La dramatización de la locura: Tim Burton y sus versiones del padre

La dramatización de la locura: Tim Burton y sus versiones del padre
Foto: IMDB

Por Marcela Brunetti

Se puede seguir la obra de Tim Burton y dejarse sorprender por la diversidad de recursos estéticos. Personajes ficticios que atrapan desde un encanto no convencional, despiertan una peculiar posibilidad: la de identificarse con ciertos rasgos a la vez que, vía lo irreal del personaje, permite ubicar cierta distancia y velar lo perturbador que puede ser el encuentro con algunas posiciones subjetivas. Seres ficcionales que mientras ocultan, revelan.

Hay un efecto sorpresa en el espectador al encontrarse con personas gigantes que asustan en un comienzo para mostrar luego la ternura más encantadora, grandes peces que son usados por un padre como recurso metafórico para transmitir lo que queda por fuera del sentido, cuatro abuelos que mientras dicen sumar entre ellos 281 años, transmiten la herencia más importante: se puede mantener viva la ilusión aun cuando no hay posibilidades… ¡y allí ganar!

Hay algo que, sin embargo, no nos sorprende tanto en sus obras, y es que indudablemente Tim Burton tiene algo para decir en relación al padre.

En Big Fish, Burton desarma las formas convencionales en relación a la verdad de la transmisión. El padre, Edward Bloom, un sujeto que no tiene todas las respuestas, un sujeto que está fallado,  historiza lo puntos más álgidos de la vivencia familiar, aquellos para los cuales no hay un saber, tales como el amor a una mujer, el nacimiento de un hijo, con peculiares y encantadoras fantasías. Esto, que tanto enojó a su hijo Will, quien decía que eran todas mentiras, será en alguna medida su salvación: cuando él sea padre estará tomado por la misma ficción creadora y desde esa posición en relación a la falta ejercerá la paternidad, no renegando sino apropiándose de esa preciada herencia. Podemos decir que con estos relatos aprendió a ser padre. Big Fish nos muestra la verdad que hay en la ficción. El carácter verdadero de ésta se encuentra en la eficacia simbólica que opera sobre todos aquellos que se encuentran tomados por la misma. En una escena conmovedora para Will confluyen los personajes reales y ficcionales con quienes siempre, aunque renegando de ellos, ha convivido. Esta escena ocurre precisamente el día del entierro de su padre; es ante la muerte, allí donde no hay un saber y donde se quiebra el campo del sentido, que él queda tomado por la ficción. Allí puede reinscribir sus marcas e inventar un padre. Y como ya sabemos, el padre es un invento del hijo.

La impronta de Burton se evidencia más aún en un film más reciente: Charly y la fábrica de chocolates. El texto original del film es de Rohal Dahl y allí Willy Wonka, el dueño de la fábrica de chocolates, no tiene familia alguna. Años después, en los ´70, se estrena un film llamado Willy Wonka. El director lleva a cabo una impecable adaptación en la cual no modifica el guión original, al menos en relación al padre. Y hay más aún: Charly, el niño, tampoco tiene padre. Habrá que esperar a Tim Burton para que algo de esto se modifique.

Ahora bien, ¿cuál es el plusvalor que le otorga? Sin intenciones de opacar el mérito estético de esta última versión, que sin dudas es lo más cautivante para el espectador, nos centraremos en el tema que nos convoca: este es, al igual que Big Fish, un film sobre el padre. Y esta marca  es prácticamente lo único que responde a un “cine de autor”, ya que otros momentos del film reproducen fielmente la idea de Dahl. Ahora tenemos dos padres, dos hijos, dos historias que se superponen para que posiciones previas puedan desarmarse y reinventar un padre. A su vez, alude a lo estructural de la función vía la caída actual: padres para quienes sus hijos son un objeto más del mercado, donde finalmente quedan perdidos, son sujetos sin brújula, desamarrados.

 

 

El bizarro Willy, en una magistral performance de Johnny Deep, nos muestra cómo conviven en él rasgos muy humanos, generosos, sensibles, con otras, no sutiles, irrupciones de posiciones maquinizadas, no sin cierto escepticismo con relación a algunos lazos. Willy Wonka no puede pronunciar la palabra “padre”, lo intenta y sólo le advienen una serie de recuerdos mortificantes, restos de escenas insoportables. Es dueño de la fábrica de chocolates más grande y más intrigante del mundo, nadie sabe quiénes trabajan allí dentro, se cree que no son humanos. Y por suerte no lo son, ya que así tenemos la chance de conocer a los Umpa Lumpa, seres llenos de magia y simpatía, quienes llenan la historia de música y pasión.

El director nos muestra su ideal de familia a través de Charly, un niño pobre desde lo económico, pero sumamente rico por la familia que le ha tocado. Una madre y un padre que, vía el amor, compensan hasta la carencia económica más vital; lo que alimenta a Charly está en otro lado. Y también tenemos la oportunidad de saber por qué los padres del niño son como son: Burton hace entrar al film a los padres de los padres, cuatro abuelos no menos llenos de amor y magia que sus hijos. El circuito está  completo, el determinismo cumplió sus fines, lo que se inscribe obedece a la lógica de la transmisión.

En otro sentido no tan feliz, para el Sr. Wonka, el determinismo también fue eficaz. Pero, por suerte para él, al menos según el ideal de familia que Burton sostiene, el azar hará que algo pueda desarmarse.

Desde un humor sutil, aunque no sin dejos de ironía, nos enteramos que semejante industria chocolatera fue posible gracias a que el papá de Willy, un dentista fundamentalista y fanático, le ha prohibido al niño comer dulces y chocolates durante toda su infancia. De esta interdicción, el joven ha podido hacer algo interesante: fue motor de un deseo, lo suponemos por la pasión de Willy en lo suyo. Pero el chocolatero tuvo que tomar una fuerte distancia de su padre para poder separarse. Nunca lo volvió a ver, y parecía no estar advertido sobre las consecuencias de esta separación, hasta que apareció Charly.

El niño se gana un fabuloso premio dentro de la fábrica: va a ser el sucesor de Willy Wonka, es decir, la fábrica toda sería de él… pero el chocolatero impone sus condiciones: tendría que distanciarse de su familia. Se refiere a esta separación como un “bonus”, cree que le está haciendo un regalo doble. Para su sorpresa, el niño no lo acepta. Elige a su familia. Wonka se entristece, hasta recurre a un Umpa Lumpa analista, pero indudablemente, quien ejercerá esta función es el niño. El plus será facilitado por Charly desde su rasgo más tierno. Logra conmover el universo de lo posible para Wonka, destotaliza su particular VER y salen en búsqueda del dentista. ¿Con qué se encuentran? Con un hombre que reconoce a su hijo. En su consultorio está enmarcada toda la historia de Willy, todos sus éxitos, y no casualmente, quien descubre esto es Charly. Diríamos, un padre severo, interdictor, pero con quien algo se puede hacer, ya que lo más importante fue alojado. Recostado en el sillón del dentista, Willy lo mirará y dirá “hola papa” Y (¿por primera vez?) se darán un abrazo, y esto dejará otra marca en el cuerpo de Wonka, ya no es la huella corporal del escepticismo, es también un cuerpo otro.

Sin embargo, para Burton, hay expulsiones del padre que tienen carácter de irreversible. Cuatro padres y cuatro hijos que no podrían ser más patéticos, copias fieles unos de otros, lazos globalizados, podríamos decir, con todo el peso de lo idéntico y sus consecuentes estragos para el campo de la constitución subjetiva. Sujetos sin límites, todo es posible para ellos, desde comprar todos los chocolates en venta en el mundo, hasta después comerlos hasta reventar. Excesos que nos muestran a los hijos del puro goce. Pero Burton hará algo con esto inasimilable para su ideal: todos ellos serán castigados. Sufren, por culpa del capricho fuera de ley que los comanda, diferentes castigos dentro de la fábrica. Se los vuelve a ver, al final de la historia, con drásticas mutaciones físicas que redoblan la exclusión que tienen del campo de lo social. Por supuesto, alteraciones corporales donde lo cómico vela todo posible rastro de obscenidad.

Decimos entonces, con Burton, que el padre no es sin consecuencias en el cuerpo.

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Brunetti, M. (2005). Tim Burton y sus versiones del padre. El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/tim-burton-y-sus-versiones-del-padre/8798

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  1. Woow. Es curioso que finalmente haga un artículo descente de Tim Burton por estos lares. Uno se aburre de ver como lo tachan de original y nunca se gastan en ver algo de trasfondo en sus obras.

    Muy bueno el artículo :), inclusive se podría haber profundizado más en otras películas donde el ícono del padre es fuertemente visible y también es tomado desde otros puntos de vista.

    Saludos! espero leer algo más de este estilo :3

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