Psicología y sufrimiento social: la responsabilidad de nuestra disciplina frente al proyecto de reforma constitucional

Psicología y sufrimiento social: la responsabilidad de nuestra disciplina frente al proyecto de reforma constitucional
Foto: «noalabaja.uy«

Por Eliane Gerber Comba

El próximo 26 de Octubre los uruguayos estamos convocados a las urnas a decidir si deseamos reformar la Constitución, rebajando la edad de imputabilidad penal a los 16 años de edad.

Tomo el desafío de colaborar con el esfuerzo que a través de este medio se viene realizando para aportar elementos de juicio al respecto. Lo hago en mi doble condición, o quizás única, de profesional de la psicología y militante social, que desde 2011 forma parte de la Comisión Nacional No a la Baja (NALB), siendo actualmente integrante de Comisión Departamental NALB Maldonado.

Quisiera realizar antes de comenzar algunas reflexiones preliminares, que justifican el abordaje que haré de esta discusión particularmente multidimensional y delicada.

En primer término considero que hay una cierta tradición en nuestra disciplina, a la que este esfuerzo de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay y el portal de Psicología Articulando hace honor, que no divorcia los modos de hacer psicología, del compromiso con la transformación de las estructuras productoras de sufrimiento social. Entendiendo que estos son dos niveles de trabajo y pensamiento que no pueden más que comprenderse y emprenderse en conjunto.

En segundo lugar me gustaría subrayar, en concordancia con múltiples autores que van desde Lipovetsky hasta Foucault, que la psicologización de la vida cotidiana es una herramienta de poder particularmente extendida en nuestros días. Ésta ópera al servicio de ideologías individualistas,a través de la inadecuada atribución o sobreinterpretación psicológica en la explicación de fenómenos sociales y humanos, funcionando como coartada para escamotear múltiples problemas de orden colectivo.

Por último quisiera destacar que me resulta tan concreta, como ideológicamente riesgosa, la psicologización del mundo como la despsicologización de la psicología. Es decir que considero que los académicos y profesionales de este campo debemos hacernos conscientes y responsables de estos riesgos, considerando que en ambos casos se obscurecen los procesos productores de sufrimiento y por tanto se desmantelan las posibilidades de prevenir y atender, tanto sus causas como sus efectos.

En el marco de la presente discusión, que como mencionaba vengo acompañando desde 2011, tengo la percepción de que nos ha costado trabajar dicha tensión, quizás este ha sido un desafío particularmente difícil de zanjar para las generaciones más jóvenes de psicólogos y estudiantes de psicología [1].

Frente al desafío que se nos plantea cuando los partidarios de la Baja afirman que para “vivir en paz” hay que firmar y votar para encarcelar adolescentes con penas de adultos, agregando que “estos jóvenes son peligrosos” y “tienen problemas” por lo que debemos “rehabilitarlos”,  ¿qué podemos decir desde la psicología?.

Es allí donde considero que debemos cuidarnos de no realizar aportes que sociólogos, antropólogos, filósofos o especialistas del derecho podrían hacer mucho mejor que nosotros. No se trata de no dialogar con estos, ni defender sin sentido límites que lejos de ser fronteras definidas son membranas porosas entre campos de conocimientos, sino de poder decir sobre los procesos subjetivos, psíquicos y vinculares aquello que nuestra especificidad –si es que no la perdemos- nos permite visibilizar y enunciar con mayor precisión.

Es por ello que frente a la propuesta de juzgar a niños, niñas y adolescentes como adultos, retornando en términos jurídicos a una situación similar a la que el país vivía 100 años atrás, debemos ser capaces de decir porque los adolescentes no son adultos. Al mismo tiempo que colaborar a desmantelar los intentos de patologización esencialista que el segundo movimiento retorico implica.

El actual código de la Niñez y la Adolescencia del Uruguay, en concordancia con la Convención de los Derechos del Niño, permite que estos sean responsables penalmente por sus actos desde los 13 años. Pudiendo cumplir por ello múltiples medidas adaptadas a su etapa vital, entre las que la privación de libertad debería ser el último recurso. Los datos del Observatorio de Justicia Penal Juvenil[2] de nuestro país nos demuestran que actualmente el espíritu del Código no se cumple en su cabalidad, recayendo el sistema penal en un uso excesivo de las medidas de privación de libertad. Encontrándose sobrerepresentada la población perteneciente a los colectivos socio-económicos y ético raciales más desfavorecidos, así como las personas con discapacidad.

En este marco cabría preguntarnos por qué contando con un Código considerado de avanzada para la región, los y las uruguayas evaluamos la posibilidad de volver atrás. Podríamos profundizar en las preguntas de para quién y para qué se piensa diseñar penas cada vez más duras y reflexionar si se busca facilitar la reparación o gozar del castigo. Pero como argumentaba líneas atrás, considero que podemos realizar mejores aportes, colaborando a elucidar por qué los y las adolescentes no son adultos, qué significa que no lo sean, qué implica privar de libertad a un adolescente, cuánto compromete esto su desarrollo y si esto favorece o no su responsabilización y reintegración social.

La Comisión NALB afirma que bajar no resuelve los problemas de inseguridad porque más del 85% de los delitos los cometen en nuestro país personas mayores de 18 años. Sino que los agrava porque condena a los adolescentes a una vida de delito al ofrecerles la cárcel como único espacio educativo, de desarrollo y sociabilización en esta crucial etapa de su vida. ¿Qué podemos decir desde nuestra disciplina al respecto?

Desde diversas ramas del psicoanálisis podemos afirmar que la adolescencia es una etapa crucial, particularmente delicada en el que se produce una reedición de las etapas previas[3]. “En su búsqueda de un nuevo sentimiento de continuidad y mismidad, los adolescentes deben volver a librar muchas de las batallas de los años anteriores”, nos dice Erikson.

Si bien las figuras internas construidas en los primeros años de vida tienen un papel importante, el lugar de las figuras adultas efectivas son decisivas en esta etapa. Cobrando particular protagonismo los adultos que se instituyen como ideales y referentes fuera del ámbito familiar. Los y las adolescentes ponen intensamente a prueba, en esta etapa, la solidez y autenticidad de estas figuras.

La imagen que se les devuelve a los adolescentes desde estos referentes representantes del mundo social y adulto resultan cruciales en dicho proceso de construcción identitaria. Al mismo tiempo que colaboran con el crédito o descrédito que el adolescente pueda dar tanto a la sociedad de la que forma parte como a los códigos de convivencia que esta promulga.

Responder frente a los errores o fallas de los y las adolescentes de 16 años con penas que podrían exceder los 6 o 8 años, implica una declaración de intolerancia e incapacidad de resolución de conflictos feroz por parte del mundo adulto. Es decirles que les tenemos miedo y que no tenemos idea como ayudarlos a crecer, a comprender las normas de convivencia o a trabajar en la construcción de otras más justas o inclusivas. Es decirles que para vivir en paz, debemos cuidarnos o deshacernos de ellos.

Pero además ¿qué implica el encierro prolongado en este período más allá de los procesos de construcción afectiva y simbólica? Siguiendo a Piaget podríamos señalar que a nivel cognitivo se trata de una etapa de enormes esfuerzos para conquistar los más altos niveles abstracción en las operaciones mentales. Nuevamente si bien los logros alcanzados en etapas anteriores son de vital importancia, el estímulo y las condiciones ambientales alentadoras juegan un papel decisivo. Hoy las neurociencias aportan un considerable cúmulo de conocimientos que nos permiten comprender tanto la vulnerabilidad coma increíble potencialidad del cerebro adolescente, entre los 12 y los 20 años aproximadamente.

Por otra parte, y con los aportes de la psicología social podemos señalar que los espacios públicos de construcción de la vida colectiva como la plaza, la esquina, el club, las asambleas, vinculadas al deporte, el arte, la política y el ocio han sufrido una un doble proceso de criminalización o estigmatización por un lado y de progresiva privatización y control, por otro. Dichos espacios son algunos de los ámbitos naturales para la incursión y participación de los y las adolescentes en la vida colectiva. Resultando sustanciales en los procesos de la construcción y reconstrucción de normas y acuerdos de convivencia desde la experiencia cotidiana.

La psicología tiene sin duda mucho que aportar a esta discusión desde su capacidad de decir y de hacer. De hacer algo con estas distancias y ruidos intergeneracionales que también nos afectan a nosotros en nuestras capacidades como colectivo de hacer psicología transformando la realidad.

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Referencias:

  1. Debe considerarse que la movilización y lucha contra la Baja, con honrosas excepciones, se ha sostenido en estos tres años mayoritariamente por jóvenes y adultos jóvenes, cosechando mayores y más amplias adhesiones, incluso generacionales, en la recta final de la campaña
  2. Observatorio del sistema judicial www.observatoriojudicial.org.uy Fundación Justicia y Derecho
  3. En los días que escribo estas líneas se hace pública la declaración de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Sumándose, felizmente desde el ámbito psi, a una multiplicidad de voces como la del movimiento sindical, cooperativista, estudiantil, las iglesias evangélicas, la iglesia católica, la Universidad de la República, Ongs, entre otras

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