Red social y el amor cortés

Red social y el amor cortés
The Social Network (2010)

Por José Vidal

Jacques Lacan[1] anticipó que los gadges, los instrumentos producidos por el discurso científico, incluso sin que nos demos cuenta, iban a dominar progresivamente el vínculo social. Se insiste mucho en los peligros que esas actividades encierran, y tal vez sea cierto, pero no se ha llamado la atención sobre las posibilidades de estos medios para obtener una nueva forma de suplencia respecto a lo imposible de la relación sexual.

La película Red social (Social network), que hace una crónica de la invención de Facebook, resulta sumamente interesante porque nos muestra, en primer lugar, que los grandes hallazgos sobre el uso de Internet con fines afectivos, como Facebook, Twitter o YouTube, no provienen de las frías cabezas de los científicos al servicio de los capitalistas sino que surgen del deseo ardiente de jóvenes y audaces hackers en la búsqueda de satisfacer necesidades que para nada son de orden económico. Ni siquiera se trata del progreso del saber, como podría pensarse Google o Wikipedia donde lo que hay es una multiplicación geométrica de la información. De lo que se trata acá es de un empuje, algo que dice en el film Mark Zukerberg, hablando con otro famoso hacker, el creador de Napster, un empuje de “ver hasta dónde esto puede llegar”. Es decir, un imperativo muy propio de nuestro tiempo, el de un empuje, “un poco más”, pero que apunta ahora a los estados afectivos de los usuarios, a la creación de comunidades de goce y a ver a cuántos pueden sumar en el compartir ese goce. Vienen luego, por supuesto, los grandes inversionistas, los asesores de mercado, los que apuestan a la multiplicación de las divisas. Pero lo que interesa inicialmente es el crecimiento geométrico de la masa en lo que Virilio llama una sincronización afectiva. No se trata de mensajes en el sentido significante, de contenidos, sino de signos que dan al otro la certidumbre de estar en sintonía y de pertenecer.

Probablemente en esto se verifica la tesis de explotación capitalista tardía que expone Toni Negri[2], es decir, la del trabajo inmaterial, el de millones de seres humanos trabajando frente a las pantallas en la producción de un bien intangible pero que representa la nueva forma de acumulación del capital. No ya en el trabajo material, el de la producción de bienes materiales que parece ir a desaparecer, al reemplazarse la fuerza física por la creciente y sostenida robotización, sino el trabajo intelectual de millones de personas conectados a Internet y aportando su pequeño grano de arena a esa multiplicación infinita del saber.

El segundo punto a destacar de la película y que resulta realmente genial, más allá de su escaso valor artístico, es que propone que todo eso, todo ese trabajo, todo ese esfuerzo de los hackers, está en función del amor. El motor final y verdadero que pone a trabajar ese ingenio de esos jóvenes es el propósito de llegar a algunas chicas. Y especialmente una chica.

 

 

El protagonista de Red Social es humillado por una chica que, harta de su arrogancia, le dice que es un imbécil y corta con él. Así empieza la película. Esa misma noche, borracho y empujado por el despecho, comienza la creación de un sistema de mensajes destinados a ella, pero de modo indirecto. Esa es una clave del asunto y que es lo que quiero mostrar, se trata de lo indirecto.

El tipo escribe. Siente ese impulso como suele ocurrir con las cuestiones del amor, la necesidad de escribir. No es que le escriba una carta diciéndole lo que piensa de ella, proponiéndole una reconciliación o reprochándole su conducta. No. La insulta públicamente en un blog, donde escribe lo que le pasa. Se da cuenta así, que los que leen los blogs, están al tanto al instante de su estado de ánimo y pergeña de ese modo una red de contactos sociales en los cuales cada uno puede poner cómo se siente.

En fin, todos conocen la consigna de Facebook hoy, ¿en qué estás pensando? O la de Twitter ¿qué está pasando?. Se trata de hacer saber el “estado”, especialmente el estado afectivo de cada uno. Pero lo que la película propone, y esto es lo realmente interesante, es que ese joven, siempre buscó, por una vía desviada, por un rodeo, un rodeo que, ahora podemos ver, alcanzó al planeta entero, hacerle saber a ella sus sentimientos. Es muy gracioso, porque aún con miles, millones de amigos de Facebook no ha conseguido que la chica en cuestión se entere de lo que él quería hacerle saber.

La premisa lacaniana no hay relación sexual, que expresa la imposibilidad para el ser humano de escribir algo de lo que el sexo supone para él, implica que sobre esa imposibilidad se escriban muchas otras cosas en el intento de suplir esa carencia de lógica. Y eso es, de hecho, lo que ocurre con las redes sociales de Internet que, en tanto son un intento de escritura de la relación que no hay, vienen al mismo lugar que alguna vez ocupó el amor cortés.

La época, caracterizada por un imperativo de goce, un hay que gozar más, hay que ser feliz, tener sexo y que sea satisfactorio, realizar las fantasías, etc, acorrala a los sujetos y el amor, el discurso amoroso, como lo ha señalado hace poco Eric Laurent, viene a ser una defensa contra el exceso de goce.

Las redes sociales permiten la creación de comunidades de goce, en el sentido de la identificación a ciertos signos que el otro aporta, pero permiten a la vez mantener una distancia respecto al cuerpo del otro que viene como un alivio a ese exceso de goce.

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Referencias:

  1. Lacan, Jacques. El seminario 20, Aún. Paidós. BsAs, 1992
  2. Negri Antonio. Dialogo sobre la Globalización, la Multitud y la Experiencia Argentina, Paidos, Argentina 2003

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Fuente: Vidal, J. (2011, Agosto 7). Red Social y el amor cortés. Recuperado desde http://lacanparaafuera.blogspot.com/2011/08/red-social-y-el-amor-cortes.html

José Vidal
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