La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay. Parte I: Bernardo Etchepare y el nacimiento de los débiles mentales

La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay. Parte I: Bernardo Etchepare y el nacimiento de los débiles mentales
Francisco de Goya: «El Gigante» o «El Coloso» (1814-1818)

Por Fabricio Vomero

La psiquiatrización de la infancia en el Uruguay

En el año 1913 Bernardo Etchepare, padre de la psiquiatría uruguaya, publica “Los Débiles Mentales». Texto fundacional en muchos sentidos: por un lado se inicia la disciplina en nuestro país con la psiquiatrización de la infancia, y por otro revela las funciones sociales que aquella psiquiatría primigenia se proponía. Es cierto que habla de un pasado ya lejano, pero también del inicio de todo un proyecto que combina una novedosa narrativa sobre el otro y el desarrollo de tecnologías aplicadas sobre las personas. En ese texto analizaba la compleja cuestión del sujeto con problemas y dificultades de orden intelectual, a la vez que proponía una nueva nominación de un alto valor simbólico, se ensayaban las causas de la misma. Para la naciente psiquiatría criolla estas cuestiones serán determinantes.

Etchepare definía a esas poblaciones que analizó como inferiores, débiles, deformes intelectuales, que con su anomalía misma se transformaban (se explaya bastamente sobre este punto) en una amenaza constante sobre el conjunto del orden social, sobre la población general, razón por la cual la psiquiatría debía ocuparse de ellos, clasificarlos, identificarlos y ordenar su estar en el mundo.

Identificó el problema de los débiles mentales como un problema de salud pública del que debían tomar asunto los médicos a fin de terminar con lo que llamaba el barbarismo de épocas anteriores donde estos “enfermos” estaban condenados al abandono de sí, al maltrato, a la burla, al desprecio generalizado, a la vergüenza familiar, e incluso en algunos casos al espectáculo de la exhibición circense. Por estas razones entendía que el paradigma psiquiátrico de la civilización, que oponía al barbarismo, debía tomar la definición del tema, identificar el problema y resolverlo en términos médicos afín de poner al Uruguay en sintonía con el mundo.

El programa de Etchepare es el resultado de realizar un largo viaje por Europa que lo hará recorrer Inglaterra, Alemania, Austria y Hungría, Sajonia, Dinamarca y Francia que documenta en extensos informes. Allí observa los modos de asistencia y atención a los débiles mentales y plantea luego su implementación en nuestro país.

El primer elemento a renovar y ajustar es la nomenclatura y propone sustituir las viejas nociones de imbecilidad e idiocia (folklorizadas hasta la actualidad) utilizadas ampliamente por la psiquiatría del siglo XIX por la de debilidad mental. La palabra elegida no es casual, es concordante con algunas de las obsesiones médicas del novecientos sobre la energía, la fuerza y la potencia. Los débiles, en contraste con los fuertes, los exitosos de la lucha por la existencia y la supervivencia.

Con la noción de debilidad se produjo un paso importante en la generalización del saber psiquiátrico, ya que comienza a ocuparse de problemas relacionados no con locos propiamente, siendo el elemento fundamental la infancia, ya que como toda forma de anormalidad es allí donde la dificultad muestra sus primeras señales, donde da sus primeros pasos.

Según analiza Michel Foucault (2005) [2], es con el estudio de los denominados retardados mentales que la psiquiatría conquista la infancia e inicia el proceso de psiquiatrización de la sociedad.

Es en esa brecha que se desarrollan múltiples técnicas para identificar ya no a los grandes débiles, pues esos eran visibles para todos, sino más bien a los que según Etchepare eran los débiles apenas perceptibles, parecidos a nosotros en apariencia. La psicología cumplirá aquí una de sus primeras funciones sociales, medir, identificar y clasificar a través de una variada batería de test que intentaban evaluar de la mejor manera posible las capacidades intelectuales de los niños. Es la primera alianza entre la psiquiatría y la escuela [1], buscando discriminar el lugar que cada niño debía ocupar. El nacimiento de escuelas especiales buscó resolver este problema.

Edouard Seguin (1812-1880) es quien introduce la noción de débil mental, afín completamente a el pensamiento evolucionista y a la ideología burguesa dominante, obsesionada con la dialéctica fuerza-debilidad. La noción anteriormente utilizada de retrasado mental (también folklorizada) fue fundamental hasta ese momento, vinculada a la idea de desarrollo único y progresivo, en un único tiempo, en un mismo ritmo que todos los niños normales debían recorrer. El retrasado como contrapartida era alguien que si bien no detenía su desarrollo como el idiota o el imbécil, el mismo era lento, no podía seguir el ritmo de los otros y al final entre ellos y los individuos normales se establecía una distancia de logros y capacidades que dificultaba los intercambios y la vida en común. La definición de débil mental más que sustituir los sentidos presentes en el término de retraso mental, más bien los reordenaba.

Etchepare situaba la importancia social de la psiquiatría, al considerar las causas de la debilidad mental, que mayoritariamente estaban vinculadas a conductas precisas y hábitos de comportamientos de los padres.

El psiquiatra así entendido el problema, debería considerar y evaluar las conductas intrafamiliares de los padres de los débiles, siendo necesario su presencia como observador de la vida familiar, de la moral y de las costumbres; se erigía de este modo como un profesional que fijaba pautas de conducta, de comportamiento y de higiene, corporal y mental.

La noción de conducta personal será absolutamente clave para la psiquiatría del novecientos, y se buscará normalizar el área de los comportamientos individuales. Lo normal y lo patológico se opondrán definitivamente en el mundo burgués como dos puntos irreconciliables, como dos espacios claros que será preciso fijar en todos los territorios a uno y a otro y los límites que los separan. El ser anormal o patológico se transformaba en el otro que la sociedad de aquella época distinguía, que quería alejar de sí, que quedaba ante el abismo de una distancia que los volvía parte de una diferenciación absoluta.

El débil en la construcción psiquiátrica del novecientos era un ser fundamentalmente defectuoso y de múltiples formas. Existía el débil en el que la debilidad era general, un pobre condenado a una existencia inútil y miserable (se los llegó a denominar seres plantas o también seres que sólo eran tubos digestivos), pero existían otras debilidades mucho más significativas que sólo afectaban a una o pocas funciones y que por lo tanto eran los débiles sutiles. Podían estar escondidos, sin haber nunca llamado la atención, desapercibidos en el largo camino de la escuela. Pero de pronto salían a la luz, simplemente alterando el natural transcurso de los acontecimientos, con actos de anormalidad o enlentecimiento, afectando la velocidad y el ritmo de los demás y por lo tanto se volvían alteradores del orden, principalmente en la familia y en la escuela, perturbando los ritmos de producción, afectando el trabajo de otros.

Etchepare proponía una verdadera exploración de múltiples áreas que garantizara el análisis de todos los sentidos y áreas importantes vinculadas a la percepción y análisis del mundo.
Las áreas de los defectos que debían ser exploradas eran varias; primero los sentidos pues se debía estar alerta a cualquier anomalía en la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato; luego las funciones intelectuales eran rigurosamente analizadas, las áreas volitivas, la asociación y la agilidad mental, la memoria, el juicio y la concepción.

En este caso el niño y viejo se volvían las dos caras de la dificultad intelectual; al niño el diagnóstico de debilidad lo conducirá o a escuelas especiales o centros de internación, mientras que el senil, a quién también llegado el caso se lo evaluará rigurosamente en los mismos términos, se volvía objeto de estas prácticas cuando su conducta ponía en riesgo en general el manejo de los bienes, o cuando alguna de sus conductas se transformaba en delictiva y debía declararse su índice de responsabilidad y vayan a parar por ejemplo al asilo, cuando ya no pudiera cuidarse por sí mismo.

 

 

Niño débil y anciano senil son de alguna forma dos caras de la improductividad; el primero va en camino de alcanzar una humanidad que debe ser plena, que lo debe tomar con todas sus fuerzas, con todas sus capacidades al máximo. El anciano en cambio está en la salida de la actividad y la vida, las fuerzas lo abandonan, deja de ser productivo y tal vez por eso el anciano comienza a volverse en un estorbo en una sociedad que hiper-valoriza la productividad. El niño como contrapartida no tiene y debe tener. Y si no tiene, ese no tener no puede afectar el rendimiento de los otros.

La primer cuestión que intenta resolver la psiquiatría de la época es la de los llamados incapaces, a los que había que conducir porque no podían manejarse en el mundo correctamente. Igualmente estamos ante dos poblaciones bien distintas: los incapaces inútiles o útiles, y los incapaces peligrosos o inofensivos. Esos son los dos ejes en donde se piensan todo el tiempo a estas poblaciones.

El diagnóstico debía ser preciso y para ello debía quedar estrictamente claro ante cada trastorno:

  • la forma, es decir señalar de manera precisa frente a qué trastorno se estaba.
  • el grado, pues era preciso indicar el nivel de la debilidad, existiendo varias categorías de gravedad.
  • la intensidad, para fijar la fuerza misma del problema.

Todo el tiempo se trata de ejecutar un complejo juego de opuestos:

  • Débiles – fuertes
  • Incompletos – completos
  • Deformes – bien formados.
  • Retrasados – arribados.

Son categorías que se oponen, pero que estrictamente fijan una dirección que considera que el débil no pudo avanzar porque no le dieron las fuerzas de la mente, no pudo sostener una humanidad plena, porque la lentitud de sus procesos lo hizo quedar varado en el camino en el que los otros, los fuertes y completos sí avanzaron a paso firme.

La psicología en este momento comienza a tener como su prioridad principal clasificar a las personas según sus capacidades y rendimientos. En este sentido produjo una extensa narrativa justificadora de esas clasificaciones que muchas veces se convertían en sentencias estigmatizantes de por vida. Aún no ha dejado del todo de hacerlo.

Las causas

Bernardo Etchepare se explaya largamente sobre las causas de la debilidad, pero dos ideas son superlativas para la psiquiatría del novecientos: herencia y degeneración. Un lugar de privilegio ocupa en particular el alcoholismo, pero ya no solo el del sujeto crónicamente alcoholista, el bebedor permanente, sino también el alcoholista ocasional, que en el mismo momento de la concepción estando en estado de borrachera afecta el producto reproductivo a través de sus espermatozoides y también la mujer que alcoholizada es fecundada afectando en ese mismo momento el feto. De este modo consideraba entonces que la debilidad mental podía ser producida tras un acto de ebriedad puramente ocasional y circunstancial.

La tuberculosis tenía un importante lugar especialmente como degenerador del cuerpo del enfermo y surge en general como un debilitador general, más bien opera como un elemento que puede contribuir o potenciar cualquier tara; las infecciones de la madre en el embarazo, puede en sus términos desmejorar el producto.

Para Etchepare el problema de los débiles mentales era una cuestión sanitaria y social muy seria y central, que debía permitir dejar de lado el desinterés o la negación de las respuestas antiguas pues:  “El problema de la asistencia de los débiles mentales, si no está hoy completamente resuelto en los detalles, lo está respecto de la idea fundamental. Los débiles mentales, estando en condiciones inferiores para la lucha por la existencia, están también expuestos, por tal causa, a todas las contingencias que los hace peligrosos para sí mismos, y para los demás. Hay pues que defenderse defendiéndolos, cuidándoles solícitamente, mejorándolos, si es posible, para que participen eficazmente de la vida social y familiar, y en caso contrario, ofreciéndoles el ambiente necesario al desenvolvimiento de la actividad de que son capaces, esforzándose por perfeccionar ésta, y también asegurándoles el bienestar a que tienen derecho, dado nuestra organización social, y dada su necesidad de dirección.” (1913:147)

Los débiles, en oposición a los fuertes y triunfadores para Etchepare eran individuos que estaban en condiciones deficientes en el camino del desarrollo evolutivo, que estaban desmejorados en la lucha vital, la naturaleza ha sido deficiente en las herramientas que ha puesto en sus manos, son los desheredados, los insuficientes, los influenciables, los que debían ser arreglados o en su defecto encerrados, y fundamentalmente direccionados. Por otra parte se trata de ordenar y disciplinar a la familia, como el espacio primero que debe insertar al hombre en las tramas del trabajo, pero por sobre todas las cosas se trata de defender la sociedad.

La sociedad de aquella época construyó mediante cierto darwinismo social, del que el propio Darwin es ajeno, un mito ajustado a los ideales, creencias y necesidades de la época: la lucha por la existencia, la supervivencia de los más fuertes.

Los débiles ya no serían entonces solamente un problema para sí mismos por la esterilidad con la que transitarían por la vida, seres que librados a sí mismos resultaban absolutamente improductivos, sino que además para esta psiquiatría, se volvían perturbadores del descanso reparador del padre en el hogar y por lo tanto lo afectaban diariamente en su productividad y en el de la madre que debía ocuparse plenamente del funcionamiento del hogar. Trabajo y familia son entonces las dos preocupaciones principales, centradas éstas en primer lugar en ordenarla y permitir que transite su organización con orden. Se busca en primer término que el hombre trabaje con la mayor eficacia y tranquilidad posible, que su productividad no se vea alterada por la enfermedad y sea entonces posible ponerla en plenitud.

Para que el hombre trabajara y fuera disciplinado debía estar atado a una familia y a la inversa la familia se sostiene sobre el trabajo del hombre que la mantiene unida y cohesionada, haciéndola funcionar.

En el comienzo del siglo XX nacerán una serie de instituciones que buscaron resolver estos problemas. Nada perturbaba más a los psiquiatras de principio de siglo que la peligrosidad y la improductividad de la locura y la debilidad mental; el loco y el idiota son dos figuras de la esterilidad. La idea era entonces liberar a los padres de los débiles para que pudieran descansar y trabajar tranquilos.

Además se volvía un tema de ahorro, a través de la prevención.

Bernardo Etchepare siempre supo que su cruzada por consolidar el saber psiquiátrico era una verdadera lucha. Lo supo cuando declaraba a sus pacientes locos como incompletos y luego también con los débiles e inferiores; los inhabilitados en la dura lucha por la existencia.

Al pensarlos de esa forma, la psiquiatría trató de fijar un orden de diferencias, imprimiendo por parte de un grupo hacia otros, un orden clasificatorio, sustentado como un discurso fundado en la lógica consecuencia del progreso de la razón por sobre todo lo demás, cuya fuerza simbólica radica en que era un discurso que se presentaba como científico y como tal verdadero. La tarea de la psiquiatría fue principalmente crear lo que Weber llamaba una sociodicea de la dominación, es decir un conjunto de explicaciones que justificaran las diferencias y las clasificaciones.

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Referencias:

  1. El poder psiquiátrico. FCE. Buenos Aires
  2. Este es seguramente uno de los problemas más interesante de la actualidad en términos de salud infantil y pocas veces considerado: la alianza escuela- psiquiatría. Especialmente si consideramos la altísima utilización de psico-fármacos en niños en nuestro país (de las más altas del mundo) y el papel que ocupan muchos maestros que pre-diagnostican a los niños y normalizan el uso de medicamentos. Esto será tema de la tercera parte.

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Bibliografía:

  • Etchepare, Bernardo. (1906).  Puerilismo mental.  En: Revista Médica del Uruguay. Año 9. Tomo 9. Montevideo.
  • _______________(1909).  Locura familiar; delirio de interpretación “antilógico” comunicado entre siete personas. En: Revista Médica del Uruguay. Año 12, tomo número 12. Montevideo.
  • _______________(1911). La responsabilidad en los alienados. En: Revista Médica del Uruguay. Año 14, Tomo número 14. Montevideo.
  • _______________(1913a). Los débiles mentales. El Siglo Ilustrado. Montevideo.
  • _______________(1913b). Ceguera histérica.  En: Revista Médica del Uruguay. Año 16, Tomo número 16. Montevideo.
  • _______________(1929a).  Sobre incapacidad relativa en ciertos estados mentales. Necesidad de la institución del Consejo Judicial. En: Revista de Psiquiatría del Uruguay. Año 1, número 3. Montevideo.
  • _______________(1929b).  Moral médica. Ensayo deontológico sobre internación de alienados. Revista de Psiquiatría del Uruguay. Año 1, número 4. Montevideo.
  • _______________(1929c).  Locura comunicada entre dos hermanas. En: Revista de Psiquiatría del Uruguay. Año 1, número 6. Montevideo.

Fabricio Vomero

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