Tránsito en escena: la actuación de inspectores y conductores

Tránsito en escena: la actuación de inspectores y conductores
Foto: Siobhan Doleza

Por Ivana Pequeño

Hace algunos años me licencié en Sociología con una tesis que estudiaba las percepciones que inspectores de tránsito y conductores tenían respecto a cuestiones generales sobre la situación vial de Montevideo. Se desprendió de los relatos de los entrevistados, una construcción acerca del rol del inspector que consideré interesante estudiarla desde la teoría dramatúrgica de “La presentación de la persona en la vida cotidiana” de Erving Goffman.

¿Qué ves cuando me ves?

Los inspectores de tránsito se definen a sí mismos como “agentes de salud”. Se consideran agentes de salud pública porque contribuyen con la prevención de siniestros de tránsito. Se sienten al servicio de la comunidad. Tienen claro que su tarea es fiscalizar para la prevención. Sin embargo, cuando fueron interrogados sobre el aspecto educativo, hubo discordancia al respecto. Los inspectores con mayor experiencia consideran que su función no es advertir, debido a que el conductor ya demostró tener conocimientos de la norma en el momento que se le otorgó su licencia de conducir. Los más jóvenes ven en la advertencia un modo válido de fiscalización y que por su parte es menos agresivo y mejor aceptado que la multa. Analizando esta situación desde la teoría de Goffman, adoptar una actitud u otra es parte de la fachada personal de cada inspector.

Hablando en estos términos, la fachada sería la dotación expresiva que se imprime en esa actuación y se compone de medios, que en este caso son el uniforme, el silbato, la libreta de multas, el espirómetro, entre otros. El medio tiende a permanecer fijo, por eso, esta utilería es necesaria para comenzar la actuación y prescindible una vez que termina. Una Inspectora dice: “yo he sabido que cuando me retiro a las 13 horas me saco el uniforme y dejé la tarea de Inspectora y tengo mi vida como mamá” (IT3). Manifiestan que el uniforme es algo que predispone la interacción, por ello es el elemento primordial que determina cuándo se está en el rol de inspector y cuando no.

El medio, entonces, es la parte escénica de la dotación expresiva, es decir, es la parte común a todos los inspectores. Pero me interesa hacer hincapié en los otros elementos de esa dotación “aquellos que debemos identificar íntimamente con el actuante mismo y que, como es natural, esperamos que lo sigan dondequiera que vaya” (2003:35) Estos elementos son los que definen la fachada personal. Que un inspector se sienta más a gusto en su rol de fiscalizador o educador por ejemplo, considero que tiene que ver con esto; más allá de que los dos cumplen la misma tarea, se acercan al conductor de un modo distinto, tienen distinta apariencia y distintos modales. Por ejemplo, una inspectora expresa: “Mi fórmula, que me ha llevado a tener bastante éxito por llamarlo de alguna manera, es trabajar de forma seria y cuando voy a poner una sanción no hablar demasiado porque creo que si yo me sonrío con una persona y después lo voy a multar es como tomarle el pelo” (IT3).

Los modales advertirán el rol de interacción que espera desempeñar en la actuación que se avecina con ese conductor.

“…modales arrogantes, agresivos pueden dar la impresión de que este espera ser el que inicie la interacción verbal y dirigir su curso. Modales humildes, gentiles, pueden dar la impresión de que el actuante espera seguir la dirección de otros o, por lo menos, de que puede ser inducido a hacerlo.”(2003:36)

Según esta teoría, la apariencia y los modales pueden contradecirse mutuamente y que el actuante de condición superior aparente, actúe de una manera inesperada -como se mencionó anteriormente con modales humildes, gentiles, etc-. Este sería el caso de otra inspectora “…yo lo trato con respeto al conductor, le hablo amablemente (…) me ha pasado que muchos conductores me han dicho ‘es la primera vez que me hablan tan bien’…” (IT9). Siguiendo con esta idea, la coherencia entre modales y apariencia del caso anterior a este representa un tipo ideal que sirve o permite fijar la atención de las excepciones; como es el caso de esta última inspectora y el conductor que se extrañó de su conducta y se lo comentó.

Los conductores/as por su parte, definen a los inspectores básicamente en tres palabras: fiscalizadores, educadores y recaudadores, imponiéndose con mayor fuerza esta última a lo largo del discurso.

Se encuentran definiciones como esta: “Supuestamente tendría que ser la persona que se encargue de organizar el tránsito y de educar al conductor” (C7). Del relato de los conductores se desprende una aparente discordancia entre el ser y el deber ser de los inspectores. Entonces, si no son quienes organizan y educan en el tránsito, ¿quiénes son?. Otro conductor lo expresó de esta forma: “… lo que no estoy de acuerdo es la forma de trabajar de los ‘chanchos’, no se corresponde. El tema de la seguridad no es lo que les preocupa, sino recaudar. Además utilizan todas estas nuevas normas para esconderse, te agarran distraído y te ponen una multa” (C2).

Desde la teoría de Goffman, los conductores ven al inspector como un actuante cínico.

“Cuando el individuo no deposita confianza en sus actos ni le interesan mayormente las creencias de su público, podemos llamarlo cínico (…) Se debería entender que el cínico, con toda su desenvoltura profesional, puede obtener placeres no profesionales de su mascarada, experimentando una especie de gozosa agresión espiritual ante la posibilidad de jugar a voluntad con algo que su público debe tomar seriamente” (2003:29).

Los conductores manifiestan algo semejante a esto, en el sentido que les parece que juegan con ellos al momento de multar. Que se esconden, que los quieren agarrar distraídos para obtener una satisfacción personal que por un lado sería el beneficio económico y por el otro el simple hecho de perjudicar al conductor.

 

 

Ser y parecer

Un conductor cuenta: “Yo tenía que hacer un mandado y dejé el auto debajo de un cartel de no estacionar, porque tenía que entrar y salir y cuando salí, estaban los Inspectores poniéndome la multa. Les pedí a ver si la podían dejar pasar y me dijeron que no. Yo les dije que ya me iba, pero me dijeron que no” (C1).

Desde el punto de vista de Goffman, hay aquí una realización dramática por parte del Inspector, porque “… si la actividad del individuo ha de llegar a ser significante para otros, debe movilizarla de manera que exprese durante la interacción lo que él desea transmitir” (2003:42). Esto está en concordancia discurso de la inspectora que dice que siempre es seria cuando pone una multa. Es decir, hay que ser y parecer. Goffman agrega que, además de que el actuante exprese las capacidades que alega tener durante la interacción, debe hacerlo de forma inmediata. Y presenta el siguiente ejemplo de un árbitro de fútbol:

“Así, si un árbitro de fútbol quiere dar la impresión de que está seguro de su juicio, debe renunciar al momento de reflexión que podría conferirle seguridad acerca de su juicio; debe tomar una decisión instantánea, de manera que el público esté seguro de que él está seguro” (2003:42).

Esta situación queda manifiesta tanto en el discurso de los inspectores como en el de los conductores. No existe ese momento de reflexión, una vez puesta la multa es irrevocable.

Como es notorio, en el discurso de los conductores, no aparece el término de agente de salud, por el contrario, los representan como un “mal necesario”, “Si no hubiese inspectores, habrían más accidentes de los que hay ¡es un mal necesario!” (C5).

Para finalizar, me parece importante destacar una última cuestión en la que difiere ampliamente la percepción de inspectores y conductores y es el modo en cómo definen los que es un vehículo. Los inspectores de tránsito lo comparan con un arma, un inspector dice claramente:“(el conductor) tiene que tener conciencia de que cuando se sube a un auto se sube a un arma y que tiene que demostrar idoneidad para conducir esa arma que conduce” (IT9). Por otro lado, los conductores definen a su vehículo de acuerdo a dos tipos de relacionamiento, una relación instrumental o personal.

Cuando el conductor tiene una relación instrumental con su vehículo, habla de “herramienta de trabajo”, “auto de trabajador”, “rápido”, entre otros. Este es el caso más bien de conductores profesionales. Muchas veces el auto no es suyo y en estos casos no es notorio el sentido de pertenencia que sí se observa en conductores particulares, estos últimos desarrollan un vínculo más personal con su auto. Podría hablarse de una personificación de sus vehículos, por ello se escuchan cosas como: “fiel”, “compañero”, “nunca me dejó tirado”. Es decir, se otorgan características humanas a un objeto totalmente inanimado. Generalmente, mientras más antiguo es el auto, más se destacó esta “relación afectiva”. Lejos se está de aquella asociación auto/arma de la que hablan los inspectores y es lógico que ello suceda, en este sentido un conductor podría preguntarse: ¿cómo “mi compañero” va a ser un arma letal? o ¿cómo mi “herramienta de trabajo” gracias a la que sustento a mi familia puede ser un arma letal?.

De todos modos, el quid de la cuestión no es el auto sino el automovilista. Las mejoras que puedan producirse en materia de seguridad vial y por ende en una baja de la siniestralidad, pueden sustentarse como bien señalaron los entrevistados en la educación y la reeducación que contribuya a deconstruir ciertos simbolismos que afectan negativamente nuestro comportamiento en el tránsito.

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Referencias bibliográficas:

  • Goffman, E. 2003. La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires: Amorrortu
    (Primera edición en 1959, The Presentation of Self in Everyday Life, Nueva York: Doubleday Anchor Books)

Ivana Pequeño
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