Nuestras catástrofes: “doña soledad/ cuando cristo dijo no/ usted sabe bien lo que pasó”

Nuestras catástrofes: “doña soledad/ cuando cristo dijo no/ usted sabe bien lo que pasó”
Ilustración: Pablo Picasso

Por Eliane Gerber Comba

Resulta difícil hacerse un espacio para poder hablar del horror que (nos) conmociono (en) Maldonado estos días. La violencia [1] tiene esa capacidad de robar la palabra y de dejar el pensamiento ensordecido, al menos por un tiempo.

Si bien el atroz secuestro y final asesinato de Felipe impactó al Uruguay todo, quienes nos encontramos cerca del epicentro de la catástrofe probablemente estemos aún más confundidos y perplejos que el resto.

Y me permito, sin tener un profundo manejo de la noción de catástrofe, definir de ese modo lo acontecido por varios motivos. En primer lugar porque esta puede ser entendida, según la RAE, como un suceso que produce gran destrucción o daño. Un niño, sus compañeritos y compañeritas de clase, de fútbol, del barrio, madre, hermana, seguramente primos, primas, una familia, una clase, una escuela, un equipo de fútbol destruidos o al menos dañados, lastimados, muy lastimados.

Por otra parte podemos considerar, tomando la acepción matemática del término, que los hechos se desencadenaron por un “cambio brusco de estado en un sistema dinámico, provocado por una mínima alteración de uno de sus parámetros”. Claro que a todos y todas nos cuesta reconocer que cuando un hecho de estas características acontece había detrás un complejo sistema del que en alguna medida como comunidad o sociedad formamos parte. Aunque claramente con niveles completamente distintos de responsabilidad.

Para muchos probablemente sea difícil aceptar que un eje estructurante de este sistema dinámico sea el tan mentado sistema patriarcal y machista. Y que la alteración mínima haya sido un NO que intentaba poner fin al sometimiento y al abuso.

Resonaba en los medios y en las redes, y en la boca del Jefe de Policía, la afirmación “era la  figura paterna” que tenía, “era la figura masculina” con la que contaba. ¿Se han preguntado cuantas veces escucharon “ella era la figura materna” o “la figura femenina” que él o ella tenía? Está difícil, porque las mujeres en general no somos la figurita que falta para completar el álbum, somos la figurita repetida de los cuidados, más o menos buenos, más o menos efectivos. Y en la vida cotidiana y social sostenemos bastante y figuramos poco.

Una incansable feminista fernandina sintetizaba este acontecimiento en la frase “lo maté porque era mío”, que parece hacerle bastante justicia a los hechos. Sin embargo la locura y la violencia desatada por este tipo de hechos genera replicas, menores pero aun así espantosas. Entonces para defendernos de la angustia atroz que moviliza re victimizamos a las víctimas. Y esta redundancia no hace más que intentar dar cuenta de la recursividad de la violencia sobre los y las más frágiles.

Como la muerte del abusador (sea sexual, emocional, social o todo junto) no aplaca esa angustia, una enorme sed de justicia pero más que nada de venganza y descarga punitiva, agita las hordas virtuales que piden en la redes las cabezas de todas las mujeres que encuentran a su paso. La madre que debió saberlo y entenderlo todo, como si fuera tan fácil cuando una está a veces también perpleja, también sola. Después aprontan la guillotina para la psicóloga -cuando en realidad eran dos-, luego le toca a la maestra, etc.

 

 

Cuesta pensar en ellos. En el padre que nunca supo, pudo o quiso hacerse cargo de su condición. Algunos en el climax de la violencia machista deslizan que el tipo ponía plata, como si hubiera alguna cifra que pudiera llenar el abandono moral y afectivo. La opinión pública no hace comparecer al padre, a los dirigentes del Club, ni a los demás entrenadores por ejemplo; que probablemente pudieran estar tan engañados como algunas de las mujeres antes mencionadas. A ellas se las culpa por no ver más allá, por no develar lo oculto (o por hacerlo y no controlarlo todo, como en el caso de las psicólogas) a ellos no.

Por último también resta tomar contacto con otro punto también delicado y angustiante, las catástrofes suelen componerse de hechos cuya magnitud difícilmente pudiera haber sido pronosticada con exactitud a priori. Entonces a veces no se trata sólo de una “falta de previsión de lo previsible” por la madre, por los profesionales, etc. Se trata también de la complejidad y potencia constructiva y destructiva de los vínculos y de lo humano. Se trata también de fenómenos que aún comprendidos o diagnosticados en algún punto, no son tan sencillos de parar.

Por lo menos en mi sentir, la bala que abatió y destruyo el cuerpo de Felipe, a esa vida y potencia en desarrollo, resonó y golpeó de modos muy distintos infinitas inocencias y desamparos. Nos enfrentó a esos contornos de lo humano que nos espantan, nos empujó al borde del abismo de nuestra propia condición, del que es muy difícil volver sin alguna parte del ser congelada, pasmada o incluso descompuesta.

Una de las peores noticias, es que en los casos en los que la violencia machista está envuelta, “una vez muerto el perro” no se acabó la rabia. Si de verdad queremos parar con estos horrores tendremos que dejar menos madres solas, reforzar solidaridades, desmantelar los silencios y las complicidades machistas, dejar de buscar “figuras masculinas” y apuntalar las presencias femeninas, escuchar a los niños y niñas en sus palabras y en sus silencios. Que cuando un niño, una niña, una mujer diga NO, no haya sangre, ni muerte, ni dolor.

Entre fernandinos y fernandinas, de acá y de allá, tendremos que seguir tejiendo ponchos que nos abriguen porque no son los vientos del mar enfurecidos nuestras únicas catástrofes. Las peores son estas, las que nosotros y nosotras mismos como humanos construimos y por tanto podemos ayudar a detener, aunque en esas búsquedas no tengamos certezas ni garantías, nunca serán en vano.

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Referencias:

  1. No me refiero aquí a la agresividad. Nos encontramos en un tiempo donde tiende a catalogarse, desde una posición moralista y generalizante, una infinidad de situaciones, acciones y posiciones como violentas, generándose el efecto “todo es violencia nada es violencia”. Es justamente la posibilidad procesar y manejar la agresividad la que nos permite no ser violento/as, al tiempo que responder adecuadamente cuando somos objeto de ella. Me refiero aquí a la violencia definida como el usufructo de un diferencial de poder sobre el/la otro/a para someterlo a los deseos o antojos propios. La violencia puede no tener como fin lastimar o destruir al otro u otra pero lo hace al transformar a otro sujeto en objeto del capricho propio.

 

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