¿Me quiere mucho, poquito, nada?

¿Me quiere mucho, poquito, nada?
Foto: Arianna Calvo

Por Daniel A. Fernández

Nada angustia tanto como vivir deshojando una margarita, preguntándonos qué somos para un otro significativo en nuestra vida. ¿Me quiere mucho? ¿Poquito? ¿Nada? Ante la asfixiante sensación de no saber, sin duda elucubraremos alguna fantasía a modo de respuesta. Dicha fantasía puede que nos agrade o disguste, pero siempre habrá de ser un bálsamo porque al menos destruirá al angustiante enigma. En dicho sentido, la respuesta ante el interrogante de qué lugar ocupamos en el deseo del otro nos genera cierto grado de equilibrio, aunque sea ficticio, dado que habrá de funcionar a modo de consuelo.

En todos nosotros existen fantasías, conscientes e inconscientes, favorables o no, que de algún modo cumplen o cumplieron determinada función en la constitución de nuestro psiquismo y en nuestro deambular por la vida. Sin embargo, más allá de la selva fantasmática que nos habita, la mayoría de nosotros es condicionada por una fantasía fundamental. De aquí en más, para diferenciarla del resto de las fantasías, me referiré a ella mencionándola por el nombre que le diera Jacques Lacan: “fantasma fundamental”.

Este fantasma (fantasía con partes conscientes e inconscientes) se fue constituyendo en la infancia y en la adolescencia, a partir de la relación con los primeros otros (nuestros padres). Claro que difiere en cada uno, dependiendo de nuestra historia particular. Y habrá de configurar, en cierto modo, la manera en que nos relacionamos con el mundo y con los otros. Sí, podríamos considerar que este fantasma fundamental será, en enorme medida, parte de ese metafórico cristal del cual hablamos en el capítulo anterior.

 

 

El fantasma fundamental tiene por función identificar, nombrar, designar el deseo del otro. Es a partir de dicho fantasma que nos creemos capaces de cubrir lo que el otro busca. El fantasma no es más que una hipotética frase, que pretende responder a la pregunta acerca de qué lugar ocupo en el deseo del otro, de qué quiere de mí ese otro. Es decir que ante el angustiante interrogante de no saber qué somos para el otro, el fantasma será la respuesta que afirmará que somos esto o aquello o lo que fuere.

Es preciso aclarar que reconocer el propio fantasma, construir la frase que lo define, no es una tarea sencilla y significa una larga labor en Psicoanálisis, que no siempre es posible. Más aún, cuando se trata de ir más allá de este condicionante fantasma, atravesándolo. Pero, por regla general, es válido tener presente que un verdadero y saludable equilibrio habrá de depender de que el sujeto ya no crea en la ficción de su fantasma.

Es más, que ya no la requiera. Es claro que siempre es más sencillo culpar al otro o cuestionarnos acerca de un porqué, que asumir y expresar lo que nosotros mismos deseamos. Pero el objetivo debe ser que cada persona pueda sentirse libre para actuar acorde a su deseo y ya no a partir de su fantasma (en relación al deseo de los otros).

¿Te preguntaste alguna vez que desean de ti los otros? ¿Qué esperan de ti? ¿Quién eres o deberías ser según los otros? ¿Sientes que te has vinculado repetidamente con los demás ubicándote en el lugar que ellos esperan que ocupes? No olvides que la base para aspirar a un cambio auténtico radica en que primero te conozcas, que sepas quién eres tú más allá del deseo de los demás. Y ten presente que todo autoconocimiento dependerá de que primero te interrogues.

Daniel A. Fernández
Últimas entradas de Daniel A. Fernández (ver todo)

Comentarios

comentarios

Post Comment

*