¿Protegemos, cuidamos, maltratamos?

¿Protegemos, cuidamos, maltratamos?
Foto: Mario Rassi

Por Mariana Echeverri

Leyendo en relación al Sistema Nacional de Cuidados, recordé cuantas veces hemos discutido con quienes trabajo en maltrato y abuso sexual infantil, sobre el sistema de protección que debiera activarse ante situaciones de ésta índole; como también hemos debatido extensamente que entendemos por proteger.

Seguramente quienes se encuentran trabajando en instituciones o de forma particular con niños, niñas y adolescentes (en adelante NNA) se han visto enfrentados, o han estado en contacto de forma indirecta con situaciones que los interpela ante la posibilidad de intervenir por detección o sospecha de malos tratos (estos bastante más tolerados socialmente) o abuso sexual.

¿Cómo debiéramos pensar una acción de protección que garantice cuidados?

¿Cómo no maltratamos-revictimizamos?

Varios aspectos componen las acciones de acompañar a un NNA que se encuentra vulnerado en su derecho de vivir sin ser violentado.

Miremos antes que nada, que entendemos como acciones violentas y/o abusivas desde nuestro lugar de poder como adultos. Como dije, seguramente en base a la experiencia vivida en nuestra propia infancia y/o adolescencia hemos transitado por diversos vínculos más o menos violentos y hemos naturalizado e incluso justificado muchas de estas vivencias que hemos aprendido como modelo de relación: educación, puesta de límite, incluso como expresión de afecto. Sin poder ver en esto el impacto emocional que tiene para NNA resolver de forma cotidiana la vida en su grupo de convivencia con mecanismos abusivos o en los cuales no se consideren sus necesidades.

Dicha tolerancia genera cierta complicidad entre el mundo adulto y crea una mirada particular de la infancia y la adolescencia que desdibuja los niveles de vulnerabilidad en la que se encuentran. Niños y niñas que fantasean y mienten, adolescentes rebeldes o manipuladores pasan a ser parte del escenario discursivo de algunos operadores que ponen al menos entre comillas o cuestionan el proceso de protección que debiera activarse ante los múltiples pedidos de ayuda que NNA realizan.

Vemos entonces que muchas de las conductas que desarrollan NNA, que son resultado de la violencia o el abuso vivido, pasan a ser parte de la justificación adulta como para no acompañar adecuadamente el proceso de crianza e incluso el de protección y cuidado que debemos realizar «los terceros», los que miramos o sabemos de un vínculo abusivo. Muchas de las alteraciones de conducta (hiperactividad, impulsividad, dificultades para la atención -concentración, robos-roturas), relacionales (agresividad, excesiva demanda de amor, desconfianza, exposición a vínculos abusivos), incluso de hábitos (escasa higiene personal, dificultades para conciliar o mantener el sueño) genera fuertes rechazos por parte de las personas que se encuentran acompañando el proceso de salida de la situación de abuso o malos tratos. Esto expone a NNA a repetidas situaciones revictimizantes – maltratantes como nuevos abandonos, denuncias ahora a ellos por la conducta desarrollada, nuevas amenazas y agresiones, a los ojos de una red de instituciones que por momentos se abre y no sostiene cuidadosamente, complementariamente, tiernamente, a ese NNA sufriente y a su grupo afectivo de referencia.

Es frecuente ver en dicho proceso como cambia el enfoque respecto a quienes consideramos vulnerables, dando vuelta el verdadero lugar de dependencia que NNA tienen respecto al mundo adulto que lo sostiene en su cotidianeidad desde lo vital y desde lo afectivo, a ser los «detentores del poder» en tanto pueden cuestionar y acusar al mundo adultos de sus prácticas abusiva.

 

 

En tal sentido me llamó poderosamente la atención que en ésta política focalizada del Sistema de Cuidados no aparezcan, al menos en esta etapa de discusión de la propuesta, los y las adolescentes como población objetivo a ser cuidada. Y esto se entremezcla fuertemente desde lo ideológico con nuestras prácticas en relación al maltrato y el abuso que borra fronteras y responsabiliza principalmente a los adolescentes por lo vivido. Encontramos argumentos del tipo: “es fatal, saca de quicio a cualquiera!!!”, “es muy mentirosa”, “es raro si no había hablado hasta ahora! no sería tan malo!”, “ella es de provocar…..”, y dejamos de verlos como sujetos en desarrollo que reclaman silenciosamente el derecho a ser cuidados por parte del mundo adulto.

Así mismo debo reconocer, que desde que comencé a trabajar en este tema por el año 2000 a la fecha, han habido importantes avances respecto a elaborar- por parte de las instituciones intervinientes en dicha problemática como INAU y la policía, así como aquellas que se encuentran en permanente contacto con NNA como lo es el sector educación y salud – protocolos de actuación y mapas de ruta que han dado una señal respecto a la responsabilidad que tienen las instituciones a la hora de dar algún nivel de respuesta en dicha problemática. Para esto la capacitación constante se vuelve la condición ineludible para cada uno de los sectores que son parte del proceso de respuesta, pero sobre todo la real designación de recursos humanos y materiales que permita realizar dicho acompañamiento. Y me atrevo aún más a decir que capacitar no es suficiente si no se hace un trabajo permanente de sensibilización y revisión de sistemas de ideas y de prácticas que permita generar las trasformaciones pertinentes que mejoren la respuesta y permita desarrollar acciones respetuosas, de cuidado y protección ante situaciones de violencia y abuso sexual.

Sigue siendo un desafío trabajar articuladamente, interdisciplinariamente (muchas disciplinas no acostumbran a dialogar y construir estrategias de forma conjunta) e intersectorialmente a la hora de desarrollar una respuesta en relación al maltrato o el abuso sexual. Comprender que no es un acto único de detección y derivación, sino que implica un acompañamiento y sostén afectivo que permita generar verdaderas transformaciones subjetivas para ese NNA, en tanto es creído, comprendido en su singularidad, escuchado, respetado en su afectividad (que quieran transformar su situación sin desvincularse de su grupo de convivencia), con verdaderas opciones de restitución de derechos que no impliquen más dolor y violencia. Así como la verdadera posibilidad de recibir un tratamiento ante tan grave situación de vida, que permita sanear de algún modo e instrumentar social y afectivamente para ubicarse y ubicar a otros en un lugar distinto al sometimiento aprendido.

En virtud de lo antes expuesto, entiendo a pesar de los señalamientos realizados, que el Sistema de Cuidados propuesto en el programa del Encuentro Progresista, hace una fuerte apuesta al cambio social relacionado a los roles y funciones que desempeña el mundo adulto y en particular hombres y mujeres en relación a vínculos de dependencia. Nos desafía a mover las estructuras de lo privado familiar, como único recurso válido para el cuidado y la protección y el lugar de las mujeres como el recurso por excelencia dotado de dicha responsabilidad. Promoviendo la corresponsabilidad del cuidado, pensando éste desde todos los soportes que son necesarios para el mismo: el aspecto material y económico que permita desarrollar dicha tarea, el afectivo-emocional que se despliega en dicho vínculo, y el del cuidado de quien va a desarrollar esta tarea.

Si logramos transitar este camino, puede resultar el salto cualitativo que permita apropiarnos como sociedad de la verdadera responsabilidad que tenemos de dar respuestas adecuadas, respetuosas, afectuosas, comprometidas con nuestros niños, niñas y adolescentes de hoy.

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Referencias:

  • Aguirre Rosario, Ferrari Fernanda «La construcción del sistema de cuidados en el Uruguay». En busca de consensos para una protección social más igualitaria CEPAL, Publicación de las Naciones Unidas, abril de 2014.

Mariana Echeverri
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Comentarios

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  1. Andrea Coppola Zícari
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    Cuánto camino recorrido y cuanto por recorrer!!!! A seguir construyendo por los derechos de tod@s los niñas, niñas y adolescentes!!! Felicitaciones Mariana!

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