Hablando de felicidad: en busca del mago de Oz

Hablando de felicidad: en busca del mago de Oz
«The wizard of Oz»: Warner Bros (1939)

Por Daniel A. Fernández

Muchos habrán tenido el enorme placer de disfrutar de “El mago de Oz”, una maravillosa película infantil protagonizada por Judy Garland. Si bien es un film un tanto antiguo, se convirtió en un clásico del cine y posteriormente se llevaron a cabo nuevas versiones. En esta película, así como también en tantos otros espectáculos y textos infantiles, se transmitía un mensaje que podía ser asimilado por gente de todas las edades. No habremos de narrar íntegramente la película mencionada, pero sí haremos una breve referencia a alguno de sus pasajes por si algún lector descuidado no conoce el film.

En “El mago de Oz”, una jovencita cuyo nombre es Dorothy es capturada sorpresivamente por un tornado y es transportada hacia una tierra mágica, la tierra de Oz. Allí se hace amiga de tres personajes fundamentales en la historia, que son: el espantapájaros, el hombre de lata y el león. Algo los une a los cuatro y es el propósito de dar con el gran mago, a quien buscan desesperadamente para solicitarle determinados favores. Así es cómo Dorothy desea que el mago le ayude a regresar a su hogar, el espantapájaros pretende que este mago le dé un cerebro, el hombre de lata espera que se le dé un corazón, y el león desea que se le dé valor. Toda la película consiste en una serie de obstáculos que estos cuatro personajes deben sortear para poder dar al fin con el mencionado mago.

No es difícil advertir, tras lo esbozado del argumento de la película, que los cuatro personajes principales buscaban algo (no importa qué) pues lo necesitaban para ser felices. Y hasta aquí, desde luego, no hay nada que objetar. Es lo adecuado que alguien persiga aquello que considera que requiere para su felicidad. Lo equivocado en la actitud de los personajes era que esperaban que eso que requerían les fuera dado por otro, por el mago. Dicho de otra manera, el error residía en creer que debía ser otro quien los hiciera felices.

Así como en la película, muchas personas van por la vida esperando encontrar a ese otro que los hará felices. Sin duda, para que esto sea posible, definitivamente ese otro debería ser un mago y uno muy poderoso. Pero lamentablemente los magos no existen y no es posible que otro nos dé lo que no encontramos por nosotros mismos. La responsabilidad es solo nuestra.

 

 

Retomando la película y centrándonos en tres de los personajes principales, descubrimos que el espantapájaros, que tanto deseaba un cerebro para ser inteligente, a lo largo de todo el argumento fue quien más dio señales de inteligencia. El hombre de lata, que tanto anhelaba un corazón para sentir, fue en cambio quien se comportó como un ser con gran sensibilidad. Por su parte, el león que deseaba valor demostró en diferentes momentos su gran valentía. Lo que buscaban fuera, había existido siempre dentro de ellos pero jamás lo habían advertido. Fue necesario que alguien externo (el mago) se los hiciera notar. Pero aun así, eso tampoco les resultó suficiente. Necesitaban de algo más, de algo que les permitiera demostrar ante la mirada ajena que eran poseedores de lo que antes creían carecer. No les bastaba con su propio juicio sino que aún esperaban el juicio de los otros, la aprobación ajena, el reconocimiento. Y así, de igual manera, hay personas a quienes les cuesta creer en su propio potencial y en quiénes son realmente, salvo que den con otros que desde afuera los avalen.

Fue cuando el mago de Oz dio al espantapájaros un diploma, que este último aceptó por fin que tenía un cerebro y que era inteligente. Fue cuando el mismo mago dio al hombre de lata un reloj con forma de corazón, que además hacía “tic-tac” simulando latidos, que el enlatado personaje se sintió satisfecho. Fue cuando el león recibió una medalla al valor de parte del mago, que creyó por fin en la valentía que ya tenía. Hablamos de tres objetos: un diploma, un reloj con forma de corazón y una medalla al valor. Los tres objetos podían ser vistos por los otros, podían ostentarse frente a los otros, podían demostrar ante los otros lo que se poseía. Y esta actitud final en los personajes principales solo nos lleva a pensar que, pese a las peripecias que debieron transitar, no lograron realmente un gran aprendizaje ni un cambio consecuente.

Dijimos que los tres personajes mencionados ya tenían consigo lo que buscaban fuera, ya poseían eso que creían necesitar para ser felices pero no lo advertían. Sin embargo, tras haberlo comprendido, cometieron el error de creer que en verdad necesitaban de un objeto externo que diera pruebas a los otros de quiénes eran. Pero… ¿qué pasaría si, en un futuro, los otros no valorizaran los objetos que estos tres personajes ostentaban? ¿Dejarían de ser felices de nuevo solo por lo que dijeran o pensaran los demás?

Quien quiere ser feliz, no puede depender de lo que los otros crean. La opinión ajena es variable y escapa a nuestro control. Si para creer en lo que tienes, en lo que puedes y en quién eres necesitas de la aprobación ajena, definitivamente estás en dificultades. Mejor intenta conocerte a ti mismo, después decide si te gusta lo que ves. Si no te gusta, cambia. Pero hazlo para ti, no por los otros.

Daniel A. Fernández
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