Los «Ni ni» y las marcas de la exclusión

Los "Ni ni" y las marcas de la exclusión
Foto: unsplash

Por Sergio Zabalza

Los usos y giros del lenguaje cotidiano son materia de interés para quien practica el psicoanálisis. Es que las palabras nunca son inocentes: viabilizan los prejuicios, anhelos y rechazos con que el discurso distribuye las pasiones, el poder y las oportunidades en el quehacer de la ciudad. A partir de la plusvalía marxiana, Lacan denominó plus de gozar[1] a esta carga libidinal que, amparada en el sentido común, reparte jerarquías dentro de una comunidad hablante. De lo que se trata, entonces, es de quién se apropia de esta plusvalía lenguajera que ‒al naturalizar comportamientos e invisibilizar interpretaciones‒, también disciplina y organiza la satisfacción de los cuerpos.

Desde esta perspectiva, toda exclusión es de índole simbólica, tomemos por caso una denominación con que se ha hecho habitual designar a los jóvenes que todavía no han accedido al derecho de trabajar o estudiar, a saber: Ni-ni.

Días pasados en un reportaje concedido al diario Miradas al Sur, Emilce Moler (docente y sobreviviente de la llamada “Noche de los lápices”) observaba: “Soy un poco critica al concepto “ni-ni”, porque si bien refleja lo que se quiere decir, es hacer responsables a los chicos de las carencias que tienen”[2].

 

 

Se trata de un magnífico ejemplo acerca de cómo el mundo adulto se desentiende de las responsabilidades que le caben por su lugar en la trama social. Ni-ni transmite indecisión, debilidad, indeterminación, cualidades de corte negativo que, con probabilidad, poco tienen que ver con la situación que cada uno de estos jóvenes transcurre en su vida cotidiana. La denominación refuerza la exclusión a la que estas personas suelen ser sometidas por su condición de jóvenes.

Según Freud, los adolescentes son seres “todavía inmaduros a quienes no hay derecho a impedirles permanecer en ciertos estadios de desarrollo, aunque sean desagradables”.[4] Sin embargo, demás está decir el escaso margen que dejamos a los chicos para que se apropien de su experiencia vital. En realidad, ni-ni somos los adultos cuando ‒en virtud de la sacralización de la juventud y el culto a la estética‒ copiamos los usos, costumbres y hasta la manera de hablar de los chicos, pero exigimos de ellos comportamientos propios de adultos responsables. Se suele escuchar que los jóvenes gozan de demasiada libertad, cuando más bien soportan un velado control tras los imperativos de éxito, el furor clasificatorio y las etiquetas diagnósticas: Ni-ni.

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Referencias:

  1. Jacques Lacan, El Seminario: Libro 16, De un Otro al otro, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 17
  2. «Los dilemas de la inclusión” en http://sur.infonews.com/notas/los-dilemas-de-la-inclusion, Emilce Moler es doctora en matemáticas Su modelo matemático para detectar huellas digitales permitió ubicar a Manuel, uno de los primeros nietos recuperados. Publicó “Análisis y evaluación de los aspectos educativos de la Asignación Universal por Hijo”.
  3. El periodista Eduardo Feinman suele tildar de “conchudos” a los chicos.
  4. Sigmund Freud, “Contribuciones para un debate sobre el suicidio” en Obras Completas, A. E. tomo XI, página 232.

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Fuente: Zabala, S. (2014, marzo 25). Los «Ni ni» y las marcas de la exclusión. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/columnas/los-ni-ni-y-las-marcas-de-la-exclusion/12695

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