Juegos en la niñez: una integración (si es) posible

Juegos en la niñez: una integración (si es) posible
Foto: Kaboompics

Por Javier Grotiuz

Era el primer día escolar. Ese año había pedido comenzar desde el inicio de las clases -no al segundo mes como se hacía habitualmente-para ir conociendo a los niños desde sus primeros contactos con la escuela, la maestra y sus compañeros.

Comencé el recorrido -tal cual era mi costumbre de ir clase por clase- por los niveles más bajos. Al entrar al salón de nivel 4, vi que había aproximadamente 20 niños, por lo que la capacidad del salón estaba a tope. La escena que encontré fue de alboroto, llantos y angustias típicas de este día de quienes hacen sus primeras separaciones, pero hubo un hecho que capto de inmediato mi atención: una niña sentada sola y aislada del resto, a quien llamaré Paola. En ese momento no supe la razón de su ubicación, luego sabría que la maestra la había puesto ahí para que no le descontrole el grupo, ya que ella golpeaba a sus compañeros de mesa.

Paola se encontraba ensimismada, murmurando palabras ininteligibles y casi inaudibles,  no apuntaban a comunicarse con otro ni a emitir ningún pedido. Los ojos le daban vueltas hacia todos lados, impidiéndole fijar la vista en algún punto, en un aparente intento de evitar, no solo el contacto persona-persona, sino también observar lo que sucedía a su alrededor. Tenía el pelo sobre su cara, y aquellos que se encontraban a la altura de la boca los chupaba con nerviosismo; alternaba esta actividad introduciendo su mano en la boca, chupándose los dedos, así como también el puño. Su cara mostraba una expresión de miedo, terror, angustia, quedando como paralizada. No respondía al llamado por su nombre y era muy difícil lograr entablar un contacto con ella. Cada tanto rompía su aparente quietud con unos gritos desgarradores que se podían escuchar en gran parte del Colegio. Se negó a salir al patio a jugar con el resto de sus compañeros prefiriendo permanecer en el mismo lugar.

Me acerqué a ella, la saludé, le pregunté el nombre y contestó sin mirarme,  y muy bajito, algo que no logré entender, y luego su mirada se clavó más aun en el suelo o en la mesa. Le propuse salir al patio, pensé que se iba a negar, pero accedió rápidamente. Estaba muy asustada, angustiada, parecía sentirse acorralada.

Cuando se levantó de la silla note sus dificultades de desplazamiento, pies hacia adentro y talones levantados, arrastrando las puntas, con los brazos en el aire intentando balancear el cuerpo. Le di la mano y salimos del salón hacia el patio. En la otra mano tenía un yogurt que no quería soltar por nada del mundo. Al pasar por una escalera interna de varios tramos, se abalanzó sobre ella soltándose de mi mano, subiendo rápidamente. Pensé que era porque sus compañeros estaban arriba pero no, era solo por subir la escalera, actividad que le gustaba mucho. La conduje hacia fuera, y frente a los pocos peldaños de la escalera que da hacia el patio, también ella quiso bajarlos y subirlos sola, sin mi ayuda. Si por ella fuese, lo haría repetidamente una y otra vez, no sé hasta cuándo. En el patio no le interesó permanecer, solo subir y bajar la escalera. Luego de varios intentos de seguir con esa actividad, acepta ir al salón, donde ya se encontraban sus compañeros.

No era capaz de seguir ninguna consigna dada por la maestra, ni siquiera hacía el intento, era como si no le hablaran a ella. Paola alternaba una aparente quietud sentada en su silla con tentativas de salir del salón pasando por arriba de mesas y compañeros que estuvieran en el camino con gritos desesperados. Resultaba imposible que pudiera compartir alguna actividad con sus compañeros por lo que se optó por dejarla “tranquila”, aunque esto no calmo su angustia, expresada con gritos y llantos cada cierto tiempo, incluso golpes a compañeros y a la maestra (que se llevó una marca en la cara). Gritos que alteraban a todo el Colegio ya que era imposible no escucharlos.

Frente a este panorama, la maestra se encontraba angustiada y desesperada por no saber qué hacer, ya que todo parecía ser en vano y el caos del salón se acrecentó bastante en comparación a un primer día de clases. Como faltaba la auxiliar de maestra tuve que ayudar en algunas cosas frente al desborde de la maestra,  no solo por Paola, sino también por otros compañeros del grupo que se sumaron a este tipo de acciones.

Era claro que Paola tenía dificultades importantes que no fueron transmitidas cuando se la inscribió, y que algo estaba pasando lo cual escapaba a las posibilidades de contención que nosotros pudiéramos darle en ese momento. Paola necesitaba una persona enteramente para su exclusiva atención, para evitar que entrara en agitaciones nerviosas que terminaran en gritos, llantos o que se dañara, ya que a veces se tiraba del pelo o se golpeaba en la cabeza.

Me pareció importante llamar a los padres para hablar con ellos, porque la situación no era para nada habitual y sobrepasaba con creces las reacciones habituales de un niño de esa edad en su primer día de clases.

Previa charla con la Directora me dispuse a llamar a sus padres. Luego de varios intentos infructuosos al celular que figuraba en la ficha, opte por llamar al teléfono del trabajo del padre. En ese punto llegaría mi primer llamada de atención, que junto al cuadro de la niña, hacia más compleja la situación. En el trabajo del padre nadie lo conocía, él no trabajaba ahí. Insistí al celular hasta que finalmente atendió la madre. Me comentó que se encontraban cerca, así que podían ir hasta allí, arribando pocos minutos más tarde a la Escuela.

Entrevista con los padres

Desde el principio la situación fue ríspida y complicada, detrás de la aparente preocupación de los padres se percibía una gran molestia por las inquietudes de la directora, maestra y mías trasmitidas en el momento.

 

 

Paola fue una niña prematura que nació a los 6 meses y medio, luego de pérdida de líquido amniótico y con riesgo de vida. Estuvo dos semanas en CTI en estado delicado por su prematurez y bajo peso. Fue una hija no buscada, y frente a la confirmación del embarazo en el tercer mes, a la madre le sobrevino un estado de shock y llantos que duro al menos un mes. El padre en ese momento estaba sin trabajo y “les cayó muy mal la noticia”.

Les cuesta muchísimo hilvanar una historia de Paola, apareciendo apenas en pinceladas fugaces dentro de la explicación confusa y escueta que logran armar entre ambos. Las dificultades de limites que tiene Paola se lo adjudican a “que es la única hija, nieta” etc., “la mimosa, la consentida de todos”. Luego dirán que hay cuatro primos por parte de padre.

Controló esfínteres al año y ocho meses: “ella dejo los pañales por propia voluntad”, “nunca le gusto estar sucia de pichi o caca” dijo la madre. Al año y poco fue a un jardín, acá la historia se vuelve más desordenada, con puntos oscuros, sin recordar datos ni fechas ni prácticamente nada, y con algunos datos contradictorios. A la dificultad para historizarla parecen sumarse intentos de ocultar información en relación a las instituciones que estuvo, para lo cual no conozco la razón. A los dos años fue a otro jardín de infantes, donde se enfermó de neumonía al mes de comenzadas las clases; los padres nunca la reintegraron a las actividades cuando se recuperó de dicha enfermedad.

Empezó a caminar a los dos años y medio, presentando dificultades motrices en ambas piernas,  y que hoy son notorias a simple vista.

Sus padres expresan que a Paola le gusta dibujar, escribir, contar hasta diez, incluso en inglés. Ellos daban cuenta de una niña muy diferente a la que estaba en la escuela.

Con mucha renuencia admiten dificultades en el vínculo entre Paola y su madre, con problemas para establecer límites, incluso para entenderla, pero no hablan mucho al respecto, solo que “la tenéis que agarrar, sacudirla, hablarle fuerte y ella entiende” según su madre. Aclaro que Paola no tiene problemas de sordera, descartada en los estudios hechos tres años atrás. En otro estudio realizado a los doce meses descubrieron que tiene problemas de miopía, pero hasta la fecha no le han puesto lentes.

El padre es muy religioso y creyente pero no adepto a ninguna iglesia, y quien parece mostrarse como el más hostil hacia la entrevista. “Ella es una niña muy especial, pero no está para escuela especial” comenta la madre. Paola, desde bebe, durmió en su cuarto y en su cuna,  jamás se durmió en la cama de sus padres.

Percibí una gran negación acerca de las dificultades de su hija, desestimando lo que yo les contaba y la importancia de que Paola consultara para realizarle una evaluación psicológica con el propósito de encontrar la mejor forma de ayudarla.

Con este panorama y con el pedido de que lleven a Paola a una consulta, terminamos la entrevista.

Se ha hablado mucho de las patologías graves tempranas, del autismo, de los trastornos del desarrollo, de las psicosis infantiles, de sus comportamientos locos, caóticos, desordenados y de los padres de estos niños, intentando buscar causas de esa condición, pero ¿qué pasa con el efecto que originan estos niños en las personas encargadas de cuidarlos, educarlos y tratarlos?  ¿Qué sentimientos nos genera, como afecta nuestra capacidad de poder hacer algo por y con ellos? ¿Desde qué posición actuamos? ¿Hasta qué punto estamos capacitados junto a las instituciones educativas, para poder trabajar y superar el sentimiento de extrañeza que puede generar este tipo de niños/as, y acortar las distancias tan necesarias para lograr un buen vinculo que les sea provechoso para vencer sus dificultades?

En las instituciones educativas en general se parte de ciertas premisas que quizás funcionen para muchos pero a otros no les sirven, ya que se cree saber lo que es un niño, que es lo que necesita para crecer, desarrollarse, educarse, como dárselo, cuando y que exigirle a cambio, en un afán normalizador, igualador, cual tabla rasa a todos por igual. Esta forma de pensar y hacer las cosas descuida la dimensión individual, singular de cada uno. Aquellos que trabajamos con niños sabemos bien cuanta importancia puede tener el ser un poco flexibles y adecuarse a los requerimientos de cada uno. Esto, por muy sencillo que parezca, es muy difícil poder incorporarlo a la forma de ver y encarar la vida diaria en una institución educativa, donde todo pasa por la adaptación del niño al entorno pero no a la inversa en cuanto adecuación a su particularidad -por esto se habla de dos semanas como período de adaptación  en muchos jardines, o salir todos juntos al recreo, etc.-.

¿Qué pasa con las posibilidades de brindar espacios que vayan más allá de lo puramente educativo o pedagógico? Espacios donde poder expresarse libremente, pero con personas capacitadas para poder sostener y posibilitar esa actividad que está en la génesis misma del niño y que es: el juego.

Niño y juego van de la mano, aunque algunos opinan que ciertos niños autistas o psicóticos no juegan. Pero es indiscutible que el juego es la forma de expresión por excelencia de un niño, y sin embargo ¿cuánto espacio de juego libre hay en una institución educativa? Actividad que seguramente nos dé más pautas de comportamiento y de su vida interior que cualquier actividad académica.

No es tan difícil tener espacios acondicionados para que los niños jueguen, incluso los que tienen mayores dificultades por su pobreza de recursos psíquicos. Un lugar donde logren ir construyéndose en lo lúdico, donde, por ejemplo, se pueda dar el “como si” de un juego de guerra pero sin que nadie se muera. Espacio que viabilice crear condiciones para la posibilidad que su palabra, su verdad, a través del juego emerjan.

En aquellos lugares especializados, más allá de estilos, formas de organización e implementación de las actividades, un elemento fundamental es contar con un “proyecto anticipatorio”, al decir de Piera Aulagnier, donde todo este pensado en cuanto a poder anticiparse a las posibilidades de acción del niño, pero donde el encuentro singular y el vínculo sean muy importantes;  donde se debe dejar espacio para posibles interpelaciones que provengan de los niños e ir modificando la propuesta acorde a las circunstancias y posibilidades. Si pretendemos ir hacia una integración, considero que dar cabida a esto es fundamental.

En vez de introducirlos en miles de actividades, partiendo de un supuesto el cual ya sabe lo que ellos necesitan, es mejor, en un primer momento, esperar y ver lo que ellos tienen para decir; a veces con su pobreza de actos o de significantes, e incluso ausencias, pero es lo que pueden dar por el momento.

¿Se puede lograr esto en instituciones educativas no especializadas con niños de muy diversos recursos subjetivos? ¿Cómo recibir su quehacer diario sin apurarse a encasillar o explicar su comportamiento debido a su posible diagnostico? ¿Cómo darle lugar a lo individual con sus tiempos y formas, con sus retrasos y demandas propias de cada uno, más allá de lo puramente educativo, de las exigencias que la estandarización grupal y prosecución de niveles similares implica? ¿En el caso de Paola como podría darse esto, teniendo en cuenta que la maestra tiene que atender a su vez a 19 niños más? ¿Cómo lograr salirse de la comodidad que el supuesto saber nos prodiga en una institución educativa, actuando sin darnos cuenta de barreras protectoras?

Suponemos que nosotros sabemos lo que hay que hacer, o al menos desde todos lados se nos ubica en ese lugar de saber. A veces es más fácil dejarse llevar por la corriente transferencial y sacar el recetario que prestar verdaderamente el cuerpo y lograr así dejar cierto espacio abierto para el advenimiento de lo que se pueda dar.

Porque hay algo que es claro: ante comportamientos locos, caóticos desordenados como de esta niña (u otros) lo más difícil es poder soportar la angustia que esa situación nos pueda generar, angustia en tanto aviso de falla en nuestro saber hacer y que no podemos cubrir la falta en el Otro. Posición que nos puede dejar bien lejos de tomar contacto con esa niña, y por tanto, imposibilitados de poder ayudarla.

Como pudieron apreciar, la presentación del caso fue la excusa para poder exponer otros elementos en juego, partiendo desde lo particular, pasando por lo grupal hacia lo institucional y en qué medida estas interrelaciones influyen en las posibilidades de inserción e integración de niños con perturbaciones severas.

Dejo muchas preguntas por cierto, que quizás interpelan a lo establecido, desde una posición que considera que para trabajar con niños hay que ir abiertos, sin mochilas cargadas de saber que puedan hundir la libertad de acción y por tanto disminuir las posibilidades de ayudar a esos niños

Javier Grotiuz
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    Muy bueno! Trabajo en integración educativa y creo que lo planteado es muy cierto y necesario. Arriba!

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