Otra lectura es posible: la vida de Pi

Otra lectura es posible: la vida de Pi
«Life of Pi» (2012)

Por Nicolás Cerruti

La vida de Pi es una historia maravillosa y terrible; no por sus abundantes efectos visuales, que nos hacen desear ir a deleitarnos en la pantalla grande, no por la calidad de sus actuaciones, ni siquiera por la trama que se despliega… es horrorosa porque describe la historia de una humanidad que decide. La decisión lleva un inequívoco sello humano, ese acto, ese paso, esa elección nos signa como una definición precisa del hombre. La vida de Pi es la historia de una decisión: creer.

¿Cuándo una creencia no estará sólo contemplada desde una ilusión? ¿Cuándo no nos dará esa consistencia que tanto se la imputamos a lo imaginario? ¿Se puede dejar de creer, en nuestro cuerpo, en nuestro yo, en nuestro dios? La vida de Pi es la historia de un chico que decide creer en las palabras de los hombres.

Pi cree ante todo en los elementos, cree en el agua, cree que ese insondable es el motivo de la humanidad, cree que el agua habla con sus creaciones, que la boca de dios puede contener un universo o infinitos mares. Desde su nombre hasta la historia que relata el agua es el elemento que nos dirá su ser. Pi se llama así Piscine Molitor, una piscina pública de París, por un tío que amaba nadar en las piscinas del mundo; pero con su escolaridad Pi es llamado Pi-Pi, por haber sido sorprendido en su posición característica cuando leía un libro, y frente a la crueldad arrebatada a su nombre Pi decide renombrarse en la secundaria, hace de Pi la letra matemática que representa la divina proporción, una constante infinita. Él decide nombrarse y esa decisión estará unida a la historia que pueda contar. La vida de Pi es la historia de alguien que puede contar varias historias sobre su nombre pero deja a la elección del otro la libre posibilidad de creerle.

Pi nos muestra que la historia que nos contamos es la humanidad que deseamos… que aunque sea reducida sólo a una decisión, creer, por el hecho de hablar ya algo se crea, que contar una historia es crear una existencia, y que en última instancia aunque importe si la historia pueda ser mejor contada, vive, o sólo vive cada vez que se la cuenta.

Creer o no una historia es producir un atentado contra lo imaginario; es montar el dispositivo palabreril y producir un sendero de opciones, llevar las cosas hasta la escaza razón de un sí o un no. La decisión de Pi es mostrar una decisión que toca el infinito, no es por sí o por no, es por cada historia que pueda albergar cada historia.

 

 

La vida de Pi puede ser la historia de un náufrago que vivió 227 días en un bote con un tigre de bengala adulto. O la historia de un chico con la curiosidad infinita de la fe. O la historia más cruel y humana posible, la historia de dar muerte.

La muerte puede ser un motivo para todo. Podemos festejar una muerte, podemos hacer una fiesta de un motivo horroroso, podemos arrinconar la felicidad hasta la gracia de una tristeza y decidir animarnos ahí donde todo se termina. La vida de Pi es también una fiesta tomada por la razón, que le ve motivos oscuros a todas las cosas. Creer en dios es una fiesta, creer en varios dioses mucho más, La vida de Pi es una vida que podría haber pasado de fiesta en fiesta porque creía en Jesús, en Alá, y en los 33 millones de dioses de la india; una fiesta infinita plantada en la consistencia de la creencia, hasta que el padre lo somete a la más dura prueba: hacer de la fiesta una enseñanza, hacer del goce un hecho mortificante, hacer de la libertad una decisión.

Cuando nuestros pacientes nos cuentan una historia, cuando relatan su vida, lo maravilloso de su texto es que puede leerse de varias maneras, y que entonces la historia cambia, y cambia quien la relata. Todos nos hemos encontrado con ese momento donde es a nuestro paciente a quien se le presenta una decisión, una decisión que no la puede tomar más que él mismo, por sí mismo. Y, ¿por qué contamos historias? Porque generamos la ficción de que nosotros nos iremos pero el otro se quedará. ¿Por qué una madre le cuenta historias de vida a su hijo? Porque desea que le sirvan en su vida, como enseñanzas, cuando ella se ausente; porque desea que el otro la sobreviva, porque genera la ficción de un deseo más allá de ella.

El mundo podría dividirse entre los que cuentan historias y los que se duermen con ellas, o entre los que cuentan historias para los que van a contar historias. Hablar es contar historias, la cuestión es, si sirven para despertar, cambian. Cambiar podría definirse como hacer que la historia sea en ti.

La vida de Pi cuenta tantas historias como queramos, como creamos también. Cuenta la historia de alguien que quiso más que creer, quiso escuchar lo que se cuenta, lo que dice la mirada de un tigre, el silencio de una isla, la palabra de una madre. Cuenta la historia de que, en definitiva, tal vez todo sea sólo perder. Y volver a contar.

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Fuente: Cerruti, N. (2013, marzo 28). La vida de Pi. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/la-vida-de-pi/12547

Nicolás Cerruti
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