La violencia en las escuelas: ¿sólo cosa de jóvenes?

La violencia en las escuelas: ¿sólo cosa de jóvenes?
Foto: Unsplash

Por Evelia E. Lazzarone y Josefina Alcaide

Al hacer un recorrido por la literatura, que trabaja el tema de violencia pudimos advertir que no existe una definición unánime sobre la misma. Y fue, seguramente, ese paisaje borroso el que nos invitó a pensar la violencia en las escuelas.

El término violencia resulta polisémico. Lo podemos asociar con: agresión, burla, transgresión de la ley, maltrato, hechos de incivilización, y a los sentimientos que un ser humano vivencia frente a determinadas situaciones. Es decir podemos aludir con ella tanto, a actos como a los sentimientos que esos actos generan.

Pensemos para ilustrar los hilos de la reflexión dos escenas:

  • Primera escena: una docente jardinera, le corta el flequillo a su alumno. Al día siguiente la madre del alumno, irrumpe en la salita y frente todos los niños le corta el pelo a la maestra.
  • Segunda escena: en un colegio urbano, el padre de un adolescente, reclama a los golpes, en el momento del izamiento, a una docente del área educación física porque le puso una nota baja a su hijo.

Pensar que la violencia sucede en la escuela, nos conmueve en tanto pone en cuestión algunos de los principios fundacionales que sostienen su origen; y que hoy seguimos sosteniéndolos, aún cuando la realidad, nos evidencia lo contrario; a saber:

  1. Que la escuela es un lugar pacífico,
  2. Que la escuela es un lugar de mujeres y niños, y con esta representación seguramente entrarán en cadena asociativa: ingenuidad, maternidad, bondad, inocencia, pureza, etc.

El término «violencia», en su sentido más elemental, refiere al daño ejercido sobre las personas por parte de otros.

En realidad, y por sobre todo, un acto de violencia significa una imposibilidad de apelar a la palabra. Freud sostiene que “el primer hombre que arrojó contra su enemigo una injuria en lugar de una lanza, fue el fundador de la civilización” (Freud, 1893).

Hechos de violencia siempre han existido, transgresiones también. El malestar es estructural, e inherente al sujeto en la cultura. Desde tres lados amenaza el sufrimiento, dice Freud en El Malestar en la cultura (1930): desde la fragilidad del propio cuerpo, desde la hiperpotencia de la naturaleza y desde los vínculos con otros seres humanos; y agrega más adelante, y tal vez este sea el más doloroso y el menos inevitable.

Sin embargo, nos inquietan los modos nuevos que asume ese malestar, cuando éste se escenifica en un espacio social particular: la escuela, y que tiene por protagonistas a los adultos.

El suceso que marcó, y que puso en agenda pública, la violencia en las escuelas, fue la recordada masacre de Carmen de Patagones del año 2004 [1]. Pero no queremos hablar de este hecho. En realidad, lo traemos a la memoria del lector como hecho paradigmático que visibilizó actos de violencia, que tenían como espacio la institución escolar.

Nadie podrá negar, que desde allí y hasta la fecha, no dejan de ser publicados, día a día, situaciones de violencia. Lejos de pensar que sólo los alumnos son protagonistas de estas situaciones; padres, docentes, directivos también lo son. Es decir, los actos de violencia que suceden en las escuelas tienen a actores y a protagonistas tanto a jóvenes como a adultos. Y sobre estos adultos queremos reflexionar.

De los adultos, por contrato social, se espera un posicionamiento regulador de los intercambios, y un respeto a los órdenes legales compartidos, que permiten el sostenimiento de un lazo social.

Una inquietud que surge, cuando se visibilizan situaciones en las que los adultos intervienen violentamente en el campo educativo, es pensar: ¿Qué mensaje envía y a quién el adulto se está dirigiendo con su acto. ¿A los jóvenes? ¿A la sociedad? ¿O es un modo de darse un lugar? Y dejamos esta inquietud en suspenso.

Ahora bien, las situaciones de violencia son ejercidas por los adultos, con mayor frecuencia en el mismo espacio escolar, y bajo la mirada de la comunidad. Las agresiones, los hechos de violencia, ya no tienen como escenario la esfera privada; sino que mientras más público el hecho, el adulto parece tener la sensación de mayor satisfacción por lo actuado.

No habría en estas situaciones advertencia, por parte de las figuras adultas, del incumplimiento de ser, símbolo de ley, autoridad y regulación para la nueva generación.

Pero para poder entender estas situaciones no podemos eludir el contexto social de fondo. Hoy asistimos, al decir de Dufour, a la ausencia de algún enunciado colectivo portador de credibilidad, que caracteriza la situación del sujeto posmoderno, intimado a hacerse a sí mismo fuera de todo antecedente histórico político.

 

 

Dustchasky (2001) al respecto sostiene: ”Desde ya que las fuentes de referencia con poder enunciativo, no fueron equivalentes a lo largo de la historia: Dios, la ciencia, la nación, el proletariado, el comunismo, el nazismo, han configurado distintos tipos de sujeto y dado lugar a diferentes y antitéticos modos de pensar lo social, pero lo que ha permanecido constante, fue la referencia a una sumisión y a los esfuerzos concomitantes para evitarla, disputarla e invertirla. Un Otro, (discurso autorizado), permite que la función simbólica se despliegue, en la medida en que proporciona al sujeto un punto de apoyo para la construcción posterior de sus propios discursos”.

Ahora bien, entendemos que existen en la actualidad una pluralidad de narrativas, sin que ninguna se instituya en autoridad, sobre la cual se ancle la constitución subjetiva. Podríamos pensar en la caída de esta narrativa y de un sujeto que no se sujeta a un sistema de referencia, sino que se coagula autoreferencialmente.

Por lo tanto, podemos hipotetizar, que los adultos actúan el colapso del contrato cultural, por el que la generación que antecede se compromete a “marcar” una diferencia, una distancia, una posición otra respecto del lugar que le cabe a los niños y jóvenes. Distancia que permite efectivizar la apropiación de referencias simbólicas. Recordemos que el Otro es esa instancia por la cual se establece una anterioridad fundadora.

A consecuencia de esto, las representaciones de autoridad, ley, futuro, intercambio, asimetría, que sostenían tanto a la familia como a la escuela, parecen haber estallado.

Si hacemos un poco de historia la institución escolar tuvo su origen por la confianza y la autoridad reconocida de la familia sobre ella, y por la cual cedieron a sus hijos a los educadores. Cesión que estuvo cargada de ilusión y utopía, de reconocimiento de autoridad y poder delegado a la institución escolar para la educación de los recién llegados; y por sobre todo esta alianza se entabló sobre la base de una autoridad compartida.

Sin embargo, hoy esta alianza parece estar bajo sospecha y sus efectos son: una escuela que ha quedado debilitada; unas familias, en tanto células estructurantes, resquebrajadas; y unos niños carentes de límites y de referentes han quedado especialmente a la deriva.

“El adulto es el que, viviendo en una sociedad de incertezas, de relativismo moral, de resquebrajamiento, fragmentación, individualismo, transformación constante, parecería estar bajo un proceso de infantilización. La adaptación del adulto es difícil y las señales que emite se traducen en una desesperada lucha por encontrar su espacio social”… (Citera, Miriam)

Podemos pensar que los actos de violencia ejercidos por los adultos en el ámbito escolar, enunciarían un modo posible de ejercitar el lugar de la autoridad que les compete, sin embargo lo hacen a la manera que lo hacen los jóvenes. Estas situaciones, ponen al descubierto el desdibujamiento, dilución y desfondamiento de la narrativa que sostiene esta función, en donde la prescripción social es la eterna juventud.

No obstante sobrevuela una pregunta: ¿Cuáles son los efectos?

Los padres al comportarse como lo hacen los jóvenes, los desconciertan, al negarle el deber de hospitalidad, en tanto componente insoslayable de la construcción social y estructurante de la subjetividad. Como lo plantea Lacan: “Si el padre cede su lugar, como factor estructurante, ya sea por su propia impostura narcisista, creyendo ser la Ley, o por su debilidad fálica a favor de fuertes corrientes pasivas, los hijos naufragan en el goce pulsional, y no logran inscribirse creativamente en el orden simbólico sociocultural.”

Finalmente, los procesos de subjetivación de aquellos que están atravesando los tiempos de alojo social, no encuentran un horizonte en donde anclar cuando estallan las la idea de autoridad, de diferencia y ley. Y con ello obstaculiza, la interlocución, el intercambio simbólico, de palabras entre un padre y un hijo, un maestro y un alumno, una generación y otra.

Palabras Finales:

Pensamos que la escuela se encuentra en una paradoja en los tiempos actuales. De ella no se espera nada y al mismo tiempo de ella se espera todo.

Las opacas situaciones que en la institución escolar se presentan nos remiten a bordes desconocidos, a texturas complejas, que requieren al decir de Hannah Arendt; una nueva construcción de sentido: “lo que está en cuestión es el pasaje de la bio-grafía al bios-político, de la narración del sujeto, a la inscripción colectiva, de la gramática de lo singular a la gramática de lo plural donde algo de la historia y de la política toman cuerpo para los humanos y dan forma a las instituciones”.

Vivir para el hombre no es empresa demasiado fácil. Aceptar y compartir leyes y valores, implica renunciar, en muchas oportunidades, a la satisfacción
de los propios deseos a condición de alcanzar la felicidad, la dicha y evitar el sufrimiento. Es el malestar, que deriva del renunciamiento, el precio que se paga por el sometimiento a las exigencias de la civilización.

Renuncias que representan sobre todo un reconocimiento del otro como semejante y dador. La caída de ese Otro en tanto marco de referencia simbólica resquebraja el lazo social, haciendo que el campo de lo individual aventaje al colectivo, fraguando los intercambio, la posibilidad de apelar a la palabra.

Son tiempos en que las representaciones de autoridad y la ley deben volver a armarse, tiempos en donde los adultos puedan alojar a las nuevas generaciones pero desde espejos que reflejen, que enciendan y faciliten procesos identificatorios.

La institución escolar, hoy resulta ser entre otras, la caja de resonancia de tiempos de guerra, de violencia, de exclusión y de la necesaria reconstrucción de esa gramática colectiva de la que habla Arendt que, por los tiempos que vivimos, nos atrevemos a pensar que no se sujetará en una única narrativa. A esta mirada nostálgica de un único relato hay que renunciar.

Desde todos esos pliegues discursivos caídos, estamos invitados a avanzar hacia una nueva constelación en la que seguramente convivirán una variedad de discursos pero que deberán permitir anudar y dar señas de alojo y hospitalidad a los recién llegados.

Nota: el presente trabajo ha sido presentado en el III Congreso Internacional de Investigación en Psicoanálisis, Derecho y Ciencias Sociales realizado en Junio de 2011 en la Universidad Católica de Santiago del Estero.

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Bibliografìa: 

  • Citera, Miram: “Alianza escuela – familia, ¿Alianza escuela – familia” en http://www.educared.org.ar/infanciaenred
  • Dustchasky, Silvia: “Chicos en Banda”.Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Paidós. Bs. As. 2001.
  • Lacan, Jacques: Discurso de clausura de las Jornadas sobre la psicosis en el niño en El Analiticón 3.Ed. Fundación del Campo Freudiano. Barcelona. 1987.

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Referencias:

  1. Morosi, P. (2004, septiembre 29). Masacre en una escuela. Recuperado a partir de http://www.lanacion.com.ar/640547-masacre-en-una-escuela

 

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Fuente: Lazzarone, E. E., & Alcaide, J. (2014, julio 14). La violencia en las escuelas. ¿Sólo cosa de jóvenes? Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/psicoanalisis-ley/la-violencia-en-las-escuelas-solo-cosa-de-jovenes/12750

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