Por David Lewis
Un impulsivo niño de 11 años de edad, es considerado por sus maestros como un chico un tanto perezoso, que se distrae con facilidad y sufre de falta de motivación.
Sus padres, convencidos de que la pobre actuación escolar de su hijo se debía a un problema «mental», insistieron en tener una entrevista con la psicóloga de la escuela. Cuando ella diagnosticó que el chico era perfectamente normal, sus padres se negaron a aceptarlo. Posteriormente, vieron a otros tres psicólogos, los cuales confirmaron lo ya dicho originalmente por su colega. Como continuaban insatisfechos, lo enviaron a otro especialista, obteniendo finalmente el diagnóstico que buscaba: el sufre de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH); acto seguido, le dio la medicación apropiada para corregirlo y que pronto volviera a ser un “buen estudiante”.
«Siempre supimos que -le dijeron a sus maestros de manera triunfante- nuestro hijo no es vago, sino que está enfermo».
El proceder de estos padres está lejos de ser una manera inusual de explicar este tipo de comportamiento, el cual era visto como normal, o parte del crecimiento hace una década atrás, y no como una condición médica para la que hay que encontrar una cura.
En los EE.UU, el TDAH es el segundo diagnóstico a largo plazo más frecuente realizado en niños, sólo superado -por poco- por el asma. Los datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades indican que se ha diagnosticado en hasta un 15 % de los niños en edad escolar y que el número de jóvenes que están medicados ha pasado de 600.000 en 1.990 a 3.500.000 en la actualidad. Por el contrario, en muchas partes del mundo, el TDAH afecta sólo alrededor del 5 % de los niños, mayormente varones (1).
Por supuesto, es esencial que los niños con una enfermedad genuina se diagnostiquen con rapidez para ser tratados eficazmente. Los medicamentos, en esos casos, son el primer paso en el camino hacia la recuperación.
El problema es que en medio de aquellos jóvenes sanos y los que se manifiestan enfermos, hay una zona gris que está creciendo cada año. Esto ocurre porque, en ausencia de patología, no existen test o exámenes que prueben la existencia de ésta enfermedad, así que el diagnostico suele ser subjetivo: lo que un psicólogo considera perfectamente «normal», otro puede verlo como una amenaza.
En una entrevista con el New York Times el Dr. Keith Conners, psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Duke, quien por más de 50 años ha liderado la lucha para legitimar el trastorno, se ha referido a esto como: “Un desastre nacional de proporciones peligrosas… algo para justificar el caer ante la medicación a niveles sin precedentes e injustificables». (3)
La forma más utilizada de tratamiento es el uso de drogas, como la atomoxetina, metilfenidato y dexanfetamina. Desafortunadamente, uno de cada cinco diagnosticados de TDAH no responde a las drogas (4), mientras que en muchos otros casos la respuesta es sólo parcial. Por otra parte, todos los medicamentos tienen efectos secundarios, así como también generar hábito y abren la puerta a otro tipo de abusos de sustancias. A largo plazo, se ha detectado que cuando los niños dejan de consumir el medicamento, los síntomas del TDAH reaparecieron.
Problemas como éstos han llevado a algunos terapeutas, especialmente en los EE.UU, a utilizar una forma de tratamiento conocido como Neurofeedback o Neurorretroalimentación. El Neurofeedback implica enseñar a sujetos enfermos la manera de controlar sus «ondas cerebrales » jugando juegos de computadora a través de sensores colocados en su cabeza (5). Los resultados parecen prometedores, donde se pueden ver mejoras en el 40% de los casos a los seis meses.
En un estudio reciente en mi laboratorio, dos adolescentes jugaban un juego de computadora que implicaba una carrera entre un vehículo rojo y otro azul. Alambres finos conectaban unos electrodos adheridos a su cuero cabelludo con una caja de control. Esta caja detectaba la actividad eléctrica en el cerebro y utiliza estas «ondas cerebrales » para mover los tractores por la pantalla.
Uno de los chicos, 13 años de edad, ha sido diagnosticado con TDAH, su amigo de 14 años de edad, no exhibe esos síntomas. Durante el juego, la velocidad del vehículo de color rojo del chico no diagnosticado corría por la pista sin inconvenientes, y se observaba que sus “ondas theta” eran más lentas, mientras que simultáneamente aumentaban sus “ondas beta”. El chico que fue diagnosticado con TDAH mostraba un comportamiento opuesto, produciendo mayores niveles de “ondas theta” y “ondas beta” más lentas, haciendo que su vehículo azul apenas se mueva frente a la línea de salida. El chico con TDAH entrena para reducir sus ondas theta y aumentar las betas, y de esta forma, aprender a controlar sus conductas impulsivas.
Durante una investigación para mi nuevo libro, Impulse, me encontré con varios ejemplos de conductas a las cuales nuestros antepasados daban poca importancia, pero que hoy en día eran propensas a recibir intervención médica. Teniendo en cuenta el estilo de vida de muchos jóvenes en estos días, esto puede no ser tan sorprendente.
Muchos jóvenes no se animan a participar en diversas actividades, como explorar, trepar a los árboles, etc., actividades que en generaciones anteriores se aceptaban como una parte normal de la infancia. Inclusive la cantidad de tiempo que tienen para hacer ejercicio es muy limitada, especialmente para los niños que viven en grandes ciudades, debido a la preocupación de sus padres en materia de seguridad. Algunos niños pueden estar exhibiendo síntomas de hiperactividad, simplemente porque no están haciendo suficiente ejercicio físico.
Tomar riesgos y aprender de las consecuencias de sus errores es una parte esencial del proceso de crecimiento y desarrollo de la independencia. Los años de la adolescencia, sobre todo, son los más intensos y emocionantes de la vida de un niño. Van a ser infelices, hacer cosas tontas, tomar decisiones imprudentes y hacer juicios equivocados hacia personas y/o situaciones. Pero el comportarse de manera impulsiva y caer al piso de vez en cuando no implica que necesitan un diagnóstico o una pastilla. Sólo significa que están siendo niños.
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Referencias:
- (1) Polanczyk, G., de Lima, M. S., Horta, B. L., Biederman, J., Rohde L. A., (2007) The Worldwide Prevalence of ADHD: A Systematic Review and Metaregression Analysis. American Journal of Psychiatry, 164(6), 942–948.
- (2) Faraone, S. V., Biederman, J., Mick, E., (2006) The Age-Dependent Decline of Attention Deficit Hyperactivity Disorder: A Meta-Analysis of Follow-Up Studies. Psychological Medicine, 36(2), 159–165.
- (3) Schwarz, A. (2013) The Selling of Attention Deficit Disorder, New York Times, Dec 14
- (4) Charach, A., Figueroa, M., Chen, S., Ickowicz, A., & Schachar, R. (2006) Stimulant treatment over 5 years: effects on growth. Journal of American Academic Child Adolescent Psychiatry, 45: 415–421.
- (5) Lansbergen, M. M., van-Dongen-Boomsma, M., Buitelaar, J. K., Slaats-Willemse, D., (2010) ADHD and EEG-Neurofeedback: A Double-Blind Randomized Placebo-Controlled Feasibility Study. Journal of Neural Transmission, 118(2), 275-284.
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Fuente: Lewis, D. (s. f.). When Impulses Rule a Child’s Life. Psychology Today. Recuperado 27 de diciembre de 2013, a partir de http://www.psychologytoday.com/blog/impulse/201312/when-impulses-rule-childs-life
- Infancia: cuando los impulsos rigen la vida del niño - enero 10, 2014