Ni hetero, ni homo: bisexual

Ni hetero, ni homo: bisexual
Foto: Unsplash

Por Stefanía Molina

Nociones generales

Este breve artículo pretende nombrar a la tan poco mencionada bisexualidad. Intentará problematizarla, pero sobre todo ponerla en escena dentro de nuestras sexualidades.

En el siglo XX, la politización de la sexualidad se acrecienta y comienza a analizarse desde diversas disciplinas, deja de ser un tema exclusivo de médicos y religiosos. En la actualidad se visualiza que los temas de sexualidad y diversidad sexual, se enmarcan en áreas de estudio que involucran la interdisciplinaria.

El control social atraviesa – amolda – y produce – cuerpos y subjetividades mediante una lógica heteronormada y androcéntrica. Adoctrinar un cuerpo es ubicarlo en un lugar y no en otro, implica adjudicarle prescripciones y proscripciones. Es así que se van inventando ciertas “normalidades” que con el paso del tiempo se aceptan como verdades y en sí responden a una lógica excluyente, con un alto grado de violencia simbólica.

Aquello que se denomina subjetividad, entendida como experiencia fantaseada, vivida, imaginada por un/a sujeto, también proviene de ritos materiales social y culturalmente construidos, mediante los cuales se edifican las/os sujetos, estableciéndose la necesidad de edificarnos de manera identitaria. Es de señalar que las/os sujetos están atravesadas/os por una cultura cargada de historias heredadas, y en definitiva se puede comprender que las identidades “organizan” y al mismo tiempo le otorgan sentido a la vida y a las prácticas sociales.

Sin embargo, Deleuze dirá: “…cuando asumimos una identidad sujetamos el desarrollo de nuestra potencia de vida a los deseos, a las ideas y a las formas de vida propias de esta identidad (…). El yo personal se alimenta de estos deseos, ideas y formas y no deja que prolifere nada que no esté de acuerdo con esta identidad. Estamos aprisionando la vida…El devenir comienza cuando rompemos las líneas duras del ser.” (“El deseo según Deleuze” – Maite Larrauri-Max, ed.Tandem, Valencia 2000).

La imposibilidad de Pluralizar: LA sexualidad única

Se puede entender como “matriz” social lo que Monique Wittig (1992) llama – mente hetero – o – pensamiento heterosexual -. De la misma forma que, desde el pensamiento dominante, se considera a los varones como la “medida de todas las cosas”, se comprende a la heterosexualidad como la única orientación sexual posible, pero sobre todo legítima (lo demás es desvío, aunque con jerarquizaciones dentro del dominio LGBTI).

El imaginario social está plagado de ideas – dichas y/o no-dichas – con relación a aquello que llamamos sexualidad. Si nos detenemos a pensar sobre las concepciones que abarcan comúnmente dicha noción ¿qué es la sexualidad? podemos encontrar respuestas asociadas al sexo, a la relación sexual, al varón y a la mujer, condiciones que reducen la complejidad que conllevan los cuerpos y los afectos. La sexualidad es en sí un término muy amplio y “se refiere a una dimensión fundamental del hecho de ser un ser humano (…) se expresa en forma de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, actividades, prácticas, roles y relaciones” (OPS,OMS, WAS, 2000: 6). Entonces, tiene correlación con cómo nos vinculamos con las y los otras/os, así como, con la manera en que juzgamos sus comportamientos (o no), en la medida en que tomamos una determinada actitud con respecto a eso que nos dicen que somos: mujeres o varones. La sexualidad involucra nuestra forma de expresarnos, nuestra manera de sentir, no necesariamente implica una relación sexual, la relación sexual es una consecuencia de la sexualidad. Campero (2013) nos dirá que: “la sexualidad la expresamos en los roles que asumimos por pensarnos como hombre o mujer, así como cuando nos enamoramos, cuando criticamos determinados comportamientos o cuando planificamos ser padres o madres – aunque, claro está, esto no implica que estemos expresando también nuestro erotismo”.

La orientación sexual puede entenderse como la atracción afectiva y corporal de una persona hacia uno de los dos sexos, que puede ser el mismo o el contrario, o hacia los dos sexos. Podría pensarse que no es posible definir la orientación sexual de una persona tomando en consideración exclusivamente sus prácticas sexuales. Por ejemplo: un varón que tiene relaciones sexuales con una mujer (su pareja), y a su vez practica relaciones sexuales con otro varón, ¿puede definirse como heterosexual? ¿Puede definirse como gay encubierto, como bisexual? ¿Qué y quién define lo que somos con lo que hacemos? Este cuestionamiento se podría tomar como criterio de base que interpela a las orientaciones sexuales y deja en evidencia la dificultad a la que nos enfrentamos a la hora de dialogar con éstas. El procedimiento que realizamos cuando definimos (mujer – varón, heterosexual – homosexual) se relaciona con la adecuación y asimilación a discursos -y sus consiguientes prácticas- ya construidos que permiten determinados procesos identificatorios.

En términos históricos podríamos decir que, recientemente se ha logrado pensar sobre la orientación sexual homosexual desde un sitio no – patológico. Recordemos que hasta mediados del siglo XX (y más adelante) se llevaron a cabo las terapias de conversión. Es cierto que la homosexualidad viene “pensándose” desde la antigüedad griega, aunque es de resaltar que esta práctica no era “bien vista” en sentido abarcativo, dependía de las vinculaciones de poder que se establecían (Foucault tiene mucho para decirnos al respecto). Es importante no olvidar que las sociedades griegas se erigían sobre un régimen enteramente falocéntrico, es por ello significativo no dejar por fuera al género como categoría analítica para pensar las prácticas sexuales y la sexualidad en sí misma. De todos modos, dados los parámetros de este escrito, no me detendré en ello.

La homosexualidad hoy, en el siglo XXI, es una orientación sexual de la cual existe figuración, literatura, texto, palabra que la engalane o la destruya. Es hablada, es dicha. Ahora, si partimos desde lo no-dicho, desde la no-palabra, desde lo invisible, desde lo incuestionable, ¿cómo lograr elevar o defenestrar a una orientación sexual que simplemente figura como un título? Me refiero aquí precisamente a la (s) bisexualidad (es), a esta orientación “incierta”, a esta orientación de la traición a lo hetero y a lo homo.

Por otra parte, podría pensarse que la bisexualidad cuando se hace “visible” se entiende como una orientación sexual “adulterada”, habitada por aquellas personas que no se aceptan como homosexuales (como realmente son), que están confundidas, que son indefinidas, ambiguas, promiscuas.

Divide y reinarás, dijeron…Y así fue. Observaciones respecto a la lógica binaria imperante

“Es preciso considerar las oposiciones binarias como signos culturales y no como portadoras de un sentido universal. El sentido reside en la existencia misma de estas oposiciones y no en su contenido; tal es el lenguaje del juego social y del poder”. (Héritier, 1994).

Maslow (s/f) decía: “(…) es crucial renunciar a nuestro hábito de tres mil años de antigüedad, de dicotomizar, dividir y separar siguiendo las pautas de la lógica Aristotélica (“A” y “no A” son completamente distintos el uno del otro y se excluyen mutuamente). Realiza tu elección; el uno o el otro. Pero no puedes elegir los dos.” La armadura simbólica del pensamiento filosófico y médico griego la podemos ver por ejemplo con Aristóteles, Anaximadro e Hipócrates. El equilibrio humano se funda en una “armoniosa” mezcla de contrarios, siempre hay una parte que adquiere valor positivo y otra valor negativo. Podemos pensar aquí en binomios tales como: varones – mujeres, heterosexuales – homosexuales, etc. Ni hablar de lo que no encaja en estas categorías, no será entendido, ni considerado como “real” (imaginemos por ejemplo el transgenerismo como identidad de género, las bisexualidades como orientación sexual, etc).

“El discurso filosófico – médico, que da una forma erudita a las creencias populares, es, como el mito, un discurso propiamente ideológico. Las correlaciones de las oposiciones binarias entre ellas no enraízan en una realidad biológica cualquiera, sino únicamente con los valores positivo o negativo atribuidos desde el comienzo a los propios términos. Al igual que el mito, su función consiste en justificar el orden del mundo como orden social”. (Héritier, 1994).

Haciendo foco específicamente en las bisexualidades, tal como surge del texto “La ruptura de las dicotomías”, Marjorie Garber en su obra Vice Versa, “(…) sospecha que la bisexualidad no es en realidad una orientación sexual más, es, por el contrario, una sexualidad que deshace la orientación sexual como categoría, una sexualidad que amenaza y cuestiona el fácil binomio de hétero y homo, e incluso, por sus significados biológicos y psicológicos, las categorías de género masculino y femenino. En sus palabras, en lugar de designar a una minoría invisibilizada, a la que aún no se le ha prestado suficiente atención y que ahora está encontrando su lugar bajo el sol, la bisexualidad como las mismas personas bisexuales, resulta ser algo que está en todas partes y en ninguna. En síntesis, no hay una verdad acerca de ella. La pregunta de si alguien fue ‘en realidad gay’ o en ‘realidad hétero’ tergiversa la naturaleza de la sexualidad, que es fluida y no fija, una natatoria que cambia con el tiempo en lugar de una identidad estable, aunque compleja” (Garber, 291) Por otra parte, visualizamos otra postura: “…en el intento por escapar de las etiquetas binarias, los y las bisexuales han terminado aferrándose a la bisexualidad, que al expresar la idea de la combinación de las dos orientaciones sexuales admitidas, no ha podido escapar de ese mismo binarismo” (García, 291)

Bisexualizando- las sexualidades

“En Occidente ocurre actualmente algo bastante intrigante: parece asumirse como algo evidente que los seres humanos somos heterosexuales u homosexuales, categorías que, de acuerdo con la concepción predominante, serían excluyentes entre sí excepto en el caso de unos bichos raros, los bisexuales, que nadie sabe bien quiénes son ni dónde están”. Miguel Arroyo Fernández (2002)

“Si el ser humano es efectivamente bisexual (…) todos los procesos de la vida humana deben verse influidos de una u otra forma por la bisexualidad; y la bisexualidad humana debe poderse demostrar siempre y en cualquier lado, no sólo en lo que se acostumbra a llamar la vida pulsional, en lo presuntamente psíquico o lo presuntamente mental, sino en todas las manifestaciones de la vida humana, también en las que constituyen el campo de trabajo de las disciplinas anatómicas, fisiológicas y patológicas”. Georg Groddeck (1998).

Sigmund Freud (siglo XIX – XX) dirá en 1910 que la atracción o deseo sexual se puede dirigir en principio hacia personas de cualquier sexo, la naturaleza del ser humano es bisexual: “todas las personas, aun las más normales, son capaces de elección homosexual de objeto, la han consumado alguna vez en su vida y la conservan todavía en el inconsciente”. (Freud, 1910).

El movimiento psicoanalítico se ocupó de hablar del asunto, los escritos del autor antes mencionado, vienen a cuestionar estructuras establecidas hasta el momento sobre la bisexualidad.

El médico austríaco no la tomará desde una perspectiva patológica y dirá, siguiendo al médico Arduin: “dentro de todo ser humano hay elementos masculinos y femeninos que son desarrollados en razón inversa del sexo del individuo” (1905). Tiempo después, Freud, comienza a abandonar la idea de la bisexualidad como natural y empieza a pensarla desde la constitución psíquica de los sujetos, influido por Fliess. En esa perspectiva, Freud (1920) afirmó que la libido “oscila normalmente toda la vida entre el objeto masculino y el femenino [y que] todos los normales dejan reconocer, al lado de su heterosexualidad manifiesta, una considerable magnitud de homosexualidad latente o inconsciente”. Igualmente, para el autor, la bisexualidad originaria no perdura en la adultez, es a través del desarrollo psicosexual que la persona se definirá como hetero o como homo, aunque no niega otras posibilidades; “ya sabemos que en todas las épocas ha habido, como ahora hay, personas que pueden tomar como objeto sexual a miembros de su propio sexo lo mismo que del opuesto, sin que un impulso interfiera con el otro. Llamamos a estas personas bisexuales y aceptamos su existencia sin sentir mucha sorpresa”. (Freud, 1937)

El término “bisexualidad” (traducción de “bisexualitat”) tal como lo conocemos hoy día, fue incluido en 1896 por Kurella, viene a cuestionar la lógica binaria. Desde 1846, Berthold menciona la idea de una constitución bifactorial de la especie humana en relación a lo femenino y lo masculino. Ultrichs introduce en su clasificación el término “Urano – dioning” para hacer alusión a las personas que se sentían atraídas tanto por mujeres como por varones. Georg Groddeck (1998) nos dirá que hace ya tiempo se habla de la bisexualidad, haciendo referencia a: “tanto el deseo de la mujer de poseer los atributos sexuales del hombre, de comportarse en el dominio sexual y en otros como un hombre, como la aspiración del hombre de ser mujer, de concebir, de estar encinta, de parir, constituyen importantes campos teóricos y prácticos para el intérprete de la vida inconsciente”. Dicho autor expresa que la represión de la bisexualidad humana está enraizada a la concepción de unisexualidad del hombre que instauraron los judíos: “La represión de su bisexualidad de lo consciente a lo inconsciente, ejercida durante milenios e impuesta por ley divina, es una de las razones por las que el gran problema de lo masculino-femenino en el ser humano ha quedado en segundo plano en el psicoanálisis y en la vida cotidiana, pues es un hecho patente que toda la civilización europea desde la doctrina moral de las confesiones cristianas hasta los pensamientos, los hechos, los gestos cotidianos…” (Groddeck, 1998)

Estas concepciones psicoanalíticas pueden ser controversiales y cuestionables. Como vemos, algunas de ellas hacen referencia a la orientación sexual bisexual (propiamente dicha) y otras tratan a la bisexualidad como parte de la constitución psíquica, con la cual las personas en general, contaríamos en nuestra configuración, acompañadas por aspectos femeninos y masculinos.

Por otra parte, singularizar el término “bisexualidad”, implica quitarle la variedad de vivencias que atraviesan distintas personas con respecto a sus sexualidad (es). Cuando nos definimos, nos acercamos a determinada “perolata”, que conlleva una clasificación previa. Asimismo, no es lo mismo hablar de LA bisexualidad como un constructo teórico psicoanalítico (“natural” y/o psíquico), que desde una postura política que puede relacionarse con los movimientos feministas, quienes han habilitado el lugar a la reflexión sobre el asunto, que nos han educado para vincularnos con las/os demás desde lugares más sanos, más humanxs, dando lugar a la reivindicación de los derechos.

 

Visibilizando…

Si bien considero que en cierta medida es innecesario catalogar y etiquetar nuestras sexualidades, sí me parece importante la visibilidad, para constituirnos como ciudadanas/os con derechos, para que la bisexualidad no sea pensada como homosexualidad reprimida ya que, ello puede generar un gran malestar subjetivo.

Mientras la heteronormatividad goce de presunción, las personas no heterosexuales deben ir visibilizando su orientación sexual, por un lado, para generar “alivio subjetivo”, por otro lado, por una cuestión de reivindicación política y además porque puede entenderse que es la manera de dar respuesta a la “LGBTIfobia”, a través de la visibilidad.

Se destaca la importancia de la militancia política que restituya los derechos para aquellas personas que experimentan sus vidas y/o estereotipos y/o sexualidades de forma no – normativa. ¿Seremos capaces de pensar y sentir más allá de una lógica binaria?

Uno de los desafíos podría ser crear literatura bisexual, dar palabra…siempre con el “miedo” de caer en categorías fijas que nos lleven nuevamente a esos sitios de los cuales intentamos huir.

_______________

Referencias Bibliográficas

Stefanía Molina

Comentarios

comentarios

Post Comment

*