¿Soñar no cuesta nada?

¿Soñar no cuesta nada?
Kevin Johansen: «Anoche Soñé Contigo» (2011)

Por Sergio Zabalza

A veces pareciera que ganar dinero con lo que a uno le gusta es un privilegio solo reservado para algunos elegidos: artistas, genios, superdotados. Sospechamos que detrás de esta creencia hay mitos, ilusiones y fantasías que de poco nos sirven a la hora de iniciar un camino que respete los intereses personales sin descuidar las necesidades básicas que todo ser humano requiere.

“Qué lindo que es soñar, soñar no cuesta nada… nada más que tiempo” canta Kevin Johanssen, y en esa cautivante melodía que nos atrapa con su liviana e inocente cadencia, desliza verdades que sin embargo nos despiertan. Por ejemplo: que se te puede ir la vida soñando.
Somos seres hechos de tiempo, vivimos en un aquí y ahora que hace tan importante el horizonte con que proyectamos nuestra vida como la comida que saboreamos y el techo que nos abriga. Sin embargo suele suceder que, como soñar no cuesta nada, nos dejamos envolver por la fantasía según la cual, de pronto y por obra de algún mago bienhechor, terminaremos con nuestras dudas, encontraremos la solución a nuestros conflictos, surgirá el trabajo que nos merecemos o descubriremos cuál es nuestro verdadero y último interés.

Bueno, estos son los sueños que cuestan muy caro. Y conviene denunciar en qué malos entendidos reside la fuerza con que esas ilusiones nos hipnotizan mediante un brillo que ilumina y ciega a la vez.

Por alguna razón, mientras preparamos el viaje, nuestra mente se atrinchera anticipando lo que va a venir, a veces con tanta dedicación que, por ser tan precavidos y tomar tantos recaudos, no pasamos del umbral de la puerta. Otras veces, esos pensamientos nos hacen suponer que los demás –nuestros pares: compañeros, amigos, familiares– están más preparados o detentan recursos que nosotros no supimos o no tuvimos la suerte de contar en nuestro haber. Todas estas elucubraciones y murmuraciones en voz alta o baja nos paralizan, nos inhiben.

Miles Davis fue un músico que revolucionó el jazz porque mientras algunos se afanaban por lucirse con virtuosas piruetas melódicas, él se ocupaba en deslizar el sonido conveniente en el justo y preciso momento. Miles –que sabía de tiempos– les decía a sus músicos: no teman, los errores no existen. Aquí y ahora esto quiere decir que a los veinte años el problema no consiste en cometer errores, sino en estar inhibido.

Toda esa actividad fantasiosa –que no cuesta más que tiempo– descansa en idealizaciones. La peor de ellas es creer que uno llega al mundo con una vocación. De ninguna manera, la vocación se construye caminando. Y para ello hay que embarrarse, intentar proyectos, probar y probarse sabiendo que los errores son indispensables para dar paso a las convicciones.

A fin de cuentas, querido y joven lector, quizás no sea tan cierto que no sabés lo que te gusta o que nada te interesa. ¿No será que juzgás tus propios intereses con la escala de valores que utilizan los otros? Quizás haya legítimos interrogantes y motivaciones a los cuales nunca les prestaste debida atención.

 

 

Algo es seguro: esto solo se averigua en la acción. Están muy bien los tests vocacionales y toda la información que puedas recabar al momento de tomar una decisión, pero las fibras más íntimas que se ponen en juego en un trabajo y en una carrera solo aparecen cuando ponés un pie en la cancha. Porque, es bueno que lo sepas, nada hay más difícil en la vida que saber qué es lo que se quiere con lo que se quiere. Es una tarea que lleva años y conviene que la empieces ya.

Y ahora que entramos un poco más en confianza, te cuento otro mito que suele bloquear e inhibir el comienzo de la vida adulta o la elección de una carrera: las limitaciones. Uno se acostumbra a mencionarlas como algo negativo. No sirvo para esto, no me da para aquello, debo reconocer que no estoy para esto otro.

Y en cierta forma, está bien. No se puede hacer todo, nadie puede. Pero cuidado, porque el estilo, que es algo absolutamente personal, no solo se apoya en los dones y las virtudes sino –y sobre todo– en las propias limitaciones y conflictos. El gran secreto consiste en saber usarlas, ponerlas en juego a tu favor. Como esos cantantes que, a sabiendas que carecen de un gran caudal de voz, deslizan la letra de la melodía como un susurro y transmiten así más que un amplificador puesto al mango.

El estilo tiene que ver con tu más íntima y propia dimensión. Todos anhelamos que nos quieran, que nos admiren y el reconocimiento que eso supone. Y qué duda, bienvenido el éxito. Pero nada te va a resultar más gratificante que poner en juego tu propio estilo en los proyectos y tareas que encares. Y para que ello surja tan importante son los intereses personales como las urgencias cotidianas.

La fascinación por los proyectos perfectos, las empresas grandiosas y los sueños “que no cuestan” nada terminan siendo un lastre, una mochila con la que cargamos la expectativa de los otros. Aunque resulte paradójico, son las limitaciones propias de las urgencias cotidianas las que nos permiten poner en juego nuestro más propio e intransferible estilo cada vez que intentamos concretar algo que nos gusta o nos interesa.

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Fuente: Zabala, S. (2009, Noviembre 23). ¿Soñar no cuesta nada? Recuperado desde http://www.elsigma.com/psicoanalisis-y-educacion/sonar-no-cuesta-nada/12015

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