Sin límites: el cuerpo como “máquina” de goce

Sin límites: el cuerpo como “máquina” de goce
Foto: Fernando Audibert

Por José E. Milmaniene

Asistimos en la posmodernidad a un notable debilitamiento del orden simbólico, dada la defección estructural del Padre de la Ley, con la consiguiente exacerbación de las políticas de goce.

De modo que los imperativos de goce posmodernos –no se puede no gozar– no sólo no liberan al sujeto de la sumisión al orden represivo, sino que lo someten a nuevas formas de esclavitud del goce, tal como lo evidencian en la clínica la prevalencia de las patologías del vacío: adicciones, trastornos alimenticios (anorexia-bulimia) y conductas antisociales.

Las patologías de goce derivan pues en nuevas formas de subjetividad, dado que las graves injurias traumáticas generadas por sistemas socio-familiares signados por la falta de límites y por desbordes incestuosos[1], arrasan el entramado simbólico que sostiene la “identidad narrativa” del sujeto.

El actual “hombre sin inconsciente”[2] surge luego de violentos traumas padecidos en la infancia -expresión de excesos pulsionales no susceptibles de elaboración- tales como los abusos sexuales, las conductas incestuosas, los pactos criminosos y la inducción parental a prácticas transgresivas[3], sobre el trasfondo de cierta complacencia y aún legitimación social.

Se desarrollan en estas circunstancias sujetos desafectivizados que eluden y resisten cualquier orden interpretativo destinado a acotar el goce.

En tales casos toda hermenéutica interpretativa resulta imposible, dada la incapacidad de transferir: ha colapsado defensivamente el registro del Otro, lo que deriva o bien en un fuerte repliegue autístico de raíz autoerótica, o bien en conductas actuadas que buscan la repetición de las vivencias traumáticas.[4]

Con respecto al “nuevo sujeto” narcisista y apático de la posmodernidad, producto de las violentas irrupciones de goce obsceno, inherente al orden simbólico marcado por la dimisión estructural de la figura del Padre de la Ley, escribe Zizek (2012, pp.306-308): “Sus características son bastante conocidas: una falta de compromiso emocional, una profunda indiferencia y distanciamiento; es un sujeto que ya no está ‘en-el-mundo’ en el sentido heideggeriano de existencia encarnada y comprometida. Este sujeto vive la muerte como una forma de vida; su vida es el personificado impulso de muerte , una vida privada de compromiso erótico[…] En la nueva forma de subjetividad (autista, indiferente, privada de compromiso afectivo), la vieja personalidad no es ‘asumida’ o reemplazada por una formación compensatoria, sino completamente destruida; la propia deconstrucción adquiere una forma, se vuelve ‘una forma de vida’ (relativamente estable); lo que tenemos no es simplemente la ausencia de la forma, sino la forma de (la) ausencia (del borrado de la personalidad previa). Más exactamente, la nueva forma no es tanto una forma de vida como una forma de muerte; no es una expresión del impulso de muerte freudiano, sino, más directamente, la muerte del impulso”.

El goce excesivo que despierta la violenta cercanía erótica de padres incestuosos, devasta al sujeto “que se pierde a sí mismo”, y que se reduce por ende a un “pedazo de nada”, que es la forma innominada, en la cual naufragan niños capturados por la pulsión de muerte, dado que carecieron de todo cuidado libidinal y toda protección amorosa parental.

Entonces las actuaciones autodestructivas y masoquistas reemplazan el contenido sustancial propio de toda densidad de sentido sublimatorio, y el sujeto queda reducido a un núcleo autista, habitado por pulsiones acéfalas y flujos libidinales presimbólicos.

Se conforman así sujetos que recusan toda Ley, toda deuda simbólica y que no aceptan ningún límite y ninguna castración, en aras de la supuesta libertad absoluta de gozar, que no es sino una forma de esclavitud encubierta, dado que no pueden no elegir instalarse en una dimensión libidinal viscosa y repetitiva.

Estas posiciones subjetivas resultan efecto pues de un marco social signado por el relativismo ético que desconoce los valores fundacionales del orden normativo socio-simbólico, por la hegemonía del fetichismo de los cuerpos y las imágenes en detrimento de la Palabra, por la abolición del respeto por las jerarquías simbólicas, por la carencia de ideales, en fin, por la legitimación de las políticas de goce, que exaltan siempre la mismidad del narcisismo.

De modo que la sociedad posmoderna facilita la hegemonía de la maquinaria de goce -hecha del consumo del consumo- conformado por sujetos anónimos y serializados, sobre el horizonte de la severa crisis de las ideologías, la decadencia de la política y la exaltación de las “pedagogías libertarias”.

Entonces frente a la caída de los valores, la pérdida de las normas éticas de referencia, y la disolución de los vínculos solidarios y consistentes con el Otro, se plantean frecuentes resoluciones sintomáticas, tales como la estabilización a través del fortalecimiento de los núcleos autísticos, las compensaciones narcisistas que procuran las suplencias adictivas y/o la apropiación compulsiva de objetos de consumo.

Sostenemos que frente a la emergencia persecutoria del goce del Otro -encarnado por padres incestuosos incapaces de reprimir sus pulsiones- se instrumentan defensas arcaicas, que distancian al sujeto del circuito represión-retorno de lo reprimido-, para incluirlo en el registro de la escisión del Yo, correlativo al inconsciente forcluido.

Podemos conjeturar entonces que la crisis de época actual postideológica, resulta efecto de las siguientes características[5]:

a) La “evaporación” de la figura del Padre de la Ley.

La ausencia de figuras paternas consistentes, que impongan el límite subjetivante, ordenen el caos pulsional y propicien la salida exogámica, determina la persistencia de intensos goces incestuosos, en el marco de una sexualidad fetichístico-masturbatoria.

Recordemos que las estructuras psicopatológicas surgen en sistemas familiares signadas por funciones parentales fallidas, que se caracterizan por madres narcisisticas y/o “perversamente” erotizantes del hijo; y por figuras paternas débiles o ausentes, y por ende ineficaces para operar la castración simbólica, que desarticule la simbiosis fusional madre–hijo[6].

Las “metáforas paternas débiles” se corresponden con sistemas normativos socio-simbólicos vacilantes, que no sancionan con rigor las conductas transgresivas y la falta de respeto por la Ley.

La ausencia de referencias éticas firmes, familiares y sociales, propicia el desarrollo de sujetos narcisistas, que recusan el orden normativo socio-simbólico, dado que éste se contrapone a las ilusiones salvadoras de las actuaciones compulsivas y adictivas -del juego, del sexo, de los alimentos-.

Los jóvenes, carentes de referencias éticas, suponen maníacamente que el vacío subjetivo, se habrá de colmar con los objetos de goce, ajenos por completo al esfuerzo que supone cualquier práctica sublimatoria.

De modo que la producción y el amor responsable son desplazados por el ocio improductivo, el hedonismo a ultranza, las actuaciones sexuales y el “¿porqué no ya? de la certezas perversas.

La astucia del discurso capitalista consiste pues en entronizar el “totalitarismo de los objetos”, y en reafirmar la pasión idolátrica y fetichística por los mismos, más allá de toda fe en la trascendencia sublimatoria que procura la palabra[7].

De modo que la ausencia del Padre de la Ley en sociedades anómicas, sume a los sujetos en un régimen no sometido al registro de la castración, que deriva en el incremento de la agresividad especular, la violencia pulsional y la exclusión segregativa del diferente.

En tal sentido la actual persistencia de la crítica al orden patriarcal, cuando éste ha perdido casi por completo, desde el ascenso de la burguesía, su papel hegemónico, no persigue sino encubrir un régimen social totalmente permisivo, que pone en cuestión los fundamentos mismos del sistema normativo sociosimbólico, asentado en el respeto a la Ley y la preservación de la diferencia sexual -masculino/femenino- y generacional -padre/hijo-.

Los actuales críticos del supuesto patriarcado desconocen los costos subjetivos que supone la desmentida de la castración, e ignoran que la función materna debe estar –para no deslizarse hacia la perversión o la psicosis– signada también ella por la operatoria del significante del Nombre-del-Padre.

Además se suele incurrir en un deslizamiento conceptual evidente cuando se confunden las versiones imaginarias del padre –sea éste débil o autoritario, en ambos casos incapaz de operar el corte que separa a la madre del hijo e imponer el límite- con la función estructurante del Padre Simbólico, que transmite la Ley.

La crítica justa a los excesos inherentes del sistema y a sus modos históricos contingentes, no debe llevar a buscar sustituirlo totalmente por un régimen que recuse el Nombre-del Padre, tal como se evidencia en las “pedagogías libertarias”, que desconocen la autoridad fundada en las jerarquías simbólicas y exaltan la simetría especular entre padres e hijos y entre maestros y alumnos.

Entonces resulta de alto interés teórico transcribir las lúcidas reflexiones de Zizek en relación al sustento ideológico de la crítica al orden patriarcal (2012, p.63): “También se puede hablar de esos críticos del patriarcado que lo atacan como si todavía fuera una posición hegemónica, ignorando lo que Marx y Engels escribieron hace más de 150 años en el primer capítulo del Manifiesto Comunista: ‘La burguesía, siempre ha tenido dominada la situación, ha puesto fin a todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas’ . Semejante percepción todavía es ignorada por aquellos teóricos culturales de la izquierda que centran su crítica en la ideología y la práctica del patriarcado. ¿No es momento de empezar a preguntarse sobre las razones de que la crítica del ‘falocentrismo’ patriarcal y todo lo demás haya sido elevado a cuestión principal en el mismo momento histórico –el nuestro- en que el patriarcado ha perdido definitivamente su papel hegemónico, progresivamente barrido por el individualismo de derechos de mercado? ¿Qué queda de los valores familiares del patriarcado cuando un niño puede demandar a sus padres por abandono y abuso, o cuando la familia y la propia paternidad son de jure reducidas a contratos temporales y disolubles entre individuos independientes? (Y, por cierto, Freud no era menos consciente de esto; para él, el declive del modo edípico de socialización era la condición histórica para el ascenso del psicoanálisis.) En otras palabras, la afirmación crítica de que la ideología patriarcal continúa siendo la ideología hegemónica es la forma de la ideología hegemónica de nuestro tiempo; su función es permitir que nos escapemos del punto muerto de la permisividad hedonista que es en realidad hegemónica.”

 

 

Se entiende que se exagera la crítica al patriarcado, para encubrir la justificación de un sistema permisivo, signado por la legitimación social de prácticas que exaltan el hedonismo, el culto narcisista del cuerpo, el exhibicionismo, la transgresión, y la desmentida “fetichística” de la diferencia sexual anatómica.

Pero quizás una de las consecuencias más trascendentes de sociedades así caracterizadas, reside en que se toma al hijo como puro objeto narcisista, y no como un producto de la metáfora de amor que une a un hombre y una mujer.

De modo que la pregunta de Zizek resulta más que pertinente, dado que la configuración de la pareja parental en un registro especular[8], no sólo pone en cuestión la esencial figura del Padre, sino que desconoce la diferencia misma que encarna el Otro sexo, lo que seguramente no es sin consecuencias en la configuración de la identidad de los hijos.

b) La exclusión de las “cosas del amor”.

Tal como sostiene Lacan, la promoción del consumo y la exaltación del goce narcisista y el hedonismo, configuran los rasgos salientes de las presentaciones clínicas actuales más frecuentes, las que bajo el nombre de patologías del vacío, incluyen entidades tales como las adicciones, los trastornos alimenticios, y las actuaciones transgresivas del orden simbólico[9].

Entonces podemos hablar de una clínica del antiamor[10], dado que el sujeto prefiere rechazar el registro de la falta, inherente al campo desiderativo, y refugiarse en sus goces autísticos sin otredad, abocándose por ende a un puro regodeo fálico-narcisista de Uno consigo mismo.

Se tiende así a expulsar de la escena la poética del amor y la ética de la diferencia, en aras de goces obscenos, desplegados en los encuentros sexuales fugaces de los cuerpos fetichizados, con escaso o nulo compromiso existencial con la alteridad.

En esta dirección resulta interesante transcribir lo que respondió la escritora Anaïs Nin al pedido de un coleccionista, cuando este le sugirió que sus relatos eróticos sean más concretas, con menos poesía[11]: “Querido coleccionista: le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando se hace explícito, mecánico, exagerado; cuando se convierte en una obsesión maquinal. Se vuelve aburrido. Ud. nos ha enseñado, mejor que nadie que yo conozca, cuán equivocado resulta no mezclarlo con la emoción, el hambre, el deseo, la concupiscencia, las fantasías, los caprichos, los lazos personales y las relaciones más profundas (…). Ud. no sabe lo que se está perdiendo a causa de su examen microscópico de la actividad sexual, que excluye los aspectos que constituyen el carburante que la inflama. Aspectos intelectuales, imaginativos, románticos y emocionales. Eso es lo que confiere al sexo sus sorprendentes texturas, sus sutiles transformaciones, sus elementos afrodisíacos. Ud. está dejando que se marchite el mundo de sus sensaciones; está dejando que se seque, que se muera de inanición, que se desangre.”

De modo que cuando el encuentro sexual carece del soporte fantasmático inherente a la dimensión del amor, corre el riesgo de derivar en una práctica masturbatorio-fetichística, signada por la monotonía del ritual y el aburrimiento propio de las formas vacías de las histerias desexualizadas.

Entonces el registro del placer es desplazado por el goce de los órganos del cuerpo, desamarrados de toda singularidad subjetiva, y el sujeto capturado por la fascinación autoerótica, tiende a romper la relación libidinal con el Otro.

Recordemos que las estructuras neuróticas –tributarias del registro de la falta- instalan una relación de insatisfacción histérica con el deseo, a diferencia de las estructuras de goce, que anclan al sujeto en la satisfacción plena y fugaz que procura el registro pulsional.

En circunstancias propias de la “normalidad neurótica”, el “dolor de existir” que siempre deriva de la falta-en-ser tiende a ser suplido con el imaginario consistente del amor, lo que suele generar síntomas tales como: las desilusiones, las inhibiciones, la escisión entre el deseo y el amor, la impotencia y las fobias.

Por el contrario las patologías del vacío propias de la posmodernidad desconocen la dimensión del amor, dado que prefieren evadirse de la angustia inherente a los encuentros amorosos, en aras de la plenitud del goce que procura el fetichismo objetal de los cuerpos, en un “régimen de ausencia total de riesgo”.

Escribe Badiou (2012, p.28) : “mientras el deseo se dirige hacia el otro, de una manera siempre un poco fetichista, hacia las zona elegidas, como los senos, las nalgas, el pene…, el amor se dirige al ser mismo del otro, al otro tal como ha surgido -completamente armado con su ser- en mi vida rota y recompuesta.”

A diferencia del sexo-fetiche y las adicciones a los objetos de consumo, que no están más que al servicio del fortalecimiento del narcisismo, el amor arroja al sujeto más allá de sí mismo, dado que lo acerca al núcleo incierto del Ser del Otro.

Expresa Badiou (2012, p. 26): “En el amor, el sujeto va más allá del narcisismo. En el sexo, usted está al fin y al cabo en relación con usted mismo, mediado por el otro. El otro le sirve para descubrir lo real del goce. En el amor, por el contrario, la mediación del otro vale por si misma. Esto es el encuentro amoroso: usted busca tomar por asalto al otro, para hacerlo existir con usted, tal como es.”

De modo que en la posmodernidad, la devaluación de la palabra y la entronización de los lenguajes obscenos, con escasa distancia simbólica del orden pulsional, resulta correlativa de la degradación de la poética del amor.

Por eso el beso del amor agota el deseo en una lengua –en el doble sentido de cuerpo y lenguaje- tal como expresa Nancy (2003,p.46 y 60): “Pero me limito a una breve cita, tomada de Celan, y que merecería un comentario mucho más largo: ‘El beso, por la noche/imprime la combustión del sentido en una lengua’.[…] El goce no es nada que se pueda alcanzar: es lo que se alcanza y se consume al alcanzarse, quemando su propio sentido, es decir, iluminándolo al calcinarlo[…] El poema es goce de la lengua y lengua del goce.”

Se entiende así, que el beso del amor ilumina a través de la evocación poética, al goce “lenguajero”[12], dado que alcanza simultáneamente al cuerpo erógeno y al corpus del lenguaje mismo.

La combustión del sentido inherente al amor, alude a que aquél se consume cuando se consuma el deseo apasionado, por lo que escapa a toda representación, salvo las que insinúan las palabras poéticas del discurso amoroso.

El discurso del amor enuncia palabras que adquieren la intensidad propia de una declaración, que en tanto acontecimiento, marca el pasaje de un encuentro azaroso a la fijación de una construcción existencial, que inscribe la eternidad en la duración temporal.

El encuentro deviene acontecimiento cuando se libra de la fijación del azar, y la palabra poética del amor -que anhela la permanencia del “te amo para siempre”- supone efectos infinitos.

Cuando pronuncio la declaración de amor, afirmo en ese mismo acto que me comprometo a transformar el azar en una obstinación y a construir un vínculo potente signado por la fidelidad a un proyecto que aspira a la permanencia.

Las palabras del amor expresan un anhelo de eternidad, y en el acto mismo de su decir prefiguran un destino, dado que convocan a sostener el compromiso que sella su mismo decir. De allí la importancia de la “declaración de amor”, que muestra su potencia como construcción posible a partir de una promesa.

La fobia a pronunciar las palabras del amor reside, en que los neuróticos perciben el fuerte compromiso que genera su mera enunciación, dado el temor inconsciente de quedar “atrapados” para siempre en y por el Otro.

Recordemos asimismo que en la actualidad se observa una creciente degradación fetichística de la poética del amor, dado que el cuerpo cosificado, se considera un mero objeto-instrumento al servicio del propio goce.

Se conforma así una sexualidad de características fetichístico-masturbatorias, que sólo apetece la apropiación objetivada de una parte del cuerpo del otro, a la que se la recorta otorgándosele una significación fálica.

Por el contrario, el encuentro amoroso con la alteridad irreductible que encarna el Otro sexo, se funda en la atracción que ejerce el objeto petit a, la causa-objeto del deseo, que es efecto de las palabras del amor, y que aparece bajo la forma inefable y misteriosa del je ne sais quoi, ese no se que fascinante, que emerge palpitante en los intersticios del discurso amoroso.

Así escribe Agamben (2006, p.126): “El amor no soporta la predicación copulativa, jamás tiene por objeto una cualidad o una esencia. Yo amo a María, bella-morena-tierna, no amo a María porque es bella, morena y tierna, en cuanto que tiene éste u otro atributo. Todo decir significa decaer del amor. En el momento en el que caigo en la cuenta de que la amada tiene ésta o tal cualidad, este defecto o tal otro…me he salido irrevocablemente del amor, aunque -como ocurre muy a menudo- continúe creyendo que la amo, porque tengo sin duda buenos motivos para hacerlo. El amor no tiene motivos”.

El amor carece pues de motivos y/o esencias: es testimonio de la atracción que opera el objeto-causa, y las cualidades o defectos del ser amado se significan a partir del efecto que genera la presencia cautivante del Otro, precisamente en tanto objeto-causa.

En el amor cada cual encuentra el objeto petit a en el Otro y quizá presencia de este elemento real que habita en el núcleo vacío del Ser de cada cual, hace obstáculo a la fusión narcisista de los cuerpos fetichizados.

El enigma del amor reside pues, en que el Otro es el propio sujeto en su otredad, de modo que me desposeo de mi propio ser para reencontrarme en y a través del Otro amado.

Mientras el deseo apunta al cuerpo fragmentado del Otro, al que se anhela febrilmente poseer al modo fetichista para restituir la completud narcisista[13]; el amor se dirige al Ser del Otro para compartir la existencia merced al recubrimiento incompleto de dos faltas, que siempre dejan un resto vacío, testimonio melancólico de la imposibilidad de toda sutura narcisista de Uno a través del Otro.

Entonces, si bien el amor supone la dimensión narcisista, esta inflexión no implica que lo que se ama en Otro sea sólo un reflejo idealizado de cada uno de nosotros.

De modo que uno ama en el Otro ese misterioso “no se (por) que” desconocido en Uno mismo, y que sólo aparece y atrapa bajo la forma del objeto del amor. La lectura que nos hacemos posteriormente del enigmático encuentro amoroso, no persigue responder a la pregunta de “quién es” el Otro, sino develar las incidencias de tal fascinante singularidad.

Finalmente diremos que sólo cuando se vive la experiencia del amor y somos concientes de ella, se puede trascender el círculo tanático configurado por la Ley/pecado y acceder a la evidencia del registro de la diferencia del amor con la Ley, que su inflexión superyoica, ordena gozar. Entonces el conflicto se dialectiza y el triunfo del amor permite trascender el goce, para arribar al Deseo responsable por el Otro.

c) El cuerpo como máquina de goce.

El impacto sobre los cuerpos de las políticas de goce, se puede caracterizar a través de los siguientes índices:

  1. Prácticas auodestructivas sobre el cuerpo: se trata de la castración actuada de los goces excesivos y malignos, tal como lo evidencian las perforaciones, escarificaciones, deformaciones y aún mutilaciones, que agujerean realmente el cuerpo fetichizado, con un alto gradiente masoquista[14].
  2. El uso anaclítico de la imagen del cuerpo especular del Otro: Consiste en la mimesis identificatoria del cuerpo, de un ser vaciado de sentido, con la imagen del otro, que le brinda un soporte protésico. En este proceso se verifica una masiva identificación especular con otro, que no es sino la imagen del cuerpo de Uno reduplicado. Estas parejas se fascinan a través del goce que procura la exaltación de la mismidad del narcisimo, más allá de cualquier modo de triangulación edípica.
  3. La mortificación real y no simbólica del cuerpo: Se trata de una desvitalización y deserotización nirvánica del cuerpo, debida al predominio, fuera de discurso, de la pulsión de muerte.

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Referencias:

  1. Un ejemplo paradigmático de los frecuentes excesos incestuosos, lo configura el exhibicionismo obsceno de la vida sexual frente a los hijos. Así no resulta infrecuente observar a algunos  padres entablar vínculos sexuales con  las amigas de sus  hijas adolescentes.
  2. Según  la lograda expresión de Massimo Recalcati.
  3. Resulta evidente como los hijos actúan los deseos perversos de padres inductores, tal como se comprueba en los progenitores de delincuentes y personalidades antisociales.
  4. Es frecuente  observar  como mujeres abusadas sexualmente por sus padres, entablan relaciones sado-masoquistas con personalidades psicopáticas,  como  repetición activa de un fuerte goce incestuoso padecido pasivamente en la infancia. La frustración inherente a tales elecciones permite sostener la permanente desconfianza hacia el hombre a la vez que vengarse de él. Queda obviamente lesionada la capacidad de amar, dada la erotización excesiva de los vínculos edípicos durante la infancia, signados por  pactos perversos familiares.
  5. Sigo los lúcidos y rigurosos desarrollos de Massimo Recalcati en sus textos Cosa resta del Padre? Raffaello Cortina Editore, Milano 2011;  y en L’uomo senza inconscio, Raffaello Cortina Editore, Milano 2010.  Este autor es a mi juicio uno de los que mejor ha definido las figuras de la nueva clínica psicoanalítica y la estructura de las patologías de goce. Realiza una articulación muy valiosa entre la psicopatología y el  orden socio-simbólico actual.
  6. He desarrollado ampliamente esta temática en mis libros “La función paterna”  Bs. As. , Biblos, 2004; y “Clínica de la diferencia de tiempos de perversión generalizada”, Bs., As. Biblos 2010. p.52-55.
  7. Véase al respecto mi texto La fe en el Nombre. Una lectura psicoanalítica de las creencias, Biblos, Bs. As. 2012
  8. La figura del  padre, que encarna efectivamente el rol de terceridad simbólica, se ve desplazada tanto en las familias monoparentales (madres que optan por utilizar al hombre como mero reproductor biológico, sin otorgarle ningún lugar en su deseo); como en las familias de padres del mismo sexo. Se plantea  así la compleja cuestión de la autoridad materna como lugar de la Ley, así como los conflictos que derivan  de padres que actúan maternalmente, resignando su función simbólica de portadores de la Ley.
  9. Véase al respecto mis consideraciones sobre las patologías de goce o vacío en  La ética del sujeto, Biblos, Bs. As. Cáp. 2., 2010 y en Clínica de la diferencia en tiempos de perversión generalizada, Biblos, Bs. As. Cáp. 3 2011.
  10. Tal como lo recuerda Recalcati (2003, p.13): “La expresión ‘antiamor’ ha sido utilizada por Jacques-Alain Miller para definir la posición del sujeto toxicómano en relación al Otro.”
  11. Véase el artículo de Silvana Boschi “Anaïs Nin y esa sutil división  entre best-séller  y erotismo” aparecido en Ñ .485 Revista de Cultura del diario Clarín de Bs. As. del 12 de Enero de 2013, p.3.
  12. Se trata de un neologismo usual en la jerga lacaniana, que alude al lenguaje en su dimensión metafórica y literal, en tanto es la lengua que goza. Con el  goce que procura el poema,  se evoca el goce real del beso, en tanto éste se asienta en la zona erógena que anuda   la  lengua-órgano con la lengua-lenguaje.
  13. En el fetichismo se transforma directamente la causa del deseo en nuestro objeto de deseo.
  14. El logrado relato de Kafka En la colonia penitenciaria anticipó literariamente las conductas que mortifican el cuerpo. Así  se relata como  una máquina  inscribe la sentencia de la pena capital en el cuerpo,  por medio de agujas aceradas. Los condenados a muerte deben descifrar, antes de su muerte  extática, el sentido del mensaje escrito con letras grabadas en la carne.

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Fuente: Milmaniene, J. (2013). El cuerpo como maquna del goce. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/columnas/el-cuerpo-como-maquina-de-goce/12587

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  1. Andrea Coppola Zícari
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    Me encantó el artículo!!! Autor?? Con concepciones teóricas muy sólidas para pensar las llamadas “patologías del vacío”, como se mencionan, las patologías de la adolescencia y las enfermedades autoinmunes; con compromiso del deseo, el cuerpo y las posibilidades de manifestación de la corriente afectiva.
    Lic. Ps. Andrea Coppola Zicari

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    1. Articulando

      El autor es José E. Milmaniene, al pie del artículo está la referencia completa y la dirección de donde lo obtuvimos, igual anotamos como sugerencia que seria mejor aclararlo arriba, en algun lugar más visible. Gracias por hacernos notar ese punto.

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