Las paradojas de la culpa

Las paradojas de la culpa
Foto: tonypowell

Por Carmelo Licitra Rosa

El horizonte del inconsciente puede ser un buen viático para la política, amenazada como nunca por una grave crisis de representatividad y sacudida por una secuencia de escándalos que parece no detenerse. Para comenzar a orientarnos podemos decir que la actual configuración de la civilización es la resultante de una modalidad de discurso que en nuestra época hace lazo en la convivencia social; forma caracterizada -como afirmaba Lacan en su célebre intervención de los años ’70 ante una cámara de televisión- por el acceso al cénit social del objeto a: digamos brevemente, caracterizada por el irreversible debilitamiento del tejido del registro simbólico en su secular y tradicional función de regulación, reparto y taponamiento del goce pulsional singular que, por eso mismo, favorecía y predisponía su lazo con el otro. Si se resiste a la fácil sirena de la restauración, que podría parecer la vía obligada para poner remedio a la disgregación y descomposición, un análisis impiadoso y desprejuiciado de este nuevo orden de la civilización, que no respeta ya ningún ámbito de nuestra existencia individual y colectiva imponiendo una aplaudida epojé del hacer por hacer a todo costo, puede en cambio sugerirnos diferentes interrogantes.

El primero de esos interrogantes es si el cada vez más difuso sin límite, en todas sus múltiples declinaciones -desvergüenza, corrupción, depravación, etc.- no es una suerte de inconsciente llamado al límite. En fin, ¿los escándalos infames en los que nuestras clases dirigentes están literalmente sumergidos, no serían quizás el estridente reverso de un oscuro y sólido sentimiento de culpa, aunque completamente anulado? ¿Estamos entonces, en realidad, a despecho de la aparente desenvoltura de nuestras costumbres, inmersos más que nunca en el universo morboso de la culpa, según la feliz, famosa expresión de Angelo Hesnard? Hace ya tiempo, por otra parte, tuvimos que tomar en cuenta que el espejismo del franqueamiento de las prohibiciones, para ir finalmente al encuentro de un placer presuntamente natural, sin el lastre de la culpa, se había resuelto en un época el fracaso, que a pesar de la desculpabilización en gran escala ha determinado un incremento generalizado de la angustia, como señalaba Lacan en la entrevista en Panorama de 1974. En fin, ¿esta flagrante ausencia de culpa, que se muestra en la insistencia y la temeridad con las que parecen burlarse de toda regla, esconde quizá una inquietante e inédita exacerbación de la culpa?

La culpa, en efecto, es algo que acompaña la experiencia humana como una sombra, y tanto más cuanto más parece neutralizada, silenciada, anestesiada. Ella es sin duda la herencia de la humanidad. No solo nos lo recuerda la Biblia en el memorable relato del pecado original. En el Novecientos, por ejemplo, Heidegger y Jaspers han propuesto con nuevos términos esta antigua temática de las religiones y de la especulación filosófica. Para el primero la culpa está en conexión con un «no», al no ser posible comprender «el dónde ni el debe» del hombre, este es expulsado del mundo en vista de un proyecto que, justamente para realizarse, exige que no se proyecte en otras posibilidades; entonces, para Heidegger la culpa radica en lo infundado de la existencia. Jaspers, por su parte, coloca la culpa entre las situaciones límites de la existencia: tanto la acción como la no acción implican consecuencias, por lo tanto en cualquier caso el ser es culpable.

Freud se inserta en esta importante corriente, pero desplazando el acento de la culpa al sentimiento de culpa. En sus obras del primer período, como por ejemplo Los actos obsesivos y las prácticas religiosas de 1907, hace del sentimiento de culpa la percepción que en el yo vendría a corresponder a la acción del Superyo -o bien a la crítica, a los reproches del Superyo- instancia que, según Freud, se constituye por la asunción de las prohibiciones parentales en el ocaso del Edipo. Después de haber inicialmente situado el sentimiento de culpa en el inconsciente, Freud más tarde especificará –resolviendo así la contradicción intrínseca al concepto de un sentimiento de culpa que se advierte pero que no es menos inconsciente- que la causa de la culpa es inconsciente y que solo sería consciente la sensación de culpabilidad.

La reflexión freudiana sobre el sentimiento de culpa procede de una gran cantidad de paradojas. De un lado, como nos enseña en Tótem y tabú, el sentimiento de culpa juega un rol esencial en la constitución de las sociedades humanas: aquí el sentimiento de culpa aparece como derivado de la represión del complejo de Edipo. Por el contrario, en EL yo y el ello el sentimiento de culpa, más que construir parece subvertir el orden social. Freud confiesa su sorpresa al descubrir que un aumento incontrolable de sentimiento de culpa puede hacer criminal a un hombre, que se podría encontrar alivio ligando el sentimiento de culpa inconsciente a algo real y actual. Al margen, Freud, liga este sentimiento de culpa con la reacción terapéutica negativa y con la satisfacción en la enfermedad. Este punto de vista ilumina otra importante paradoja de la culpa, aquella por la cual la culpa no se aplaca por la rectitud y el respeto a la ley dado que, como Freud lo subraya especialmente en El malestar en la cultura, cuanto más virtuoso es el individuo, más oprimido está por el sentimiento de culpa.

 

Tal articulación entre la culpa y la ley, en permanente oscilación entre una culpa que genera la ley y una culpa que la viola invocando la prohibición, no es más que una parte de la cuestión y de todos modos resulta interesante para orientar fuertemente nuestra reflexión sobre la estrecha relación que subsiste entre ley y culpa. Los ecos paulistas aquí se convierten en una referencia obligada, de la ley que me ha hecho pecador a la felix culpa.

La reflexión psicoanalítica sobre la culpa conduce inevitablemente más allá. En Duelo y melancolía de 1915, la culpa ya no es para Freud una sensación sino, más bien, la constatación de una indignidad total, sin apelación, una verdadera y propia denuncia dirigida contra el yo. Estamos ante un delirio megalómano invertido totalmente centrado en la ruina. Al contrario que el neurótico obsesivo, otro gran prototipo de culpable: el melancólico no se defiende contra la culpa, se somete a las más feroces puniciones que de ella derivan. Freud muestra que esta constatación implacable retorna al objeto perdido, englobado en el yo por identificación. En esta línea de progresiva de-semantización del sentimiento de culpa, en Análisis terminable e interminable de 1937, Freud afirma que una parte de la obstinación en autodestruirse podría ser imputada a la sola pulsión de muerte, desligada del Superyo. Con esta última hipótesis de una pulsión de muerte que opera silenciosamente y totalmente disociada de la historia edípica, Freud postula en la culpa algo de real, más allá de una justificación reconducible a cualquier significación.

Saliendo de escena, Freud, nos deja este obstaculizante, embarazoso, legado de un real oscuro con el que la humanidad debe saber hacer con destreza; deber éste que nuestra civilización –post-moderna, hiper-moderna, post-industrial, llamémosla como más nos guste- torna muy arduo. Podemos decir que Lacan se mueve justamente desde aquí, desde este punto de llegada freudiano, desarrollando una reflexión original sobre el sentimiento de culpa, rica para nosotros en preciosos y estimulantes temas. No podemos dejar de mencionar la célebre fórmula lacaniana: se es culpable de una sola cosa, haber cedido en el propio deseo. Se trata de un aforismo críptico, que exige ciertamente un adecuado desciframiento… no muy diferente del desciframiento necesario para aislar la causa –absolutamente singular- de ese deseo del que no se debería ceder, para no ser tragados por los pantanos de la culpa. He aquí por qué el discurso psicoanalítico, el único que puede conducir al ser parlante en los meandros de este fatigoso desciframiento –decisivo para una economía menos sofocante y mortífera de la culpa- se postula como interlocutor fundamental de una civilización cuyo pecado más grande se llama: no querer saber nada del inconsciente. Un pecado que siempre se paga caro.

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Fuente: Licitra Rosa, C. (2010, septiembre). Las paradojas de la culpa. Virtualia. Recuperado a partir de http://virtualia.eol.org.ar/021/template.asp?Accion-lacaniana/Las-paradojas-de-la-culpa.html

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