Hay tragedias que pueden evitarse

Hay tragedias que pueden evitarse
Foto: PublicDomainPictures

Por Andrea Tuana

El mismo día que un evento climático poco frecuente, difícil de predecir e imposible de evitar (tornado) arrasó con la ciudad de Dolores, otro evento lamentablemente frecuente, predecible y evitable (violencia doméstica) arrasó con la vida de un niño de 9 años en el mismo departamento.

Nuestro país ha dado grandes pasos en el reconocimiento de la violencia y discriminación histórica que sufren mujeres, niños, niñas y adolescentes. Sin embargo no ha sido tan profundo el proceso de comprensión y delimitación de los factores de producción de esos niveles de violencias y discriminación.

Algunas formas de violencia hacia las mujeres, niños, niñas y adolescentes, especialmente las que ocurren en al ámbito del hogar o las formas de violencia sexual, siguen siendo interpretadas desde concepciones reduccionista, sin analizarlas desde perspectivas claves llevando a interpretaciones fuertemente estigmatizantes y revictimizantes.

Al analizar la violencia que ocurre en el ámbito del hogar o en el marco de relaciones afectivas persisten las ideas que identifican la violencia con agresiones físicas y clasifican en graves o leves según el tipo de agresión infligida. En general se invisibiliza la violencia emocional salvo que supere determinados cánones socialmente tolerados. Por otra parte estas miradas suelen creer que las formas de violencia que son graves son las que ocurren cuando hay lesiones profundas o permanentes, o cuando hay abusos sexuales que incluyan la penetración del cuerpo de sus víctimas.

Suelen interpretar la violencia como una expresión de enfermedad, de locura o de ignorancia y pobreza, o justificarlas y explicarlas por el descontrol provocado por el consumo abusivo de alcohol o drogas.

Son enormes las resistencias para comprender que la violencia en el hogar, o en el marco de relaciones afectivas, es producto de un sistema social que legitima y reproduce la dominación masculina sobre las mujeres, niños, niñas y adolescentes, y la dominación de los adultos y adultas por sobre los niños, niñas y adolescentes. Es producto de una educación sexista y adultocentrica que genera lugares diferenciales, posibilidades diferenciales, expectativas diferenciales y jerarquizadas entre varones y mujeres, que diagrama un sistema social donde se estructuran relaciones de dominación y subordinación cuya expresión más cruenta son las múltiples formas de violencias de género y generacional.

La violencia doméstica no arrasa en cuatro minutos como un tornado, arrasa lenta y progresivamente como una gota que horada la piedra, pero arrasa. Arrasa con la salud fisca y mental de las víctimas, arrasa con sus sueños, con sus deseos, con su libertad, con la alegría y muchas veces las ganas de vivir; en algunos casos arrasa con las pertenencias y algunas veces arrasa con la vida.

Aquí hay responsabilidades claras con nombre y apellido, personas agresoras que encarnan ese lugar y que no siempre llegan a ser responsabilizados ante la justicia penal.

Pero podemos preguntarnos por qué sigue ocurriendo si hay avances, si hay servicios, si hay juzgados…

 

 

Sigue ocurriendo porque falta una decisión política clara de comprometer todo el peso del Estado en la lucha contra esta vulneración de derechos humanos. Falta convencernos de que estas violencias son producto de una sociedad machista y comenzar a trabajar para transformar ese machismo y ese adultocentrismo.

Educación no sexista, en diversidad sexual y en prevención de violencia parece de perogrullo, sin embargo, estos temas no están en la curricula de grado de los niños, niñas y adolescentes. Cuando ingresan al aula lo hacen en forma tangencial, empujados por docentes y equipos educativos comprometidos con la igualdad y la no violencia.

Falta convencernos que aquí no hay ideologías de género que quieren destruir a las familias uruguayas, aquí hay injusticias de género que destruyen familias uruguayas, que someten a miles de mujeres a una vida de violencia, así como a sus hijos e hijas.

Falta colocar la atención prioritaria en los niños, niñas y adolescentes, generar servicios de atención especializados en cada uno de los departamentos. Es una vergüenza que aun nuestro país no haya entendido que los niños también requieren de servicios para abordar las situaciones de violencia. Existen servicios de atención especializados en cada departamento del país para mujeres víctimas de violencia, no así para niños, niñas y adolescentes.

Falta entender que ser testigo de violencia en el hogar es ser víctima directa y por lo tanto se debe proteger a ese niño, niña y adolescente del progenitor violento, suspendiendo el régimen de visitas hasta tanto se realicen las evaluaciones y eventuales tratamientos de ese agresor. No podemos seguir pensando que una persona violenta con su pareja puede ser buen padre o buena madre, así se generan las tragedias como la que sufrió este pequeño y su familia.

Y la lista es más larga, pero aquí quizás el punto de inflexión es pensar qué nos pasa a nosotros y nosotras con este tema, cómo nos cuesta darnos cuenta que tenemos que cambiar las relaciones de poder cotidianas que establecemos varones sobre las mujeres y adultos sobre niños, niñas y adolescentes. Es una revolución que requiere del compromiso y la participación de todos y todas, mujeres, varones, niños, niñas y adolescentes, de la sociedad civil, del sistema político, de los vecinos y vecinas, de los medios de comunicación. Este no es un tema de mujeres es un tema de injusticia social que afecta abrumadoramente a las mujeres, niños, niñas y adolescentes.

Soriano se vio convulsionado por un fenómeno que en cuatro minutos devastó a un pueblo entero y por otro fenómeno que se llevó la vida de un niño de 9 años.

Quizás nunca más un tornado arrase Dolores (ojalá) pero seguro que la violencia va a seguir arrasando vidas de niños, niñas y adolescentes en Dolores, Soriano y en todo el país.

Andrea Tuana

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