Un anarquista en el Vilardebó. Parte II: Las pericias psiquiátricas como “objetos buenos para pensar»

Un anarquista en el Vilardebó. Parte II: Las pericias psiquiátricas como “objetos buenos para pensar"
Dr. Philippe Pinel a los locos en Salpêtrière (1795) por Tony Robert-Fleury. Obtenida en Wikipedia

Por Fabricio Vomero

Un anarquista en el Vilardebó

Luego de ser apresado, Pedro Rodríguez Bonaparte comienza a trepar la larga cuesta del presidio; combinará en casi treinta años, la cárcel y el manicomio. En el inicio lo hace mucho tiempo en carácter de aislación absoluta, sin ningún contacto humano y recibiendo apremios policiales. Es en ese tiempo que comienza a manifestar un comportamiento raro, razón por la cual será evaluado en reiteradas oportunidades por médicos y psiquiatras. En el comienzo todos acuerdan que el preso simula locura, señalan en los informes que el preso se hace el loco, para atenuar el rigor de la reja o poder escaparse en alguna oportunidad propicia, hasta que con el pasar del tiempo, progresivamente, el carácter de “enfermo” se instala definitivamente.

El doctor Abel Zamora es el primer psiquiatra que interviene en el caso en el año 1928, apenas Pedro Rodríguez Bonaparte ingresa en la cárcel. En el año 1929 se suma una de las figuras más destacadas de la psiquiatría de la época, Elio García Austt, y elaboran juntos el estudio más completo que se le realizó. En el año 1934 el doctor Zamora realiza otro informe en forma solitaria. Luego llega el silencio psiquiátrico, hasta que en los años 50 se producen tres informes, cuando el expediente comienza a recorrer la cuesta final firmados por el doctor Gonzalo Cáceres. Estos últimos son igualmente breves, concisos y resultan meros trámites administrativos cuando se prepara la salida del manicomio al acercarse el fin de la pena de treinta años[2].

Toda la historia psiquiátrica de Rodríguez Bonaparte conduce a fijar como un encuentro ineludible el del preso-enfermo con el crimen, por eso las circunstancias biográficas son tan claras, tan premonitorias. Los psiquiatras tienen en sus manos el crimen cometido y al criminal, deberán unirlos a ambos como si fueran una sola cosa, llevar al hombre desde su mismo nacimiento hasta la escena del crimen. Lo que buscarán los primeros estudios es no sólo establecer el grado de insania, locura o simulación del preso sino, como muy bien señala Foucault[3] en muchos de sus trabajos, fundamentalmente se trata de reubicar en la vida del criminal el crimen mismo y donde será inexorablemente la consecuencia inevitable del desarrollo de una biografía.

La experiencia y la superioridad que declararon sus compañeros pusieron a Rodríguez Bonaparte como el líder indudable del grupo, es el que planificó, ordenó, distribuyó, teniendo además el firme propósito, es el convencido, y en el éxtasis del mismo arrastró a los demás que habrían sido llevados por la fuerza de su convicción, y ya luego por la amenaza de muerte directa. Es claramente el que influenció a los otros, sometiéndolos a una fuerza inevitable. El tema del individuo peligrosamente influyente es un tema esencial de la psiquiatría del novecientos.

La locura de Pedro Rodríguez Bonaparte recibe varios diagnósticos que resultan contradictorios, pero de lo que siempre se trata es de categorizarlo como un individuo en extremo peligroso. De esa forma ordenaban administrativamente las condiciones de reclusión del procesado, cuestión absolutamente central en el primer momento de intervención sobre el preso. Los primeros estudios psiquiátricos dejaron en claro el destino del criminal: era un individuo perturbado pero no enfermo y por lo tanto no se constituyó en un inimputable que debía ser curado, sino castigado y determinando, además, el lugar de reclusión.

Pedro Rodríguez Bonaparte empieza a llamar la atención, primero con la aparición de pequeños comentarios, palabras locas dichas al pasar, hasta que llegan las palabras discordantes y extravagancias. Luego vendrá un momento de comportamientos extraños, rarezas desbordadas y lleguemos hasta el diagnóstico final y lapidario[4].

Los signos que lo van transformando progresivamente en un enfermo mental, a los ojos de los psiquiatras que lo estudian, son típicos de la psiquiatría de la primera mitad del siglo, pero incluso el material de la prensa[5] mismo ya estaba en alguna medida psiquiatrizado, pues los elementos conceptuales fundamentales ya estaban presentes en la narrativa: el desenfreno alcohólico de aquella fatídica noche en la que Pedro Rodríguez Bonaparte lideró el comando homicida, consecuencia inmediata del ocio en el que se encontraba él y toda su gavilla; la ecuación resultaba completa y sería: ocio-alcoholismo-violencia-crimen. Estas categorías están siempre presentes en la casuística de la enfermedad mental de la época.

El alcoholismo[6] atraviesa toda la narrativa, desde el inicio hasta el desenlace, e incluso la biografía misma, desde la infancia hasta el crimen.

Pedro Rodríguez insistirá que a pesar de no ser afecto a la bebida, el alcohol ingerido en demasía aquella noche, es quién enciende la mecha y apagó la mente de todos los protagonistas, para dirigirse luego inconscientemente y en un enorme estado de ebriedad, hacia la panadería La Estrella del Norte. El declarante espera que su testimonio oficie seguramente como atenuante, un crimen cometido bajo los efectos del etanol sin actividad consciente, sin intención homicida. Incluso cuando llega la hora de la resaca, de que los ojos se abran ante el hecho protagonizado, cuando el alcohol ya se procesó y se eliminó, aparece el arrepentimiento, la expresión ¡qué barbaridad! que declaró; no se reconoce en el acto cometido, porque el alcohol aquí concebido, no sólo degenera sino que estalla las pasiones, y hace perder las pocas frenaciones (expresión utilizada en los informes) que un individuo posee, y después, ya al final, hasta borra los recuerdos, sumergiendo en la amnesia profunda.

Se dejó constancia en todos los estudios que el alcohol los embarcó en el crimen, y que nuestro protagonista fue invadido brutalmente por pulsiones imposibles de frenar, a lo que se suma el rasgo característico de la personalidad de Rodríguez, el extremo egoísmo, único sentimiento posible que los psiquiatras encuentran en él, ya que constatan que no fue sólo presa de un arrebato de egoísmo sino más bien el preso es un egoísta constitucional, consecuencia inevitable del persistente hábito de empinar el vaso que tenía su ya lejano y distante progenitor, pero que él mismo se cuidó de seguir abonando.

El trabajo que realizan los periciantes desde el primer momento es resaltar el móvil psiquiátrico del crimen en detrimento del móvil político.

Del alcoholismo se pasa a considerar la relación con el trabajo. Su historia laboral es intensamente explorada, insisten que se caracterizaba por su irrefrenable inestabilidad, por constantes cambios de panaderías e inclusive en el mismo recinto rehabilitador, es decir, la cárcel correccional, el trabajo nunca logra tomarlo, y no puede dedicarse jamás a ninguna tarea productiva, solo podía pasar sus días entre la rebeldía, la agitación y el desorden.

Sin dudar, estos sujetos eran los que Antonio Sicco, uno de los más importantes psiquiatras nacionales de la época, consideraba como los derrotados de los rigores del mundo laboral, los que no soportaban, como Rodríguez Bonaparte el peso del trabajo duro, la responsabilidad, la disciplina, el orden y el dedicarse a una labor productiva y gananciosa, que diera frutos. Rodríguez sólo conocía, para los periciantes, acerca de egoísmo, inestabilidad y violencia, y por ese camino encontrará la perdición. Prefirió, afirman, por débil y flojo, la vida fácil de la organización sindical, el cobrar cuotas mensuales en lugar de las largas jornadas extenuantes frente al horno caliente, al trabajo nocturno pesado. Era más bien considerado por los estudios como un blandito.

La sexualidad es otra de las áreas fundamentales de análisis; en la cárcel llama la atención por una práctica masturbatoria compulsiva a la que se entrega todo el tiempo. Se desinteresa por completo de su entorno, de lo que puedan pensar los demás acerca de lo que está haciendo. El preso se encierra sobre sí mismo. Pero la investigación no se detiene allí, pues se establecerá una coherencia entre lo sucedido y el comportamiento sexual del preso que lo hacía frecuentar prostíbulos y donde incluso (más adelante profundizaremos este tema) encontró enfermedades venéreas como gonorrea y sífilis. En la narrativa psiquiátrica este hecho es fundamental porque la sífilis es el otro fantasma que está detrás de todos los casos[7].

La construcción del personaje[8]

Pedro Rodríguez Bonaparte desde el principio mismo de su encierro se muestra como un preso difícil, rebelde. Nunca es un preso dócil y obediente, nunca puede tolerar el dispositivo carcelario y el principio de disciplina que conlleva. Es considerado un paciente difícil, es alguien que no expresa ninguna clase de interés en las entrevistas psiquiátricas que se le realizan, porque los psiquiatras creen que sólo está interesado en su vida y en sí mismo, sólo le preocupa su futuro y no maneja ningún interés que no sea su mismísima persona, su futuro, su porvenir.

Todo es meticulosamente analizado y narrado en el enfermo. Uno de los psiquiatras repara en la mirada que quiere penetrarlo, que quiere adentrarse en la intención del entrevistador y descubren un extraño interés puramente egoísta, en el provecho imaginado que tal encuentro con el psiquiatra podría causar.

Con el pasar de los días los nervios se inquietan, pierde la referencia para mantener una conversación con orden, las palabras no encuentran el freno necesario de una expresión verbal sana y normal, fluyen de su boca como una catarata. Es éste el primer momento del exceso, la agitación y la primera falta de gobierno de sí mismo dentro del recinto carcelario. Consideran en el primer momento que no puede lógicamente dominar su cuerpo ni su lengua, no es dueño de sus actos ni de sus palabras, signos de la presencia de lo patológico, aunque no sea un enfermo propiamente dicho.

Establecen dos medidas terapéuticas típicas de la época al comienzo: dieta estricta y la sugestión firme para que abandone ese comportamiento. La aparente locura o los episodios relacionados con ella desaparecen con unas palabras contundentes y bien dichas, por lo tanto no hay razón para que eluda el castigo. Se encargan al inicio de mostrar un paciente bastante trastornado pero simulador, que quiere engañar al psiquiatra actuando una locura que no existe, para atemperar el rigor del castigo.

Estamos en el primer momento de la construcción del personaje de Rodríguez Bonaparte como un sujeto frío, egoísta y calculador criminal, que simula locura para esquivar la cárcel y lo hace por el egoísmo natural que lo constituye.

El estudio que le realizan Zamora y García Austt en el año 1929, comienza con el elemento básico de la comprensión psiquiátrica del novecientos y típica del pensamiento evolucionista: la herencia. Encuentran un padre sorprendentemente sano, gran fumador pero con la semilla de la locura, el alcoholismo. La madre asmática ya fallecida, y aunque al parecer era muy cariñosa presentaba unos signos de anormalidad identificados en un temperamento nervioso, era una persona excitable, rasgos que trasmitió. De esa combinación nacen taras que encarnarán en el periciado y en los otros hermanos.

La idea que subyace esta narrativa es identificar los signos de degeneramiento biológico fantasma de toda enfermedad mental. Se rastrea cuidadosamente la herencia de hermanos y primos, sobrinos, abuelos, que aparecen como seres normales con excepción de un primo de la madre que se suicidó, pero del cual tampoco pueden establecer muchos datos porque no posee Pedro mucho contacto con esos parientes ya distantes. De todas formas se cierra el capítulo del informe señalando “En síntesis, sólo se registra el alcoholismo del padre y la nerviosidad de la madre.” Es interesante porque son los únicos antecedentes familiares que le interesan a los psiquiatras cuando buscan los estigmas familiares de la enfermedad y de la anormalidad constitucional, lo que sería la base heredada de lo patológico, los cimientos mórbidos, aquello que inscripto en el cuerpo y abonado como corresponde, derivará en la anormalidad, la locura o algunas deficiencias específicas. Luego vendrán los antecedentes personales, e insisten en que el paciente niega con fuerza haber tenido una infancia patológica o enfermiza, nació cuando debía nacer, de un embarazo normal, asistió a la escuela como debía ir, pero sólo hasta cuarto año, lo que no era anormal para la época.

En el informe se establece que, con tal naturaleza, nada bueno podían aportar las lecturas excitantes y corruptoras de autores sociales en un alma joven, inmadura, no tenía sino para estos psiquiatras como consecuencia esperable, otra cosa que una orientación muy temprana a la acción. Expresa entonces una incapacidad de seguir por el camino luminoso de la escuela, rechaza el lento proceso de recibir las luces de la educación y se introduce a trabajar con su abuela en el negocio familiar de comida de paso, siendo apenas un niño, donde respira la fonda y el boliche. Con apenas once años abandona el ámbito de la escuela para ingresar rápidamente al mundo del trabajo, todavía cerca del entorno familiar, bajo su protección y comienza entonces precozmente, cuando todavía su capacidad de reflexión y discernimiento no ha evolucionado, a interesarse en la lectura de las cuestiones gremiales.

En estos que son momentos fermentales en el mundo psíquico del estudiado, padece las inclemencias climáticas[9] que además tienen consecuencias destructivas sobre el entorno y sobre la materialidad de la vida: la cantina fue afectada y destruida por un temporal, y tanto los abuelos como Pedro Rodríguez Bonaparte, que ya comienza a alejarse de sus padres, emigra de las Sierras de Palomeque para Nico Pérez donde la familia busca mejores aires y emprende nuevos proyectos.

Es entonces que se le revela el arte del pan y hace sus primeras armas, para que ya cuando a una edad aproximada de 14 o 15 años, no recuerda él exactamente, emprende el viaje a la capital comenzando una vertiginosa carrera en el mundo de las panaderías en donde se inicia como repartidor, para luego ser oficial de pala y capataz de reparto por cuenta propia en donde aventura el riesgo de un negocio personal.

A los 18 años se enferma de Blenorragia a la que le suma un chancro sifilítico. Es tratado rápidamente con medicaciones de la época y logran eficazmente hacerle curar la herida que padece en el glande, luego se la examinará y detallará como cicatrizada. La gonorrea se agrava desarrollando una orquitis debido a la cual necesita un mes y medio de internación en el hospital Español, a lo que suma luego otra internación en el Hospital Maciel, porque se le complica su cuadro clínico con una prostatitis.

La mejoría llegó, aunque seguirá la presencia amenazante de la sífilis, y en el año 1926 comienza a sufrir (5 o 6 años después de enfermarse) de fuertes dolores en sus hombros y piernas, a las que se suman manchas en el tórax y el cuerpo por lo que se pensó que la enfermedad hubiera mutado de su estado larvario, y comenzara a activarse. A tales efectos se le realizaron los análisis correspondientes a las pruebas de Wassermann en suero sanguíneo pero resulta repetidamente negativo. Los exámenes dejan dudas, pero queda el tema igualmente marginal dentro de la historia.

Su devenir por el mundo del trabajo es minuciosamente evaluado; querían identificar dónde y cómo se movilizó por el espacio del trabajo asalariado y cuáles eran los signos que ya aparecían tempranamente. Recordemos que el mundo del trabajo es el tercer lugar en el que la narrativa psiquiátrica repara. Ni la familia primaria, ni la escuela, o su segunda familia y ni su propio pueblo pueden retenerlo, tampoco los aires saludables del campo logran reducir esa necesidad interna de movimiento que lo trae a la capital a intentar probar suerte en el mundo de las panaderías. Continúa sin poder frenarse, no puede detener su cuerpo ante la urgencia del desplazamiento. Trabaja en nueve panaderías en un período de menos de 10 años, en el que también alterna con un breve pasaje por el Ferrocarril Central donde se desempeña como limpiador, visita a su padre en campaña y también tiene una breve estadía en la ciudad de Buenos Aires durante 6 meses, aunque se desconocen los motivos de su presencia allí. Luego regresa a sus pagos para el casamiento de su hermana, trabaja muy poco después y ya luego solamente dentro de la órbita del sindicato. De los trabajos migra constantemente, en uno porque no le pagaban, en otro golpeó el patrón con un palo; posteriormente, las sucesivas detenciones conspiraron con la manutención de un trabajo fijo. La importancia de esta narración es que se quiere mostrar dos cosas: primero, la inconstancia y la falta de perseverancia en el trabajo y en segundo término el muy bajo nivel de disciplina y dedicación del estudiado.

Los psiquiatras se ocupan del acto delictivo y las razones que expresa el periciado: señala que fue hacia la Panadería La estrella del norte porque iban a la casa de Egues, que casualmente vivía a dos cuadras de allí, pero se trataba de una visita de amigos. Vuelve a insistir que nada recuerda por el extremo estado de ebriedad en el que estaba, luego se volvió a su propia casa sin ninguna noción de la gravedad del acto en el que acababa de participar, él no sabía nada de la importancia del hecho y solo agrega que al otro día, cuando a través de las notas periodísticas se entera por la mañana, dice que le pareció mentira. Esta desconexión con la realidad parece una característica de su personalidad según fijan los psiquiatras, es alguien que actúa en una realidad propia, singular, no se ve afectado ni siquiera aún frente al horrendo crimen, no toma el acto terrible en sus manos y se arrepiente, él no, sino que descree lo que sucedió y trata de esquivar las consecuencias mediante una negación radical y generalizada. Los psiquiatras insisten en el dato de la imperturbabilidad que demuestra ya que tranquilo regresa a su casa, no habría culpa ni arrepentimiento; en la oscuridad de la noche hay demasiados desplazamientos para alguien tan alcoholizado, demasiada orientación para alguien que se perdió en el alcohol, pero que a pesar de ello, parece, lo mantiene incólume, haciendo gala permanentemente de un sentido de orientación increíble.

Luego de todos estos elementos preparatorios, los periciantes se orientan a dar cuenta del estado psíquico del preso. Le realizaron varias horas de entrevistas, expresan que estaba nervioso, inquieto, hablaba sin parar, sin un orden coherente y racionalizado. Hace una declarada denuncia de que recibe malos tratos dentro de la cárcel por el personal de la misma, en especial durante las horas de la noche, pero no son tomadas en cuenta por los psiquiatras.

En todo momento el psiquiatra se ubica siempre como operador de la realidad buscando reintroducir al paciente en la realidad real. Eso intenta hacer al reordenar la dieta y hablar con severidad.

Otro momento importante en la narrativa es el destinado al reconocimiento físico con un minucioso examen somático. Establecen que los sistemas respiratorios y circulatorios funcionan correctamente indicándose, incluso, hasta su pulso. La digestión no presenta problemas, el abdomen sin dificultades ni dolores de ningún tipo, aunque sólo se constató, (los peritos creen que es necesario indicar esto) una ligera constipación.

Como es de rutina se sigue con la mirada atenta a los órganos sexuales, a los que se califica de normales, sólo que aparece el rastro de la vieja cicatriz, que ha persistido en el glande y quedará como un estigma corporal de la mala vida y de inmoralidad. A nivel de ojos remarcan una dificultad en su visión debido a un traumatismo que no identifican. Además no posee temblores, y mantiene, a pesar de todo, una llamativa sensibilidad conservada.

Identifican una alteración en el sueño, el preso pasa la noche dormitando, sin que permanezca por un tiempo prolongado en el sueño reparador para enfrentar la jornada carcelaria con entusiasmo y disciplina. Parece que el sueño se resiste a ordenarse y para colmo siente que le hablan al oído.

La causa del sueño lábil y fragmentado está en él mismo, prudentemente relativizan la posibilidad de acciones reales de los guardias en su contra. Esa otra realidad, la de los castigos, queda por lo tanto excluida de toda posible revisión o cuestionamiento y por lo tanto queda fuera del orden de las consecuencias.

En el examen psíquico se lo considera un joven de mirada viva e inteligente y sorprende a los evaluadores como un individuo que en ciertos momentos es cortés y habla correctamente.

Es catalogado como un sujeto despierto, un normal, consciente, con buenos recursos mnémicos a pesar de que parece que no en un principio, aparece como un sujeto con un enorme sentido de la orientación y que posee una memoria infatigable. Asocia bien y atiende adecuadamente. La evaluación de la inteligencia plantea algunos problemas, pues si bien al principio encandila con una aparente inteligencia, las luces luego del análisis comienzan a apagarse hasta concluir que es una inteligencia escasamente iluminada, con una reflexión que no se desarrolló, que quedó trunca quién sabe dónde, tal vez debido a que el banco de la escuela no fue lo suficientemente aprehensivo o si la familia no pudo estimularlo demasiado.

Establecen que es un individuo prácticamente en estado confusional, en el que a la intoxicación de las ideas anarquistas se les suma una incapacidad para sentir ninguna clase de arrepentimiento con respecto a su acción. Describen a alguien que directamente es incapaz de sentir.

La inestabilidad psíquica queda adecuadamente identificada y se corresponde con su inestabilidad de vida. A esto se le suma una muy claramente identificada incapacidad para perseverar en ningún esfuerzo, por eso no acepta ningún rigor laboral. Está completamente anestesiado, no es capaz de orientar de manera ordenada su conducta y presenta una gran incapacidad para sentir el dolor del otro.

Luego analizan la historia de sus conductas carcelarias, que como no podrían ser de otra manera, se presentan coherentes con lo antes evaluado, pues todo en la narrativa pericial debe ser coherente; en el informe psiquiátrico pasado, presente y futuro deben unirse y causalizarse circularmente. Los informes son forzados a establecer una coherencia interna total.

En una prisión anterior, su madre cae gravemente enferma y el juzgado, sensibilizado ante una madre postrada que espera el final de sus días, lo autoriza, claro que bajo custodia, a visitar el domicilio materno, pero la orden no puede cumplirse porque el procesado se niega a concurrir. Un mes después sale pero la madre ya ha muerto y sólo queda llevarla al cementerio, acompañarla a la última morada. Este hecho se enmarca en la deshumanización del preso, aparece carente de afectos, que sólo responde a su egoísmo y además falto de toda sensibilidad. Aparece entonces como alguien monstruoso, ni la ley autorizándole lo hace acercarse a su madre pronta a morir.

Al revisar la historia de su comportamiento carcelario anterior encuentran que en junio del año 1924 se lo recluye severamente en su celda y pierde los beneficios de comisión en los que estaba; parece que su temperamento belicoso lo lleva constantemente a participar y promover rebeliones, transgredir regularmente los reglamentos y comete una infracción gravísima, imperdonable, que merece el castigo más ejemplar, se niega en son de protesta a retirar el mate cocido que le corresponde.
Luego las cosas se agravan: en el año 1928 lo encuentran en su habitación haciendo contorsiones extrañas, movimientos singulares que sorprenden al guardia estando presentes los rastros materiales de un intento fallido de suicidio. Sólo dice en ese momento que se siente mal, no sabe precisar las características ni las causas de su malestar y que tuvo un arrebato de nerviosidad.

Comienzan en ese momento para Rodríguez Bonaparte las extrañezas, los hechos que empiezan a rozar la locura, el descontrol, el verdadero daño contra sí mismo. Hasta este momento era alguien peligroso para los demás pero ahora también el peligro recae sobre sí.

Por último, llegan conclusiones donde se une todo lo dicho, donde la inestabilidad y las pocas luces del intelecto se juntan con la carencia de los sentimientos sociales necesarios para vivir junto a otros y se combina a una feroz impulsividad y violencia con la ausencia de los frenos inhibitorios.

El alcoholismo paterno deviene en causa del temperamento reivindicador y el anarquismo lo vuelve temible, dónde casi configura una agravante. En condición de tal, se afirma que estaba dispuesto a todo tipo de fechorías terroristas y a mantenerse al margen de la ley.

 

 

Si bien con estas fallas no puede ser considerado normal, dicen, lo convierten en un anormal propiamente dicho pero no aún loco, todavía no llegó el turno de reconocer su locura, en este momento es simplemente un individuo fallado y extremadamente peligroso, pero responsable. Agrega que es un débil mental inestable, pero todavía con capacidad de juicio como para saber lo que hizo, en definitiva es un débil, pero no un idiota o imbécil. El informe concluye que Pedro es un sujeto orgulloso del acto aberrante que realizó y que muestra una imposibilidad de sensibilidad que le prohíbe el arrepentimiento, indicador especial del grado de recuperabilidad.

En el año 1934 Abel Zamora es llamado nuevamente porque retornan las alteraciones y la aparente locura. Vuelve a revisar antecedentes delictivos y su comportamiento carcelario, el preso está bajo vigilancia constante lo que ha hecho posible evaluarlo y observarlo rigurosamente en el día a día de la vida cotidiana, en su estado natural.

También se afirma que en informes anteriores faltaban detalles para comprender algunos elementos de la psicología violenta del preso y su anormalidad sustancial: rechaza haber estado detenido por hurto, se considera denigrado de ser tratado como un ladrón común e insiste en otro motivo de encarcelamiento que tiene que ver con peleas.

Luego mostrará toda la fuerza de su carácter reivindicador porque protesta por malos tratos, pero a la pericia nada de eso le importa y no pretende saber la verdad de esas palabras; si protesta mucho es reivindicador, porque no acepta como debiera pasivamente los “modos” carcelarios. Dentro de la cárcel tiene momentos, hay meses de calma y silencio, pero otros de verdadero furor.

Por dolores en el pecho es llevado a realizarse exámenes para explorar la posibilidad de que efectivamente esté enfermo de tuberculosis y también de sífilis. Otra vez la presencia del fantasma bacilar; la sífilis vuelve a aparecer como enfermedad posible, aunque no queda en este caso registro de los resultados en el expediente, sólo se habla de la posible tuberculosis, enfermedad omnipresente en las cárceles y en el manicomio de la época.

Pero en abril del 1930 la locura parece que vuelve a aparecer y llaman al psiquiatra quién lo analiza y descubre que se retrae el cuadro de incoherencia por lo que advierte otro intento de simulación. En ese momento son claras las incoherencias y una profunda alteración de su conducta alimentaria, o no come o hace rarezas, mezclando por ejemplo las cosas que no se deben mezclar. Las medidas terapéuticas incluirán clinoterapia[10] y la novedosa inclusión de dos compañeros de celda para vigilar la posible locura y cuidarlo de cerca. Esperan que la compañía humana restituya su salud alterada. Siempre se observa una suerte de contradicción repetida, porque a pesar de indicar la certeza de su simulación siempre también fijan ciertas medidas “terapéuticas” que no son otra cosa que métodos disciplinarios.

Luego de ciertos momentos de calma retorna la violencia, no puede el preso con su carácter y arremete con violencia a un guardia al que acusa de tocarle “el ano” y obtiene como castigo un encierro de 15 días en celda de castigo.

En mayo del mismo año, al regresar el automatismo, el Dr. Cáceres es llamado a estudiarlo, en donde su primera impresión parece hacerle pensar en locura, dice que necesita investigarlo y analizarlo con más profundidad por lo que se lo lleva con él al manicomio. El jefe de Policía intervendrá para que retorne a la cárcel porque el clima no está para anarquistas peligrosos libres y el jefe de la cárcel solicita se le restituya el presidiario.

En su permanencia en el hospital parece desaparecer la violencia, sólo dormita en la cama o mira la pared, sin hablar con nadie e interactuar con los demás enfermos. Pero tras regresar tan rápidamente, la celda lo encuentra tranquilo, han desaparecido los automatismos y los signos locos que lo tomaban todo, dejando paso a un transcurrir tranquilo aunque solitario hasta que lo vuelve a ver el psiquiatra en el comienzo del año 1933. 21 meses después retornan los episodios de locura en la cárcel, tiene momentos malos y otros mejores; lo encuentran solo en su celda hablando consigo mismo, masturbándose compulsivamente, se siente enfermo, arremete contra el médico y el jefe de la cárcel quienes lo vienen a ver, los acusa, su pensamiento comienza a derrumbarse, se desarma, es tomado por el soliloquio absurdo, siente el fuego del infierno bajo sus pies. Se enferma y se recupera, así parece ser el estado de esos meses primeros del año 1933, uno de los peores momentos dentro de la cárcel.

La parte más difícil para el psiquiatra es cuando llega la hora de justificar y orientar las medidas más pertinentes. Para él, estamos ante la presencia de un débil mental que se encamina hacia un estado demencial y señala un cuadro de tipo bouffeé delirante característicos de los débiles mentales y de los degenerados.

Se inclina por diagnosticar episodios psicopáticos, aunque de apariencia simulatoria. Parece que el psiquiatra quiere decir una cosa y a la vez otra, seguramente para cubrirse por las dudas. Se refiere a que tiene episodios de locura pero que no debe eliminarse la sospecha de simulación, aunque los crímenes todos fueron cometidos en sus momentos de cordura. Fija responsabilidad para los momentos de conciencia y luz, e irresponsabilidad cuando está bajo el automatismo, aunque los delitos cometidos fueron realizados siempre dentro de períodos de lucidez y por lo tanto es plenamente responsable de los crímenes que se le imputan.

Las conclusiones del diagnóstico, deben ser coherentes en totalidad con las causas y los hechos, no pueden quedar fisuras ni incomprensiones, y esa es una operación compleja que fabrican los psiquiatras, cuando están abocados a construir su objeto. El caso en la conclusión cierra perfectamente: su personalidad no cambia ni por el encierro, ni por el brusco acceso de locura, sino que tiende a reforzar su naturaleza y su agresividad.

También hay un momento para destacar el papel que jugaron en su vida el envenenamiento cerebral de las ideas disolventes del anarquismo.

La locura, el mutismo y el encierro en sí mismo no tienen que ver para estos estudiosos con las condiciones de reclusión ni con su des-socialización, ni con los malos tratos recibidos, denunciados desde las primeras encarcelaciones, que motivaron incluso movilizaciones de su sindicato para salvarlo de las torturas policiales.

En un documento que circuló por Montevideo en el año 1924, la Sociedad de Resistencia de Obreros Panaderos, organización a la que pertenecía Pedro Rodríguez llamaba a la defensa del compañero, apenas un joven de 18 años que era, según denunciaban, salvajemente torturado por la policía. Texto que sirve además para contribuir a recrear el contexto, la temperatura y las condiciones en el que estas personas vivieron, pensaron y actuaron. Nos hablan ciertamente de un tiempo muy temprano de aparición de los castigos para el preso y también de una persona muy distinta a la de las pericias.

Luego llega el silencio pericial. Solamente aparecen luego los tres informes de los años 50, pero sólo como el resto del proceso jurídico que está llegando a su fin, y cuando el preso ya lleva 20 años internado en el Hospital Vilardebó. Al final ya no importará tanto su locura, ya es un despojo humano que no interesa, la simulación antes tan necesaria de ser certificada, ha quedado en el camino junto a su tan elevada peligrosidad. Al final, la locura para los psiquiatras que lo atienden es una realidad constatable e incuestionable.

Pedro Rodríguez Bonaparte se vuelve además de un notorio enfermo mental, un fantasma que apenas existe en forma solitaria. Es la hora de las rectificaciones; los últimos informes señalan el error de haber pensado que estaban ante el gran simulador, el devenir del tiempo confirma la locura y la enfermedad que se tornan evidentes, notoriamente visibles.

En los informes de los años 50 su estado permite discernir dos momentos bien claros, dos personalidades enfrentadas y contradictorias; en un momento puede ser una persona medianamente normal, conoce su causa, se muestra razonable y coherente, es su lado racional y pensante, aunque tampoco derrocha palabras, más bien tiende al lenguaje lento, a las pocas palabras, pero es un sujeto que sabe de sí, controla su cuerpo y es el que tiene que ser. Pero tal estado dura poco y la enfermedad estalla bruscamente, mostrando otra cara terrible, en donde pierde el dominio de sí mismo y de su cuerpo; éste se sale de sí mismo, se desborda en contorsiones incontrolables, reaparecen todos los fenómenos alucinatorios y comienza una verborrea que no puede detenerse. Todo intento de hablarle, interactuar y acceder a él fracasa. Sin embargo también señalan que es un preso enfermo que está disciplinado, no da problemas, no hay que atenderlo particularmente, pero tampoco interactúa con nadie, vive permanentemente encerrado en sí mismo y ni siquiera sabe de ninguna amistad y de trabajo.

Se establece como diagnóstico final una demencia precoz de tipo crónica, como sub especie de tipo paranoidea, es decir, con la presencia en el enfermo de ideas paranoides, persecutorias.

Luego el expediente se cierra y en el año 1958 termina la historia jurídica de Pedro Rodríguez Bonaparte. Abelardo Pita, Secretario del Sindicato de Panaderos lo retira del Hospital Vilardebó y se lo lleva a vivir a una chacra en el Paso de la Arena, dónde su historia se silencia definitivamente. Este hecho plantea una serie interesante de interrogantes, pero que notoriamente no son objetivo de este trabajo.

En la tercera parte evaluaremos la narrativa psiquiátrica y sus particularidades.

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Referencias:

  1. Célebre expresión de C. Lévi-Strauss para referirse al estudio de los mitos. Lo que sugerimos es que los casos psiquiátricos pueden comprenderse en términos de narrativas míticas, lo que será evaluado en la tercera parte de este trabajo.
  2. En el año 2008 fui al Hospital Vilardebó a tratar de encontrar la historia clínica de Pedro Rodríguez Bonaparte, pero no fui autorizado a buscarla. Me dijeron además que todo ese material se había destruido en un incendio ocurrido hacía muchos años.
  3. Especialmente es imprescindible referirse a sus seminarios Los anormales (2000) y El poder psiquiátrico (2005) ambos dictados en los años setenta. FCE. México
  4. Al principio se afirma la simulación de locura, luego aparece el diagnóstico de débil mental y hacia el final del caso ya se afirma estar ante un caso de demencia precoz.
  5. A tales efectos recogimos las notas periodísticas de La tribuna Popular, El Diario y El País.
  6. El alcoholismo está presente como un fantasma detrás de todas las explicaciones de locura de la época, encontrando una vasta producción bibliográfica y teniendo un sitial de privilegio como causa primordial de la llamada enfermedad mental.  En este caso los participantes del hecho recurren al alcohol para explicar la precipitación de los hechos y su papel en los mismos.
  7. La importancia de la sífilis en la comprensión de la locura es enorme para la época. Igualmente en el caso en cuestión nunca se lo tomó muy en serio.
  8. Estos comentarios se reconstruyen a partir de lo registrado en los estudios psiquiátricos que se le realizaron.
  9. Había para la psiquiatría de la época lugar para la cosmología y el clima como elementos influyentes en el desarrollo de la enfermedad mental
  10. La clinoterapia consistía en obligar a permanecer en cama a los enfermos desde unas pocas semanas a varios meses. Fue una práctica recurrente de la psiquiatría de la época, y muchas veces consistía en la única terapéutica aplicada.

Fabricio Vomero

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