El miedo al cambio

El miedo al cambio
Foto: Unsplash

Por Daniel A. Fernández

Todos sentimos miedo alguna vez. El miedo es un aliado que nos protege y evita, por ejemplo, que expongamos nuestras manos al fuego, que caminemos por una cornisa resbalosa, que conduzcamos un vehículo a 200 kilómetros por hora con los ojos vendados, que saltemos de un avión sin paracaídas, etc. Esta forma de miedo se transforma en prudencia salvadora. Pero no siempre el miedo juega a nuestro favor. Muchas veces nos colma de angustia, nos paraliza y evita que avancemos hacia una posición más saludable.

En ocasiones tememos realizar cierto cambio o enfrentar determinada situación, creyendo que podría sobrevenir sobre nosotros la desgracia. Lo curioso es que detrás de dicho miedo suele albergarse un deseo, uno que ese mismo miedo no nos permite ver y alcanzar. Ese temor nos distrae y evita que reconozcamos cuál es ese deseo, porque de ser conscientes de dicho deseo tal vez deberíamos hacernos cargo y eso implicaría salir de una posición de comodidad y animarnos a intentarlo. Y de no traspasar la barrera del miedo, enfrentándolo, mirando cara a cara a aquello que deseamos y animándonos a ir tras ello, solo habremos de permanecer en un lugar que no queremos y que por lo tanto nos angustia. Todos sabemos que no es posible hacer una tortilla sin antes romper algunos huevos.

Así como un niño angustiado, cubierto hasta la nariz con sus sábanas, temblando de pavor pensando en el posible Cuco que se esconde debajo de la cama, nosotros podemos permanecer en igual condición o ser como ese otro niño que se arma de valor y se anima a mirar debajo de la cama, confirmando que el Cuco no está allí.

 

 

El miedo al cambio nos mantiene prisioneros en una zona de confort que, en verdad, no tiene nada de confortable. Sólo nos resulta cómoda porque la hemos habitado demasiado tiempo y nos resulta conocida. Pero nunca habrá de ser totalmente satisfactoria. Está en cada uno de nosotros escoger si opta por resignarse o por correr el riesgo esperanzador que implica un cambio. Aunque, si lo que se pretende es mejorar, se debe tener presente que no existe persona alguna que haya logrado algo significativo en su vida sin antes haberse arriesgado.

De lo aquí expuesto es fácil deducir que, sin importar qué se elija, siempre algún costo se deberá pagar. Sin embargo, si nos animamos a espiar más allá de nuestros miedos, descubriremos que el deseo y la esperanza nos aguardan y que bien valen el precio que debemos pagar. En definitiva, nunca hay costo más alto que sacrificar aquello que en verdad queremos. Por ello, si lo que buscas es estar en paz contigo mismo, atrévete a mirar debajo de tu cama. Será sólo a partir de que enfrentes lo que temes, que habrás de descubrir que el Cuco no existía. Tu deseo sigue aguardando en algún lado. Y cuando se debe tomar alguna decisión, siempre es más saludable no decidir en base al miedo sino a nuestra esperanza.

Daniel A. Fernández
Últimas entradas de Daniel A. Fernández (ver todo)

Comentarios

comentarios

Post Comment

*