Resiliencia

"Point of View": Mohan K.
«Point of View»: Mohan K.

Por Denise Najmanovich

(Conferencia de Denise Najmanovich en Encuentro Internacional de Resiliencia, Mayo 2005, Alianza Francesa, Buenos Aires.)

Bueno, le vamos a dar la palabra a {Denise Najmanovich}, que es una conocida epistemóloga.

«Bueno, yo voy a empezar comentando una sensación que tengo después de haber leído los libros de Boris, de haberme encontrado con él, de participa en este encuentro. A medida que pasaban las horas se me fue haciendo cada vez más difícil saber qué decirles en el tiempo que tenía asignado en esta mesa. Una maldición china me taladraba la cabeza cada vez con más fuerza: “que vivas en una época muy interesante”. Si nos toma desprevenidos no parece siquiera una maldición (de allí su potencia), pero si reflexionamos un poco nos damos cuenta que el interés viene de la mano de la turbulencia. En este caso, mi inquietud se relaciona con una pregunta: ¿Qué forma darle a un panel de cierre de un encuentro tan interesante? Una posibilidad podría ser recurrir a la paradoja. Yo, como Marta, soy una enamorada de esa estética y así dar cuenta que no hay tal cierre, que éste es apenas un final, pero no una conclusión, sino una apertura para nuevas posibilidades.

Barnett Pierce me enseñó hace muchos años que no se puede cambiar de paradigma sin atravesar un terremoto. Yo quisiera plantear aquí que pensemos la resiliencia como una oportunidad para algo mucho más conmovedor que un cambio de paradigma, que es cambiar de un modo de existencia. Quisiera destacar que no se trata de un destino garantizado ni determinado, sino de una oportunidad. No será la lectura de los textos, ni la realización de cursos, lo que promueva esta posibilidad (aunque obviamente colaboran con ella), sino la transformación de las prácticas profesionales, los modos de producción de sentido, y los estilos relacionales, las que hagan existir otros modos de pensar-actuar que nos permitan salir del cautiverio de la cultura de la falta. La noción de resiliencia pone en entredicho el núcleo de la perspectiva ética y conceptual de nuestra cultura occidental estructurada a partir de “modelos ideales” de los cuales somos meras “copias imperfectas”. Desde esta perspectiva todo lo existente “nace en falta”, fallido, degradado, imperfecto.

La resiliencia sin embargo no pivotea sobre la falta, y esta sola diferencia ya hace la diferencia, como decía Gregory Bateson. Es por eso que construir una práctica desde la resiliencia ya no implica sólo de cambio de paradigma. Me voy a permitir en este final disentir con algo de lo que dijo Boris. Creo que no con el espíritu pero sí con las palabras que utilizó. Yo considero que no necesitamos una teoría de la resiliencia. Lo que precisamos es ser capaces de producir nuevos sentidos, y la teoría no es el único modo de hacerlo. La teoría es afín a lo que llamamos dogma, y podemos encontrar ya una pista de ello en la etimología: “teóricos” eran los que miraban de afuera las Olimpíadas. Una teoría es una mirada que pretende ser independiente, externa a las cosas, y de este modo lograr describir el mundo de forma clara y distinta –como planteaba Descartes-. Un mundo estable, separado y fijo. En la actualidad me parece mucho más convocante pensar en términos de ‘figuras’, que aparece mucho en la obra de Boris, al igual que la idea de ‘estilos’. Yo hablaría de un enfoque, de un abordaje de la resiliencia, que incluye muchas metodologías, prácticas, conceptualizaciones, figuras y estilos diferentes. Algunas de los cuales han trabajado profundamente la estética paradojal, donde el vacío no quiere decir falta pues no se trabaja comparando lo que existe con un modelo ideal.

Esta idea de una filosofía y un modo de existencia construido sobre la falta, tiene un largo camino desde Platón hasta nuestros días, que engloba a la mayoría de los filósofos con algunas notorias excepciones entre las que se destacan las figuras de Spinoza y Nietzsche. Para la inmensa mayoría de los filósofos y pensadores occidentales el mundo de todos los días es una mera apariencia, un flujo caótico que impide la conexión con el verdadero mundo que sólo ellos conocen porque no se dejan llevar por las apariencias. Ese “otro mundo” es un mundo absolutamente perfecto, ordenado, claro y distinto, donde no falta nada. Los humanos hemos caído de ese mundo (que es el mundo de las Ideas, el mundo de las teorías), al mundo imperfecto dónde todo se mezcla, todo es híbrido, se ha perdido la pureza original. La filosofía sería un medio para volver a entrar en ese paraíso perdido.

Para aclarar un poco más esta perspectiva quisiera plantear una analogía muy simple y tal vez justamente por ello muy valiosa. Si pensamos en un colador nos damos cuenta que no le falta nada por tener agujeros. El vacío es constitutivo de su modo de existencia. A los seres vivos no les falta nada al estar abiertos, tienen que estarlo necesariamente porque su modo de existencia es el intercambio. En estos dos ejemplos podemos ver que el vacío no es falta, sino que su existencia es imprescindible para cualquier modo de constitución capaz de cambiar, crecer, evolucionar o meramente transformarse. Es por eso que no me gusta hablar de “teorías integradoras” o “teorías holísticas”, aunque entiendo y comparto el espíritu de Boris cuando plantea la necesidad de religar aquellas disciplinas con que nos fueron compartimentando la vida, el pensamiento, el alma y el sentimiento. Prefiero hablar de enfoques que hacen lugar a la complejidad y no de teorías (ni integradoras, ni de otro tipo) y menos aún de disciplinas. Yo hoy comentaba que una de las cosas que me encantó de estos días, es volver a encontrar a mi bioquímica en mí, es volver a encontrar la posibilidad de reinsertar al hombre en la naturaleza, de pensar el sentido como una práctica nutritiva, como una práctica en la que junto con otros estamos nutriéndonos con otros de afectos, de conceptos y de modos de percibir. Deleuze dice que “Un filósofo no sólo inventa conceptos. También inventa modos de percibir”. Y si yo pensara en Spinoza, otro filósofo que estuvo “planeando por aquí”, al menos para mí, nos ayuda a pensar que “el filósofo también inventa modos de existencia”. La diferencia entre Spinoza y Platón, o la diferencia entre Spinoza y Descartes, la trabajó de una manera muy interesante Damasio, un neurofisiólogo contemporáneo. Uno de sus últimos libros es “El error de Descartes”, y otro que todavía no se publicó en Argentina en francés tiene un título que traducido al español es Spinoza tenía razón, en inglés era algo mucho más parecido a “Buscando a Spinoza”. La traducción es siempre una producción de sentido no una mera trascripción entre códigos inertes. Boris habla muchas veces en sus textos de “atribución de sentido”. Fíjense qué diferencia se puede dar en cualquier conversación, acá, en un bar, en cualquier contexto, si decimos “esto significa…”, o si manifestamos “yo traduzco lo que decís…”, “le estamos atribuyendo este sentido”. Cada conversación es a una práctica social, emocional, corporal, diferente que hará existir mundos muy diversos según alguien se considere poseedor de “el significado” o “participe de una producción abierta y responsable de sentido”. Y creo que este tema estuvo en primer plano en este encuentro, aunque no siempre de modo explícito o evidente. Por ejemplo en el dispositivo dialógico por el que quiero felicitar a Juana Droeven puesto que nos permitió encontrarnos con lo que acordamos y con lo que discordamos. Una alumna mía me enseñó en un examen final (es muy grato para mí, como profesora, aprender en los exámenes) que: “Nos juntamos por lo que tenemos en común, pero crecemos por lo que nos diferencia”. Es a partir de la tensión que expresa esta idea que considero que la resiliencia es una gran oportunidad en la medida en que provee de un espacio amoroso de encuentro que facilita soportar la tensión implícita en toda transformación. Desde mi punto de vista la repetición es uno de los tantos modos que tenemos los humanos de evadir esa tensión vital.

 

 

Considero que tenemos que tener cuidado con la distinción entre déficits y recursos. Si la convertimos en una dicotomía quedaremos presos de ella. Yo no me había dado cuenta hasta hoy, cuando Cristina Ravazzolla me dio la oportunidad de pensarlo. Los “buenos” creen saber cuáles son los recursos y los déficits. En cambio desde el estilo que admite la complejidad sabemos que cuando alguien habla de los recursos es porque ya está pensando en función de un modelo pre-definido, “son recursos para algo”. Creo que es mucho más interesante pensar en términos de potencia, que esto es también lo que habilita Spinoza.

En la Argentina, Ignacio Leukowicz, trabajando sobre las catástrofes, planteó que para mí es fundamental: después de una catástrofe o de un trauma, como se habló aquí, no hay ‘lo que queda’, lo que queda es pensar en función de la lógica anterior; ‘hay lo que hay’. Lo que hay es esta potencia, que no es un recurso, pues recurso era en función de la lógica anterior. En este sentido un trauma nos da una oportunidad de salir de la encerrona recursos-déficit.

Me gustaría acercarme al final de esta ponencia pensando en si la diferencia entre el trauma y el desarrollo “normal” es tan radical como la planteó Boris. La idea de ‘microtrauma’ como la presentó Estrella Joselevich me parece muy fecunda y además es diferente a cómo la tomó Boris cuando contestó refiriéndose al trauma insidioso. Creo que el desarrollo ocurre a través de microtraumas, en la medida que pensar es energéticamente costoso y cambiar es doloroso, Joseph Campbell, nos habla de la crueldad de la vida. Coincido con él, la vida no es gentil; cambiar lleva mucha energía, tiene implicaciones bellas pero muchas son horribles, al menos en ciertos momentos. Y en este lugar me parece que pensar el desarrollo en función de este trabajo del pensar y de este esfuerzo, que no es nunca individual. Porque el otro punto que quería tocar antes de despedirme es que así como me resulta imperioso restituir el hombre a la naturaleza, me parece que le tenemos que restituir el hombre a la comunidad. El ser racional cartesiano, el sujeto, no es un hombre de la comunidad. Para la filosofía de la falta (que paradójicamente es la filosofía devota de la completud y de la independencia absoluta) el otro se presenta como radicalmente Otro. Y muchos pensadores plantean que el sentido es siempre social (incluso el propio Saussure trágicamente, para mí, aplastado por la lectura estructuralista). La palabra, decía Wittgenstein, no significa jamás, si significa sólo para mí. No hay lenguaje privado. El lenguaje es nuestro medio ambiente social, que hace del hombre lo que es. Pero ese medio ambiente social no es un medio ambiente sólo de palabras, es un medio ambiente de sentidos. Y los sentidos son afectivos, los sentidos son gestuales, los sentidos no están mediados sólo por palabras. Incluso Latour habla del sentido a través de los objetos. Para comprenderlo pensamos por ejemplo, en muchos lo que nosotros llamamos ‘lomo de burro’ (en muchos países de Latinoamérica lo llaman ‘policía acostado’), tiene un sentido muy claro: que bajemos la velocidad. Y su sentido se expresa de manera mucho más potente que las señales de tránsito. Porque la señal, todo lo argentino sabe, es interpretada generalmente como si fuera una bandera verde para acelerar. En cambio, el sentido producido por los objetos tiene un modo de construcción y de estabilización de nuestras prácticas sociales muy poderos que hasta ahora pocos autores han trabajado.

Quiero proponer que pensemos las producciones de sentidos dentro de nuestras prácticas profesionales, para darnos cuenta que la resiliencia pone en jaque no sólo los paradigmas, no sólo las teorías, sino las prácticas institucionales a partir de las cuales esos paradigmas y esas teorías se instituyeron. Y por eso duele tanto. Porque pone en jaque los lugares de poder al interior de las instituciones, los modos de conversación, las formas de los congresos, la estética y la ética de las prácticas, las relaciones de saber-poder. Es decir que pone en jaque globalmente el modo en que existimos.

Yo, como antes Marta se permitió, voy a imitarla y hacer una confesión. Yo tenía mucho miedo de conocer a Boris, porque en general me frustra mucho la gente cuyos trabajos me interesan y luego encuentro una persona que no me resulta afín a su trabajo. Y cuando lo conocí a Boris me gustó muchísimo (eso fue parte de esa maldición china de los tiempos interesantes) porque encontré en sus ojos una curiosidad vivaz que me parece que es la que habilita al tipo de conexión con el mundo que habilita perspectiva de la resiliencia que es capaz de encontrar lo que hay, la potencia de lo que hay en todo ser humano. Porque no es que no pivotea sobre la falta porque es bueno, es que su curiosidad y su atención está concentrada sobre la potencia y lo que se puede hacer existir. Nuestros modelos institucionales están centrados y estructurados, y nuestra forma de participar en ellos, y de percibir el mundo, se construyen a partir de la crítica. Y la crítica nos deja siempre empantanados, no sólo en la falta, sino atrapados en la lógica de lo que estamos criticando.

Ahora sí hemos llegado al final y quiero despedirme leyendo un poema de Fernando Pessoa:

De todo quedaron tres cosas:
La certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir,
la certeza de que sería interrumpido antes de terminar.
Hacer de la interrupción un camino nuevo.
Hacer de la caída un paso de danza.
Del miedo, una escalera.
Hacer del sueño un puente.
De la búsqueda, un encuentro

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Fuente: Najmanovich, D. (n.d.). Resiliencia. Recuperado desde http://denisenajmanovich.com.ar/esp/resiliencia/

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