerlo.

He allí una de las funciones de tal mitología, queda construido el hombre y el universo a la medida del comercio y sus finanzas. A tal punto que el célebre alumno de Pinel y luego hombre fuerte de la psiquiatría francesa del siglo XIX, Esquirol, definía las diferencias entre el senil con el débil mental expresando: el primero era un rico que se volvió pobre, mientras que el segundo era un pobre que siempre lo había sido. En términos de estas ciencias psi que estaban naciendo  apenas en el novecientos, el hombre mismo funcionaba como un comercio sobre el que se pretendía llevar la contabilidad mediante complejos sistemas de números, de la economía mental de las personas. Muchos psicólogos soñaban y sueñan aún con los números tabulados que les proporcionan los test psicológicos. En este sentido, los test de inteligencia son paradigmáticos, porque se obsesionan con las mediciones de las capacidades, con el tiempo y con puntajes. Prácticas tan generalizadas y normalizadas que no dejan lugar a su cuestionamiento, aunque la antropología las considera como medición más bien de habilidades culturales.

Una de las formas más radicales del mito burgués, es el mito de lo idéntico, la imposibilidad de aceptación de otra forma de existencia que la que ella mismo proponía, la única manera de existencia es aquella impuesta como modelo de comportamiento y pensamiento, todo lo demás  lo construyó y comprendió en términos patológicos.

El mito de lo idéntico, el mito del doble, puede encontrarse a cada momento en la narración psiquiátrica registrado en el trabajo pericial que estudiamos cuando se habla de lo que el paciente no es pero podría ser,  también de todo aquello que no está pero podría emerger en cualquier momento en el enfermo, porque se evalúa no solo lo observado e identificado sino también el potencial, lo que se intuye y lo que se insinúa. El sujeto estudiado siempre es mirado en un espejo de normalidad que el psiquiatra sopesa a través de toda la narración y que él mismo representa.

El caso psiquiátrico se constituye en un mito en la medida en que es una narración que se construye significando episodios de la vida de las personas, se reintroducen en el presente como si todo tuviera sentido en el hoy, como si todo lo que pasó antes no pudiera tener otro desenlace que el que efectivamente tuvo, como si todo ese pasado fuera definitivamente el conjunto de hechos lógicos que desembocan en el crimen, en la enfermedad o la locura. El caso se presenta como una comprensión totalizadora de lo que es, fue y será el enfermo.

La mitología psiquiátrica dotó ideológicamente al orden del mundo que nacía y lo justificó; en el extremo, aplicó el principio fisiológico  de Santín Carlos Rossi al hombre todo y a la sociedad. La psiquiatría naturalizó el mundo burgués generalizando un conjunto de representaciones sobre el hombre normal, definido siempre en torno a una adaptación ajustada a las normas y a la forma de vida burguesa, el hombre ajustado al doble. Todos aquellos que se tornaban refractarios a esas nuevas formas de vida se volvieron enfermos, anormales, trastornados. Esos seres eran pensados primigeniamente como débiles e inferiores que no estaban preparados biológicamente para las duras condiciones que la modernidad proponía al hombre. La corrupción biológica los dejaba varados al costado del camino.

La mitología psiquiátrico-burguesa estaba allí para producir una visión del hombre, del mundo y de la naturaleza. Hacer comprensible el orden del trabajo, la explotación, la enfermedad y el sufrimiento, las nuevas moralidades y conductas esperadas en las personas haciendo ajustable al hombre a ello, operando el concepto de lo científicamente bueno y de la defensa de clase. El dolor del hombre por esas nuevas formas de vida, el malestar en la cultura, algunos comportamientos proletarios, otros infantiles, etc. fueron pensados como enfermedades.

El lugar del mito psiquiátrico se iluminaba aquí en el acto mismo en el que se fundamentaba naturalmente una intencionalidad política, social e histórica,  cuando el caso social se vuelve caso psiquiátrico. La función barthesiana del mito es la de ser, en primer lugar, un habla despolitizada; el discurso psiquiátrico no parece un discurso político, pero se revela su función en la pretensión de la psiquiatría de calificarse y definirse como la rama de la medicina cuyo objeto es la patología de la vida de relación de los seres humanos.

Una vez establecido ese otro de la psiquiatría, se volvió posible ejecutar una serie de procedimientos: rebanarle partes del cerebro a un enfermo, descargar terapéuticamente electricidad sobre el cuerpos, arrancarle los dientes,  provocarle infecciones inmovilizantes, distintas técnicas destinadas a aterrorizar, otras molestas pero no tan crueles como  amarrar a una cama durante meses (clinoterapia), apartarlo de su familia (desfamiliarización terapéutica), obligarlo a comer, reeducarlo, hacerlo trabajar o directamente encerrarlo por su condición de enfermo incluso de por vida.

La comprensión antropológica de la locura

La psiquiatría tuvo que objetivar problemas que se plantearon con fuerza en aquella sociedad y  su intervención tuvo que resolver:

  • el tutelaje administrativo de personas alteradas, desordenadas, de aquellos individuos que se consideraba  no podían por sí mismos orientarse y direccionarse en el mundo, que no podían ser responsables de lo que hacían y pensaban y por lo tanto se requería que otros lo hiciesen por ellos habida cuenta de tal carencia. Resulta un proceso de desplazamiento de poder, el paciente quedaba privado de disponer de sí mismo y pasaba entonces a ser tutelado. El poder sobre sí quedaba en manos de otro.
  • establecer entre esas formas de irregularidad las diferencias individuales, clasificando, categorizando y dividiéndose muy rigurosamente, para que una vez identificadas, se pudiera fijar la mejor operación que resolviera su situación. Según señala Foucault (2005), los métodos disciplinarios se dirigen en primer término a individualizar sus objetos.

En resumen, en el propio movimiento del diagnóstico psiquiátrico, tres gestos se complementan. Primero se identifica, segundo se desplaza y tercero se opera.

Marcel Mauss inicia para la antropología un modo particular de considerar los fenómenos llamados psiquiátricos, afirmando que la antropología encuentra al contrario de la psiquiatría, experiencias humanas posibles y normales, allí donde ésta encuentra enfermedad y modos patológicos, ya que cada sociedad define los términos de lo enfermo en formas muy variadas y complejas.

Marcel Mauss (1979) [14] le advierte a la  psiquiatría: “Las confusiones mentales y las interpretaciones, los contrastes y las inhibiciones, los delirios y las alucinaciones que ustedes pueden observar con mucha dificultad y en casos patológicos, nosotros los tenemos a miles y lo que es más importante, en casos normales. Así por ejemplo, la “thanatomanía” de que les hablaba, esa negación violenta del instinto de vivir por el instinto social no es anormal, sino normal entre los australianos y entre los maoríes, gran parte de los malayos y un buen número de polinesios, tienen la pasión alucinante de la vendetta, al “amok” descrito muy frecuentemente.” (1979:279)

Las relaciones entre la psiquiatría  y el contexto sociocultural en el que existe plantean problemas que es importante atender porque,  como afirma Laplantine, el encuentro entre el psiquiatra y el denominado “enfermo mental” se produciría dentro de una estructura social preconcebida. Allí donde el psiquiatra pretende encontrarse con el enfermo mental “real”, e introduce una clasificación, Laplantine dice que siempre más bien se encuentra con individuos que la sociedad ya considera en las categorías de enfermo o de loco. A partir de esta concepción subraya que la psiquiatría debiera ser pensada entonces como la portavoz de una época, pero a la vez de una clase social, porque toda sociedad, y dentro de ella cada grupo que la constituye, elige, prescribe y prohíbe cosas.
“…los principales síntomas que llamamos neuróticos o psicóticos son construcciones colectivas que evolucionan y se transforman con la evolución y la transformación socioeconómica del grupo.” (F. Laplantine, 1979:106)

M. Sahlins (1997) [15], a partir de una inspiración weberiana, insiste en este punto al considerar que los hechos no sólo están allí y suceden, sino que tienen significados y suceden a causa de esos significados (en este caso el mismo sentido de la enfermedad mental, produciría la enfermedad mental), cuestión fundamental para pensar  la construcción psiquiátrica de este fenómeno.

El “enfermo mental” y en especial lo que se hace con él, el conjunto de operaciones que se le realizan, en tanto acontecimiento construido por la psiquiatría y que agrupa múltiples sentidos, es el resultado de la relación de ciertos fenómenos de conducta y del sistema simbólico (históricamente determinado) que los procesa, si tomamos y adaptamos para el caso la noción de Sahlins de que los significados son proyectados desde el sistema sociocultural.

Por ello, decimos que el relato mítico sobre el  enfermo mental preexiste al enfermo mismo como realidad fáctica, así como Sahlins afirma que el Capitán Cook y su epopeya fueron un mito antes de ser un hecho. La construcción mítica de la enfermedad mental, es la operación simbólica  por la que se interpreta la locura y las maneras de la anormalidad humana, la desadaptación al nuevo orden social que nacía, y del que había que dar cuenta simbólicamente. Que el enfermo mental se causalizara circularmente se explica por el hecho de que los acontecimientos sociales tienen un significado, pero además suceden por esos significados.

Utilizando el esquema de Sahlins y aplicándolo a la construcción psiquiátrica, afirmamos que el acontecimiento (en este caso la enfermedad mental) es la relación entre cierto suceso (locura, anormalidad, desviación, desadaptación, etc.) y un sistema simbólico dado (sistemas de interpretación, categorías de pensamiento).

La normatividad en nuestras sociedades, especialmente durante el siglo XIX, se constituyó fundamentalmente alrededor de la idea de productividad, a través de una fuerte medicalización y muchas de  las cosas toleradas o no toleradas en general, giraban en torno a tal cuestión. Z. Bauman (2006) [16] llamó  sociedades de productores a las formas de vida promovida por la modernidad, en donde toda la identidad social de un individuo pasaba por el lugar que ocupaba o no, en la cadena de producción y en el mundo del trabajo. Por eso la debilidad mental, la locura, las formas de la anormalidad, las prácticas sexuales que se considerarán perversas como la homosexualidad, eran enfermedades o formas de lo patológico que debían ser corregidas; predominaba  una significación de improductividad e inutilidad absoluta sobre esos comportamientos lo que las tornaba entonces en inaceptables. La masturbación fue para aquella psiquiatría el peor de los males, causa segura de locura y era buscada y prohibida intensamente. Era el goce inútil, el derramamiento estéril de la productividad, de la vida.

Nacía entonces en la sociedad occidental  una noción novedosa en la historia de la humanidad: la idea de conducta enferma. El individuo que no se ajustaba a la norma, que no se comportaba como la sociedad esperaba que lo hiciera, que no se ajustaba a los patrones de normalidad, se volvía un ser patológico, un ser anormal, un ser enfermo al que era necesario  diagnosticar, segregar y curar.

Analizamos narrativas que justificaban ciertas prácticas denominadas curativas,  operaciones técnicas sobre determinadas personas que hicieron aquí posible lo que Foucault denomina  administración de la locura, y que evidentemente va más allá de la especial figura del enfermo mental, en tanto se trató siempre, en alguna medida, de la administración de marginales, desclasados y de los diferentes, miserables y solitarios. Baste señalar en este sentido que las poblaciones internadas en el Hospital Vilardebó en la primera mitad del siglo XX no eran exclusivamente personas diagnosticadas como enfermas sino que convivían con inmigrantes pobres, vagabundos o personas abandonadas y carentes de referencias familiares.

Como final, señalar que orientamos nuestro análisis a fijar a la locura como objeto antropológico, como un hecho de civilización, como un hecho cultural y no como un puro y mero objeto administrativo de la práctica médica, de la práctica psiquiátrica.

La “locura” podría ser comprendida en términos antropológicos como el resultado de un verdadero proceso de desculturalización.  Laplantine afirma que la enfermedad mental  es un fenómeno de desculturación (entendiendo a la cultura como el contexto humano de existencia) en donde se produce un verdadero episodio de pérdida de la identidad y de control de la propia existencia.

La llamada enfermedad mental la comprendemos como  una desculturización que altera:

  • la aprehensión de lo real
  • la comunicación con los otros
  • la existencia dentro de un cuadro más o menos normativo.

“La deculturación es una de-simbolización,  que, llevada al exceso, conduce a que los individuos  elaboren rituales vacíos de toda significación cultural…”  (F. Laplantine, 1979:81)

La cultura deja entonces  de ser ese marco humano y humanizador, los significados culturales desaparecen y el llamado “enfermo” queda apartado radicalmente de un sistema simbólico común, haciendo cosas que los demás no comprenden y hablando una lengua extraña.

La pregunta que merece formularse en la actualidad es cuál es el valor presente de estas interrogantes, en una sociedad que alcanzó límites asombrosos en su psiquiatrización  y en donde las respuestas psiquiátricas se utilizan para resolver todo tipo de problemas, desde malestares emocionales varios hasta dificultades de aprendizaje escolar. Lejos quedó la etapa del psiquiatra rodeado de locos, del Dante en los infiernos.

No planteamos, por cierto, una revisión del pasado de la psiquiatría, de lo que pensaba y de lo que hacía, desinteresadamente. Es necesario ocuparse del presente de esta disciplina y preguntarnos cómo piensa hoy a las personas, cómo las clasifica, de qué modo y con qué fundamento. Y como complemento a esto interrogar las razones de los alcances del desarrollo de la farmacología actual,  en este tiempo de una naturalización y normalización asombrosa y que constituye el eje central de su práctica.

Este trabajo ahonda en algo que la psiquiatría siempre ha querido esconder y en aspectos no presentes en su enseñanza: su pasado, las formas de pensar y operar sobre los otros.

¿No se asombrarán los antropólogos y los psicólogos del futuro, cuando el hoy ya sea mañana?

Vomero01

En la foto se encuentra Bernardo Etchepare [16], padre de psiquiatría uruguaya, en el Hospital Vilardebó en la década del 1910 (el primer adulto desde la derecha), junto a su pequeño hijo (que seguiría la misma carrera que el padre). Los otros dos de la foto son dos estudiantes de medicina, Carlos Stajano y Elio García Austt. En los extremos de la fotografía se encuentran dos enfermas bien singulares. La mujer de la izquierda era conocida como la morena Correa, acromegálica, con una altura de 2 metros 6 centímetros. La enferma estuvo internada incluso hasta los años 50 en la colonia Bernardo Etchepare de la ciudad de Santa Lucía. En el otro extremo de la foto, una enferma conocida como la brasilera, una enana mixedematosa que medía un metro de altura y presentaba retardo mental. (Iconografía médica. W. Piaggio Garzón. (1951) Revista de Psiquiatría del Uruguay. Año 16, número 95. La foto posee un importante valor metafórico.

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Referencias:

  1. En este sentido baste referir que el terror o los castigos eran parte corriente de la práctica institucional durante el siglo XIX y buena parte del XX. Considérese la obra de Michel Foucault El poder psiquiátrico  reveladora para la realidad de Francia. Benjamin Rush padre de la psiquiatría norteamericana y presente en el logo actual de la Asociación de Psiquiatría Americana,  afirmaba en los comienzos del siglo XIX que el infundir terror en los enfermos era algo beneficioso para la salud del mismo ya que lograba modificaciones de comportamientos e inventó algunos aparatos de carácter médico que hoy consideraríamos verdaderas torturas.
  2. Santín Carlos Rossi (1884-1936) fue una figura fundamental de la psiquiatría uruguaya del novecientos; se importancia principal radicó en sostener que la psiquiatría debía participar en la planificación de políticas educativas y de salud. Fue además de profesor de psiquiatría, Director de Primaria, Ministro de Instrucción Pública y diputado. Su preocupación estaba centrada en el aporte  de la psiquiatría a las políticas sociales; promotor y director de la Colonia de alienados de Santa Lucía y hombre muy vinculado al batllismo.
  3. Este es un hecho documentado por relatos de los primeros psiquiatras que por la extensión de este trabajo no es posible referir completamente.
  4. El mito de la enfermedad mental. Amorrortu. Buenos Aires.
  5. Ideología y enfermedad mental. Amorrortu. Buenos Aires.
  6. El totemismo en la actualidad. FCE. México.
  7. Ensayos críticos. Seix Barral. Barcelona.
  8. El criterio fisiológico. Tip. Moderna. Montevideo.
  9. Introducción a la etnografía. Gedisa. Barcelona.
  10. A tales efectos consideremos el caso del psiquiatra Samuel Cartwright quien en 1851 en el sur de los Estados Unidos  conceptualizó la denominada drapetomanía.  Era la enfermedad mental o locura de los esclavos consistente en unas “ansias exageradas y desmedidas de libertad” o “expresiones persistentes en contra de la esclavitud”, lo que los llevaba a ejecutar comportamientos inadecuados como “intentar fugar de sus amos”. La terapéutica que recomendaba estaba centrada en castigos sobre el cuerpo, entendidos como actos médicos.
  11. El pensamiento salvaje. FCE. México.
  12. Fábrica de un caso. En: Me cayó el veinte. Revista de psicoanálisis. Ecole lacanienne  de psycanalyse. Número 6. México
  13. Sociología y Antropología. Tecmos. Madrid
  14. Islas de historia. Gedisa. Barcelona.
  15. Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa. Barcelona.
  16. Tras una formación europea es el primer catedrático de la disciplina y quien la organiza propiamente. Años después de esta fotografía fue asesinado por un enfermo dentro del Hospital Vilardebó, lo que prácticamente lo convirtió en un mártir de la psiquiatría

Fabricio Vomero

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