Oceane: paradojas de una adolescente parisina

Oceane: paradojas de una adolescente parisina
Foto: Unsplash

Por Ignacio Rodriguez Perrachione

La estación de Egly se encuentra a cuarenta kilómetros al sur de Paris, y es una estación de metro, como tantas otras, con sus vías y su tránsito. Pero no es el objetivo de estas letras hablar acerca de un tren, porque este solo apareció para darle el punto final, a algo, que, según los relatos, estaba sumido en largos puntos suspensivos.

Una adolescente de 19 años de edad, que se llamaba Oceane, trasmitió su suicidio a través de la aplicación de streaming Periscope. A las 16:29 del 10 de mayo, después de narrar los nudos de su vida frente a la cámara del celular, se lanzó a las vías del tren. Lástima y angustia, entreverada. Y de ahí surgieron tintas y relatos de comunicadores que cubrieron lo acontecido.

En la narrativa previa, Oceane, dijo haber sido abusada sexualmente, nombro a la persona que la había violado, y en relación a esto, dijo que lo que iba a realizar, no lo haría “por histeria, sino para enviar un mensaje”. Y el acto, y la piel de Oceane, iban a ser el medio. En los diarios se dejaron distraer, pensaron que Oceane hablo a través de Periscope, pero ella hablo con el cuerpo, dijo acerca de sus nudos y se dejó morir.

El adolescente actual en varias ocasiones se frecuenta en conductas de riesgo para afirmar su existencia, en esos actos de pasaje que describe Le Breton (2011), no hay solamente algo de lo simbólico que no puede ser negociado a través de la palabra, sino también, a través del acto, hay una afirmación, un resto positivo, y en este sentido, ese mensaje que nos quería dar Oceane, poco tenía que ver con el uso de la redes sociales en la adolescencia. Lo que nos conmueve a los adultos, y lo que conmueve a los adolescentes, necesariamente difiere, y la grieta a veces es insalvable al punto que impide la mas mínima empatía.

Excelsior de Mexico, decía al respecto, y no tan al respecto, que “Twitter, Facebook, YouTube y otras empresas de redes sociales dicen que se esfuerzan por retirar los videos que glorifican la violencia”, otros medios, debatían acerca de si su nombre, Oceane, era real, y algunos, contaban que se estaba dando “un acalorado debate en Francia sobre la forma de regular y proteger a los jóvenes usuarios de las redes sociales” .Oceane, como prefirió llamarse a sí misma, dijo abuso, dijo violación, y se despidió, pero nosotros nos distrajimos, y preferimos creer que el problema está en las redes, en el medio, y no en los nudos que ella atravesó. En 1959, Ernest Hemingway, se suicidó en su casa de Idaho, creo y espero, que no se haya dado por esos tiempos, un acalorado debate sobre como regular y proteger a los usuarios de la escritura a mano.

 

 

El pasaje adolescente es intenso, este debe dirigirse desde lo endogámico del vínculo familiar, e insertarse, hacer lazo, con lo exogámico, con la cultura, y en ese tránsito, los devenires son indescifrables, pudiendo llegar a ser el héroe o el mártir, de su propia narrativa, haciendo lazo con la vida o la muerte. Y sobre Oceane, ya sabemos el punto final.

Lo complejo, es como se fueron tejiendo los puntos suspensivos, los anteriores, los nudos, los quiebres, acontecimientos que fueron desandando lo que finalmente atrae a los medios y se hace viral, en su sentido positivo y negativo. En la narrativa inconclusa de Oceane, algo dijo basta, y sobre eso era el mensaje que parecía querer trasmitir, puso el cuerpo como medio, y se lanzó a las vías. Hasta podríamos decir, siguiendo a Le Breton, que la intención final de Oceane no era morir, sino afirmar la vida. De paradojas está lleno lo adolescente.

No morir, en el sentido de acercarse al riesgo para probar, y probarse, para hacer contacto con lo más profundo del grito, pero en medio de esa búsqueda desordenada del afirmarse, esta adolescente se despidió. Y es allí donde podríamos pararnos para empatizar con los tránsitos adolescentes cuando se hacen, y los hacemos, más conflictivos. No en el medio a través el cual se trasmiten los padecimientos, sean el papel, la pantalla, o el grito, el hecho es el acto en sí mismo, el acercarse a los puntos finales, superar los rodeos simbólicos, y llegar a la muerte.

Debatir acerca del uso de las redes sociales, es obviar, intencionada, e inintencionadamente, el mensaje de Oceane. La palabra adolescente, necesita ponerse en fricción con lo adulto, pero que, en ese tránsito, esta adquiera el valor simbólico necesario para existir no solo como letra soltada al viento. Oír el mensaje de Oceane es reconocer que este tiene un valor en sí mismo, un valor estructural y profundamente simbólico para quienes abordamos las adolescencias.

El hecho de que haya usado una red social para decirlo, es importante, pero ese no parecía ser el mensaje de la adolescente parisina. Si usó ese medio, es porque los artefactos simbólicos que le tendrían que permitir un lugar de escucha se ausentaron, y llevo a cabo sus palabras en donde hubo un otro. Pero hacer hincapié en el uso de las redes, es volver a poner el error en lo adolescente, en la queja adulta acerca de la impertinencia de estos, y desvalorizar el gesto simbólico de Oceane, en donde dijo acerca de los sufrimientos, como nos dicen tantos otros, y que, en muchas ocasiones, también los desoímos.

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Bibliografía:

Ignacio Rodriguez Perrachione
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